martes, 24 de diciembre de 2019

Colombia: balance y retos de una explosión social sin precedentes

Colombia: balance y retos de una explosión social sin precedentes

Daniel Libreros Caicedo 

19/12/2019

El 21 de noviembre (21N), Colombia presenció una explosión social sin precedentes en la historia del país desde mediados del siglo pasado. Ese día había sido convocada una marcha de protesta en contra de los anuncios gubernamentales de reformas económicas regresivas por el Comando Nacional de Paro, integrado por las centrales sindicales (Central Unitaria de Trabajadores – Confederación General de Trabajadores – Confederación de Trabajadores de Colombia) y por organizaciones de estudiantes, campesinos, indígenas, afros, pensionados y ambientalistas que en años recientes habían liderado resistencias de esos sectores sociales a las políticas estatales. La iniciativa de la convocatoria de las centrales de trabajadores, repitiendo el formato de años anteriores, de impulsar marchas rutinarias a finales del año para ambientar la negociación sobre el salario mínimo con los gobiernos de turno que, por obligación legal, deben citarla en este período. El límite a la capacidad de convocatoria de las centrales es la escasa cobertura de sus afiliados que representan tan solo el 4% del total de los asalariados, lo que debe explicarse por la legislación laboral regresiva y por la criminalización de las resistencias sindicales (1). En el plano interno, esta fragilidad en la interlocución social remite al aislamiento, resultado de una forma de organización vertical y cerrada que en su funcionamiento requiere acuerdos “por arriba” entre las direcciones de la burocracia sindical, de los partidos de izquierda y de la izquierda social no partidaria. Adicionalmente, sus plataformas de acción se reducen a la esfera de las reivindicaciones corporativas.  
Luego, todo hacía presagiar una marcha rutinaria. Sin embargo, durante las semanas previas al 21N, el malestar social que en los últimos meses se ha expresado en barrios, universidades, informales y desempleados, comenzó a focalizarse en la jornada. Las noticias internacionales ayudaron, en ese mismo lapso, el movimiento indígena ecuatoriano derrotó el intento fondomonetarista de imponer un plan de ajuste y en Chile, el  país emblemático del neoliberalismo latinoamericano, al que los tecnócratas de oficio habían presentado como ejemplar, se desató una  explosión social gigantesca que aún tiene en dificultades al gobierno de Sebastián Piñera. Entonces, el “efecto contagio” animó a los desesperanzados de uno de los países más desiguales de la región. El anuncio de mayores sacrificios a una población cada vez más empobrecida, acompañado al cansancio que produce el tedio de observar asesinatos diarios de líderes sociales sin responsables castigados, la corrupción practicada de manera cómplice entre políticos y grandes magnates para repartirse el patrimonio público, y la existencia de una justicia maniatada por los poderosos que tan solo deja estelas de impunidad. 
Por ello, la convocatoria del 21N terminó convirtiéndose en una multitudinaria movilización que incorporó a amplias capas de la población que salieron a las calles a protestar en contra de las múltiples formas de opresión que produce el orden establecido y del cinismo de sus representantes políticos. Por primera vez en décadas, las calles de las principales ciudades del país presenciaron el desfile de millones de personas a pesar de los chantajes gubernamentales, a pesar de las declaratorias de toque de queda, a pesar de los allanamientos selectivos previos a líderes de la protesta. En una palabra, a pesar de las amenazas convencionales del terror de Estado.
Las movilizaciones del 21N tuvieron el respaldo nocturno de los cacelorazos en los barrios convertidos en el eco solidario de las proclamas callejeras, confirmando la enorme legitimidad social del paro. Durante los días siguientes, marchas y cacelorazos continuaron en calles, barrios y parques, acompañados con la presencia de grupos musicales y de teatro. Un espectáculo de euforia colectiva y de arte callejero.  
El domingo 8 de diciembre, unas 300.000 personas presenciaron en diversos sitios del centro de Bogotá el llamado “concierto del paro”, en el que participaron orquestas juveniles que quisieron manifestar su solidaridad con las protestas. Cuando los organizadores tramitaron los permisos para realizar la jornada artística, la alcaldía les ofreció el parque Simón Bolívar, un lugar de la ciudad que posibilita la concentración de miles de personas, diseñado para este tipo de espectáculos. Rechazaron la oferta y la realizaron en tarimas callejeras. Se trata de prolongar el disfrute del espacio, público, argumentaron, confirmando que existe un sentimiento popular por continuar en las calles, un sentimiento acompañado de la convicción de que ha llegado el momento de abandonar el miedo que por décadas nos condenó al ostracismo. Un sentimiento verbalizado en murmullos cotidianos en los que se afirma “que este país ya no es el mismo después del 21N”.    
El fracaso gubernamental en la aplicación de una política de “seguridad interna”
Históricamente, la principal justificación de las elites para ilegalizar las resistencias sociales fue la de presentarlo como colaborador de las guerrillas en medio de la guerra civil interna, que comenzó hacia mediados del siglo XX. Cualquier protesta de cualquier sector de la población era caracterizada como proclive a la guerrilla, lo que servía de pretexto para aplicar la legislación de excepción, detener a los dirigentes y judicializarlos.  
La negociación con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionaria de Colombia), impidió que se siguiera utilizando este argumento, abriéndole nuevas posibilidades al movimiento popular. Esta negociación no planteó el tránsito a reformas democráticas, aspiración de partidos, organizaciones y personalidades democráticas que acompañaron la propuesta de solución política al conflicto desde hace varias décadas. Fue derrotada plebiscitariamente en octubre del 2016 por una alianza política de derecha liderada por el uribismo, que incluyó al Partido Conservador a la mayoría de la Iglesia Católica y a los predicadores de las iglesias evangélicas, lo que obligó a una nueva negociación entre las partes con presencia del uribismo, que redujo el contenido de lo pactado y cuya aprobación debió pasar por el filtro del Congreso, soportando recortes adicionales. La versión final de estos acuerdos contempló un sistema de justicia, verdad y reparación integrado por la Justicia Especial de Paz (JEP), encargada de la “justicia transicional”, y la Comisión de Verdad. En el caso de la JEP, el tratamiento definido frente a quienes financiaron la guerra (empresarios y latifundistas) fue tan benigno que quedaron con la opción voluntaria de presentarse a este organismo judicial. Igualmente, se desconoció el criterio de “cadena de mando” para ambas partes y en el caso de las responsabilidades por violación de derechos humanos por parte de los miembros de las Fuerzas Armadas, abrieron la posibilidad de amnistiarlos mediante una figura jurídica denominada “renuncia a la acción del Estado”.
La agenda económica tampoco apuntó a reformas estructurales. Dado que las FARC fueron una guerrilla de tradición campesina y con presencia en zonas de colonato el tema de la tierra fue el central en esta negociación. Sin embargo, el acuerdo no incluyó medidas que cuestionaran a la concentración latifundista de la tierra fortalecida en medio de la guerra tanto por el despojo a campesinos como por el lavado de dinero (2); terminó por incluir la formalización de la propiedad de siete millones de hectáreas en zonas de colonato donde las FARC tuvieron presencia y la creación de un fondo de tierras compuesto por tres millones de hectáreas para distribuir nacionalmente a campesinos pobres. Hasta el momento han quedado en letra muerta. Un punto adicional en lo pactado fue el compromiso estatal de realizar inversiones en las regiones marginadas y azotadas por el conflicto, a lo que igualmente se ha negado el gobierno con el pretexto de la actual crisis fiscal. Como si fuera poco un número de 170 desmovilizados de las FARC han sido asesinados desde que dejaron las armas, el último de ellos dentro de los propios campamentos en los que están concentrados, conforme a lo definido por los acuerdos. 
A pesar de estas limitaciones en el diseño y la implementación de los acuerdos, el uribismo viene intentando rebajarle aún más los contenidos. El partido Centro Democrático, al que pertenece el actual presidente Iván Duque, presentó una serie de objeciones a la JEP que perseguían oficializar mayor impunidad las cuales no alcanzaron a obtener las mayorías en el Congreso e impide la oficialización de 16 circunscripciones parlamentarias para las víctimas que fueron reconocidas en la negociación.
En lo referente al manejo del “orden público” el gobierno actual viene implementando una política diseñada bajo los obsoletos argumentos del “enemigo interno”. Colocó como Comandante del Ejército al general Nicacio Martínez, quien ha sido señalado por la propia Fiscalía, como responsable de ejecuciones extrajudiciales (llamados eufemísticamente por la prensa como “falsos positivos”) en la región Caribe (Departamentos de la Guajira y el Cesar) durante el año 2006, cuando ofició de segundo comandante y jefe del Estado Mayor de la Brigada ubicada en esa región. (3)
Una vez posesionado, Martínez volvió a incluir en los protocolos del ejército las directrices que llevaron a la generalización de ejecuciones extrajudiciales, lo cual fue denunciado por The New York Times, periódico que obtuvo información de oficiales (4) que certificaron adicionalmente muertes y arrestos “sospechosos”. En medio de estas denuncias ocurrió el asesinato del ex -guerrillero de las FARC Dimas Torres en el municipio de Convención, región del Catatumbo, ubicada en el nororiente del país, quien fue detenido y asesinado por militares activos en estado de indefensión. Este asesinato tuvo la particularidad de que fue conocido y denunciado por los habitantes de la localidad por lo que obligó al general Diego Luis Villegas, comandante de las fuerzas especiales de esa región, a pedir perdón público, gesto que repitió ante la Comisión de Paz del Congreso. 
Posteriormente, la opinión pública conoció, en los inicios de noviembre y en medio de un debate parlamentario, el trágico resultado de un bombardeo realizado en contra de las llamadas “disidencias” de las FARC a finales de agosto en San Vicente del Caguán, departamento del Caquetá, en el que murieron 18 niños. En este debate quedó en claro que, previo a la ejecución del bombardeo, el ejército tenía conocimiento de la presencia de menores en el terreno y que el mando de la brigada había sido informada oficialmente por parte del personero municipal. Igualmente quedó en claro que el ejército escondió durante meses la información de lo ocurrido. El debate causó la renuncia del hasta entonces Ministro de Defensa Guillermo Botero. (5)
Estas tensiones en el interior del ejército y entre las fracciones parlamentarias del régimen de dominación, confirman que existe una fisura en las elites: entre el uribismo que pretende preservar la política de “seguridad interna” y quienes acompañaron al expresidente Manuel Santos en la negociación política con las FARC en La Habana, que consideran que debe adecuarse a un ejército postconflicto que gane legitimidad. Por ello, también reivindican la implementación de los acuerdos en su versión final y conformaron un bloque político denominado “Defensores de la Paz”, al que se sumaron todos los partidos no uribistas incluyendo la izquierda y movimientos de derechos humanos el cual realiza campañas y giras nacionales. Tuvieron un papel activo en la realización de alianzas en las últimas elecciones regionales realizadas el 27 de octubre en las que los candidatos del Centro Democrático fueron derrotados en las ciudades capitales.
Más allá de estas contradicciones inter-elites, el desgaste del gobierno por intentar preservar la opción belicista es evidente. El rechazo popular al asesinato continuo de líderes sociales, ambientales y de miembros de las comunidades étnicas en regiones periféricas, cada vez tiene mayor resonancia en las ciudades. El caso de los niños muertos en el bombardeo del Caquetá produjo una indignación colectiva que encontró un eco multitudinario en la movilización del 21 de noviembre.
En el propio desarrollo del paro, la población ha tenido que enfrentar otra forma de terror de Estado: el escuadrón antidisturbios (ESMAD), cuerpo de la policía especializado en el enfrentamiento a las marchas de protesta. Creado en el 2007 durante el segundo gobierno de Uribe enfrentan de tal manera las movilizaciones que han sido varios los muertos, los encarcelados y golpeados por este escuadrón policial. Pero en medio de una explosión social como la actual, ese comportamiento arbitrario genera un rechazo mucho mayor. El 23 de noviembre en el centro de Bogotá, un miembro de ese escuadrón antidisturbios dejó malherido a un estudiante de bachillerato de tan solo 18 años, Dilan Cruz, al dispararle con perdigones de bala recalzados a corta distancia. Dilan murió pocos días después en un hospital de la ciudad convirtiéndose en un símbolo de la resistencia actual. El 11 de diciembre, miembros del mismo escuadrón intentaron secuestrar en un carro sin insignias oficiales a dos estudiantes que participaban en un mitin frente a las instalaciones de la Universidad Nacional. Un ciudadano, ante los gritos de los jóvenes comenzó a grabar, se subió en su vehículo y siguió al carro fantasma obligando a que detuviera la marcha y se identificaran aumentando el estupor ciudadano. Han sido muchos los manifestantes golpeados judicializados y otros que, igual que en la represión en Chile, han perdido los ojos. A causa de estos acontecimientos deleznables una de las reivindicaciones principales y unificadora del paro, al igual que del conjunto del movimiento democrático, es la disolución del ESMAD, que en esta oportunidad no pudo detener la avalancha callejera. 
El “paquetazo” económico resultado de la crisis del neoliberalismo periférico  
La actual crisis económica internacional desnudó las fragilidades del modelo financiero-extractivista en América latina. La fuerte caída de los precios internacionales de las comodities durante el lapso 2013-2017, produjo déficits comerciales y fiscales en los países de la región, que obligaron a incrementar los endeudamientos públicos y privados. En estas condiciones y como ocurre en períodos de declive en las economías periféricas, la Inversión extranjera directa cayó; en el caso de la IED, por cuanto las inversiones en los sectores extractivos devienen menos rentables y en lo atinente a las inversiones de portafolio por cuanto aumenta la “prima de riesgo”, empujando la fuga de capitales. A la manera de un círculo infernal que se cierra sobre sí mismo, la reducción de la inversión extranjera produce devaluación monetaria y aumento de las deudas, que en la macroeconomía del lenguaje neoliberal, obligan a planes de ajuste que persiguen la contracción de la demanda. Pero la población cansada de soportar el detrimento continuo en sus condiciones de vida ha salido a rechazarlos. Las movilizaciones de octubre en Ecuador y Chile lo explicitaron. Las de Colombia, el 21 de noviembre, hicieron parte de ese mismo hartazgo por los ajustes neoliberales.
Unas semanas antes del paro el gobierno Duque presentó al Congreso una propuesta de reforma tributaria en línea de continuidad con una política fiscal que, desde los inicios de la implementación del neoliberalismo en los inicios de la  década de 1990, aumenta las exenciones a los grandes capitales mientras descarga sobre las capas medias y pobres  el grueso del castigo tributario, en un país que desde el año 2000 hasta ahora ha tenido que soportar 13 reformas fiscales de este mismo tipo, una cada año y medio en uno de los países de mayor concentración del ingreso en la región. 
El gobierno adicionó a esa propuesta la de una contrarreforma laboral que pretende flexibilizar aún más el régimen de trabajo, al punto de incluir el pago de salarios por horas; una contrarreforma jubilatoria favorable a los fondos privados de pensiones; y por recomendación de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la creación de un holding financiero estatal el cual centralizaría la totalidad de los recursos del sector financiero estatal para competir en el mercado de capitales. 
Las exigencias del capital transnacional por estabilizar la economía en crisis, después de la caída en los precios del petróleo, el principal producto exportador, explican la propuesta del “paquetazo” gubernamental.
Colombia tiene un déficit en cuenta corriente superior al 4% del PIB, el cual aumentó de manera considerable a partir del 2013, con la caída del precio internacional del petróleo, el principal producto exportable al igual que la IED. En el lapso 2013-2017, hubo un declive pronunciado del precio internacional del petróleo y a consecuencia de ello las exportaciones petroleras bajaron en un 60,4% y la IED del sector en un 41.3%. (6) A pesar de la recuperación parcial de los precios internacionales del petróleo durante los últimos años este déficit sigue en aumento, (7) al igual que la reducción de la IED (8), lo que ha precipitado fuga de capitales de corto plazo graficado estadísticamente en el declive de las inversiones de portafolio. (9)  
En medio de este cuadro recesivo la devaluación de la moneda alcanzó uno de los niveles más altos en el promedio internacional de las monedas (10) arrastrando de paso el crecimiento de la deuda externa, lo cual es particularmente grave en el caso de la deuda pública que ya llega al 51% del PIB, con el agravante de que existe en el país una legislación impuesta por el FMI, según la cual en la ejecución de los presupuestos anuales el pago de los intereses de deuda es prioritario. (11) 
Bajo las coordenadas de la dominación neoliberal el ajuste económico toma el carácter de inevitable. Por ello, mientras en las calles los manifestantes reclaman una sociedad más justa, el presidente y la mayoría parlamentaria continúan tramitando en el Congreso los proyectos de ley exigidos por el capital transnacional, lo que reafirma la fractura entre población e instituciones, confirmando la estrechez de una “democracia representativa” creada a imagen y semejanza del neoliberalismo, apoyada en clientelas políticas, en lobbies empresariales y en negociaciones secretas. Lo que estamos presenciando en Colombia y en América Latina en general, no es tan solo la crisis del neoliberalismo como modelo económico basado en el despojo, sino también la crisis de sus formas de representación política.               
Los retos que plantea la nueva coyuntura política
Desde el 21N ha surgido en el país un movimiento plural que involucra asalariados, pobladores de los barrios, capas medias acorraladas por impuestos y la usura bancaria en las ciudades. Dentro de esta convergencia social debe resaltarse el papel de los movimientos juveniles que han emergido a la confrontación exigiendo derechos y explicitando su lejanía frente a una guerra que ya no los convoca.
Estas expresiones juveniles tienen antecedentes en los movimientos universitarios de resistencia que aparecieron en años anteriores. Efectivamente, en el 2011 la denominada Mesa Nacional estudiantil logró, mediante una protesta de gran espectro, derrotar un proyecto de “reforma universitaria” impulsado por el gobierno de Santos y el año pasado, otro movimiento del mismo carácter logró conseguir recursos presupuestales adicionales a los que había proyectado  el actual gobierno. Pero ahora, el campo de la movilización juvenil es mucho más amplio; incluye la presencia de los jóvenes que no pueden acceder a las universidades, o de aquellos que habiendo logrado un título profesional no encuentran empleo (12); incluye a aquellos que estudian en universidades privadas, obligados a soportar endeudamientos asfixiantes. Igualmente a los de los institutos técnicos que antes de terminar los estudios ya les han anunciado una contratación laboral precaria; también a aquellos jóvenes que la pobreza no les permite terminar la secundaria y tampoco pueden acceder a los servicios de salud mercantilizados o lograr un bienestar mínimo. 
Tal y como ha ocurrido en otras partes de la geografía planetaria con movimientos sociales similares, este movimiento juvenil acude a la protesta callejera de manera espontánea utilizando las redes virtuales, motivado por denunciar “las consecuencias del neoliberalismo” aunque sin conocer sus causas (13). Rechaza las instituciones y los partidos dominantes pero, igualmente, no se sienten representados en los partidos de izquierda como tampoco en las organizaciones populares tradicionales. Objeta las decisiones verticales, los liderazgos unipersonales, democratizando las decisiones, lo que les imprime una gran fortaleza a su accionar. Expresa, al mismo tiempo, un pluralismo ideológico amplio en medio de la despolitización a la que los condenó el neoliberalismo y de allí su debilidad. 
Dentro de esta pluralidad ideológica deben resaltarse dos temas que denuncian la crisis civilizatoria a la que nos ha condenado el capitalismo contemporáneo: el de la destrucción de la naturaleza y el de la preservación de la sociedad patriarcal, cuestionando con mucha fuerza por mujeres jóvenes universitarias y profesionales.   
El movimiento social plural que acompañó las protestas callejeras del 21N no cuenta con una correlación de fuerzas que le permita plantearse rupturas institucionales, como la renuncia del Presidente o la convocatoria a una Asamblea Constituyente, como en el caso de Chile. Sin embargo, en su corta existencia ha logrado:
-Derrotar el terror de Estado que durante décadas ilegalizó el accionar de las organizaciones populares al darles el tratamiento de estado excepción, colocándolos como apéndices de las guerrillas. 
-Urbanizar la resistencia social tanto por la forma como irrumpió en las ciudades como por los puntos que propone en su plataforma reivindicativa.
-Potenciar un movimiento en defensa de los derechos humanos que cuestiona el asesinato recurrente de líderes sociales y que demanda una política democrática que garantice el cierre definitivo del conflicto armado.
-Colocar en el centro de la discusión política nacional a la desigualdad social como expresión interna de la crisis que el neoliberalismo experimenta a escala internacional. 
El denominado Comando Nacional Unitario que convocó el 21N mantiene la interlocución con el gobierno, pero las franjas de la población que actúan de manera espontánea o que pertenecen a una diversidad de organizaciones sociales, se encuentran por fuera de este organismo aunque dispersas y sin capacidad de convertirse en una opción política diferente.
De momento se coordinan en asambleas barriales, una forma territorial de democracia directa que responde al despojo causado por el urbanismo neoliberal, caracterizado como “extractivismo urbano”. (14) Estas asambleas barriales pueden convertirse en expresiones superiores de democracia si logran centralizarse y articularse con movimientos nacionales que resisten a las políticas estatales. Esta apuesta dependerá obviamente de la continuidad del paro en las semanas iniciales del año entrante, lo que en las actuales circunstancias parece posible y de los retos que le plantee al movimiento el enfrentamiento al gobierno. La alternativa política seguirá en disputa aunque ahora en un nuevo contexto. Urge una coordinación unitaria de quienes estamos convencidos de la necesidad de preservar una estrategia anticapitalista. 
Notas:
1) El departamento de derechos humanos de la CUT ha denunciado el asesinato de 3000 activistas sindicales desde cuando fue fundada esta central sindical, a mediados de la década de 1980.  
2) Los niveles de concentración de la tierra en el país son muy altos. El 1% de los grandes propietarios rurales acaparan el 60% de la tierra apta para cultivar mientras que dos millones y medio de familias campesinas viven en la superficie restante.
3) Durante el segundo gobierno de Álvaro Uribe, en el 2008, el país conoció que miembros de las fuerzas armadas habían asesinado a civiles indefensos haciéndolos pasar por bajas en combates. “El jefe del Ejército de Colombia dirigió una brigada acusada de matar a civiles”, El País”, Madrid, 5-06-2019, https://elpais.com/internacional/2019/06/04/colombia/1559607159_600734.html  Los llamados “falsos positivos” fueron uno de los escándalos militares más sonados durante el primer gobierno de Álvaro Uribe. Para obtener bonificaciones salariales o días compensatorios de descanso, conforme a los manuales reconocidos por el Ministerio de Defensa tomados, a su vez, de los manuales del ejército norteamericano; miembros  del  ejército retenían arbitrariamente a jóvenes humildes en la periferia de las ciudades, algunos de ellos discapacitados. Luego los llevaban a zonas de conflicto, les colocaban uniformes de guerrilleros y los fusilaban para obtener los beneficios. El número de ejecutados, según organizaciones sociales y de derechos humanos, puede llegar a 10.000.
4) Los oficiales que hablaron con The New York Times aseguran que estuvieron en el Ejército cuando ocurrían los falsos positivos, más de una década atrás. Las fuentes aseguran que las cosas empezaron a tomar un nuevo rumbo el pasado 19 de enero, un mes después del cambio de cúpula militar, cuando el general Martínez reunió a 50 generales y coroneles entre los que estaban sus principales mandos en todo el país.  (..) El 19 de febrero apareció un documento titulado "Cincuenta órdenes de Comando", conocido por el diario. En esta se exigen ataques oportunos y masivos. La directriz que marcaba el mayor cambio a como veían operando las cosas, dice The New York Times, es la de los ataques mortales.” “Falsos Positivos 2.0”  La  denuncia de The New York Times,  Revista  Semana, 18 de mayo del 2019, en https://www.msn.com/es-co/noticias/colombia/%C2%BFfalsos-positivos-20-la-denuncia-de-the-new-york-times-contra-el-ej%C3%A9rcito-nacional/ar-AABxWiU
5) Esta renuncia se precipitó antes de que el Congreso votara la “Moción de censura” respectiva. “A una semana de que las mayorías en el Congreso lo convirtieran en el primer ministro en la historia de Colombia en salir de su cargo por una moción de censura, Guillermo Botero tuvo que dar un paso al costado.
a través de un escueto comunicado, en la tarde de este miércoles, presentó la renuncia a su cargo…” “Renuncia Ministro de Defensa”, El Tiempo, 5 de noviembre del 2019, en  https://www.eltiempo.com/justicia/conflicto-y-narcotrafico/renuncia-ministro-de-la-defensa-guillermo-botero-431146
7) “El déficit de la balanza comercial de Colombia se multiplicó por más de dos veces en agosto pasado, al ubicarse en 1.426,6 millones de dólares, desde uno de 691,7 millones de dólares reportado para el mismo mes del año pasado”. El Tiempo, 18 de octubre del 2019, en https://www.eltiempo.com/economia/sectores/deficit-de-la-balanza-comercial-de-colombia-en-agosto-del-2019-424464 
8) Según las propias estadísticas oficiales, la IED cayó en 14,1% durante el 2018 (llegó a US$8.679,2 millones, mientras  que  en  el  2017 había  alcanzado  US$10.109 millones).
9) Estas inversiones en portafolio vienen experimentando un desplome; durante el 2018 cayeron en un 53,4%, datos que confirman que efectivamente estamos en fuga de capitales. El país es deficitario cuando se toma en cuenta el diferencial entre ingresos por inversión extranjera y salidas por utilidades y dividendos desde hace varios años lo que aparece en el rubro denominado “renta de factores” de la balanza de pagos. El balance deficitario de este rubro llegó a US$11.441 millones en el 2018.
10) En el 2014 el peso cotizaba a $1800 con relación al dólar. A finales del 2017 llegó a $3.000 y en la actualidad asciende a $3.500. Confirma igualmente la fuga de capitales.
11) Se trata del denominado “superávit primario” obligatorio no tan solo en el diseño de los presupuestos públicos, sino también en la elaboración de los planes de desarrollo y de las llamadas políticas públicas.
12) En la Universidad Nacional, la universidad pública más importante del país, procuran ingreso cada seis meses que terminan los períodos académicos de la secundaria aproximadamente 60.000 bachilleres. Y tan solo ingresan 7000 aproximadamente. El desempleo juvenil alcanza niveles del 22% aproximado, de lejos el monto más alto en el globo de los desempleados. Debe tenerse en cuenta que los métodos estadísticos.
13) Han sido caracterizados como movimientos por “ciudadanías emergentes”, movimientos que intentan salir de la marginalidad social a la que han sido sometidos por el neoliberalismo.
14) El reordenamiento espacial de las ciudades por parte del gran capital inmobiliario y financiero en procura de la obtención de rentas lleva al desalojo de las poblaciones de manera similar al desplazamiento que ocurre en los territorios en los que opera la explotación de hidrocarburos y minerales. Por ello ha sido caracterizado como ”extractivismo urbano”.
Docente en la Universidad Nacional de Colombia, miembro de la dirección del Movimiento Ecosocialista.
Fuente:
Correspondencia de Prensa, 18 de diciembre 2019

lunes, 16 de diciembre de 2019

Desahucios a palos contra Derechos Humanos

Desahucios a palos contra Derechos Humanos

Rafael Borràs Ensenyat 

13/12/2019
En la ciudad de Palma -la capital de la comunidad autónoma de las Islas Baleares- este 10 de diciembre de 2019 se vivió de forma un tanto peculiar el Día de los Derechos Humanos. Mientras las instituciones hacían actos institucionales llenos de retórica, un grupo de activistas de la Plataforma STOP Desahucios, se concentraba frente el número 3 de la calle Parc, cerca del barrio palmesano de Santa Catalina, que es una de las zonas que sufrió tempranamente la gentrificación por la llegada de vecinos del norte de Europa y convirtieron la vivienda en pura especulación, y el derecho a ella en una quimera para las personas no muy ricas. El lugar de la concentración de los y las activistas no está lejos del barrio de Son Espanyolet, donde el movimiento vecinal está en pie de guerra contra la invasión del turismo vacacional que los quiere gentrificar.
En la proximidad de estos dos escenarios de luchas, más o menos explicitas, por el Derecho a la Ciudad, y mientras en los solemnes salones institucionales se hacían discursos (quizás alguien citó retóricamente el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), que afirma que “toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y, en especial, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”), se iba concentrando gente con el objetivo de impedir el desahucio de una familia que acumulaba una deuda de 2.500 euros por varias mensualidades de alquiler. El goteo de desahucios es, en la actual fase de negación del derecho a una vivienda digna, muy mayoritariamente por el encarecimiento especulativo de los alquileres, en un contexto en el que las Reformas Laborales de 2010 y 2012 impiden que los salarios ganen capacidad adquisitiva.
Supongo que la burocracia del aparato de justicia no atiende a conmemoraciones como la del Día de los Derechos Humanos, pero la coincidencia con uno de los desahucios más crueles de los que últimamente se han producido en Palma no deja de ser una buena ocasión para insistir en la imposible convivencia de neoliberalismo y derechos humanos, que Julie Wark explica en su “Manifiesto de derechos humanos”. Un texto que, por cierto, conviene releer tanto en tanto.
El caso es que, en torno a este levantamiento se pueden hacer varias reflexiones interesantes, que van más allá del caso concreto. Pero, primero, contextualicemos en caso: Oscar Kacper Szczesniak Kalinowski (Palma, 2002) es un joven que se mueve en silla de ruedas, y que, con solo 17 años, ha sido operado 26 veces como consecuencia de la docena de enfermedades crónicas que padece. Todo ello no le impide tener, al menos en apariencia, una energía resistente envidiable. Lo demostró protestando contra el anunciado desahucio frente el Parlamento de las Islas Baleares, en el Pleno del Ayuntamiento de Palma, u organizando una huelga estudiantil en el colegio concertado Virgen del Carmen, donde cursa primero de bachillerato. Su padre trabaja todas las horas que puede, y a su madre, desde hace años, no tiene tiempo para dedicarlo a un empleo remunerado  pues tiene que estar pendiente de las necesidades, dado su estado de salud, de su hijo Oscar. El contexto es pues: Un hogar con sustentador único (el padre) que participa del llamado mercado de trabajo (con las precariedades que nos han dejado las reformas neoliberales); un miembro adulto (la madre) imposibilitada de participar en el sustento del hogar pues trabaja (sin retribución, claro está) en las imprescindibles labores de cuidados que requiere la situación de Oscar. El tercer miembro del hogar es, como ya se ha dicho, un joven con discapacidad, con dificultades de movilidad y múltiples enfermedades ¡Las dificultades para llegar a fin de mes son imaginables… pero, oficialmente, no es un hogar pobre! E, insisto, la expulsión (la extracción propia del actual capitalismo extractivista global y local) de la familia Kacper de la vivienda en la que vivían desde hacía algo más de 14 años estaba más que anunciada, y era conocida por las administraciones públicas.
Vayamos ahora a una media docena de reflexiones que, a colación del caso concreto, dan pie al debate más general:
I.- El peligro de “normalizar” el autoritarismo: La delegación del gobierno (en funciones) del PSOE menosprecia cualquier cosa parecida a mecanismos de mediación en las protestas anti desahucios, o en cualquier otro ámbito de protesta que cuestione el establishment “neoliberal conservador” o “neoliberal progre”,  como por ejemplo el de la anti masificación turística. Por parte de la policía se práctica una desproporcionada contundencia ante la resistencia y desobediencia pacífica ¿Alguien dará explicaciones por las contusiones que sufrió Oscar en el desahucio del día de los Derechos Humanos? Es más, el portavoz de Stop Desahucios es detenido, y puesto en libertad, después de muchas horas y con cargos. La aplicación de la “Ley Mordaza” en manos progresistas no es muy diferente a la que hacían sus mentores del PP. Suma y sigue: La dirección del colegio de Oscar boicotea la huelga estudiantil prevista para el día del desahucio, sin que, de momento, se sepa que la administración educativa haya abierto expediente para averiguar si se conculcaron derechos fundamentales de los chavales y las chavalas ¡El de huelga de solidaridad, en defensa del derecho a la vivienda, y de unas condiciones óptimas de estudio para Oscar, sin duda lo son!
II.- El fracaso de los “subsidios” (monetarios, en especies, o en servicios) condicionados: Las administraciones de las Islas Balares (autonómica, insulares y locales) no dejan pasar ocasión para enorgullecerse de, al menos, dos realizaciones de los y las progresistas que gobiernan desde 2015: La puesta en marcha de la Renta Social Garantizada (RESOGA) como gran -y casi única- política contra la pobreza, y la aprobación de la primera Ley de Vivienda de las Illes Balears. Pero la realidad es tozuda, y el fracaso de la RESOGA para la erradicación de la pobreza fue expresamente reconocido por la “máxima autoridad autonómica” en materia de Servicios Sociales. Por lo que hace referencia a la Ley de Vivienda, enunciados como el reconocimiento del derecho subjetivo de la ciudadanía a una vivienda, o “el derecho al acceso a la vivienda en situaciones de especial vulnerabilidad, y, por lo tanto, la obligatoriedad de la Administración de garantizarlo”, devienen en un sarcasmo cuando se confrontan con la geografía y contabilidad de los desahucios, o cuando la administración –en este caso municipal- afirma que "no ha constatado que la familia de Óscar esté en insolvencia sostenida". Igual que en el caso de Carmen -la protagonista del relato de Sara Mesa titulado “Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático”-, la pobreza se confunde con el hambre.
III.- La estigmatización de las personas empobrecidas y/o con carencias materiales: El caso que motiva estas líneas, ha hecho emerger la, más o menos intensa, estigmatización de las clases más subalternas y necesitadas. Detrás de la letanía de alguna persona con responsabilidades políticas en el ámbito de los servicios sociales, consistente en alardear en los medios de comunicación de propuestas que no pasaban por garantizar el mantenimiento del hogar, y de pregonar, literalmente, que “a esta familia la hemos atendido desde el año 2015”, subyace (intencionadamente o no) el mensaje de que las personas empobrecidas no tienen por qué tener garantía de vivir vidas queridas, y, en lugar de reconocer el fracaso del sistema, se lanza el mensaje de “si desde el 2015 les hemos atendido, ya está bien. Hasta aquí hemos llegado”. Cuidado con los mensajes que, aunque sean involuntarios o construidos en función del burocratismo, tengan la más mínima apariencia de aporofobia. ¡Hay demasiado “vox” para que las voces no sean nítidamente anti aporofóbicas!
IV.- La pérdida de capacidad integradora del empleo remunerado: En el caso concreto que nos ocupa –pero seguro que es generalizable-, ayudó mucho a extender el mensaje de estigmatización-culpabilización el hecho de que en el hogar desahuciado había miembros con empleo remunerado. No creo que sea una casualidad. Más bien es una consecuencia de los reiterados mensajes sobre una mejora sustancial del “mercado de trabajo”. A la situación del empleo remunerado se le aplica la lógica de mercado, haciendo, dicho sea de paso, caso omiso a la histórica Declaración de Filadelfia (1944) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en la que se estableció el principio según el cual “el trabajo no es una mercancía”.
Esta lógica de mercado se aplica exclusivamente con criterios cuantitativos. Incluso cuando se habla de “trabajo de calidad”, se sigue la lógica mercantil de prestar atención únicamente a la etiqueta. Así nos venden, por ejemplo, como empleos estables los que responden a un contrato fijo, con bajísima protección frente al despido arbitrario, contratos nuevos a jornada completa con una retribución salarial inferior a los de tiempo parcial con mayor antigüedad en la empresa, etc. Después de las Reformas Laborales del austericidio (la del PSOE en 2010, y la del PP en 2012), y mientras no se deroguen y se reviertan sus efectos, lo fundamental es evaluar si el trabajo remunerado mejora o no el grado de integración social, es decir, si remite o no el fenómeno de la pobreza laboral. La realidad –el caso de la familia de Oscar es un ejemplo evidente- es que en la actualidad tener una ocupación remunerada no garantiza en absoluto dejar de ser pobre.
V.- La no valorización de los trabajos de cuidados: Es sabida la feminización de los trabajos de cuidados, y que, en este caso, no aplica la lógica de mercado. Es decir, los trabajos esenciales para la vida de la especie humana no tienen valor económico. Es sabido también que esto ocurre por una construcción social basada en los valores y normas del patriarcado que, entre otras cosas, establece una división discriminatoria del trabajo, que recluye a las mujeres en el espacio de las tareas domésticas, y el servicio de los demás miembros del hogar.
Si todo es sabido, ¿Qué hay en este tema que lo asocie con el desahucio de los Szczesniak Kalinowski? Pues que sospecho que Victoria Kalinonski -la madre de Oscar- suscribiría el manifiesto “Recursos y autonomía para todas: Un manifiesto feminista por la Renta Básica”, recientemente hecho público, en el que se afirman cosas como esta: “Vivimos asfixiadas y con la angustia de no llegar a todo, de que nuestras vidas no sean sostenibles. Del mismo modo que tememos vernos expulsadas del mundo del empleo, y convertidas en cuidadoras sin independencia económica, nos preocupa tener que descuidar a las personas que queremos para entregar todo nuestro tiempo a un trabajo cada vez más precario. Y no queremos, no debemos ser las únicas que cuidan, necesitamos liberar tiempo para todos y todas, necesitamos las condiciones materiales para que nuestra lucha por el reparto del trabajo de cuidados pueda avanzar. Sí, necesitamos recursos, tenemos derecho a nuestro tiempo, no queremos más trabajo, queremos una Renta Básica”.
VI.- La necesidad imperiosa de la Renta Básica (y de otros derechos incondicionales) para socializar en contextos libres de fascismos. Digámoslo sin tapujos: Políticas de izquierdas, o -para ser más precisos en la denominación en la modernidad neoliberal- progresistas sin RB son algo parecido a encargar la organización de una fiesta infantil al mismísimo Herodes, y confiar en que todo acabe bien. Este es un delirante imaginario, que garantiza un fin de fiesta nefasto. La cuestión es que no es menos delirante el empecinamiento de no poner la RB en el centro del debate político, económico, y social. No es pues inimaginable que, sin RB y con palos y desahucios contra Derechos Humanos, no se provoque la extensión del, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, “fascismo social”, que, no se olvide, ya tiene más de medio centenar de voces en el Congreso de los Diputados.
 
Fue secretario general de la Federación de Comercio, Hostelería y Turismo de CCOO de Balears y miembro de la Comisión Ejecutiva de la CS de CCOO de les Illes Balears. Actualmente colabora con diversos medios de comunicación de Baleares, generalmente sobre asuntos sociolaborales y de turismo. Es miembro de la Red Renta Básica.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 15-12-19

Continúa la farsa judicial contra Assange

Continúa la farsa judicial contra Assange

Rafael Poch 

10/12/2019
La vista que decidirá el 25 de febrero su extradición a EE.UU. se celebrará en una cárcel de alta seguridad sin público, mientras Suecia cierra el montaje de las violaciones.

El 21 de octubre Julian Assange compareció ante el tribunal de primera instancia de Westminster. Debemos al exdiplomático británico Craig Murray, que logró estar presente en la sesión, una crónica absolutamente reveladora de lo que allá ocurrió. Murray, que fue embajador de su país en Uzbekistán, describe en ella lo que ya se conoce: que la persecución de Julian Assange, con miras a encerrarlo de por vida en una cárcel de Estados Unidos, no es solo un escándalo político y un atentado a derechos básicos, sino que también es una farsa judicial en la que la justicia del Reino Unido actúa, tal como constata un manifiesto recientemente enviado a las cámaras del país y al Arzobispo de Canterbury, como “mero instrumento de la represión política ejercida por Estados Unidos”. Ya lo sabíamos, pero los detalles son jugosos.
Cuando Assange sale de la celda, “todos los pasillos por los que pasa son evacuados y todas las puertas de las celdas se cierran para garantizar que no tenga contacto con otros reclusos”
Ese día de octubre Assange apareció débil y errático ante la jueza Vanessa Baraitser, una mujer “cuyas expresiones faciales pasaban del desprecio al sarcasmo o el aburrimiento” cuando escuchaba a la defensa, mientras se mostraba “atenta, abierta y calurosa” frente a las manifestaciones del fiscal.
La jueza denegó de un plumazo todas las alegaciones de la defensa, que pedía más tiempo para preparar el caso dadas las limitaciones que se pusieron a los abogados de Assange para ver a su cliente en prisión, la incautación de los documentos (por agentes de Estados Unidos) que éste tenía en la embajada de Ecuador, así como para poder atender otro frente: el que se ha abierto en Madrid a la compañía española de seguridad UC Global, a la que la CIA encargó la organización del espionaje del interior de la embajada ecuatoriana en Londres, con cámaras y micrófonos. Por todo ello, la defensa pedía posponer la vista que debe decidir la extradición de Assange a Estados Unidos convocada para el 25 de febrero.
Craig Murray explica en su crónica cómo el fiscal del caso, James Lewis, se opuso a cualquier postergación y cómo consultaba, en la misma sala, con tres funcionarios de la embajada de Estados Unidos que, según sus propias palabras, le daban “instrucciones”. La jueza aprobó todas sus peticiones.
El acuerdo de extradición entre el Reino Unido y Estados Unidos (2007) regula en su artículo cuarto que la extradición no ha lugar cuando su fundamento sea un “delito político”, concepto del que se excluyen toda una serie de supuestos, ninguno de los cuales es aplicable al fundador de WikiLeaks. Conforme transcurría la sesión, aumentó el número de manifestantes que protestaban fuera del edificio. Esa presencia explica que a media sesión entraran en la sala otros dos agentes americanos, estos armados. 
Al final, denegadas todas las objeciones de la defensa, se decidió que la vista del 25 de febrero, en la que se resolverá la extradición, se realice no en la sede del tribunal, sino en la propia cárcel de alta seguridad de Belmarsh, en la que no hay más que seis plazas previstas para el “público”. Probablemente en febrero no tendremos ni siquiera una crónica sobre el evento como la de Craig Murray, que ningún gran medio de comunicación ha publicado. Murray cree que la decisión de la jueza para decidir este cambio “puede haber sido una iniciativa americana”.
Pero lo que más impresionó a Murray fue el estado de Assange: flaco, envejecido y desorientado en sus declaraciones. Lo mismo dice el veterano periodista John Pilger que le visitó hace unos días.  Es el resultado de su estancia en Belmarsh, una prisión de alta seguridad en condiciones de aislamiento, con 23 horas diarias de soledad y 45 minutos para hacer ejercicio en un patio de cemento. Cuando Assange sale de la celda, “todos los pasillos por los que pasa son evacuados y todas las puertas de las celdas se cierran para garantizar que no tenga contacto con otros reclusos”. “No hay ninguna justificación para que este régimen inhumano, utilizado contra grandes terroristas, se le aplique a un periodista en prisión preventiva”, dice Murray.
Tampoco había ningún motivo para que la justicia sueca se negara radicalmente en su día a tomar testimonio telemático a Assange, sin necesidad de trasladarse a Suecia, o garantizándole que si accedía a viajar a ese país para testificar en un caso de falsa violación, no sería extraditado a Estados Unidos, explica su padre, John Shipton. El caso sueco llevó a Assange a refugiarse en la embajada de Ecuador, donde estuvo siete años. Un caso que ha sido cerrado en Suecia por falta de pruebas.
son los acusados o implicados en crímenes de guerra quienes deberían ser juzgados y encarcelados, y no los valientes que han aportado las pruebas de tales crímenes
La justicia sueca, como la británica, ha sido cómplice de los fontaneros de la WikiLeaks War Room del Pentágono: 120 personas, analistas, agentes, trabajando 24 horas sobre 24, siete días a la semana para destruir la red de Assange y la persona de Assange, tal como explicaba hace años el secretario de prensa del Pentágono, Geoff Morrell. 
El “caso sueco” fue un producto cocinado por el Pentágono. Su objetivo era desprestigiar a Assange con una cuestión de género –y lo han conseguido–  y abrir una ruta alternativa a la extradición –no ha sido necesario– por si fallaba la del Reino Unido. Su viejo Parlamento, recordémoslo, se cubrió de gloria cuando acogió con aplausos la noticia de la detención de Assange en la embajada de Ecuador el pasado abril, mientras los medios de comunicación establecidos de medio mundo nos intoxicaban con artículos denigratorios sobre el personaje que tuvo el atrevimiento de revelar los delitos y vergüenzas de la primera potencia mundial en sus criminales guerras. El caso da para toda una enciclopedia de la infamia.
El estado de salud de Assange es preocupante. Después de que el relator especial de la ONU sobre tortura Nils Melzer certificara como “tortura psicológica” la persecución de Estado que sufre Assange desde hace casi una década, 65 médicos y especialistas de todo el mundo han firmado un documento en el que piden una intervención médica “urgente” para preservar la salud del prisionero y que sea trasladado a un hospital fuera del infierno de Belmarsh. Los Estados europeos, indignos ayudantes del sheriff, no se han inmutado con estas noticias.
En una conferencia de prensa celebrada la semana pasada en Berlín, el relator Nils Melzer explicó su última reunión con los responsables del departamento de derechos humanos del Ministerio de Exteriores alemán. Durante todo el mes de octubre, algunos periodistas estuvieron preguntando al Gobierno alemán su opinión sobre el informe del relator que califica de “tortura” el trato a Assange, sin obtener respuesta. En su reunión del día 26 con los funcionarios alemanes, estos reconocieron abiertamente a Melzer que ni siquiera se habían molestado en leer su informe que lleva fecha de 31 de mayo. Paralelamente, en la lejana Australia, la patria de Assange, cuyos políticos se han desentendido por completo de cualquier iniciativa de defensa y han cooperando con la persecución, el diputado Barnaby Joyce, vio cómo se le retiraba la palabra en plena sesión parlamentaria cuando clamaba por la defensa de Assange en su doble condición de periodista y ciudadano australiano.
La mano del imperio es verdaderamente larga, pero por grande que sea su victoria el principio sigue ahí con su verdad inapelable: son los acusados o implicados en crímenes de guerra quienes deberían ser juzgados y encarcelados, y no los valientes que han aportado las pruebas de tales crímenes.
 
fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
Fuente:
https://ctxt.es/es/20191204/Firmas/29893/Rafael-Poch-Imperios-combatientes-Assange-EEUU-farsa-judicial.htm

El “socialismo participativo” de Thomas Piketty: un socialismo utópico de pretensiones científicas

El “socialismo participativo” de Thomas Piketty: un socialismo utópico de pretensiones científicas

Alain Bihr 

09/12/2019
Esta contribución forma la tercera aportación de un análisis crítico de la reciente obre de Thomas Piketty. Los lectores y lectoras encontrarán las dos primera contribuciones de Alain Bihr en la revista suiza francófona A l'encontre con fechas 29 de octubre y 5 de noviembre.
En el último capítulo de Capital e ideología (Le Seuil, 2019), Thomas Piketty expone un proyecto y en parte, un programa de “socialismo participativo”. Este último trata de responder a los principales desafíos políticos de nuestro tiempo: el ascenso de las desigualdades sociales vinculadas a la “mundialización” neoliberal; el descrédito del proyecto socialista consecuencia de la experiencia de la antigua URSS y sus regímenes emparentados; la incapacidad en la que se encuentran hasta ahora la izquierda norteamericana y de Europa occidental: demócrata, laborista, socialdemócrata, para superar este doble desafío: sea el ascenso de los movimientos nacionalistas o “populistas” diseminados casi por todo el mundo basados en los siguientes elementos[1].
Además, tiene la pretensión de refundar el proyecto socialista con su voluntad de superar al capitalismo, recuperando los logros y avances pertenecientes a la herencia del movimiento socialista.
Basándome en experiencias históricas disponibles, estoy convencido en que es posible superar al sistema capitalista actual y diseñar los rasgos de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI; es decir, una nueva perspectiva igualitaria de alcance universal, fundada en la propiedad social, la educación y compartir los saberes y los poderes” (pp. 1112)
Propiedad social” y “propiedad temporal”
Para “superar al capitalismo actual” y avanzar en el sentido de un “socialismo participativo”, Thomas Piketty formula esencialmente dos propuestas:
El modelo de socialismo participativo propuesto se basa en dos pilares esenciales tratando de superar el sistema actual de propiedad privada, por un lado, mediante la propiedad social y la división de los derechos de voto en las empresas y por otro, mediante la propiedad temporal y la circulación de capital” (pp. 1138)
Actuando a escala del régimen de propiedad del capital, la “propiedad social” consistirá en conceder a los asalariados (o sus representantes), “la mitad de los derechos de voto en los consejos de administración o de dirección de todas las empresas privadas, incluyendo las más pequeñas” (pp.1119). Esta medida, por un lado, podría reforzarse mediante el desarrollo de accionistas asalariados, favoreciendo medidas de redistribución de patrimonios y rentas, que discutiremos después, permitiendo así “a los asalariados adquirir acciones de su empresa desplazando a la mayoría, añadiendo votos de accionistas a la mitad de los que ya dispongan como asalariados” (Ibidem); por otro, limitando los derechos de voto de los accionistas más importantes: “una buena forma podría ser aplicar un límite similar de los derechos de voto del 10% en empresas de tamaño claramente importantes” (pp. 1120). Con el fin de reforzar el poder colectivo de los asalariados en el seno de la dirección y la gestión de las empresas, este conjunto de medidas permitiría ante todo reequilibrar la división del “valor añadido” entre beneficios y salarios, aumentando por ejemplo el salario mínimo.
Completando al de la “propiedad social” del capital, la creación de una “propiedad temporal” actúa en sentido contrario a escala de la (re)distribución de patrimonios y rentas privadas. Esencialmente consiste en un impuesto anual sobre los patrimonios poseídos (cuya fuente incluiría todo tipo de activos), con el objetivo, tanto de impedir su concentración y centralización crecientes durante generaciones (mediante la herencia, sobre todo), como también, y en sentido contrario, para provocar su desconcentración y descentralización actuando como una forma de circulación permanente de la riqueza. Para lograr este doble objetivo, tal impuesto anual tendría que ser fuertemente progresivo: el tipo variaría desde el 0,1% para los patrimonios situados en la base del patrimonio medio, hasta el 10% para los patrimonios cien veces por encima del promedio, y alcanzar el 90% para los patrimonios diez mil veces por encima del patrimonio medio (pp. 1130). Y, junto a este impuesto sobre sucesiones patrimoniales, dándole también un carácter claramente progresivo, sus ingresos tendrían que dedicarse a financiar un fondo suficiente para dotar a cualquier individuo, a los veinticinco años de edad, de una herencia de alrededor de 120.000 € en los estados centrales del capitalismo, en los que Thomas Piketty ha realizado simulaciones (EE.UU., Europa Occidental y Japón), correspondiendo al 60% del patrimonio medio de esos Estados. “En concreto, con unos ingresos del orden del 5% de la renta nacional provenientes del impuesto sobre la propiedad y las herencias, se puede financiar para cada joven adulto que alcance los 25 años, una dotación equivalente en torno al 60% del patrimonio medio por adulto” (pp.1131).
Así la propiedad privada dejará de ser permanente y será únicamente temporal; toda persona capaz de acumular más allá de cierto límite se verá obligado, año tras año, a devolver a la sociedad, una parte más o menos importante de la riqueza que haya podido acumular, gracias a ella tanto como a sus talentos personales, permitiendo que otros individuos (en principio en mayor número) lanzarse también a la acumulación patrimonial. De forma que la riqueza social no dejará de circular de forma importante en el conjunto social, rejuveneciendo permanentemente a sus poseedores. Paralelamente, mantener un impuesto sobre la renta (en sentido amplio, incluyendo un impuesto de sociedades, las cotizaciones sociales, tasa de emisiones) también claramente progresivo (con un tipo marginal del 90%), obteniendo el 45% de la renta nacional, debería permitir seguir financiando un Estado social generoso (que cubra los gastos de educación, sanidad, prestaciones familiares, seguros de desempleo, pensiones de jubilación, etc.) (pp.1130), así como garantizará a cualquier persona un ingreso mínimo del orden del 60% de la renta media disponible neta (después de impuestos) (pp. 1153). Al contrario, todos los impuestos indirectos (IVA y otros impuestos sobre el consumo), claramente regresivos, serían suprimidos, excepto los que se destinen a corregir externalidades (como la tasa de emisiones incorporada al impuesto sobre la renta). Todas estas medidas parecen perfectamente realizables a priori, dado que solo alcanzarían finalmente la tasa de deducción obligatoria para el 50% de la renta nacional.
Un reformismo que no confiesa su nombre
Combinando los dos elementos (propiedad social y propiedad temporal), se llega a un sistema de propiedad que no tiene gran cosa que ver con el capitalismo privado tal y como lo conocemos actualmente, y que constituye una superación real del capitalismo” (pp.1138). Podemos sin duda suscribir fácilmente el primer miembro de esta afirmación, mientras que el segundo, al contrario, es muy discutible.
Sin duda, la adopción de las dos reformas precedentes modificaría sensiblemente la cara del capitalismo contemporáneo, remediando drásticamente una de sus taras fundamentales que es la persistencia de desigualdades sociales, que incluso tienden a agravarse, hasta hacer nacer diferencias claramente abismales. Por suerte, saldremos de esta situación que asuela profundamente a Thomas Piketty, y sobre la cual vuelve en distintas ocasiones:
“Desde luego, en Europa, la parte del 10% más rico en el total de los propietarios privados, ha pasado del 80-90% en 1900-1910; al 50-60% en 2010-2020. Pero aunque queda una parte muy alta de solo el 10% de la población, esta desconcentración se ha llevado a cabo casi exclusivamente en beneficio del 40% siguiente (cuya parte ha pasado apenas del 10%, al 30-40% del total). Por el contrario, la difusión de la propiedad nunca se ha extendido realmente al 50% de los más pobres cuya parte en el patrimonio privado total se ha situado siempre entre el 5-10% (incluso por debajo del 5%) en todos los países y en todas las épocas para los que existen datos disponibles” (pp. 1127). Entre la atribución a cualquier persona al inicio de su vida adulta de un patrimonio equivalente al 60% del patrimonio medio y la garantía de que su renta nunca sería inferior durante toda su vida, al 60% de la renta media, las formas extremas de pobreza desaparecerían sin ninguna duda y las diferencias de renta y patrimonio se verían disminuidas. En una palabra, las capas populares vivirían sin duda globalmente mejor en el seno de un capitalismo así reformado. Pero, sea lo que diga Thomas Piketty, seguirán viviendo en una sociedad capitalista. Si puede pretender lo contrario, es que se equivoca o se ilusiona sobre lo que es el capital (como relación social de producción) y el capitalismo (como modo de producción[2].
Tratándose del capital, ya he tenido ocasión de señalar que Thomas Piketty extiende la definición a cualquier forma de propiedad privada (activos poseídos por las personas)[3]; y recupera aquí esta confusión, situando en el mismo plano su proyecto de “propiedad social” (que en efecto concierne al capital como relación de producción) con el de “propiedad temporal” (que se refiere a los patrimonios privados, de cualquier naturaleza que sean los activos que los constituyan: tierras, activos inmobiliarios, empresas o participaciones empresariales, etc.). Así pues, bastaría con restituir al concepto de capital su sentido estricto para que las ilusiones de Thomas Piketty sobre el alcance de sus propuestas se disipen. En efecto, recordemos que como relación social de producción, el capital se caracteriza por la expropiación de los productores; su separación de hecho y de derecho de los medios de producción que utilizan; la transformación de su fuerza de trabajo en mercancía: la unificación mediante el sistema asalariado de esos medios de producción y fuerzas de trabajo, que permiten la valorización del capital-dinero anticipado para adquirirlos como mercancías, mediante la extorsión de un sobre-trabajo (de una cantidad de trabajo suplementaria a la necesaria para la reproducción de las fuerzas de trabajo) en forma de plusvalía.
En esas condiciones, el cambio de régimen de la propiedad del capital que propone Thomas Piketty no modifica para nada en lo fundamental, esa relación de producción. Ya sean propietarios de la mitad o incluso más, de las acciones de la empresa que los emplea, sus asalariados no por eso estarán potencialmente menos separados y separables de los medios de producción disponibles en y por la empresa. Se darán cuenta dolorosamente de eso, el día en que para hacer frente a la competencia o al azar del mercado (necesidad de abandonar ciertos productos o procesos de producción, necesidad de realizar inversiones, necesidad de aumentar la productividad del trabajo para reducir los costes productivos y mantenerse competitivos, etc.), estarán obligados, como miembros del consejo de administración o de la dirección de empresa, a despedir a algunos de sus colegas o incluso a aceptar su propio despido para salvar a la empresa y los empleos restantes. Aún lo verán más brutalmente en caso de la quiebra pura y simple de la empresa.
Como asalariado, que no dejará de ser, su fuerza de trabajo seguirá siendo mercancía cuyo valor continuará regido por dos factores que la regulan siempre: el desarrollo social de las fuerzas productivas (y sobre todo la productividad media del trabajo social) y la norma social de consumo en curso. En cuanto al precio de esas fuerzas productivas, oscilará tanto hoy como mañana, en función de una relación entre oferta y demanda de empleo, que ellos no podrán en ningún caso controlar. Se sentirán tentados, como gestores-accionistas mayoritarios a liberarse de esos límites a que la concurrencia intercapitalista les lleva rápidamente a adaptarse...o incluso a ponerlos en la calle.
En resumen, como asalariados de un capital concreto (una empresa capitalista), se encontrarán obligados a crear valor y plusvalía. Alineando sus modos de producir y la duración, intensidad y productividad de su trabajo, con las normas medias que operan dentro de su sector de actividad y, más generalmente, en el seno del espacio de socialización de su trabajo (básicamente el mercado) en cuyo marco operan. Incluso, cualquier eliminación duradera de tal limitación, implicaría una degradación de su capacidad para mantenerse activos y una futura desaparición, con independencia de lo mayoritarios que sean como gestores-accionistas. Por lo que atañe a la parte de la plusvalía de la que pudiesen apropiarse en forma de beneficio, dependerá, tanto ahora como en el futuro, de condiciones que controlan solo muy parcialmente al depender de decisiones de inversión o desinversión del conjunto de los demás capitales concretos que operan en su sector de actividad y también de la circulación de capital en los diferentes sectores. En lo referente a las decisiones de distribución del beneficio (entre reservas, inversiones, activos financieros, dividendos, etc.) también estarán limitadas hoy y mañana[4].
En resumen, la institución de una “propiedad social” del capital, tal como la entiende Thomas Piketty, tampoco cambiará la situación estructural de los trabajadores asalariados del capital, como otros cambios de la forma de propiedad (forma jurídica) del capital que han podido operar en el curso de la historia del capitalismo; por ejemplo, cuando se pasó de una propiedad puramente individual (el capital uninominal) a una propiedad socializada (el capital por acciones). Una vez más, Thomas Piketty se engaña por su atención exclusiva a la forma jurídica del capital que enmascara con la naturaleza de la propiedad su relación de producción. En cuanto a la “propiedad temporal” y más ampliamente, a las propuestas lanzadas por Thomas Piketty referidas a la reforma de las finanzas públicas (de la fiscalidad y del uso de sus ingresos), operan a escala de la redistribución de la propiedad y de las rentas privadas. Dicho de otra forma, cualquiera que sea el alcance para corregir las desigualdades nacidas de las relaciones de reparto primario de ingresos entre categorías sociales (rentas de capital, de la propiedad de la tierra, del trabajo asalariado, del trabajo independiente, etc.) y su perpetuación y agravamiento durante generaciones (en forma de desigualdades de patrimonio), por definición no tienen incidencia significativa en las relaciones de producción y se sitúan más arriba.
Además, sin darse cuenta, el propio Thomas Piketty da argumentos señalando que estas propuestas se inscriben en una perspectiva de reforma de las relaciones capitalistas de producción, no en su superación. En efecto, insiste en varias ocasiones en el hecho de que esas propuestas no hacen más que retomar y amplificar reformas ya introducidas anteriormente por iniciativa del partido demócrata de EE.UU. y de los partidos socialdemócratas de Europa occidental. El hecho de la distribución de derechos de voto a los representantes de los asalariados en los Consejos de administración de las empresas se practica en Alemania (donde disponen de la mitad de esos derechos) y en Suecia (donde solo disponen de un tercio) desde finales de los años 40 o principios de los 50, muestra claramente que el capital no tiene nada que temer de ese tipo de medidas: sigue operando y prosperando, tanto en un caso como en otro. Podemos decir otro tanto dado el hecho de tanto EE.UU. como Gran Bretaña han instituido tasas marginales del impuesto sobre la renta con tipos del 70-80% durante decenios: eso fundamentalmente no ha cegado la continuación de la acumulación de capital en ambos lados del Atlántico, ni por otro lado, tampoco la acumulación patrimonial de sus tenedores.
La pretensión de Thomas Piketty de dotar a sus propuestas políticas de una virtud anticapitalista resulta tanto más curiosa, cuanto que en conjunto, precisa claramente que apoya la propiedad privada en todas sus formas, incluyendo su forma capitalista (la apropiación privada de medios sociales de producción), y a través de la misma, del trabajo social, logrado por colectivos de centenares, miles e incluso cientos de miles de asalariados como componente esencial de la “sociedad justa” que exige:
A partir del momento en que se acepte la idea de que la propiedad privada seguirá jugando un papel en la sociedad justa, en concreto en las pequeñas y medianas empresas, es esencial encontrar dispositivos institucionales que permitan evitar que la propiedad se concentre sin límites, lo que no tendría ninguna utilidad desde el punto de vista del interés general, sean cuales sean las razones que estimulen esta concentración” (pp. 1122).
Aquí se indica claramente que no se trata de suprimir la propiedad privada capitalista (la propiedad privada de los medios sociales de producción) sino simplemente de evitar su concentración excesiva. Sabemos ya las razones que tuve ocasión de recordar al final de mi artículo anterior sobre la obra de Tomas Piketty: él propone emplear “...las instituciones de la propiedad privada para las dimensiones emancipatorias que pueden aportar (en concreto para permitir expresarse a la diversidad de aspiraciones individuales, lo que trágicamente optaron por olvidar las sociedades comunistas del siglo XX), al tiempo que las enmarca e instrumentaliza en el seno del Estado social, en instituciones redistributivas, como la progresividad fiscal, y más en general con normas que permiten democratizar y compartir el acceso al conocimiento, al poder y a la riqueza...” (pp.153).
El mismo paradigma individualista le lleva a hacer de la propiedad privada garantía del desarrollo individual (aunque no deja por otro lado de mostrar como ha podido generar las peores desigualdades y opresiones en el mundo contemporáneo) y oponerse a la reivindicación de una perfecta igualdad, no solo formal (igualdad de derechos) sino también real (igualdad de condiciones socio-económicas), dado que la desigualdad aun la considera, garantía del desarrollo individual: “La sociedad justa no implica uniformidad o igualdad absoluta. En la medida en que resulta de aspiraciones diferentes y opciones de vida distintas, y permite mejorar las condiciones de vida y aumentar la extensión de oportunidades abiertas a los más desfavorecidos, la desigualdad de ingresos y de propiedad puede ser justa” (pp, 113). Propiedad privada, libertad individual (en y para los intercambios mercantiles y relaciones contractuales), igualdad jurídica y cívica: la tríada defendida por Thomas Piketty tampoco supera claramente el horizonte ideológico de la sociedad capitalista.
El respeto que le tiene a la propiedad privada capitalista, que engloba al fetichismo, se hace aun más transparente en su propuesta de socializarla aun más de lo que lo ha sido hasta ahora. Porque, ¿cómo justificar el hecho de limitar a priori los derechos de los asalariados a la mitad de los derechos de voto en los consejos de administración o de dirección de las empresas salvo por reverencia mantenida hacia los propietarios del capital (los accionistas)? Olvidando que este último no es más que un sobrecoste (en forma de beneficios) acumulado durante años; es decir, resultado de la explotación de los trabajadores presentes y pasados. La aplicación de una auténtica justicia social consistiría en transferir la totalidad de derechos a los representantes de los trabajadores, y no solo a la mitad.
Concluyamos. Pese al hecho de prometer “superar el capitalismo”, el proyecto político apoyado por Thomas Piketty al final de su obra no tiene nada de revolucionario, sino simplemente reformista. Su “socialismo participativo” contempla refundar el proyecto socialdemócrata clásico: introduciendo reformas estructurales en el capitalismo contemporáneo para volverlo menos desigual o incluso lo menos desigual posible. Aunque el proyecto, sea suficientemente honrado por la audacia de algunas de sus proposiciones, sería inútil adornarlo con virtudes que claramente no tiene y ni siquiera tiene vocación de tener.
Cuando las relaciones de producción se vengan...
Por radical que parezca, el reformismo de Thomas Piketty, no tiene menos límites, involuntarios o voluntarios que no deban mostrarse. Como ejemplo de los primeros, conviene mencionar que sus propuestas se refieren sobre todo a las relaciones de reparto (de distribución y más en concreto de redistribución) y no a las relaciones de producción strictu sensu, que se mantienen como tales (más allá de la forma jurídica del capital modificada por la institución que él denomina “la propiedad social”). Lo que daña necesariamente su alcance. Sin embargo, las relaciones de producción siguen ejerciendo su propios efectos; son susceptibles de limitar claramente el alcance de las reformas de las relaciones de reparto defendidas por Thomas Piketty, con todo lo generosas que quieran ser.
Podemos ilustrarlo con el ejemplo de los dos beneficios mayores que él espera de esas reformas en términos de ampliación de las posibilidades de participación en la vida social y política para las capas populares, legitimando así el calificativo de “participativo” que acompaña al propio socialismo. Ante todo él espera para los miembros de esas capas la posibilidad de acceder a niveles de formación (general y profesional) superiores a las que generalmente han obtenido. En efecto: “Si examinamos el conjunto de jóvenes adultos que cumplen 20 años en 2018, podemos estimar, basándonos en la últimas encuestas y tendencias disponibles, que la inversión educativa pública total de la que se habrán beneficiado durante el transcurso de su escolarización (de la infantil a la universitaria) se situará en una media de cerca de 120.000 €uros, que corresponden aproximadamente a quince años de escolarización con un coste medio de 8.000 €uros por año. Se trata de una situación media, en la práctica con enormes disparidades vinculadas sobre todo a la edad final de escolarización y al tipo de especialización seguida en la secundaria y sobre todo en la universitaria. En el seno de esta generación, el 10% de los alumnos beneficiarios de la inversión pública menor, habrán recibido cada uno en torno a 65.000-70.000 €uros cada uno, en tanto que el 10% de los alumnos beneficiarios de la inversión pública más importante habrán recibido entre 200.000 y 300.000 €uros cada uno” (pp. 1161-1162)
Por ello, Thomas Piketty propone corregir esta desigualdad en el ámbito de la formación inicial ampliando las posibilidades de acceso a la formación continua de la forma siguiente:
...una persona que deje la escuela a los 16 o 18 años y que por tanto no haya utilizado del gasto educativo más que 70.000 o 100.000 €uros por su formación inicial, a imagen del 40% de una generación beneficiada con el gasto educativo más bajo, podrá en consecuencia utilizar a lo largo de su vida un capital educación de 100.000 o 150.000 €uros, para subir al nivel del 10% que se ha beneficiado del gasto más elevado en su formación inicial (vd. gráfico 17.1). Ese capital le permitiría iniciar una formación a los 25 o 35 años durante toda su vida” (pp 1164)
Razonar de esta forma es omitir o ignorar claramente que la desigualdad de rentas, no es el único, ni tampoco necesariamente, el principal factor de desigualdad en materia de formación escolar; que también juega la distribución y acumulación desiguales de “capital cultural auténtico” en el seno de las familias[5]. Y este último factor está correlacionado directamente con la división social del trabajo; la incluida entre “trabajo intelectual”·(funciones de dirección, organización, concepción, legitimación y control) y “trabajo manual” (funciones de ejecución), como eje vertebral central; una dimensión de las relaciones capitalistas de producción que Thomas Piketty no tiene en cuenta y que prácticamente no menciona nunca.
Ya que, según su postura, en la división social del trabajo (la de sus padres y la suya propia), en general no se dispone de las mismas aptitudes y oportunidades, ni tampoco se desarrollan las mismas aspiraciones y proyectos, ya sea en la formación inicial o en la formación continua, independientemente del eventual coste de acceso a esas formaciones. Y es porque, si bien la formación continua está en principio abierta a todos los asalariados, la frecuencia del recurso a esta última aumenta regularmente con el nivel de formación inicial: en 2016, ese fue el caso para el 74% de los titulados universitarios, contra solo el 22% de los titulados como máximo en estudios primarios; así la formación continua acentúa las desigualdades instituidas en la formación inicial[6]. Por otra parte es destacable que Thomas Piketty dude de su propuesta al confesar que “la posibilidad de retomar los estudios...en numerosos casos quede como mucho en mera teoría” (pp. 1164)
Por otra parte, también espera que estas reformas en términos de redistribución de la propiedad y de rentas, amplíen las facultades de participación de las capas populares en la democracia representativa. Con tal fin, recupera las propuestas de Julia Cagé, apuntando la idea de reformar las finanzas públicas de las formaciones políticas; por un lado dando “a cada ciudadano un bono anual del mismo valor, por ejemplo 5 €uros anuales, que le permitan escoger al partido o movimiento político que quiera”; por otro legislando “la prohibición total de donaciones políticas de las empresas y otras personas morales...y un techo radical de las donaciones y cotizaciones de los individuos privados (que Julia Cagé propone limitar a 200 €uros anuales)” (pp.1172). Sin embargo resulta infantil pensar que de esta forma avanzaríamos claramente con esto hacia “una democracia participativa e igualitaria” (pp. 1173). Es olvidar o ignorar que los intereses capitalistas, de ningún modo se borrarían con instituir una “propuesta social” del capital; pueden hacerse valer en la esfera política por muchos otros medios, y mucho más serios que la financiación directa, legal o ilegal; respecto a las formaciones políticas de vocación gubernamental: los medios de difusión a sueldo; la acción continua de lobbies debidamente organizados y sostenidos; la financiación de centros de enseñanza y universitarios privados, para no recordar la colusión ideológica entre dirigentes de empresa y dirigentes políticos, salidos de la misma cuna (en Francia las grandes Écoles y las Écoles supérieures de commerce), cuando no se trata pura y simplemente de las mismas personas mediante las “puertas giratorias”. Y sobre todo, una vez más, olvidar o ignorar que lo que inmediatamente implica un obstáculo para la participación de las capas populares en la vida política, es de nuevo su lugar en la división social del trabajo (ergo las relaciones sociales de producción) que frenan las capacidades objetivas (el tiempo libre e incluso el poder y el saber necesarios: por ejemplo, la capacidad para tomar la palabra en público) y subjetivas (por ejemplo: el sentimiento de su propia legitimidad para ocuparse de cuestiones políticas que exige tal participación. Desventajas que solo una participación activa en las organizaciones populares (asociativas, sindicales y políticas) puede compensar y desde luego no las nimias distribuciones de caudales públicos en forma de “bonos para la igualdad democrática”. Enseñanza de la historia: ¡eliminad las relaciones sociales de producción por la puerta, qué volverán subrepticiamente por la ventana, saboteando los hermosos proyectos de redistribución!
¿Qué hay más allá del Estado-nación?
Haciendo un llamamiento a la plena y persistente soberanía estatal (aunque solo sea en términos legales), las propuestas reformistas de Thomas Piketty parecen a priori inscritas en un marco estrictamente nacional. En la época de la “mundialización” neoliberal, contra quién se dirigen parcialmente sus propuestas, esto no puede dejar de suponer un problema del que Thomas Piketty es muy consciente, pero para cuya solución aporta escasos elementos de respuesta.
El problema se plantea ante todo en forma de definición del marco en el que sus propuestas tienen que insertarse. Lo ideal sería para Piketty que este marco sea lo más amplio posible:
La solución está en organizar ésta <la mundialización> de manera distinta; es decir, cambiando los tratados comerciales actuales, por otros mucho más ambiciosos destinados a promover un modelo de desarrollo justo y duradero, que incluya objetivos comunes controlables (ante todo un impuesto justo sobre las emisiones de carbono) y dotado de procedimientos de deliberación democrática adaptados (en forma de asambleas transnacionales). Esos tratados de codesarrollo de nuevo tipo podrían incluir, si fuesen necesarias, medidas para facilitar los intercambios. Pero la cuestión de liberar los flujos comerciales y financieros ya no debe ser el meollo. El comercio y las finanzas han de convertirse en lo que hubieran tenido que ser siempre: un medio al servicio de objetivos más elevados” (pp. 1176-1177).
Evidentemente aquí se piensa inmediatamente en ese proto-Estado federal o confederal continental que es la Unión Europea (UE); y el propio Thomas Piketty, dedica un amplio apartado a sentar las bases de lo que denomina un social-federalismo europeo (pp. 1026-1055).
El principio general es poder delegar en una Asamblea transnacional (aquí en concreto una Asamblea europea) el papel de tomar decisiones comunes referidas a los bienes públicos globales, como el clima o la investigación, y la justicia fiscal global; sobre todo con la posibilidad de votar impuestos comunes sobre las mayores rentas y patrimonios, sobre las empresas más importantes y las emisiones de carbono” (pp.1180).
Pero también incluye, que este marco pueda ser más amplio que el de la UE, contemplando colaboraciones entre la UE y EE.UU: o incluso entre la UE y la Unión Africana (pp.1182-1183). Tantos proyectos atractivos e idílicos, de los cuales, por desgracia, no nos dice nada sobre sus condiciones de posibilidad ni, por consiguiente, cómo piensa actuar para eliminar los obstáculos que se oponen a su realización, no siendo el menor, la persistencia o la exacerbación de los conflictos entre intereses nacionales, mucho más allá del aumento en potencia de los movimientos nacionalistas que los expresan y los atizan, de los que incluso la UE ha dado muestras en los últimos años.
Por otra parte, incluso ahí, el propio Thomas Piketty tampoco se conforma con este primer escenario, pues esquematiza un segundo en las últimas páginas del capítulo, donde explica que, a falta de un marco transnacional adecuado, sería legítimo y posible para un Estado-nación, desplegar sin aguardar más, algunas de las medidas reformistas propuestas antes, solo o de acuerdo con otros Estados:
...si es esencial proponer un nuevo marco cooperativo antes de salir del preexistente, es imposible sin embargo, esperar que todo el mundo esté de acuerdo para avanzar. Así pues, es crucial imaginar soluciones que permitan a algunos países transitar la vía social-federalista acordando tratados de co-desarrollo entre sí, dejando la puerta abierta a quienes quieran unirse al proyecto. Esto es cierto tanto a escala europea como en términos internacionales más generales” (pp. 1187).
Y pone el ejemplo de la imposición sobre beneficios de las sociedades. Aunque, ahí tampoco precisa como, sin el control de la circulación de capitales, que exige para ponerse en marcha, acuerdos internacionales, los Estados que decidieran individualmente imponerla, van a enfrentarse con los medios de que dispone el capital y que emplea con largueza, y lo harían desde el día siguiente, localizando artificialmente (mediante el juego de los precios de transferencia entre diferentes establecimientos o empresas a lo largo de sus cadenas de valor internacionales) sus beneficios en paraísos fiscales.
Hay un segundo problema, de mayores consecuencias, cuya solución necesita el despliegue de un marco institucional transnacional, que Thomas Piketty apenas contempla: el que plantea la crisis ecológica de dimensión planetaria en que estamos inmersos cada vez más. Solo la menciona bajo el prisma del calentamiento global ligado a las emisiones de gases de efecto invernadero. Para hacerle frente, Thomas Piketty cuenta ante todo con la imposición sobre grandes patrimonios y elevadas rentas, cuyos titulares son los más contaminantes: “...las emisiones de carbono se concentran mayoritariamente en el núcleo de un pequeño grupo de emisores constituido principalmente por personas de elevadas rentas y grandes patrimonios en los países más ricos del mundo (en concreto en los EE.UU.” (pp.1156)
Y agrega la institución de un impuesto sobre el carbono que propone integrar en el impuesto sobre la renta que aligere su peso para los titulares de bajos ingresos y hacerlo depender esencialmente de los más acomodados:
...con cada aumento de la tasa de carbono, se calculará el impacto medio sobre los diferentes niveles de renta en función de las estructuras medias de gasto. Y se ajustará automáticamente el baremo del impuesto progresivo sobre la renta y el sistema de transferencias y de renta básica para neutralizar su efecto. Conservando de esta forma las señales de precios (es decir, el hecho de que los consumos de más contenido de carbono, serán más caros que los de menor contenido, para provocar un cambio en los modos de consumo) pero sin gravar el poder de compra total de los más modestos” (pp.1157).
Pero, aparte de que queda por demostrar la eficacia de tales medidas respecto a la necesidad de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, queda mucho que hacer en los otros aspectos de la crisis ecológica global. Lejos de reducirse solo a los efectos del calentamiento climático global, afecta también a los atentados a los medios que desempeñan un papel esencial en los equilibrios ecológicos planetarios (calentamiento y acidificación de mares y océanos, derretimiento de los casquetes polares y glaciares, deforestación, deshielo del permafrost); agotamiento (rarefacción y degradación) de los recursos naturales. Incluidos los más vitales (agua potable, aire, suelos herbáceos, biodiversidad vegetal y animal); la crisis energética vinculada a la necesidad de abandonar a muy corto plazo los combustibles fósiles (carbón, gas natural, petróleo) al igual que la aberración que es la energía nuclear; la necesidad de hacer frente a una población mundial creciente en las condiciones ecológicas que amenazan con el colapso de sistemas enteros de producción agrícola; las migraciones masivas de población que huye de la degradación de sus biotopos; sin necesidad de recordar las epidemias y pandemias que pueden provocar esos diferentes desequilibrios. De todo eso, no hay referencias en el proyecto y programa del “socialismo participativo” de Thomas Piketty, que sin embargo se propone afrontar los desafíos del siglo XXI.
¿Cómo explicar tal silencio? Es difícil pensar que tales problemas son desconocidos para Thomas Piketty o que no le preocupan. Así que adelantemos la hipótesis siguiente: ha de haber más o menos conciencia de que no pueden resolverse mediante una reforma de las relaciones de reparto (la distribución de patrimonios y rentas) del tipo que sea y que, al contrario, su solución exige, radicalmente, una ruptura de las relaciones capitalistas de producción. En concreto supondría poner fin, por un lado, a la prosecución indefinida y ciega del crecimiento de las fuerzas productivas en forma de acumulación de capital, el famoso “crecimiento” cuyas virtudes celebran cada día los economistas y del que Thomas Piketty también se congratula; por otro, a la propiedad privada de los medios sociales de producción que hace imposible cualquier control a priori del despliegue de las fuerzas productivas de la sociedad, haciendo de estas la resultante ciega y desordenada de la actividad de innumerables capitales concretos[7]. Todas esas perspectivas nos sitúan desde el principio fuera de los marcos estrictos del reformismo socialdemócrata en que se sitúa Thomas Piketty.
El callejón sin salida fundamental
Pero la principal laguna del proyecto de “socialismo participativo” que Thomas Piketty nos presenta al final de su obra está en otro plano. En efecto, el valor de un proyecto político no se mide solo por la naturaleza y alcance de los ideales que defiende y de los objetivos concretos que se propone lograr. También ha de preocuparse por definir las condiciones sociopolíticas de realización: las estrategias y tácticas propias para asegurarlo (ya se trate de la conquista y ejercicio del poder de Estado, sea de la construcción de estructuras de contra-poder populares, de la activación de movimientos sociales, de la organización de campañas de opinión, etc.; las organizaciones (asociaciones, sindicatos, partidos, y cártels de organizaciones propias para desplegar estas estrategias y tácticas, finalmente y sobre todo, las fuerzas sociales (clases y fracciones de clase, alianzas de clase, bloques sociales) que puede esperarse legítimamente movilizar y ver como se movilizan con tales objetivos.
Refiriéndonos normalmente al compromiso fordista en que se basan el crecimiento fordista y las políticas sociales de los Treinta Gloriosos, aunque sea en otros términos de los que acabo de emplear, y reivindicando su herencia, Thomas Piketty ya no puede ignorar cuántos ciclos de luchas, sindicales, políticas, ideológicas, seguidos durante decenios, y qué relaciones de fuerza en términos tanto nacionales como internacionales, resultado de dos guerras mundiales y del hundimiento del capitalismo liberal en el transcurso de los años 30, han sido precisas para llegar a tal compromiso. Por otra parte, ha debido referirse a ellas (cf. por ejemplo pp. 1118-1119) incluyendo su escala de violencia (cf. pp. 1196). Tampoco puede prescindir que de sus propias propuestas de redistribución de patrimonios y rentas, por puramente reformistas que sean, y por ese mismo carácter, no les faltará, si se despliegan, suscitar la cólera, el rechazo y la movilización de todas las capas sociales privilegiadas a las que afecten, que no escatimarán medios de todo tipo, para defender sus intereses y no dudarán en usarlos. Sin duda esas mismas propuestas obtendrán, inversamente, el apoyo de la mayoría de las amplias capas populares que se beneficiarán de las mismas. Pero esto no basta para decirnos como suscitar y obtener su movilización ni como construir las relaciones de fuerza necesarias para lograr su triunfo.
Este silencio es tanto más sorprendente que Thomas Piketty consagra los tres capítulos anteriores de su obra a escudriñar las transformaciones de las divisiones político-ideológicas surgidas desde mediados del siglo XX en el seno de las democracias parlamentarias, sobre todo en Francia, Gran Bretaña, EE.UU., Alemania, Suecia, Italia, Polonia, Brasil e India, en función de la evolución de sus estructuras de clase, de su división en clases sociales, de las relaciones de fuerza entre ellas y de su inserción internacional, en la división mundial del trabajo, en el sistema mundial de Estados. Se podía esperar pues, que en último capítulo de la obra, la exposición de las grandes líneas de su proyecto político, estuviera acompañada de una reflexión sobre la incidencia de estas transformaciones sobre las condiciones de su realización. Y esto, precisamente, es lo que falta.
De hecho, pese a que hay algunos párrafos en que se refiere a lo que la historia contemporánea incluye de luchas sociales, de luchas que contraponen las clases sociales y sus relaciones, sus organizaciones y sus representaciones, todo ocurre como si Thomas Piketty estuviese convencido de que basta presentar su proyecto y entregarlo al debate público, para que las ideas así presentadas recorran su camino y acaben por crear, mediante las virtudes de su argumentación y la riqueza de la información estadística en que se basan, la mayoría política precisa para desenvolverse en el marco de las democracias parlamentarias. En resumen, reencontramos aquí la marca de su idealismo, en el sentido filosófico del término, que yo había dejado de manifiesto en mis dos artículos anteriores. Este idealismo aparece en múltiples formulaciones a lo largo de la obra y se transparenta en las siguientes que figuran al final del recorrido:
Todas las sociedades humanas tienen necesidad de justificar sus desigualdades. Su historia y estructura en torno a las ideologías que desarrollan con el fin de organizar las relaciones entre grupos sociales y las relaciones de propiedad y de frontera, mediante dispositivos institucionales complejos y cambiantes” (pp.1111).
Ignoro la forma que tomarán las crisis venideras y la forma en como aprovecharán los repertorios de ideas existentes para inventar nuevas trayectorias. Pero no hay ninguna duda de que las ideologías seguirán jugando un papel central para lo bueno y lo malo” (pp. 1113). “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido más que la historia de la lucha de clases”, escribían Friedrich Engels y Karl Marx en 1848 en el Manifiesto del partido comunista. La afimación es pertinente, pero siento tentaciones de reformularla como resultado de esta investigación: la historia de toda sociedad hasta hoy no ha sido más que la lucha de las ideologías y la búsqueda de la justicia” (pp. 1191).
En definitiva, el proyecto de Thomas Piketty no deja sin recordar, mutatis mutandis, lo que Engels y Marx decían de los representantes de lo que ellos denominaban “el socialismo y el comunismo crítico-utópicos” en ese mismo Manifiesto:
En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.
En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre.
...porque basta con comprender su sistema para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles.”[8]
Notas:

[1]    Todos estos fenómenos y procesos son objeto de análisis detallados por parte de Thomas Piketty (Caps. 11 al 16) sobre los que no me es posible volver aquí. Apoyados cada vez en una sólida base empírica y estadística, sin embargo presentan los mismos defectos metodológicos y conceptuales que los que tuve ocasión de señalar en los dos artículos anteriores publicados en este mismo sitio, “Capital e ideología. Un título en trampantojo” y “De las “sociedades ternarias” a las “sociedades de propietarios”: como Thomas Piketty analiza la transición del feudalismo al capitalismo, o algunos de los que destacaré en el presente artículo.
[2]    No me detendrá en la definición que Thomas Piketty da del capitalismo como “la forma concreta que toma la propiedad en la época de la gran industria y de lasa inversiones financieras internacionales” (pp.189), cuyo fundamento descansa en “la concentración del poder económico a ecala de los propietarios del capital” (pp.1117). Estos dos párrafos bastan para probar que no entiende nada de la noción de modo de producción capitalista. Así como el uso repetido de la noción de “hipercapitalismo” que no tiene ningún sentido sino se habla de hiperesclavismo o hiperfeudalismo
[4]    A fin de cuentas, no he hecho más que recordar las limitaciones que continúan gravando las empresas configuradas como sociedades cooperativas obreras de producción (SCOP), en las que la totalidad del capital es propiedad ede todos o parte de sus asalariados. Sorprende que Thomas Piketty haya omitido comparar la situación que imagina crear con su proyecto de “propiedad social” con la de las SCOP.
[5]    Ya tuve ocasión de mencionar esta omisión o ignorancia en “Capital et idéologie. Un titre en trompe-l’oeil”op.cit. Note 7
[6]    Christel Aliaga et Junel Bernard (coord.), Formations et emploi. Ed. 2018, Insee, 2018, pp. 2013. Y esto no se publicó ayer: la formación continua desplegada en 1975 ha beneficiado siempre a los mejor titulados y mejor empleados; cf. Alain Bihr et Roland Pfefferkom, Déchiffrer les inégalités, PARIS, Syros, 1995, PP. 74-376.
[7]    Para un desarrollo de estas propuestas, Cf. El artículo“Capitalisme vert” en La novlangue néolibérale, La réthorique du fetichisme capitaliste, 2e édition, Laussanne-Paris, 2017.
[8]    Manifiesto del Partido comunista, MARX, K. Y ENGELS, F., Obras escogidas, Ed. Progreso, Moscú pp.57.

 
Sociologo, especialista del movimiento obrero y socialista, miembro del laboratorio de sociología y antropología de la Universidad del Franco Condado, Francia. Cofundador de la revista A Contre Courant.
Fuente:
http://alencontre.org/laune/le-socialisme-participatif-de-thomas-piketty-un-socialisme-utopique-aux-allures-scientifiques.html
Traducción:
Ramón Sánchez Tabarés