domingo, 26 de noviembre de 2017

TRIUNFO Y CREPÚSCULO DEL CAPITALISMO ALEJANDRO NADAL 23/11/2017

TRIUNFO Y CREPÚSCULO DEL CAPITALISMO

ALEJANDRO NADAL 23/11/2017

Antes de la gran crisis financiera de 2007 era raro escuchar hablar de capitalismo. El sistema social y económico existente en el mundo era considerado por la ideología dominante el resultado de un proceso natural. Si en alguna ocasión se hablaba de capitalismo era sólo para indicar que se trataba de un sistema ganador, un esquema de relaciones sociales que había triunfado sobre todos los demás (como lo demostraba el colapso del comunismo en la Unión Soviética). Hoy las cosas han cambiado.

A partir de la debacle de 2007 y del fracaso de la política macroeconómica para superar sus efectos negativos, hablar de capitalismo y de su evolución es algo común. Los reveses que sufre el capitalismo son múltiples y se necesita estar ciego para no percibirlos.

El primer fracaso se sitúa en el plano del crecimiento. Los economistas del establishment piensan que a raíz de la crisis estamos frente a un proceso de lento crecimiento o estancamiento secular. Pero lo cierto es que la tasa de expansión del capitalismo global ha venido disminuyendo desde hace más de 45 años. Entre 1972 y 2017 la tasa de crecimiento anual del PIB de los 20 países miembros de la OCDE disminuyó de 4.2 a 2.5 por ciento. Se trata de una tendencia de largo plazo y no de un problema coyuntural.

El segundo frente en el que fracasa el capitalismo se relaciona con la política económica. Es cierto que en las décadas de la posguerra la mezcla de política macroeconómica dio buenos resultados, pero hoy la política económica no es capaz de sacar a la economía mundial del entumecimiento. La política monetaria explora nuevos territorios mediante la inyección desorbitada de liquidez al sistema financiero, pero el efecto sobre la economía real ha sido muy débil o nulo (como en Japón durante los pasados dos decenios). Por su parte, la política fiscal no ha podido escapar del terrible dilema que le ha impuesto el sistema financiero global: si el Estado no disciplina sus finanzas, el mercado de capitales le castigará.

El tercer fracaso se relaciona con la única fuente de legitimidad social y política que tenía el capitalismo, a saber, su capacidad de mejorar el bienestar de las grandes masas de la población. Ese resultado no sólo depende de la acumulación continua de capital (hoy debilitada), sino de la redistribución de los logros económicos entre la población. Entre 1945 y 1975 el capitalismo desarrollado pudo elevar el nivel de vida promedio de la población. Sin embargo, desde 1973 el crecimiento de los salarios se estancó y el aspecto redistributivo del régimen de acumulación se transformó radicalmente. El ahorro neto privado comenzó a declinar, mientras aumentaba el flujo de crédito hacia el sector privado. Los análisis de Wynne Godley demuestran que el incremento en la demanda agregada alimentado por el crecimiento del endeudamiento fue el principal factor detrás del crecimiento económico en Estados Unidos. A su vez, ese crecimiento estuvo ligado al abultado déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos y al endeudamiento externo. Las siguientes décadas estuvieron marcadas por una desigualdad creciente y la transferencia de recursos desde las clases más bajas hasta los más privilegiados de la pirámide social.

El cuarto frente en el que el capitalismo ha fracasado es quizás el más importante. La red de instituciones que proporcionan estabilidad al capitalismo es compleja y desempeña muchas funciones. Pero quizás el apoyo decisivo lo recibe de la idea de que capitalismo, democracia y libertad son criaturas que nacieron en el mismo nido. La verdad es que en ocasiones el capitalismo no ha tenido más remedio que respetar el sistema democrático, pero cuando se ha sentido fuerte ha escogido el camino de la violencia y la represión. Ese fue el destino de Allende y de Mossadegh.

A veces al capital le ha resultado costoso agachar la cabeza y aceptar esquemas de redistribución y garantías de mayor seguridad social y libertad de asociación para la clase trabajadora. Por eso de la Gran Depresión emerge el estado de bienestar. No fue una concesión graciosa de la clase capitalista. Pero una vez que el capital recuperó sus fuerzas, la democracia pasó a segundo plano. Las decisiones políticas se toman ahora por las élites de las corporaciones, bancos y otros agentes de los mercados financieros. Hoy el crecimiento del sistema financiero y la globalización de mercados y cadenas de valor se encargan de disciplinar a los gobiernos. Por la vía electoral no se puede cambiar la desigualdad o alcanzar un nuevo estado de bienestar. Las elecciones son el camuflaje perfecto para disfrazar la explotación y degradar a los ciudadanos al nivel de simples consumidores (aunque cada vez con menor poder de compra).

El triunfo enfermo del capitalismo reside en haber eliminado a la oposición para mantener operando un sistema disfuncional y a todas luces injusto. Pero ese éxito marca al mismo tiempo el principio del crepúsculo. Si alguna vez lo fue, hoy el capitalismo ha dejado de ser el soporte de una sociedad democrática, justa y estable.

Alejandro Nadal Economista. Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2017/11/22/opinion/024a1eco?partner=rss
Temática:
Capitalismo contemporáneo

Teoría económica

UN PROGRAMA DE ESTABILIDAD ECONÓMICA PARA CUBA Pedro Monreal González 20/11/2017

UN PROGRAMA DE ESTABILIDAD ECONÓMICA PARA CUBA
Pedro Monreal González 20/11/2017

Compartimos con nuestros lectores una propuesta de Programa de Estabilidad Económica para Cuba (PEC) que ha sido diseñado por el economista Pedro Monreal González. Entre otras responsabilidades, Monreal es el Director Académico de Cuba Posible y, además, coordina su Programa “Pobreza Cero”. Resulta una contribución que busca abrir caminos de progreso, en un momento de grandes dificultades y de especial relevancia para la nación cubana.

Introducción

La importancia de la unificación de las tasas de cambio es ampliamente reconocida, pero la preocupación por sus posibles efectos sociales y políticos ha dilatado su implementación. La postergación pudiera reflejar la esperanza de poder contar con mejores condiciones previas, especialmente una reactivación económica que pudiera fortalecer la moneda nacional y un incremento de la disponibilidad de divisas para apoyar el proceso, pero el hecho verificable es que no ha ocurrido ninguna de esas dos cosas.

Hacia finales de 2017, parece haberse alcanzado un punto donde los costos de seguir postergando la unificación de las tasas cambiarias pudieran ser mayores que los desajustes inmediatos que cabría esperar de la unificación.

Es conocido que la adopción en Cuba de una tasa única devaluada pudiera tener impactos negativos inmediatos pues toda devaluación encarece el costo de las importaciones, un factor clave en la reproducción económica del país. Ello pudiera traducirse en la irrentabilidad de empresas que solamente reciben ingresos en pesos cubanos y que tienen una alta proporción de gastos en divisas respecto a las ventas, la pérdida de empleos, el incremento de precios, y la desaparición de un mecanismo de ingresos estatales que tiene como fuente el impuesto implícito por sobrevaloración del tipo de cambio que opera, de facto, para las empresas con rentabilidades positivas en divisas.

Estos serían algunos de los costos de una tasa única de cambio devaluada a los que habría que hacerle frente en el corto plazo, aunque estos pudieran compensarse, a más largo plazo, con un efecto positivo en la eficiencia económica del país.

El problema es que el deterioro de la economía en 2016 y 2017, que se agrega al endeble crecimiento económico registrado desde 2010, tiende a empeorar el funcionamiento de la economía a corto plazo, con la agravante de que la continuación del estancamiento económico no favorece la eficiencia a largo plazo.

Superar distorsiones

Prolongar la ilusión de una tasa de cambio oficial en la que 1 peso cubano (CUP) equivale a 1 dólar (USD) entorpece el progreso económico y social de Cuba. Ha llegado el momento de resolver la “gran distorsión” que representa la coexistencia de una multiplicidad de tasas de cambio y de una tasa oficial absurdamente sobrevaluada.

La deficiente utilización de las fuerzas productivas del país no podrá superarse mientras se mantenga la multiplicidad de tasas de cambio y una tasa oficial sobrevaluada. Esto distorsiona la medición económica y no permite adoptar las decisiones correctas que necesitan tomar los funcionarios, los productores y los consumidores. Entre otras consecuencias, tiende a hacer menos competitivas las exportaciones y a desestimular la sustitución de importaciones.

Mientras no se resuelva esa distorsión, la asignación de recursos no será eficiente, la base material del poder político de los trabajadores será dilapidada, el crecimiento económico se mantendrá por debajo de su potencial, y el desarrollo no cristalizará.

Es necesario adoptar una serie de acciones que permitan implantar dos condiciones de partida que no existen hoy en el país y que son indispensables para acometer la reforma estructural: un tejido empresarial con capacidad para ser eficiente y una medición económica realista.

Otras medidas y acciones económicas y sociales, incluidas las contempladas en los “Lineamientos”, no tendrían la menor oportunidad de funcionar con efectividad en ausencia de unidades productivas que puedan contar con la información confiable y con los incentivos que les permitan combinar eficientemente medios de producción y fuerza de trabajo.

Lo primero es lo primero

Elaborar grandes planes de reforma –que por definición son genéricos- no parece ser la vía efectiva para acometer los cambios concretos que son necesarios. Es preferible trazar una serie de programas modestos, con objetivos y plazos precisos, que puedan adaptarse -sobre la marcha- a la compleja, cambiante, e impredecible realidad que debe ser transformada.

No es aconsejable tratar de utilizar un “super-tanquero” -lento y difícil de maniobrar- para navegar las aguas de algo que, como una reforma económica, nunca es apacible ni puede contar con un “mapa” preciso. Pudiera ser más efectivo utilizar varios programas –relacionados entre ellos, pero sin rigideces- que pudiesen funcionar como “lanchas rápidas” que faciliten la celeridad, precisión y flexibilidad del proceso de cambio.

Se necesita un programa de corto plazo que posibilite establecer las dos condiciones de partida indispensables de la reforma: una medición económica confiable y empresas estatales, privadas y cooperativas que puedan funcionar con eficiencia. Eso no va a salir de la relativa pasividad de la política económica actual, ni debería confiarse en la Providencia. Se necesita un programa económico específico para lograrlo.

Sería esencialmente un programa básico de estabilidad económica, en el sentido de asegurar la consistencia interna de la reforma desde su punto de partida. No se refiere, por tanto, a un tradicional programa de estabilización macroeconómica, como los que se hacen para evitar fuertes fluctuaciones de la actividad económica.

El programa de estabilidad económica debe estar muy bien enfocado:

– No debe intentar resolver un conjunto amplio de problemas, sino problemas seleccionados cuya solución es urgente y factible, antes de emprender una reforma mayor.

– No debe incluir la utilización de una amplia variedad de instrumentos de política, sino los que son estrictamente necesarios.

–  No debe tratar de proveer, por sí mismo, soluciones de largo plazo, sino concentrarse en establecer -en plazos inmediatos- las condiciones iniciales que facilitarían el funcionamiento de otras acciones de política económica y social, con efectos a más largo plazo.

La demarcación precisa de objetivos y de mecanismos sería lo que le proporcionaría efectividad al programa.

Un programa de “triple hélice”

El programa de estabilidad económica abarcaría tres componentes principales cuya dinámica estaría orientada por un principio central.

Utilizando el símil geométrico de una “triple hélice”, existirían tres “hélices” que mantendrían intercambios entre ellas y que se desarrollarían, en forma de espiral, alrededor de un eje central.

El eje central consistiría en el control político del programa por parte de los trabajadores. Las tres “hélices” -los componentes operativos del programa- serían las siguientes:

– Creación de condiciones básicas para el establecimiento de un dinámico sector cooperativo y privado.

– Saneamiento de la empresa estatal.

– Adopción de una tasa de cambio única.



Las tres “hélices” operarían simultáneamente durante la última fase del programa. No todas las “hélices” funcionarían desde el principio. Existiría una secuencialidad, pues aquí importa mucho el orden de los factores.

El programa se iniciaría con la creación de las condiciones regulatorias mínimas que permitirían comenzar a establecer, en un breve tiempo, empresas cooperativas y privadas, para permitir que estas pudieran alcanzar una “masa crítica” suficiente para acomodar –en términos de empleo, ingresos y base impositiva- el inevitable impacto negativo de una devaluación de la moneda nacional sobre una parte de las empresas estatales.

Una tasa única de cambio devaluada tendría el potencial de “sacar de juego” un buen número de empresas estatales. No parecen estar disponibles estudios recientes a nivel nacional, pero un estudio de 2011 sobre la vulnerabilidad financiera en una muestra de empresas en La Habana indicó que el 38 por ciento de las empresas dejarían de ser rentables una vez que se ajuste el tipo de cambio. (1)

No es un dato preciso, pero es imponente. Indica una probabilidad aproximada de que cuatro de cada 10 empresas estatales pudieran hacerse irrentables cuando se unifiquen las tasas de cambio y se devalúe el peso cubano (CUP). Evitar la quiebra de esas empresas –en ausencia de una “racionalización” de estas- implicaría la asignación de masivos subsidios estatales “visibles”, que pudieran reemplazar el actual subsidio implícito que ahora reciben gracias a los diferenciales cambiarios.

Sin embargo, no parecen estar disponibles los miles de millones de pesos que se necesitarían para ello. Incluso, si hubiese alguna disponibilidad financiera, recurrir a miles de millones de pesos para “rescatar” empresas irreparablemente ineficientes no sería una manera sensata de utilizar el valor generado por los trabajadores del país. Se necesita una solución sostenible basada en la eficiencia económica general.

Al final, de lo que se trata es de evitar que una abrupta modificación de los parámetros de rentabilidad económica –originados en una devaluación- agudice los tradicionales problemas de eficiencia del sector estatal y que eso pudiera traducirse en desempleo masivo y en un colapso de la demanda interna. En términos sociales, ello sería un desastre. Implicaría el crecimiento de la pobreza y de la desigualdad, aun si se mantuviesen los principales programas sociales.

En términos políticos significaría un proceso de desempoderamiento de la clase más revolucionaria. Una parte de los medios de producción fundamentales –teóricamente, la base material del poder trabajador- se convertiría en chatarra y la relocalización laboral, aun si se supone que no se incrementase el desempleo, pudiera desplazar a miles de trabajadores estatales hacia actividades laborales de subsistencia y de baja productividad, que es lo que esencialmente ofrece ahora el trabajo por cuenta propia (TCP), o más grave aún, pudiera desplazar a miles de trabajadores calificados hacia la emigración.

Las dos caras de una moneda

Una unificación de tasas de cambio con devaluación de la moneda nacional no debería ocurrir si primero no se han saneado las empresas estatales. Sin embargo, no existe evidencia alguna que permita asumir que una parte de las empresas estatales que hoy son irrentables, pudieran ser saneadas por los mecanismos tradicionales basados en inyecciones de capital y mediante un salto en la gestión empresarial.  Por una parte, no se cuenta con los montos de inversión que se necesitan y, por la otra, el mejoramiento general de la gestión de la empresa estatal sencillamente no acaba de producirse. Auditorías realizadas por la Contraloría General de la República indican que casi seis de cada 10 empresas estatales son evaluadas de “deficiente y mal”. (2)

En esas condiciones, no puede emprenderse un saneamiento de la empresa estatal si no existe la posibilidad de transferir trabajadores y medios productivos hacia entidades cooperativas y privadas que pudieran encargarse de darle una utilización eficiente a esos recursos para crear valor.

La reforma de la empresa estatal y la expansión de un sistema empresarial cooperativo y privado son dos componentes compatibles e interrelacionados de la reforma del modelo económico y social de Cuba. En modo alguno son dos procesos antagonistas. Son las dos caras de una misma moneda.

La capacidad del sector privado para crear empleo neto en Cuba no es una posibilidad teórica. Esa capacidad está confirmada en la práctica. Desde 2010, el incremento promedio anual del empleo privado en Cuba ha sido de más de 91 mil trabajadores. De hecho, el empleo privado ha sido el único que ha crecido sistemáticamente desde 2010, en marcado contraste con el sector estatal que ha eliminado cada año casi 153 mil empleos netos desde esa fecha. Por otra parte, el sector cooperativo no ha generado empleo neto. (3)

La capacidad del sector privado para crear empleo es notable cuando se toman en cuenta las restricciones que existen para la expansión de la actividad privada, donde ni siquiera se reconoce legalmente la existencia de la empresa privada nacional. Obviamente, debido a esas restricciones, la posibilidad de creación de valor por parte de los trabajadores del sector privado se encuentra por debajo de su potencial.

El orden de la puesta en marcha de las “hélices” sería entonces: establecimiento de las condiciones básicas para que pueda funcionar un dinámico sector cooperativo y privado, saneamiento de la empresa estatal, y unificación de tasas de cambio y devaluación de la moneda nacional.

A continuación, se expone el diseño general del programa de estabilidad económica. Se indican solamente sus principios de operación y no los detalles del programa. La propuesta se limita a proveer un esquema que pudiera orientar el proceso.

Existen diversas variantes técnicas entre las cuales habría que decidir, pero esas variantes necesitan decisiones políticas que no competen a la esfera académica. Tampoco son decisiones predecibles. La delineación del programa de estabilidad debería iniciarse, por tanto, por la definición del control político sobre el proceso.

Control político por parte de los trabajadores: el eje central del programa

La reforma económica en Cuba es una tarea estatal y son variados los mecanismos específicos que permiten el ejercicio del control político sobre los aspectos de la reforma (leyes, decretos leyes, resoluciones, Consejo de Estado, Asamblea Nacional, ministerios, instancias del PCC, comisiones, etc.).

El programa de estabilización económica debería concretarse a partir de leyes, pero debido al dinamismo de las acciones que se necesitan, la materialización del programa básicamente dependería de decretos-leyes emitidos por el Consejo de Estado. En el caso particular de este programa, el Consejo de Estado atendería las recomendaciones políticas ágiles producidas por una entidad provisional de control obrero directo, que pudiera llamarse Comisión de Estabilidad Económica (CEE). Sería un órgano político consultivo en el marco de un programa económico específico, con una duración predeterminada.

La Comisión no sería una entidad técnica, ni tendría una función ejecutiva. No se crearía para “estudiar” problemas sino para hacer recomendaciones políticas respecto a cada medida del programa. La CEE sería creada específicamente con ese único mandato, durante un período claramente definido. No sería de carácter sindical, sino una comisión Estatal adscripta al Consejo de Estado.

Todas las consultas con otras entidades se realizarían en el seno de la Comisión, antes de elevar las propuestas al Consejo de Estado. Estaría compuesta, en no menos del 60 por ciento, por trabajadores estatales que laboren directamente en la producción y los servicios. Estos se dedicarían a trabajar en la Comisión a tiempo completo. El resto de los miembros provendría de instituciones estatales, políticas y de organizaciones sociales.

La Comisión no contaría con un equipo técnico propio, sino que utilizaría –cuando lo requiriese- los servicios de instituciones estatales competentes. Las recomendaciones resultantes del trabajo de la Comisión se publicarían en un plazo no mayor a las 48 horas después de haber sido comunicadas al Consejo de Estado.

La Comisión cesaría sus funciones a los 6 meses de haberse adoptado la unificación de las tasas de cambio.

Etapa # 1: Creación de condiciones iniciales (6 meses)

Incluiría actividades simultáneas de los dos primeros componentes del programa, con un peso mayor para el primer componente. La meta sería la creación de condiciones básicas para el establecimiento de un dinámico sector cooperativo y privado.

Esencialmente consistiría en un reemplazo radical del enfoque actual del trabajo por cuenta propia (TCP) y del modelo vigente de cooperativas, por un enfoque de empresas no estatales de tipo cooperativo y de capital privado nacional. La organización del sector no estatal debería avanzar hacia la generalización de la forma organizativa empresarial, un modelo institucional más avanzado que el trabajo individual o de pequeñas unidades sin incorporación legal.

Esta etapa no intenta establecer, por sí misma, el dinámico sector cooperativo y privado que se necesita, sino crear las condiciones regulatorias mínimas que facilitarían su rápida expansión. Esas condiciones pudieran ser mejoradas en el futuro, pero lo que se trataría de alcanzar en los 6 meses de la etapa es la adopción de un módulo normativo que permita posicionar al sector no estatal para que este sea funcional a la reforma del modelo económico y social.

Acciones:

1. Adopción de una legislación básica que ampare el funcionamiento de, al menos, cinco tipos operativos de empresas no estatales:

– Empresa cooperativa

– Empresa privada nacional (4).

– Empresa privada de responsabilidad limitada (5).

– Empresa conjunta con capital estatal inferior al 50 por ciento (ofrecería un mecanismo flexible para la interacción entre la propiedad estatal y la privada al interior de una empresa. Inclusive pudiera darse el caso de que el Estado ejerciera el control efectivo de ese tipo de empresa privada pues, aun siendo propietario “minoritario”, su aporte de capital pudiera ser mayor que el de los propietarios privados por separado).

– Empresas cooperativas y privadas con inversión extranjera

No todos estos tipos de empresa tendrían que comenzar a operar al unísono, pero poder contar con un marco legal que ampare a la diversidad institucional de la empresa cooperativa y privada permitiría disponer de opciones operativas. Las normativas para estos tipos de empresas pudieran ser modificadas posteriormente y también pudieran agregarse nuevos tipos de empresas.

2. Establecimiento de un proceso ágil para el registro de esas empresas mediante un procedimiento de “ventanilla única”.

3. Disposiciones específicas para la “micro-empresa” familiar (incluiría una parte de lo que actualmente se considera como trabajo por cuenta propia).

4. Reemplazo de las regulaciones del trabajo por cuenta propia (TCP) por una legislación para el trabajo autónomo (TA) (6). Se eliminaría el sistema de un listado específico de actividades. Se adoptaría un sistema municipal de licencias que incluiría todo tipo de actividad, excepto un número limitado de ellas que no estuviesen expresamente autorizadas por la ley. Se establecería un proceso de registro expedito.

5. Elaboración de un listado de empresas estatales que pudieran convertirse en irrentables en caso de una devaluación de la tasa oficial. Se establecerían dos categorías: irrentabilidad “temporal” (se asume que en un plazo de tres años la empresa pudiera ser rentable con un peso cubano (CUP) devaluado), y la irrentabilidad “irreparable” en condiciones de devaluación. Se necesitaría una definición metodológica respecto al criterio de rentabilidad y los indicadores que se utilizarían.

Etapa # 2: Saneamiento de la empresa estatal (12 meses)

La segunda etapa serviría para mejorar la optimización del uso de los activos estatales mediante la transformación de los activos gestionados por aquellas empresas estatales que irremediablemente no pudieran ser rentables en el marco de una unificación de tasas de cambio con devaluación de la moneda nacional.

El término “transformación de activos” no equivaldría necesariamente a la venta de estos a otras formas de propiedad, aunque ello pudiera ser parte del proceso. Las modalidades específicas de la transformación de activos y los montos máximos en que ello se produciría estarían orientadas por las decisiones políticas que se adoptasen a partir de las recomendaciones de la Comisión de Estabilidad Económica (CEE).

En esta etapa, el acento se colocaría en el segundo componente del Programa de Estabilidad Económica (PEC), relativo al saneamiento de la empresa estatal, particularmente en relación con las que funcionan en el sector agropecuario, donde se concentra el 67 por ciento de las empresas estatales irrentables del país y donde se prevén 14,465 millones de pesos para subsidios a la exportación y sustitución de importaciones, un monto mucho mayor que los presupuestos de educación, salud pública y asistencia social. (7)

No se produciría en esta etapa una restructuración empresarial con la escala y profundidad que se necesita. Para eso se requieren acciones adicionales y ello tomaría mucho más tiempo. Lo que ocurriría en esta etapa sería la adopción de un paso normativo inicial que pudiera darle flexibilidad a la empresa estatal para facilitar su relación con el sector privado y cooperativo nacional.

En esta etapa se reduciría la carga del ajuste que tendría que hacer el sector estatal cuando llegase la devaluación de la moneda nacional. Se trataría de despejar el proceso de ajuste post-devaluación, adelantando la transformación de activos de algunas empresas estatales que con toda certeza serían irrentables –sin posibilidad de ser “salvadas”- cuando se devalúe la moneda nacional.

En algunos casos, los activos de esas empresas estatales pasarían a ser propiedad de empresas cooperativas y privadas nacionales; en otros casos una parte de los activos cambiaría de propiedad para funcionar en empresas estatales conjuntas en las que el aporte de capital estatal sería mayor al 50 por ciento del total, y el resto del aporte de capital correspondería a actores no estatales. También pudiera emplearse la venta de activos para dotar de capital de inversión a las empresas estatales.

Acciones:

1. Adopción de una legislación básica que ampare el funcionamiento de, al menos, cuatro tipos operativos de empresas estatales:

– Empresa 100 por ciento de control estatal

– Empresa conjunta con capital estatal mayor al 50 por ciento (8)

– Sociedad mercantil de capital 100 por ciento estatal cubano (9)

– Empresa estatal con inversión extranjera

2. Establecimiento de una Corporación para la Transformación de Activos Estatales (CTAE), directamente subordinada al Presidente del Consejo de Ministros. Su mandato consistiría en transformar en inversión nacional los activos estatales actualmente gestionados por empresas estatales que irreparablemente serían irrentables en condiciones de devaluación de la moneda nacional. La CTAE pudiera seguir funcionando después de finalizado el Programa de Estabilidad Económica. La CTAE se encargaría de implementar dos procesos distintos, aunque estrechamente relacionados:

– Traspaso de activos estatales, mediante venta o alquiler, hacia empresas cooperativas y privadas, para que esas entidades los gestionen.

– Movilización de recursos para la inversión en las empresas estatales por la vía de los ingresos obtenidos por la transformación de activos y mediante la captación de inversión privada nacional y extranjera para las empresas estatales (por ejemplo, en empresas conjuntas con capital estatal mayor al 50 por ciento y mediante modalidades de inversión extranjera).

3. Traspaso a la CTAE -por parte de los ministerios, órganos del Poder Popular y otras instituciones- de las empresas estatales incluidas en el listado de empresas con irrentabilidad “irreparable”, preparado en la primera etapa. El grupo pudiera dividirse en tres grandes categorías: empresas “A” (plantilla superior a 500 trabajadores), empresas “B” (plantilla superior a 100 trabajadores y con un hipotético alto costo de subsidio por trabajador); y empresas “C” (plantilla inferior a 500 trabajadores y con un hipotético bajo costo de subsidio por trabajador). Se comenzaría priorizando la transformación de activos de las empresas tipo “A”. Seguirían, en orden de prioridad, las empresas “B”. En términos sectoriales, se prestaría especial atención a las empresas agropecuarias, una actividad que ya tiene la mayor diversidad del país en cuanto a formas de propiedad y de gestión, lo cual facilitaría el proceso. Al concluir la transformación de esos activos, dentro del período de 12 meses, se haría una evaluación política del proceso por parte de la de la Comisión de Estabilidad Económica (CEE).

4. La Corporación para la Transformación de Activos Estatales (CTAE) haría una evaluación del proceso con la mira puesta en ulteriores acciones relativas a la reforma de la empresa estatal. En particular, la experiencia de la CTAE en el marco del Programa de Estabilidad Económica (PEC) pudiera ser valiosa para articular a partir de la realidad concreta del país -no solo desde la teoría abstracta o desde las experiencias de otras naciones- la racionalidad que utilizaría el Estado cubano para considerar, como una ventaja social neta, el establecimiento y operación de empresas estatales específicas. Esto permitiría perfeccionar, a partir de la evidencia, una reforma mayor del modelo donde las empresas estatales serían un componente subordinado a la racionalidad estratégica de la reforma (optimización del uso de los medios de producción fundamentales que son propiedad de todo el pueblo), en vez de tratar de adaptar la estrategia a las necesidades estrechas de las empresas estatales (por ejemplo, el otorgamiento masivo de subsidios estatales).

Etapa # 3: Adopción de una tasa de cambio única (6 meses)

Se utilizaría el método de implementación súbita de la unificación de tasas de cambio con devaluación, incluyendo mecanismos de amortiguación crediticio y fiscal. (10)

Desde el primer día de la devaluación, el impuesto implícito que hoy pagan las empresas que obtienen ingresos en divisas -a las que actualmente se les aplica la tasa 1 USD = 1 CUP para contabilizar sus ingresos- se reemplazaría con un impuesto “visible” que estaría vigente por un período de tiempo bien delimitado. El incremento esperado del monto de ingresos en moneda nacional para esas empresas “vendedoras” de divisas, que pudiera resultar de una devaluación, no se quedaría en las cuentas de las empresas, sino que iría a las arcas del Estado.

Desde el primer día, el subsidio implícito que hoy reciben las empresas que obtienen ingresos en pesos cubanos –a las que actualmente se les aplica la tasa 1 USD = 1 CUP para contabilizar sus costos de importaciones- se sustituiría con créditos, y en algunos casos con un subsidio “abierto” temporal, que estaría vigente por un período de tiempo bien delimitado. El incremento esperado del costo -en moneda nacional- de las importaciones para esas empresas “compradoras” de divisas, que pudiera resultar de una devaluación, sería compensado mediante subsidio o crédito.

La decisión acerca de si la transferencia que se haría a las empresas perjudicadas adoptaría la forma de un subsidio temporal o si tendría la modalidad de un crédito, se tomaría a partir de un análisis “caso por caso”. En algunas situaciones, pudiera ser que un crédito tuviese la capacidad de mitigar el impacto negativo de la devaluación, pero en otros casos pudiera ser necesario un subsidio temporal.

Consistiría en establecer un proceso de redistribución estatal que permitiría financiar, con los beneficios súbitos que traería la devaluación para algunas empresas, los daños de la devaluación para otro grupo de empresas. El mecanismo no estaría dirigido a mejorar el funcionamiento empresarial. Eso necesitaría una reforma económica más amplia. El objetivo sería mucho más limitado: reducir el desconcierto que introduciría en el funcionamiento de la empresa estatal una devaluación.

En esta etapa funcionarían simultáneamente las tres “hélices” del programa. La mitigación estatal de los costos de la devaluación habría sido facilitada porque ya habría ocurrido antes una transformación de activos estatales que reduciría el número de empresas estatales en situación precaria. Los “peores” casos de irrentabilidad habrían sido mitigados antes de la devaluación.

Adicionalmente, al llegar el momento de la devaluación se contaría con un tejido empresarial más diverso que dotaría de mayor flexibilidad al sistema económico para responder a una devaluación, entre otras razones porque parte del ajuste empresarial a la devaluación sería responsabilidad de las empresas privadas y cooperativas. También funcionaría un sector de “micro-empresa” familiar y de trabajo autónomo de mayor escala y agilidad, con potencial para crear empleos y generar ingresos de manera relativamente rápida.

El posible costo de la devaluación sobre los precios al consumidor sería compensado mediante un subsidio a productos y servicios básicos, y también a los grupos poblacionales vulnerables. La existencia actual de un gigantesco monto de más de 14 mil millones de pesos que se otorgan como subsidios empresariales, una parte del cual dejaría de existir después de la aplicación del programa de estabilidad (la devaluación tiende a beneficiar la sustitución de importaciones que hoy debe ser subsidiada), permitiría asumir que existirían “ahorros” que pudieran ser reorientados hacia subsidios al precio de productos y servicios.

Las metas sociales serían predominantes

La implementación de un programa de estabilidad económica tiene una dimensión ética. En el caso de lo que aquí se propone habría un fuerte compromiso con la justicia social. Adicionalmente, debe asegurarse un amplio apoyo político para implementar el programa y, por tanto, debe quedar claro que, en modo alguno, se trata de un ajuste cuyo costo pudiera recaer sobre los trabajadores y los grupos sociales vulnerables.

El trabajo de la Comisión de Estabilidad Económica (CEE), integrado en su mayoría por trabajadores estatales directos de la producción y los servicios, desempeñaría una crucial función política consultiva.

En ese sentido, cinco metas sociales -susceptibles de ser medidas con precisión- serían adoptadas como las principales metas del Programa de Estabilidad Económica (PEC):

– Cero desempleo neto. La posible redistribución de fuerza de trabajo vinculada al Programa se orientaría por el principio de crear empleo neto en algunas partes del sistema económico de manera que pudiera reubicarse –potencialmente- toda la fuerza laboral excedente que surgiría en otras partes del sistema.

– El salario promedio real (descontando la inflación) de los nuevos empleos netos no sería inferior al salario medio estatal real.

– Las condiciones de los contratos laborales serían homogéneas para todos los sectores de propiedad y de gestión, en lo relativo a la garantía de derechos laborales esenciales y beneficios sociales otorgados por la ley (por ejemplo, vacaciones, jubilación, seguridad social y licencias médicas y de maternidad, e ilegalidad de cualquier forma de discriminación por motivo de raza o de género). Lógicamente, la diferencia de contextos que existiría entre los sectores de propiedad y de gestión requeriría diferencias en los modelos laborales, pero sin violar las garantías de derechos y beneficios sociales universales definidos en la Constitución y protegidos por la ley.

– Los gastos del presupuesto para programas sociales -principalmente educación, salud y asistencia social- mantendrían, o incrementarían, sus actuales pesos relativos en el presupuesto.

– El subsidio a la alimentación (libreta de abastecimiento) mantendría, o incrementaría su nivel actual de equivalente físico de productos.

Notas:

1. Vilma Hidalgo de los Santos y Yaima Doimeadiós Reyes. “Sostenibilidad fiscal. Prioridad en la agenda de transformaciones del modelo económico cubano”. Investigación Económica. Volume 75, Issue 298, October–December 2016, Pages 155-184. http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0185166716300455

2. “Auditorías evidencian problemas en aplicación de Lineamientos en empresas cubanas”. Cubadebate, 31 de marzo de 2016, http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/03/31/auditorias-evidencian-problemas-en-aplicacion-de-lineamientos-en-empresas-cubanas/#.WgRRMjtrxaQ

3. Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI). Anuario Estadístico de Cuba 2016. Tabla 7.2 – Ocupados en la economía según situación del empleo. http://www.one.cu/aec2016/07%20Empleo%20y%20Salarios.pdf

4. Empresa privada nacional: propiedad de un individuo, quien es el representante legal de la empresa. Puede tomar todas las decisiones y responde por las obligaciones de la empresa con todo su patrimonio.

5. Empresa privada de responsabilidad limitada: empresa establecida con el aporte de capital de los socios. La empresa es una entidad legal separada de los socios y estos asumen una responsabilidad de carácter limitada, respondiendo solo por capital o patrimonio que aportan a la empresa. No emitiría acciones. Pueden ser de dos tipos: un solo socio, y de varios socios.

6. El trabajador autónomo es aquel que realiza una actividad económica, de forma habitual, personal y directa a título lucrativo, sin sujeción a contrato de trabajo y aunque utilice el servicio remunerado de otras personas para llevar a cabo su actividad. La responsabilidad del autónomo es ilimitada, respondiendo de las actividades del negocio con todos sus bienes presentes y futuros.

7. “Diputados debaten sobre empresas irrentables y pérdidas de frutas”, Trabajadores, 14 de julio de 2017, http://www.trabajadores.cu/20170714/diputados-debaten-empresas-irrentables-perdidas-frutas/ y “El costo de un Presupuesto humanista”, Granma, 2 febrero 2017, http://www.granma.cu/cuba/2017-02-02/el-costo-de-un-presupuesto-humanista-02-02-2017-20-02-34

8. No emitiría acciones.

9. Tiene capacidad para emitir acciones.

10. Se adopta aquí una variante de la “opción cuatro” sugerida en el estudio de Augusto de la Torre y Alain Ize. Las dos principales diferencias introducidas aquí son las siguientes: primero, el mecanismo de mitigación utilizado para las empresas afectadas por la devaluación no se limita a un subsidio, sino que le concede un papel importante al crédito temporal. En segundo lugar, ya se habría producido, con anterioridad a la devaluación, un saneamiento de las empresas estatales, al menos de un grupo de las consideradas con irrentabilidad “irreparable”. Ver, Exchange Rate Unification: The Cuban Case. Brookings Institution. 2013 https://www.brookings.edu/wp-content/uploads/2016/06/exchange-rate-unification-cuban-case-torre-ize-pdf.pdf

Pedro Monreal González economista, es Profesor-Investigador del Centro de Investigaciones de Economía Internacional de la Universidad de La Habana.
Fuente:
https://cubaposible.com/programa-estabilidad-economica-cuba/
Temática:
Cuba
Teoría económica


EL LEGADO DE LA REVOLUCIÓN RUSA DE OCTUBRE: “SE ATREVIERON”

EL LEGADO DE LA REVOLUCIÓN RUSA DE OCTUBRE: “SE ATREVIERON”

DAVID MANDEL 24/11/2017
Cien años después, la cuestión del legado histórico de la Revolución de Octubre sigue sin ser sencilla para los socialistas: el estalinismo pudo echar raices menos de una década después de la Revolución y la restauración del capitalismo encontró poca resistencia popular setenta años después. Uno puede, por supuesto, señalar el papel fundamental del Ejército Rojo en la victoria contra el fascismo, o que la rivalidad entre la Unión Soviética y el mundo capitalista abrió el espacio para las luchas antiimperialistas, o también que la existencia de una enorme economía nacionalizada y planificada consiguió una moderación de los apetitos capitalistas. Aun así, incluso en dichas áreas, el legado está lejos de estar exento de ambigüedades.

Ahora bien, el principal legado de la Revolución de Octubre para la izquierda a día de hoy es, en realidad, el menos ambiguo. Puede sintetizarse en dos palabras: “se atrevieron”. Con esto quiero decir que los Bolcheviques cumplieron auténticamente con su misión como partido de los trabajadores al organizar tanto la toma revolucionaria del poder político y económico, como su defensa posterior frente a las clases propietarias: proveyeron a los obreros –así como a los campesino- el liderazgo que necesitaban y deseaban.

Por tanto, es cuanto menos irónico que muchos historiadores, y bajo su estela, la opinión pública en general, hayan visto Octubre como un crimen terrible motivado por el proyecto ideológico de construir una utopía socialista. De acuerdo con este punto de vista, Octubre fue un acto arbitrario que desvió a Rusia de su sendero ‘natural’ de desarrollo hacia una democracia capitalista. Octubre fue, además, la causa de la guerra civil devastadora que asoló el país durante casi tres años.

Hay una versión modificada de esta lectura que es abrazada incluso por personas de izquierda que rechazan el ‘leninismo’ (o lo que creen ellos que fue la estrategia de Lenin) por culpa de las dinámicas autoritarias desatadas por la toma revolucionaria del poder y la subsiguiente guerra civil.

No obstante, lo que sorprende sobremanera cuando uno estudia la revolución ‘desde abajo’ es lo poco que los Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, estaban, de hecho, guiados por una ‘ideología’, en el sentido de que fuesen una suerte de movimiento milenarista que ambicionase únicamente el socialismo. En realidad y sobre todo, Octubre fue una respuesta práctica a problemas sociales y políticos muy serios y concretos que debían afrontar las clases populares. Esto era también, por supuesto, la aproximación al socialismo de Marx y Engels – no una utopía que debía ser construida a partir de unos diseños preconcebidos, pero un conjunto de soluciones concretas a las condiciones reales de los trabajadores bajo el capitalismo. Por ello Marx siempre rechazó obstinadamente ofrecer “recetas para los libros de cocina del futuro”. (1)

El objetivo inmediato y principal de la insurrección de Octubre fue anticiparse a la contrarrevolución, apoyada por las políticas de guerra económica de la burguesía, que hubiese barrido todas las conquistas democráticas y promesas de la Revolución de Febrero y hubiese mantenido la participación rusa en la Guerra Mundial. Una contrarrevolución victoriosa –y ésta hubiese sido la única alternativa real a Octubre- hubiese probablemente dado nacimiento a la primera experiencia de un Estado fascista en el mundo, anticipándose así unos cuantos años a las posteriores respuestas de las burguesías italianas y alemanas a levantamientos revolucionarios similares pero fallidos.

Los Bolcheviques, y la gran mayoría de los obreros industriales urbanos en Rusia, eran, por descontado, socialistas. Pero todas las corrientes del marxismo ruso consideraban que Rusia carecía de las condiciones políticas y económicas para alcanzar el socialismo. Sin duda, existía la esperanza de que la toma revolucionaria del poder en Rusia alentase a los trabajadores de los países desarrollados al oeste a levantarse contra la guerra y contra el capitalismo, abriendo así perspectivas más amplias para la propia revolución rusa. En efecto, fue sólo una esperanza, y estaba lejos de ser una certidumbre. Aun así, Octubre hubiese podido acontecer sin ella.

En mi labor historiográfica, presento pruebas documentadas y, en mi opinión, convincentes en favor de esta forma de presentar Octubre, aunque no voy a intentar resumirlas aquí. Prefiero explicar cuan dolorosamente conscientes eran los Bolcheviques, y los trabajadores que les apoyaban –el partido estaba abrumadoramente compuesto de obreros-, de la amenaza de la guerra civil; lo mucho que intentaron evitarla, y, fracasando en ello, lo mucho que quisieron disminuir su dureza. De este modo, quiero focalizarme con más insistencia explicar el sentido del “se atrevieron” en tanto que legado de Octubre.

El motivo por el cual los Bolcheviques, junto con la mayoría de los trabajadores, apoyaron el “poder dual” durante el periodo inicial de la revolución fue el deseo de evitar la guerra civil. Bajo esta forma de acomodar las cosas, el poder ejecutivo era ejercido por el gobierno provisional, inicialmente compuesto por políticos liberales, representantes de las clases propietarias. Al mismo tiempo, los Soviets, organizaciones políticas electas por los obreros y soldados, fiscalizaban el gobierno, asegurándose de su lealtad al programa revolucionario. Este programa estaba compuesto fundamentalmente por cuatro elementos: una república democrática, una reforma agraria, la jornada laboral de ocho horas, y una diplomacia enérgica que asegurase rápida y democráticamente el final de la guerra.  Ninguno de estos puntos era socialista como tal.

El apoyo al poder dual marcó una ruptura radical con el rechazo tradicional del partido de aliarse potencialmente con la burguesía en la lucha contra la autocracia. Ese rechazo constituía los cimientos mismos del bolchevismo como partido de los obreros. Fue el motivo del estatus hegemónico del partido en el movimiento obrero a lo largo de los años de protesta obrera antes de la guerra. El rechazo a la burguesía (que era a su vez un rechazo al Menchevismo) se enraizaba en la larga y dolorosa experiencia obrera que veía cómo la burguesía se aliaba íntimamente con el Estado autocrático para aplastar sus aspiraciones sociales y democráticas.

El apoyo inicial al poder dual reflejó la voluntad de dar una oportunidad a los liberales, ya que las clases propietarias (el partido constitucional-democrático (los ‘Kadetes’) se convirtió en su primer representante político en 1917) se habían sumado, aunque bastante tardíamente, a la revolución, o eso parecía. Su adhesión a la revolución facilitó de manera considerable una victoria sin apenas derramamiento de sangre a lo largo del vasto territorio ruso y a lo largo del frente. La asunción del poder por parte de los Soviets en Febrero hubiese expulsado a las clases propietarias del poder, haciendo renacer así el espectro de la guerra civil. Por otra parte, los obreros no estaban preparados para asumir la responsabilidad directa de dirigir el Estado y la economía.

El posterior rechazo del poder dual y la demanda de transferir todo el poder a los soviets no fue, bajo ningún concepto, una respuesta automática al regreso de Lenin a Rusia y la publicación de sus Tesis de Abril. Fundamentalmente, estas tesis fueron una llamada de vuelta a las posturas tradicionales del partido, pero en condiciones de guerra mundial y de revolución democrática victoriosa. Si la posición de Lenin acabó ganando fue porque era cada vez más claro que las clases propietarias y sus representantes liberales eran hostiles a los objetivos de la revolución y querían, de hecho, revertirla.

Ya a mediados de abril, el gobierno liberal dejo claro su apoyo a la guerra y sus objetivos imperialistas. Incluso anteriormente a ello, la prensa burguesa puso término final a su breve luna de miel de unidad nacional con campañas en contra del supuesto egoísmo obrero al perseguir sus ‘estrechos’ intereses económicos en detrimento de la producción para la guerra.

El motivo era claramente socavar la alianza obreros-soldados que hizo posible la revolución.

No sin conexión con esto era la creciente sospecha entre los obreros de un progresivo y creciente cierre patronal, enmascarado bajo una supuesta escasez de suministros; sospecha amplificada por el adamantino rechazo de los patrones industriales de la regulación gubernamental de esta economía vacilante. Los cierres patronales fueron desde tiempo atrás el arma favorita de los propietarios de las fábricas. Solamente en los seis meses anteriores al estallido de la guerra, los patrones industriales de la capital, en concierto con la administración de las fábricas de titularidad estatal, organizaron al menos tres cierres patronales generalizados que trajeron consigo el despido de un total de 300 000 trabajadores. Diez años antes, en noviembre y diciembre de 1905, dos cierres generales asestaron un golpe mortal a la primera revolución rusa.

A finales de la primavera y comienzos del verano de 1917, personalidades prominentes de la “sociedad censal” (las clases dominantes) solicitaban la supresión de los soviets y recibían grandes ovaciones por parte de las asambleas de su clase. Luego, a mediados de junio, bajo una fuerte presión de sus aliados, el gobierno provisional inició una ofensiva militar, poniendo punto y final al cese al fuego de facto que había reinado en el frente oriental desde Febrero. 
Y entonces, ya en junio, una mayoría de los obreros de la capital abrazaron la demanda bolchevique de liberar la política gubernamental de la influencia de las clases propietarias. Éste era, en esencia, el significado del “todo el poder para los Soviets”: un gobierno que respondiese únicamente ante los obreros y campesinos. A esas alturas, los Bolcheviques y los obreros de la capital aceptaron la inevitabilidad de la guerra.

No obstante, eso no era en sí mismo tan terrorífico, ya que los obreros y campesinos (los soldados eran en su grandísima mayoría jóvenes campesino) eran la gran mayoría de la población. Mucho más preocupante eran las perspectivas de una guerra civil qu enfrentase a distintos bandos en el seno de las fuerzas que sostenían la “democracia revolucionaria”. Los socialistas moderados, los Mencheviques, y los Socialistas Revolucionarios (eseristas), dominaban la mayoría de los soviets fuera de la capital, así como el Comité Ejecutivo Central (CEC) de soviets y el Comité Ejecutivo de campesinos, y apoyaban a los liberales, hasta el punto de enviar una delegación de sus líderes a la coalición gubernamental, en un esfuerzo por apuntalar la débil autoridad popular de esta última.

La amenaza de guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria resurgió con fuerza a comienzos de julio, cuando, junto con unidades de la guarnición, los obreros de la capital se manifestaron masivamente para presionar al CEC para que tomase el poder por sí solo. No solamente fracasaron en ello, sino que las manifestaciones fueron el primer derramamiento de sangre serio de la revolución, seguido de una ola de represión gubernamental contra la izquierda y tolerada por los socialistas moderados.

Los acontecimientos de julio dejaron a los Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, sin una ruta clara por la que avanzar. Formalmente, el partido adoptó un nuevo eslogan propuesto por Lenin: el poder para un "gobierno de los trabajadores y los campesinos pobres" -sin mención alguna a los soviets, que se hallaban dominados por los socialistas moderados. Lenin entendía dicho eslogan como un llamamiento a preparar una insurrección que pudiese sortear a los soviets y que, de darse las circunstancias, se enfrentase a ellos. Ahora bien, en la práctica el eslogan no era aceptado ni por el partido ni por los obreros de la capital, ya que significaba dirigirse en contra de las masas populares que seguían apoyando a los moderados - por tanto, implicaba la guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria.

La actitud de los socialistas, esto es, de la minoría educada, de la intelligentsia de izquierdas, preocupaba particularmente. La intelligentsia de izquierda apoyaba casi en su totalidad a los socialistas moderados. Los Bolcheviques eran un partido plebeyo, y lo mismo era cierto para los social-revolucionarios de izquierda, que se escindieron de los eseristas en septiembre de 1917 y formaron una coalición de gobierno en los soviets junto con los Bolcheviques en noviembre. Las perspectivas de tener que dirigir un Estado, y probablemente también la economía, sin el apoyo de gente formada preocupaba profundamente, en particular a los militantes de los comités de fábrica, mayoritariamente bolcheviques.

El golpe de estado fracasado del general Kornilov a finales de agosto, que contó con el apoyo entusiasta de las clases dominantes, pareció despejar una solución al callejón sin salida al que se estaba llegando. Rindiéndose ante la obviedad, los socialistas moderados parecieron aceptar la necesidad de romper relaciones con los liberales (los ministros liberales dimitieron la noche anterior al levantamiento militar). Los obreros reaccionaron con una curiosa mezcla de alivio y alarma a las noticias sobre la llegada de Kornilov a Petrogrado. Sentían alivio porque podían al menos actuar al unísono en contra de la contrarrevolución en marcha - y así hicieron con gran energía-, y no enfrentándose con el resto de fuerzas de la democracia revolucionaria. Lenin, ya tras la derrota de Kornilov, ofreció el apoyo de su partido al CEC, actuando como una fuerza leal pero de oposición, siempre y cuando el CEC arrebatas el poder al gobierno.

Tras ciertas vacilaciones, los socialistas moderados rechazaron romper con las clases propietarias. Permitieron a Kerensky formar un nuevo gobierno de coalición que incluía personalidades de la burguesía particularmente odiosas como el patrón industrial S.A Smirnov, que había cerrado recientemente sus fábricas textiles para echar a los trabajadores.

Pero para finales de septiembre, los Bolcheviques ya tenían la mayoría en casi todos los soviets de Rusia de manera que podían contar con una mayoría en el Congreso de los Soviets, convocado a regañadientes por el CEC el 25 de Octubre. Mientras todavía se encontraba escondido huyendo de una orden de detención, Lenin exigió al comité central del partido que preparase una insurrección. Pero la mayoría del comité central tenía dudas al respecto y prefería esperar a la convocatoria de una asamblea constituyente. Uno puede perfectamente comprender sus dudas. Después de todo, una insurrección podía desencadenar todas las condiciones para la todavía latente guerra civil. Era un salto terrorífico hacia lo imprevisible que pondría al partido en la situación de gobernar en condiciones de grave crisis política y económica. Por otra parte, la esperanza de que una asamblea constituyente pudiese superar la profunda polarización que caracterizaba a Rusia, o que las clases dominantes aceptasen su veredicto de ir en contra de sus intereses, era sin lugar a dudas una ilusión. Mientras tanto, el colapso industrial y la hambruna de masas estaban cada vez más cerca.

Si los líderes bolcheviques acabaron organizando la insurrección no fue por la autoridad personal de Lenin, sino por la presión de sus bases y cuadros intermedios, que estaban siendo interpelados por él. El partido contaba como 43 000 miembros en octubre 1917 sólo en Petrogrado, de los cuales 28 000 eran obreros (sobre un total de 420 000 obreros industriales), y 6000 eran soldados. Estos trabajadores estaban preparados para la acción.

No obstante, el estado de ánimo entre los trabajadores fuera del partido era más complejo.

Apoyaban sin miramientos la demanda de transferir todo el poder a los Soviets, pero no estaban por la labor de tomar la iniciativa. Esto suponía la situación opuesta a la de los cinco primeros meses de la revolución, en los cuales las bases obreras estaban a la vanguardia, obligando al partido a seguirlas: así fue en la revolución de Febrero, en las protestas de abril en contra de la política bélica del gobierno, en los movimientos por el control obrero de las industrias como respuesta a los cierres patronales en marcha, y en las manifestaciones de julio para exigir al CEC que tomase el poder.

Pero el derramamiento de sangre de julio y la represión que siguió después cambiaron significativamente las cosas. En efecto, la situación política había evolucionado desde entonces hasta el punto de que los Bolcheviques encabezaban los Soviets en casi todas partes. Ahora bien, los días que precedieron a la insurrección, la totalidad de la prensa que no fuese pro-bolchevique predecía con seguridad que la insurrección sería aplastada de manera aún más sangrienta que en los acontecimientos de julio.

Otra fuente de indecisión para los trabajadores era el amenazante espectro del desempleo de masas. El colapso industrial se avecinaba, y constituía así el argumento más potente para actuar inmediatamente, pero también una fuente de inseguridad que llenó de dudas a los trabajadores.

Por tanto, la iniciativa se encontraba del lado del partido, aunque ello no significase que los obreros bolcheviques estuviesen exentos de dudas. Ahora bien, tenían ciertas cualidades, forjadas tras años de lucha intensa contra la autocracia y los patrones, que les permitieron superarlas. Una de sus virtudes era su deseo de independencia como clase frente a la burguesía, que constituía a su vez el elemento definitorio del bolchevismo como movimiento de los trabajadores. En los años previos a la revolución, ese deseo se expresaba en la insistencia de los trabajadores de mantener sus organizaciones, ya sean políticas, económicas o culturales, libres de influencia de las clases dominantes.

En estrecha relación con lo anterior era el fuerte sentimiento de dignidad que tenían los trabajadores, tanto individualmente como en tanto que miembros de la clase obrera. El concepto de 'obrero consciente' en Rusia recogía una cosmovisión y un código moral separados y opuestos a los de la burguesía. El sentimiento de dignidad se manifestaba por ejemplo, y entre otras formas, en la demanda de ser tratados educadamente que aparecía sin excepción en las listas de las demandas en huelgas. Demandaban ser tratados de usted por la administración de las fábricas y que no se dirigiesen a ellos en la segunda persona del singular, reservada para amigos, hijos y subordinados. En una compilación de estadísticas acerca de las huelgas, el Ministerio de Interior zarista puso en la columna de 'demandas políticas' la exigencia de trato educado, presumiblemente porque implicaba un rechazo de los trabajadores a ser considerados como subordinados en la sociedad. En 1917, resoluciones emanadas de las asambleas fabriles solían referirse a las políticas del gobierno provisional como 'burlas' a la clase obrera.  En Octubre, cuando los obreros de la Guardia Roja rechazaban agacharse mientras corrían o rechazaban tener que combatir tumbados en el suelo, ya que lo consideraban una muestra de cobardía y deshonor para un obrero revolucionario, los soldados tuvieron que explicarles que no hay honor alguno en ofrecer tu frente al enemigo. Pero si bien el orgullo de clase era una carga a nivel militar, no parece que hubiese podido haber revolución de Octubre sin él.

Aunque la iniciativa de Octubre recayó principalmente sobre los hombros de los miembros del partido, la insurrección fue bienvenida por virtualmente todos los trabajadores, incluidos los impresores, tradicionalmente seguidores de los Mencheviques.  Sin embargo, el problema de la composición del nuevo gobierno apareció de nuevo sobre la escena. Todas las organizaciones obreras, para entonces lideradas por los Bolcheviques, así como el propio partido, pedían una coalición de todos los partidos socialistas.

Una vez más, esto era la expresión del afán de unidad en el seno de las fuerzas de la democracia revolucionaria y el deseo de evitar una guerra civil que las enfrentase entre sí.  En el comité central, Lenin y Trotski se oponían a incluir a los socialistas moderados (aunque no a los eseristas de izquierda ni a los Mencheviques-internacionalistas), ya que consideraban que iban a paralizar la acción del gobierno. No obstante, se mantuvieron de lado mientras las negociaciones tenían lugar.

La coalición estaba condenada a no suceder. Las negociaciones se rompieron al entrar en la cuestión del poder de los soviets: los Bolcheviques, así como la inmensa mayoría de los trabajadores, querían que el gobierno fuese responsable únicamente ante los soviets -esto es, un gobierno popular libre de las influencias de las clases propietarias. Los socialistas moderados, en cambio, consideraban que los soviets eran una base demasiado débil para un gobierno viable. Continuaron insistiendo, aunque disfrazadamente, en la necesidad de incluir representantes de las clases dominantes, o al menos del "estrato intermedio" que no se encontraba representado en los soviets. Ahora bien, la sociedad rusa se encontraba profundamente dividida, y estos últimos estaban alineados junto a las clases dominantes. Así mismo, los moderados rechazaban de plano cualquier gobierno con una mayoría bolchevique, incluso si los Bolcheviques habían constituido la mayoría en el Congreso de los Soviets que votó asumir todo el poder. En resumen, los moderados demandaban anular la insurrección de Octubre.

Una vez que eso quedó claro, el apoyo obrero por una coalición amplia se desvaneció. A continuación, los eseristas de izquierda, que llegaron a la misma conclusión que los obreros, formaron una coalición de gobierno junto a los Bolcheviques. Hacia finales de noviembre, un congreso nacional de campesinos, dominado por los socialrevolucionarios de izquierda, decidió fundir su comité ejecutivo junto con el CEC de diputados obreros y soldados. Esta decisión fue recibida con alivio y júbilo por los Bolcheviques y los trabajadores en general: se había alcanzado la unidad, al menos desde abajo, aunque ésta no contase con la intelligentsia de izquierdas, alineada mayoritariamente con los socialistas moderados (ahora bien, ha de resaltarse, que los Mencheviques, a diferencia de los eseristas, no se levantaron en armas contra el gobierno de los soviets).

Este es por tanto el significado del "se atrevieron", como legado de Octubre. Los Bolcheviques, como genuino partido de los trabajadores, actuó de acuerdo a la siguiente máxima: "Fais ce que dois, advienne que pourra" (Haz lo que debas, que acontezca lo que se pueda). Trostki pensaba que esta máxima debía guiar el hacer de todo revolucionario (2). He tratado de demostrar que este reto no se aceptó a la ligera y que los Bolcheviques no eran aventureros temerarios. Temían la guerra civil, trataron de evitarla, y si ello no fue posible, al menos trataron de limitar su severidad y ganar cierta ventaja en ella.

En un ensayo escrito en 1923, el líder Menchevique, Fedor Dan, explicó el rechazo de su partido a romper relaciones con las clases propietarias incluso después del golpe de Kornilov. El motivo era que "las clases medias", esa parte de la "democracia" que no se encontraba representada en los Soviets (Dan hace referencia a un profesor, a un cooperativista, al alcalde de Moscú,...) no iba a apoyar una ruptura con las clases propietarias - estaban convencidos de que el país era ingobernable sin ellos - ni iba a considerar, bajo ningún concepto, participar en un gobierno junto con los bolcheviques. Dan continuaba así:

"Entonces -teoréticamente- sólo quedaba un camino para una inmediata solución a la coalición [con representantes de las clases propietarias]: la formación de un  gobierno en conjunto con los Bolcheviques -una que no sólo no iba a contar con la democracia que no se hallaba representada en los soviets, sino que también iría en contra de ella. Considerábamos que ese camino era inaceptable, dada la postura bolchevique de aquel periodo. Comprendimos perfectamente que     adentrarse en ese camino suponía adentrarse en el camino del terror y la guerra     civil; es decir, hacer todo lo que los Bolcheviques se vieron forzados posteriormente a hacer. Ninguno de nosotros sentía que podía asumir la responsabilidad de esas políticas que nacerían de un gobierno de no-coalición." (3)

La postura de Dan puede ser contrastada con la de una figura extraña de los socialistas moderados, V.B Stankevich (que había sido comisario en el frente durante el gobierno provisional). En una carta fechada en febrero de 1918 y dirigida a sus camaradas de partido, escribió:

"Debemos constatar que, a estas alturas, las fuerzas del movimiento popular se     encuentran del lado del nuevo régimen...

Hay dos vías abiertas a los socialistas moderados: proseguir en su lucha irreconciliable contra el gobierno, o ser una oposición pacífica, creativa y leal… ¿Pueden las viejas fuerzas dirigentes afirmar que, a día de hoy, han adquirido la experiencia suficiente para gestionar la tarea de dirigir el país, una tarea que no se ha vuelto más sencilla sino más difícil? En realidad, no tienen programa alguno que oponer al bolchevique, y una lucha sin programa no es mejor que las aventuras de los generales mejicanos. Pero es que incluso si la posibilidad de     crear un programa existiese, debéis comprender que no tenéis las fuerzas para  ejecutarlo.  Para derrocar a los Bolcheviques necesitáis, si no es formalmente al menos de hecho, el esfuerzo unificado de todas las fuerzas opositoras, desde los eseristas hasta la extrema derecha. Pero, incluso dándose dicha condición, los Bolcheviques seguirían siendo más fuertes...

Sólo hay un camino posible: el camino del frente popular unido, del trabajo nacional unido, de la creatividad en común…

¿Mañana qué? ¿Se continúa con los intentos inútiles, sin sentido y esencialmente aventureros de tomar el poder? ¡O trabajamos en conjunto con la gente esforzándonos de forma realista a ayudar en resolver los problemas que Rusia afronta, problemas que están vinculados con la lucha pacífica en pro de principios políticos eternos, en pro de unas verdaderas bases democráticas para gobernar el país!"(4)

Dejo en manos del lector decidir qué postura tuvo más mérito. No obstante, uno puede argumentar convincentemente que el rechazo a "atreverse" de los socialistas moderados contribuyó al desenlace que clamaban temer.

Desde octubre 1917, la Historia está repleta de ejemplos de partidos de izquierda que no se atrevieron cuando debieron hacerlo. Por ejemplo, el Partido Social Demócrata Alemán en 1918, los socialistas italianos en 1920, la izquierda española en 1936, los comunistas franceses e italianos en 1945 y 1968-69, la Unidad Popular en Chile entre 1970-73, y más recientemente Syriza en Grecia. Lo que quiero decir no es, por supuesto, que fallaron al organizar una insurrección en algún momento en particular, sino más bien que rechazaron desde el comienzo adoptar una estrategia cuyo objetivo principal fuese arrebatar el poder económico y político a la burguesía, una estrategia que requiere necesariamente, en algún momento, una ruptura revolucionaria con el Estado capitalista.

A día de hoy, cuando las alternativas a las que se enfrenta la humanidad están tan polarizadas, cuando, más que nunca, las únicas opciones reales son el socialismo o la barbarie, cuando el futuro de la civilización está en juego, la izquierda debe inspirarse de Octubre. Esto significa que, a pesar de las derrotas históricas sufridas por la clase obrera y las fuerzas sociales aliadas a lo largo de las pasadas décadas, se debe denunciar como ilusorio cualquier programa que quiera restaurar el Estado de bienestar keynesiano o quiera volver a "una socialdemocracia genuina". Un programa así en el capitalismo contemporáneo está condenado a fracasar y a ser un agente desmovilizador. “Atreverse” significa hoy desarrollar una estrategia cuyo objetivo final sea el socialismo y aceptar que ese objetivo va a implicar necesariamente, en un momento u otro, una ruptura revolucionaria con el poder económico y político de la burguesía, y junto a ellos, con el Estado capitalista.

Notas:

(1) K. Marx, “Afterword to the Second Edition of Capital. vol. I, International Publishers, N.Y., 1967, p. 17.

(2) Trotsky, L., My Life, Scribner, N.Y., 1930, p. 418.F.

(3) I., Dan, “K istorii poslednykh dnei Vremennogo pravitel’stva, Letopis’ Russkoi revolyutsii, vol. 1, Berlin, 1923 (https://www.litres.ru/static/trials/00/17/59/00175948.a4.pdf)

(4)I.B. Orlov, “Dva puti stoyat pered nimi …” Istoricheskii arkhiv, 4, 1997, p. 79.



David Mandel politólogo e historiador marxista especializado en Rusia y Ucrania, es profesor de la Universidad de Québec en Montréal, Canada, y editor de la revista bilingue en ruso e inglés Alternatives. Es autor de The Petrograd Workers in the Russian Revolution, Brill-Haymarket, Leiden and Boston, 2017.
Fuente:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article42404

Traducción: Pablo Muyo Bussac