Quejas. Por, RUBÉN
DARÍO ÁLVAREZ PACHECO
Eso
de que los cartageneros nos pasemos la vida quejándonos de nuestros
gobernantes, y demás funcionarios públicos, es semejante a la cuarteta de Sor
Juana Inés de la Cruz: “Parecer quiere el denuedo / de vuestro parecer loco /
al niño que pone el coco / y luego le tiene miedo”.
Nosotros
mismos elegimos a los malos alcaldes, con sus secretarios de despacho, y
después los lapidamos en las esquinas, tanto físicas como virtuales, pero jamás
dirigimos el dedo acusador hacia nuestros propios rostros, que es en donde
están los ojos que deberían permitirnos ver con claridad a quién estamos
encargando nuestro futuro.
Desde
que se inició la elección popular de alcaldes en Cartagena lo primero que
debimos entender con precisión es que no sabemos elegir, desconocemos la
importancia de la política, no entendemos para qué es el voto, no captamos el
valor del voto en blanco, ni la utilidad de la revocatoria del mandato, pues
parece que la lambonería, el servilismo y la desidia nos merecen mucha más
relevancia que la dignidad colectiva.
Esas
tres lacras siempre nos han impedido percibir que los alcaldes y sus
secretarios no son reyes ni príncipes, sino unos empleados de la ciudad, a
quienes se les paga con el dinero de nuestros impuestos; y, por lo tanto, están
obligados a cumplirnos, sin que por eso haya que agradecerles ni sobarles la
guayabera, como es costumbre en este villorrio de la sapería vergonzante, que
es Cartagena.
Ni
a ricos ni a pobres nos importa realmente la ciudad: a los primeros no les
duele, porque la ven como un negocio que el día que deje de producir, solo
tendrían que arrancar para otro lado dejando el pelero para que otro lo
arregle. Y a los segundos, porque insistimos en creer que es cierto que los
poderosos siguen siendo las castas reales que malamente dejaron los invasores
ibéricos, como si les hubieran legado una finca.
Nos
está costando trabajo inferir que en Cartagena no tenemos políticos a carta
cabal, sino empresarios de la politiquería, por los cuales se vota con el
estómago y el corazón, nunca con la razón, dado que en nuestras consciencias
todavía habitan el africano esclavizado, el indígena diezmado y el mestizo
arribista, quienes se acostumbraron a creer que las dinámicas sociales no eran
asunto de ellos sino disposiciones que el dueño de la finca resolvía a su
conveniencia.
¿De
qué nos quejamos? Vemos claramente que los candidatos a la alcaldía no son lo
idóneos, pero no usamos el voto en blanco. Sufrimos en carne propia la mala
administración de un alcalde, y no emprendemos la revocatoria del mandato.
¿Entonces? Sigamos quejándonos en las esquinas.
Tomado
de www.eluniversal.com. 3 de Junio de
2017 12:00 am
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