EL LEGADO DE
LA REVOLUCIÓN RUSA DE OCTUBRE: “SE ATREVIERON”
DAVID MANDEL
24/11/2017
Cien años
después, la cuestión del legado histórico de la Revolución de Octubre sigue sin
ser sencilla para los socialistas: el estalinismo pudo echar raices menos de
una década después de la Revolución y la restauración del capitalismo encontró
poca resistencia popular setenta años después. Uno puede, por supuesto, señalar
el papel fundamental del Ejército Rojo en la victoria contra el fascismo, o que
la rivalidad entre la Unión Soviética y el mundo capitalista abrió el espacio
para las luchas antiimperialistas, o también que la existencia de una enorme
economía nacionalizada y planificada consiguió una moderación de los apetitos
capitalistas. Aun así, incluso en dichas áreas, el legado está lejos de estar
exento de ambigüedades.
Ahora bien, el
principal legado de la Revolución de Octubre para la izquierda a día de hoy es,
en realidad, el menos ambiguo. Puede sintetizarse en dos palabras: “se
atrevieron”. Con esto quiero decir que los Bolcheviques cumplieron
auténticamente con su misión como partido de los trabajadores al organizar
tanto la toma revolucionaria del poder político y económico, como su defensa
posterior frente a las clases propietarias: proveyeron a los obreros –así como
a los campesino- el liderazgo que necesitaban y deseaban.
Por tanto, es
cuanto menos irónico que muchos historiadores, y bajo su estela, la opinión
pública en general, hayan visto Octubre como un crimen terrible motivado por el
proyecto ideológico de construir una utopía socialista. De acuerdo con este
punto de vista, Octubre fue un acto arbitrario que desvió a Rusia de su sendero
‘natural’ de desarrollo hacia una democracia capitalista. Octubre fue, además,
la causa de la guerra civil devastadora que asoló el país durante casi tres
años.
Hay una
versión modificada de esta lectura que es abrazada incluso por personas de
izquierda que rechazan el ‘leninismo’ (o lo que creen ellos que fue la estrategia
de Lenin) por culpa de las dinámicas autoritarias desatadas por la toma
revolucionaria del poder y la subsiguiente guerra civil.
No obstante,
lo que sorprende sobremanera cuando uno estudia la revolución ‘desde abajo’ es
lo poco que los Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, estaban, de
hecho, guiados por una ‘ideología’, en el sentido de que fuesen una suerte de
movimiento milenarista que ambicionase únicamente el socialismo. En realidad y
sobre todo, Octubre fue una respuesta práctica a problemas sociales y políticos
muy serios y concretos que debían afrontar las clases populares. Esto era
también, por supuesto, la aproximación al socialismo de Marx y Engels – no una
utopía que debía ser construida a partir de unos diseños preconcebidos, pero un
conjunto de soluciones concretas a las condiciones reales de los trabajadores
bajo el capitalismo. Por ello Marx siempre rechazó obstinadamente ofrecer
“recetas para los libros de cocina del futuro”. (1)
El objetivo
inmediato y principal de la insurrección de Octubre fue anticiparse a la
contrarrevolución, apoyada por las políticas de guerra económica de la
burguesía, que hubiese barrido todas las conquistas democráticas y promesas de
la Revolución de Febrero y hubiese mantenido la participación rusa en la Guerra
Mundial. Una contrarrevolución victoriosa –y ésta hubiese sido la única
alternativa real a Octubre- hubiese probablemente dado nacimiento a la primera
experiencia de un Estado fascista en el mundo, anticipándose así unos cuantos
años a las posteriores respuestas de las burguesías italianas y alemanas a
levantamientos revolucionarios similares pero fallidos.
Los
Bolcheviques, y la gran mayoría de los obreros industriales urbanos en Rusia,
eran, por descontado, socialistas. Pero todas las corrientes del marxismo ruso
consideraban que Rusia carecía de las condiciones políticas y económicas para
alcanzar el socialismo. Sin duda, existía la esperanza de que la toma
revolucionaria del poder en Rusia alentase a los trabajadores de los países
desarrollados al oeste a levantarse contra la guerra y contra el capitalismo,
abriendo así perspectivas más amplias para la propia revolución rusa. En
efecto, fue sólo una esperanza, y estaba lejos de ser una certidumbre. Aun así,
Octubre hubiese podido acontecer sin ella.
En mi labor
historiográfica, presento pruebas documentadas y, en mi opinión, convincentes
en favor de esta forma de presentar Octubre, aunque no voy a intentar
resumirlas aquí. Prefiero explicar cuan dolorosamente conscientes eran los
Bolcheviques, y los trabajadores que les apoyaban –el partido estaba
abrumadoramente compuesto de obreros-, de la amenaza de la guerra civil; lo
mucho que intentaron evitarla, y, fracasando en ello, lo mucho que quisieron
disminuir su dureza. De este modo, quiero focalizarme con más insistencia
explicar el sentido del “se atrevieron” en tanto que legado de Octubre.
El motivo por
el cual los Bolcheviques, junto con la mayoría de los trabajadores, apoyaron el
“poder dual” durante el periodo inicial de la revolución fue el deseo de evitar
la guerra civil. Bajo esta forma de acomodar las cosas, el poder ejecutivo era
ejercido por el gobierno provisional, inicialmente compuesto por políticos
liberales, representantes de las clases propietarias. Al mismo tiempo, los
Soviets, organizaciones políticas electas por los obreros y soldados,
fiscalizaban el gobierno, asegurándose de su lealtad al programa
revolucionario. Este programa estaba compuesto fundamentalmente por cuatro
elementos: una república democrática, una reforma agraria, la jornada laboral
de ocho horas, y una diplomacia enérgica que asegurase rápida y
democráticamente el final de la guerra.
Ninguno de estos puntos era socialista como tal.
El apoyo al
poder dual marcó una ruptura radical con el rechazo tradicional del partido de
aliarse potencialmente con la burguesía en la lucha contra la autocracia. Ese
rechazo constituía los cimientos mismos del bolchevismo como partido de los
obreros. Fue el motivo del estatus hegemónico del partido en el movimiento
obrero a lo largo de los años de protesta obrera antes de la guerra. El rechazo
a la burguesía (que era a su vez un rechazo al Menchevismo) se enraizaba en la
larga y dolorosa experiencia obrera que veía cómo la burguesía se aliaba
íntimamente con el Estado autocrático para aplastar sus aspiraciones sociales y
democráticas.
El apoyo
inicial al poder dual reflejó la voluntad de dar una oportunidad a los
liberales, ya que las clases propietarias (el partido
constitucional-democrático (los ‘Kadetes’) se convirtió en su primer
representante político en 1917) se habían sumado, aunque bastante tardíamente,
a la revolución, o eso parecía. Su adhesión a la revolución facilitó de manera
considerable una victoria sin apenas derramamiento de sangre a lo largo del
vasto territorio ruso y a lo largo del frente. La asunción del poder por parte
de los Soviets en Febrero hubiese expulsado a las clases propietarias del
poder, haciendo renacer así el espectro de la guerra civil. Por otra parte, los
obreros no estaban preparados para asumir la responsabilidad directa de dirigir
el Estado y la economía.
El posterior
rechazo del poder dual y la demanda de transferir todo el poder a los soviets
no fue, bajo ningún concepto, una respuesta automática al regreso de Lenin a
Rusia y la publicación de sus Tesis de Abril. Fundamentalmente, estas tesis
fueron una llamada de vuelta a las posturas tradicionales del partido, pero en
condiciones de guerra mundial y de revolución democrática victoriosa. Si la
posición de Lenin acabó ganando fue porque era cada vez más claro que las
clases propietarias y sus representantes liberales eran hostiles a los
objetivos de la revolución y querían, de hecho, revertirla.
Ya a mediados
de abril, el gobierno liberal dejo claro su apoyo a la guerra y sus objetivos
imperialistas. Incluso anteriormente a ello, la prensa burguesa puso término
final a su breve luna de miel de unidad nacional con campañas en contra del
supuesto egoísmo obrero al perseguir sus ‘estrechos’ intereses económicos en
detrimento de la producción para la guerra.
El motivo era
claramente socavar la alianza obreros-soldados que hizo posible la revolución.
No sin conexión
con esto era la creciente sospecha entre los obreros de un progresivo y
creciente cierre patronal, enmascarado bajo una supuesta escasez de
suministros; sospecha amplificada por el adamantino rechazo de los patrones
industriales de la regulación gubernamental de esta economía vacilante. Los
cierres patronales fueron desde tiempo atrás el arma favorita de los
propietarios de las fábricas. Solamente en los seis meses anteriores al
estallido de la guerra, los patrones industriales de la capital, en concierto
con la administración de las fábricas de titularidad estatal, organizaron al
menos tres cierres patronales generalizados que trajeron consigo el despido de
un total de 300 000 trabajadores. Diez años antes, en noviembre y diciembre de
1905, dos cierres generales asestaron un golpe mortal a la primera revolución
rusa.
A finales de
la primavera y comienzos del verano de 1917, personalidades prominentes de la
“sociedad censal” (las clases dominantes) solicitaban la supresión de los
soviets y recibían grandes ovaciones por parte de las asambleas de su clase.
Luego, a mediados de junio, bajo una fuerte presión de sus aliados, el gobierno
provisional inició una ofensiva militar, poniendo punto y final al cese al
fuego de facto que había reinado en el frente oriental desde Febrero.
Y entonces, ya
en junio, una mayoría de los obreros de la capital abrazaron la demanda
bolchevique de liberar la política gubernamental de la influencia de las clases
propietarias. Éste era, en esencia, el significado del “todo el poder para los
Soviets”: un gobierno que respondiese únicamente ante los obreros y campesinos.
A esas alturas, los Bolcheviques y los obreros de la capital aceptaron la
inevitabilidad de la guerra.
No obstante,
eso no era en sí mismo tan terrorífico, ya que los obreros y campesinos (los
soldados eran en su grandísima mayoría jóvenes campesino) eran la gran mayoría
de la población. Mucho más preocupante eran las perspectivas de una guerra
civil qu enfrentase a distintos bandos en el seno de las fuerzas que sostenían
la “democracia revolucionaria”. Los socialistas moderados, los Mencheviques, y
los Socialistas Revolucionarios (eseristas), dominaban la mayoría de los
soviets fuera de la capital, así como el Comité Ejecutivo Central (CEC) de
soviets y el Comité Ejecutivo de campesinos, y apoyaban a los liberales, hasta
el punto de enviar una delegación de sus líderes a la coalición gubernamental,
en un esfuerzo por apuntalar la débil autoridad popular de esta última.
La amenaza de
guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria resurgió con fuerza a
comienzos de julio, cuando, junto con unidades de la guarnición, los obreros de
la capital se manifestaron masivamente para presionar al CEC para que tomase el
poder por sí solo. No solamente fracasaron en ello, sino que las
manifestaciones fueron el primer derramamiento de sangre serio de la
revolución, seguido de una ola de represión gubernamental contra la izquierda y
tolerada por los socialistas moderados.
Los
acontecimientos de julio dejaron a los Bolcheviques, y los obreros que les
apoyaban, sin una ruta clara por la que avanzar. Formalmente, el partido adoptó
un nuevo eslogan propuesto por Lenin: el poder para un "gobierno de los
trabajadores y los campesinos pobres" -sin mención alguna a los soviets,
que se hallaban dominados por los socialistas moderados. Lenin entendía dicho
eslogan como un llamamiento a preparar una insurrección que pudiese sortear a
los soviets y que, de darse las circunstancias, se enfrentase a ellos. Ahora
bien, en la práctica el eslogan no era aceptado ni por el partido ni por los
obreros de la capital, ya que significaba dirigirse en contra de las masas
populares que seguían apoyando a los moderados - por tanto, implicaba la guerra
civil en el seno de la democracia revolucionaria.
La actitud de
los socialistas, esto es, de la minoría educada, de la intelligentsia de
izquierdas, preocupaba particularmente. La intelligentsia de izquierda apoyaba
casi en su totalidad a los socialistas moderados. Los Bolcheviques eran un
partido plebeyo, y lo mismo era cierto para los social-revolucionarios de
izquierda, que se escindieron de los eseristas en septiembre de 1917 y formaron
una coalición de gobierno en los soviets junto con los Bolcheviques en
noviembre. Las perspectivas de tener que dirigir un Estado, y probablemente
también la economía, sin el apoyo de gente formada preocupaba profundamente, en
particular a los militantes de los comités de fábrica, mayoritariamente
bolcheviques.
El golpe de
estado fracasado del general Kornilov a finales de agosto, que contó con el
apoyo entusiasta de las clases dominantes, pareció despejar una solución al
callejón sin salida al que se estaba llegando. Rindiéndose ante la obviedad,
los socialistas moderados parecieron aceptar la necesidad de romper relaciones
con los liberales (los ministros liberales dimitieron la noche anterior al
levantamiento militar). Los obreros reaccionaron con una curiosa mezcla de
alivio y alarma a las noticias sobre la llegada de Kornilov a Petrogrado.
Sentían alivio porque podían al menos actuar al unísono en contra de la
contrarrevolución en marcha - y así hicieron con gran energía-, y no
enfrentándose con el resto de fuerzas de la democracia revolucionaria. Lenin,
ya tras la derrota de Kornilov, ofreció el apoyo de su partido al CEC, actuando
como una fuerza leal pero de oposición, siempre y cuando el CEC arrebatas el
poder al gobierno.
Tras ciertas
vacilaciones, los socialistas moderados rechazaron romper con las clases
propietarias. Permitieron a Kerensky formar un nuevo gobierno de coalición que
incluía personalidades de la burguesía particularmente odiosas como el patrón
industrial S.A Smirnov, que había cerrado recientemente sus fábricas textiles
para echar a los trabajadores.
Pero para
finales de septiembre, los Bolcheviques ya tenían la mayoría en casi todos los
soviets de Rusia de manera que podían contar con una mayoría en el Congreso de
los Soviets, convocado a regañadientes por el CEC el 25 de Octubre. Mientras
todavía se encontraba escondido huyendo de una orden de detención, Lenin exigió
al comité central del partido que preparase una insurrección. Pero la mayoría
del comité central tenía dudas al respecto y prefería esperar a la convocatoria
de una asamblea constituyente. Uno puede perfectamente comprender sus dudas.
Después de todo, una insurrección podía desencadenar todas las condiciones para
la todavía latente guerra civil. Era un salto terrorífico hacia lo imprevisible
que pondría al partido en la situación de gobernar en condiciones de grave
crisis política y económica. Por otra parte, la esperanza de que una asamblea
constituyente pudiese superar la profunda polarización que caracterizaba a
Rusia, o que las clases dominantes aceptasen su veredicto de ir en contra de
sus intereses, era sin lugar a dudas una ilusión. Mientras tanto, el colapso
industrial y la hambruna de masas estaban cada vez más cerca.
Si los líderes
bolcheviques acabaron organizando la insurrección no fue por la autoridad
personal de Lenin, sino por la presión de sus bases y cuadros intermedios, que
estaban siendo interpelados por él. El partido contaba como 43 000 miembros en
octubre 1917 sólo en Petrogrado, de los cuales 28 000 eran obreros (sobre un
total de 420 000 obreros industriales), y 6000 eran soldados. Estos
trabajadores estaban preparados para la acción.
No obstante,
el estado de ánimo entre los trabajadores fuera del partido era más complejo.
Apoyaban sin
miramientos la demanda de transferir todo el poder a los Soviets, pero no
estaban por la labor de tomar la iniciativa. Esto suponía la situación opuesta
a la de los cinco primeros meses de la revolución, en los cuales las bases
obreras estaban a la vanguardia, obligando al partido a seguirlas: así fue en
la revolución de Febrero, en las protestas de abril en contra de la política
bélica del gobierno, en los movimientos por el control obrero de las industrias
como respuesta a los cierres patronales en marcha, y en las manifestaciones de
julio para exigir al CEC que tomase el poder.
Pero el
derramamiento de sangre de julio y la represión que siguió después cambiaron
significativamente las cosas. En efecto, la situación política había
evolucionado desde entonces hasta el punto de que los Bolcheviques encabezaban
los Soviets en casi todas partes. Ahora bien, los días que precedieron a la
insurrección, la totalidad de la prensa que no fuese pro-bolchevique predecía
con seguridad que la insurrección sería aplastada de manera aún más sangrienta
que en los acontecimientos de julio.
Otra fuente de
indecisión para los trabajadores era el amenazante espectro del desempleo de
masas. El colapso industrial se avecinaba, y constituía así el argumento más
potente para actuar inmediatamente, pero también una fuente de inseguridad que
llenó de dudas a los trabajadores.
Por tanto, la
iniciativa se encontraba del lado del partido, aunque ello no significase que
los obreros bolcheviques estuviesen exentos de dudas. Ahora bien, tenían
ciertas cualidades, forjadas tras años de lucha intensa contra la autocracia y
los patrones, que les permitieron superarlas. Una de sus virtudes era su deseo
de independencia como clase frente a la burguesía, que constituía a su vez el
elemento definitorio del bolchevismo como movimiento de los trabajadores. En
los años previos a la revolución, ese deseo se expresaba en la insistencia de
los trabajadores de mantener sus organizaciones, ya sean políticas, económicas
o culturales, libres de influencia de las clases dominantes.
En estrecha
relación con lo anterior era el fuerte sentimiento de dignidad que tenían los
trabajadores, tanto individualmente como en tanto que miembros de la clase
obrera. El concepto de 'obrero consciente' en Rusia recogía una cosmovisión y
un código moral separados y opuestos a los de la burguesía. El sentimiento de
dignidad se manifestaba por ejemplo, y entre otras formas, en la demanda de ser
tratados educadamente que aparecía sin excepción en las listas de las demandas
en huelgas. Demandaban ser tratados de usted por la administración de las fábricas
y que no se dirigiesen a ellos en la segunda persona del singular, reservada
para amigos, hijos y subordinados. En una compilación de estadísticas acerca de
las huelgas, el Ministerio de Interior zarista puso en la columna de 'demandas
políticas' la exigencia de trato educado, presumiblemente porque implicaba un
rechazo de los trabajadores a ser considerados como subordinados en la
sociedad. En 1917, resoluciones emanadas de las asambleas fabriles solían
referirse a las políticas del gobierno provisional como 'burlas' a la clase
obrera. En Octubre, cuando los obreros
de la Guardia Roja rechazaban agacharse mientras corrían o rechazaban tener que
combatir tumbados en el suelo, ya que lo consideraban una muestra de cobardía y
deshonor para un obrero revolucionario, los soldados tuvieron que explicarles
que no hay honor alguno en ofrecer tu frente al enemigo. Pero si bien el
orgullo de clase era una carga a nivel militar, no parece que hubiese podido
haber revolución de Octubre sin él.
Aunque la
iniciativa de Octubre recayó principalmente sobre los hombros de los miembros
del partido, la insurrección fue bienvenida por virtualmente todos los
trabajadores, incluidos los impresores, tradicionalmente seguidores de los
Mencheviques. Sin embargo, el problema
de la composición del nuevo gobierno apareció de nuevo sobre la escena. Todas
las organizaciones obreras, para entonces lideradas por los Bolcheviques, así
como el propio partido, pedían una coalición de todos los partidos socialistas.
Una vez más,
esto era la expresión del afán de unidad en el seno de las fuerzas de la
democracia revolucionaria y el deseo de evitar una guerra civil que las
enfrentase entre sí. En el comité
central, Lenin y Trotski se oponían a incluir a los socialistas moderados (aunque
no a los eseristas de izquierda ni a los Mencheviques-internacionalistas), ya
que consideraban que iban a paralizar la acción del gobierno. No obstante, se
mantuvieron de lado mientras las negociaciones tenían lugar.
La coalición
estaba condenada a no suceder. Las negociaciones se rompieron al entrar en la
cuestión del poder de los soviets: los Bolcheviques, así como la inmensa
mayoría de los trabajadores, querían que el gobierno fuese responsable
únicamente ante los soviets -esto es, un gobierno popular libre de las
influencias de las clases propietarias. Los socialistas moderados, en cambio,
consideraban que los soviets eran una base demasiado débil para un gobierno
viable. Continuaron insistiendo, aunque disfrazadamente, en la necesidad de
incluir representantes de las clases dominantes, o al menos del "estrato
intermedio" que no se encontraba representado en los soviets. Ahora bien,
la sociedad rusa se encontraba profundamente dividida, y estos últimos estaban
alineados junto a las clases dominantes. Así mismo, los moderados rechazaban de
plano cualquier gobierno con una mayoría bolchevique, incluso si los
Bolcheviques habían constituido la mayoría en el Congreso de los Soviets que
votó asumir todo el poder. En resumen, los moderados demandaban anular la
insurrección de Octubre.
Una vez que
eso quedó claro, el apoyo obrero por una coalición amplia se desvaneció. A
continuación, los eseristas de izquierda, que llegaron a la misma conclusión
que los obreros, formaron una coalición de gobierno junto a los Bolcheviques.
Hacia finales de noviembre, un congreso nacional de campesinos, dominado por
los socialrevolucionarios de izquierda, decidió fundir su comité ejecutivo
junto con el CEC de diputados obreros y soldados. Esta decisión fue recibida
con alivio y júbilo por los Bolcheviques y los trabajadores en general: se
había alcanzado la unidad, al menos desde abajo, aunque ésta no contase con la
intelligentsia de izquierdas, alineada mayoritariamente con los socialistas
moderados (ahora bien, ha de resaltarse, que los Mencheviques, a diferencia de
los eseristas, no se levantaron en armas contra el gobierno de los soviets).
Este es por
tanto el significado del "se atrevieron", como legado de Octubre. Los
Bolcheviques, como genuino partido de los trabajadores, actuó de acuerdo a la
siguiente máxima: "Fais ce que dois, advienne que pourra" (Haz lo que
debas, que acontezca lo que se pueda). Trostki pensaba que esta máxima debía
guiar el hacer de todo revolucionario (2). He tratado de demostrar que este
reto no se aceptó a la ligera y que los Bolcheviques no eran aventureros
temerarios. Temían la guerra civil, trataron de evitarla, y si ello no fue
posible, al menos trataron de limitar su severidad y ganar cierta ventaja en
ella.
En un ensayo
escrito en 1923, el líder Menchevique, Fedor Dan, explicó el rechazo de su
partido a romper relaciones con las clases propietarias incluso después del
golpe de Kornilov. El motivo era que "las clases medias", esa parte
de la "democracia" que no se encontraba representada en los Soviets
(Dan hace referencia a un profesor, a un cooperativista, al alcalde de
Moscú,...) no iba a apoyar una ruptura con las clases propietarias - estaban
convencidos de que el país era ingobernable sin ellos - ni iba a considerar,
bajo ningún concepto, participar en un gobierno junto con los bolcheviques. Dan
continuaba así:
"Entonces
-teoréticamente- sólo quedaba un camino para una inmediata solución a la
coalición [con representantes de las clases propietarias]: la formación de
un gobierno en conjunto con los
Bolcheviques -una que no sólo no iba a contar con la democracia que no se
hallaba representada en los soviets, sino que también iría en contra de ella.
Considerábamos que ese camino era inaceptable, dada la postura bolchevique de
aquel periodo. Comprendimos perfectamente que adentrarse en ese camino suponía
adentrarse en el camino del terror y la guerra civil; es decir, hacer todo lo que los
Bolcheviques se vieron forzados posteriormente a hacer. Ninguno de nosotros
sentía que podía asumir la responsabilidad de esas políticas que nacerían de un
gobierno de no-coalición." (3)
La postura de
Dan puede ser contrastada con la de una figura extraña de los socialistas
moderados, V.B Stankevich (que había sido comisario en el frente durante el
gobierno provisional). En una carta fechada en febrero de 1918 y dirigida a sus
camaradas de partido, escribió:
"Debemos
constatar que, a estas alturas, las fuerzas del movimiento popular se encuentran del lado del nuevo régimen...
Hay dos vías
abiertas a los socialistas moderados: proseguir en su lucha irreconciliable
contra el gobierno, o ser una oposición pacífica, creativa y leal… ¿Pueden las
viejas fuerzas dirigentes afirmar que, a día de hoy, han adquirido la
experiencia suficiente para gestionar la tarea de dirigir el país, una tarea
que no se ha vuelto más sencilla sino más difícil? En realidad, no tienen programa
alguno que oponer al bolchevique, y una lucha sin programa no es mejor que las
aventuras de los generales mejicanos. Pero es que incluso si la posibilidad
de crear un programa existiese,
debéis comprender que no tenéis las fuerzas para ejecutarlo. Para derrocar a los Bolcheviques necesitáis,
si no es formalmente al menos de hecho, el esfuerzo unificado de todas las
fuerzas opositoras, desde los eseristas hasta la extrema derecha. Pero, incluso
dándose dicha condición, los Bolcheviques seguirían siendo más fuertes...
Sólo hay un
camino posible: el camino del frente popular unido, del trabajo nacional unido,
de la creatividad en común…
¿Mañana qué?
¿Se continúa con los intentos inútiles, sin sentido y esencialmente aventureros
de tomar el poder? ¡O trabajamos en conjunto con la gente esforzándonos de
forma realista a ayudar en resolver los problemas que Rusia afronta, problemas
que están vinculados con la lucha pacífica en pro de principios políticos
eternos, en pro de unas verdaderas bases democráticas para gobernar el
país!"(4)
Dejo en manos
del lector decidir qué postura tuvo más mérito. No obstante, uno puede
argumentar convincentemente que el rechazo a "atreverse" de los
socialistas moderados contribuyó al desenlace que clamaban temer.
Desde octubre
1917, la Historia está repleta de ejemplos de partidos de izquierda que no se
atrevieron cuando debieron hacerlo. Por ejemplo, el Partido Social Demócrata
Alemán en 1918, los socialistas italianos en 1920, la izquierda española en
1936, los comunistas franceses e italianos en 1945 y 1968-69, la Unidad Popular
en Chile entre 1970-73, y más recientemente Syriza en Grecia. Lo que quiero
decir no es, por supuesto, que fallaron al organizar una insurrección en algún
momento en particular, sino más bien que rechazaron desde el comienzo adoptar
una estrategia cuyo objetivo principal fuese arrebatar el poder económico y
político a la burguesía, una estrategia que requiere necesariamente, en algún
momento, una ruptura revolucionaria con el Estado capitalista.
A día de hoy,
cuando las alternativas a las que se enfrenta la humanidad están tan
polarizadas, cuando, más que nunca, las únicas opciones reales son el
socialismo o la barbarie, cuando el futuro de la civilización está en juego, la
izquierda debe inspirarse de Octubre. Esto significa que, a pesar de las
derrotas históricas sufridas por la clase obrera y las fuerzas sociales aliadas
a lo largo de las pasadas décadas, se debe denunciar como ilusorio cualquier
programa que quiera restaurar el Estado de bienestar keynesiano o quiera volver
a "una socialdemocracia genuina". Un programa así en el capitalismo
contemporáneo está condenado a fracasar y a ser un agente desmovilizador.
“Atreverse” significa hoy desarrollar una estrategia cuyo objetivo final sea el
socialismo y aceptar que ese objetivo va a implicar necesariamente, en un
momento u otro, una ruptura revolucionaria con el poder económico y político de
la burguesía, y junto a ellos, con el Estado capitalista.
Notas:
(1) K. Marx, “Afterword to the Second Edition of
Capital. vol. I, International Publishers, N.Y., 1967, p. 17.
(2) Trotsky, L., My Life, Scribner, N.Y., 1930, p.
418.F.
(3) I., Dan, “K istorii poslednykh dnei Vremennogo
pravitel’stva, Letopis’ Russkoi revolyutsii, vol. 1, Berlin, 1923 (https://www.litres.ru/static/trials/00/17/59/00175948.a4.pdf)
(4)I.B. Orlov, “Dva puti stoyat pered nimi …” Istoricheskii
arkhiv, 4, 1997, p. 79.
David Mandel
politólogo e historiador marxista especializado en Rusia y Ucrania, es
profesor de la Universidad de Québec en Montréal, Canada, y editor de la
revista bilingue en ruso e inglés Alternatives. Es autor de The Petrograd Workers in the Russian Revolution,
Brill-Haymarket, Leiden and Boston, 2017.
Fuente:
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article42404
Traducción:
Pablo Muyo Bussac
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