miércoles, 25 de abril de 2018

Migraciones irregulares: una mirada crítica. Por, Cindy López y Marcelo Colussi / Para Con Nuesra América Desde Ciudad de Guatemala

Migraciones irregulares: una mirada crítica

Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.

Cindy López  y Marcelo Colussi / Para Con Nuesra América
Desde Ciudad de Guatemala

Las migraciones han existido siempre en la historia. Podría decirse que si algo caracteriza a la especie humana es su afán de búsqueda, de descubrimiento; de ahí que emigró y cubrió todo el planeta. En ese sentido, las migraciones son un fenómeno positivo. Pero, desde hace ya unas décadas, la arquitectura de la sociedad planetaria globalizada (capitalista) encuentra en las migraciones un problema cada vez más grave. Millones y millones de personas huyen desesperadas de la pobreza y/o la guerra, siempre en países del Sur, para intentar llegar a las islas de prosperidad del Norte (Estados Unidos, Europa, Japón).

En la actualidad, la situación se tornó casi inmanejable. Pero hay una doble moral en el discurso dominante proveniente de los países desarrollados: se pone frenos a la migración, y al mismo tiempo se aprovecha de ella como mano de obra barata. La situación que pasan los migrantes es bochornosa, tanto en su viaje como ya instalados en el lugar de llegada, siempre escondiéndose como ciudadanos “irregulares”. Ahora bien: una visión romántica, endulcorada, que busque un perfil más “humanizado” en el trato para con los migrantes, no ayuda en realidad para cambiar las cosas. El núcleo del asunto pasa por modificar la estructura que expulsa cada vez más gente desde los países empobrecidos.

De todos modos, hoy es un discurso largamente generalizado levantar la voz por la situación de los migrantes –“pobres y desamparados migrantes”–, ya sea en su marcha hacia el lugar de destino o, si logran llegar, ante las penurias que pasan como “ilegales” en su nueva morada. De cualquier forma, vale hacer una mirada crítica del fenómeno.

Las migraciones humanas son un fenómeno tan viejo como la humanidad misma. De acuerdo con las hipótesis antropológicas más consistentes, se estima que el ser humano hizo su aparición en un punto determinado del planeta (probablemente el África) y de ahí emigró por toda la faz del globo. De hecho, el hombre es el único ser viviente que ha emigrado y se ha adaptado a todos los rincones del mundo.

Las migraciones, por lo tanto, no constituyen una novedad en la historia. Siempre las ha habido y generalmente han funcionado como un elemento dinamizador del desarrollo social. Sin embargo, hoy día, y desde hace varios años con una intensidad creciente, se plantean como un “problema”. Lo que aquí queremos delimitar es: problema ¿por qué? y ¿para quién?

Recientemente el fenómeno ha adquirido una dimensión masiva, de proporciones antes nunca vistas, apareciendo motivado por razones de orden puramente social: guerras, discriminaciones, persecuciones, pero más aún: pobreza. A partir de la segunda mitad del siglo XX puede decirse que empieza a constituirse en un verdadero “problema” (al menos para algunos), perdiendo definitivamente su carácter de factor de progreso, de aventura positiva. La Tierra se pobló de humanos justamente gracias a las migraciones. ¿Por qué hoy día son un problema?

Nunca antes como ahora tanta gente huye de situaciones adversas; pero, paradójicamente, nunca antes ha habido tantas situaciones adversas. La riqueza y el bienestar crecen a pasos agigantados para muchos, pero para muchísimos otros también crece (en forma inversamente proporcional) su marginación, su falta de posibilidades, su precariedad.

Las oleadas de pobladores del Tercer Mundo indocumentados en viaje hacia el Norte se muestran imparables, siendo este tipo de migración el que alarma al status quo central. En todos estos casos puede verse un interés del migrante por desplazarse desde una situación comparativamente más desventajosa (material, social) hacia una más beneficiosa.

La gente huye de la miseria: del área rural a la ciudad, de los países pobres a la prosperidad del Norte, al igual que huye de las guerras, de las persecuciones políticas, de las cacerías humanas, cualquiera sea su naturaleza. Ahora bien, si el número de “escapados” aumenta (ya sea en forma de desplazados, refugiados, exiliados, de habitantes de barrios marginales en las ciudades o de inmigrantes irregulares en las sociedades más ricas) esto está indicando que las condiciones de vida de donde proviene tanta gente, expulsan en vez de permitir un armónico desarrollo.

Con la globalización en curso, a la que actualmente todos asistimos sin poder resistirnos, las fronteras del Estado-nación moderno tienden a debilitarse, y los desplazamientos de población (así como los de capital) entre un punto y otro del orbe son cada vez más comunes. Aunque nunca –y esto es lo dramático– en función de proyectos sopesados, de estrategias racionales de desarrollo. Sin embargo, vale una precisión: los capitales sí se mueven organizadamente, con un proyecto claro; las masas humanas: no.

Lo distintivo en las migraciones actuales, además de su tamaño, es el hecho de constituirse como problema para todos los factores que hacen parte de ellas, en virtud de su desorganización, de su desorden, de la pérdida de su condición constructiva. Hace tiempo que las migraciones dejaron de ser percibidas como un motor beneficioso para las sociedades. En un mundo en el que, agigantadamente, en vez de resolverse problemas cruciales, se entroniza la tendencia a dividir entre aquellos que “se salvan” y los que “sobran”, las migraciones (como recurso desesperado de muchísimos) pueden pasar a ser un calvario. Por un lado, si bien permiten parches circunstanciales a partir de las remesas, no cambian estructuralmente la situación de los que emigran; y por otro, crean un supuesto malestar en los países receptores, el cual se maneja arteramente según interesadas agendas políticas.

Lo que está claro es que el fenómeno migratorio en su conjunto está denunciando una falla estructural del sistema social que lo produce. Los grandes capitales del Tercer Mundo reciben en conjunto diariamente alrededor de 1,000 personas que migran desde el área rural; y algunos miles llegan cada día ilegalmente desde el Sur a los países desarrollados.

Quien lo siente fundamentalmente como un problema, y más raudamente ha dado los primeros pasos para reaccionar, es el área de llegada de tanta migración: el Norte desarrollado. Sin duda que las que emigran son poblaciones en riesgo, pero para la lógica del poder dominante el riesgo está, ante todo, en su propia casa, en la prosperidad del llamado Primer Mundo, que comienza a ser “invadido”, ininterrumpidamente, por contingentes siempre en aumento.

Si tanta gente huye de su situación cotidiana, ello debería llamar a la reflexión inmediata: ¿por qué existe un mundo que integra a algunos y marginaliza a tantos? Las migraciones actuales están hablando, patéticamente, de poblaciones “excedentes” en el planeta. Pero ¿qué mundo puede ser este donde haya gente “de sobra”? Obviamente, los modelos de desarrollo en juego hacen agua, por lo que hay que replantearlos. En otros términos: el modelo capitalista no ofrece salida para la inmensa mayoría de la población mundial.

Las penurias que deben pasar los migrantes en su marcha hacia la supuesta salvación son enormes, terribles. En estos últimos años de crisis sistémica, desde el 2008 a la fecha, con la ralentización de la economía de muchos países desarrollados, esas penurias se acrecentaron. Justamente por esa crisis global del sistema capitalista, las condiciones de recepción de migrantes en el Norte se ponen cada vez más duras, más denigrantes incluso. El discurso oficial que domina en los países industrializados es que “los inmigrantes vienen a quitar puestos de trabajo”. Donald Trump, en Estados Unidos, ganó las elecciones levantado ese sensiblero y mojigato mensaje. Con ello, lo que se consigue es que la clase trabajadora internacional siga fragmentándose, haciendo que un trabajador del Norte vea a un “mojado” del Sur como un competidor, un enemigo en definitiva.

Pero hay ahí una doble moral en juego: por un lado se aprovecha la mano de obra barata, casi regalada, que llega a los bolsones de desarrollo en el Norte, gente desesperada dispuesta a trabajar por migajas (que, en sus países del Sur representa mucho); y por otro, se le pone trabas cada vez mayores, alentándola a no migrar. Los muros se suceden cada vez con mayor frecuencia, haciendo recordar más a campos de concentración que a fronteras entre naciones.

Es real que la crisis económica hace que muchos trabajadores oriundos de los países desarrollados estén escasos de trabajo, pero el endurecimiento de los obstáculos migratorios con los trabajadores del Sur busca no sólo desestimularlos sino también, básicamente, chantajearlos, pagando salarios bajísimos y ofreciendo condiciones de super explotación. El antiguamente llamado “ejército de reserva industrial” (¡las categorías marxistas siguen siendo válidas!), es decir: las poblaciones desocupadas y siempre listas a trabajar por centavos, no ha desaparecido. Hoy se presenta como fenómeno global, mundial. Se lo declara problema, pero al mismo tiempo es lo que ayuda a mantener bajos los salarios. El único beneficiado en esto es el capital. 

No hay dudas que ese endurecimiento torna el viaje de los migrantes una verdadera pesadilla. En Latinoamérica se estima que de cada tres migrantes irregulares solo uno llega al american dream. Otro es devuelto en el camino, y otro muere en el intento. Luego, si sobreviven a condiciones extremas y logran ingresar a las “islas de salvación” (Estados Unidos, Europa, Japón), su estadía allí, en general en condiciones de irregularidad, aumenta la pesadilla.

Pero permítasenos esta reflexión: suele levantarse la voz, lastimera por cierto, en relación a las penurias de los migrantes indocumentados. Suele decirse que la vida que llevan en los países del Norte es deplorable, lo cual es cierto. Y suele exigirse también un mejor trato de parte de esos países para con la enorme masa de migrantes irregulares.

Todo eso está muy bien. Es, salvando las distancias, como preocuparse por la situación actual de los niños de la calle. Pero ese dolor, expresado en la lamentación por la situación de esas poblaciones especialmente vulnerables y vulnerabilizadas (los migrantes indocumentados, la niñez de la calle) queda coja si no se ve también la otra cara del problema: ¡la verdadera y principal cara! ¿Por qué hay millones y millones de migrantes que escapan de sus países de origen, forzados por la situación económica? La cuestión no es tanto pedir un trato digno en los países de llegada, sino plantearse por qué deben escapar.

Los gobiernos de los países expulsores no dicen nada al respecto porque las remesas que envían estos trabajadores indocumentados sirven para paliar, al menos en parte, la pobreza estructural de las familias de origen y evitar que la misma se profundice. En México y Centroamérica esas remesas representan porciones altas del PBI (a veces superando el 20%).

En vez de quedarnos con la lamentación y victimización del migrante, ¿por qué no denunciar con la misma energía la injusticia estructural que los fuerza a emigrar? Pedir que los países de acogida regularicen su situación migratoria no está mal. Pero ¿por qué no trabajar denodadamente para lograr que nadie tenga que emigrar en esas condiciones, porque su país de origen no le brinda las posibilidades mínimas de sobrevivencia?

Del mismo modo que nadie debe discriminar ni castigar a un niño de la calle (él es el síntoma visible de un proceso social mucho más complejo) tampoco nadie debe excluir, segregar o maltratar a un migrante en condición de irregularidad. Pero ¡cuidado!: si alguien tiene que salir huyendo de su sociedad natal porque ahí no puede sobrevivir, es ahí donde hay que trabajar para cambiar esa injusta y deplorable situación. Trabajar por la regularización de los migrantes que huyeron de la situación de precariedad en sus países de origen puede ser muy bien intencionado, pero no cambia en nada la situación de fondo que sigue expulsando gente.

Puede ser correcto trabajar/pedir/exigir al gobierno de los Estados Unidos mayor apertura en su política migratoria, pero no debe olvidarse que como país soberano tiene la potestad de establecer esas políticas según su conveniencia. Donde sí se debe actuar con la mayor energía es en los países expulsores. Es ahí donde se debe pedir/exigir a los Estados nacionales la creación de condiciones que impidan seguir produciendo potenciales migrantes. Si no, ¿habría que luchar porque los países del Norte –Estados Unidos más específicamente para el caso de Centroamérica– acepten también a los más de 9 millones de guatemaltecos que no migran pero que igualmente están en situación de pobreza permaneciendo en el país?

Todas estas preguntas, aparentemente alejadas en principio de respuestas prácticas concretas, deben ser el fundamento de nuestras acciones en torno al tema de las migraciones. En definitiva, el debate teórico serio (creemos que imperioso) sobre todo esto es lo que mejor puede encaminar las futuras intervenciones. Recordemos las palabras de Einstein, famoso inmigrante judío: “no hay nada más práctico que una buena teoría”. Pensemos críticamente toda esta situación: más que lamentarnos por el síntoma evidente, trabajemos en la fuente expulsora. Cuidado: ¡que los árboles no nos impidan ver el bosque!


El fracaso de la Cumbre de las Américas. Por, Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / Historia y Presente - blog

El fracaso de la Cumbre de las Américas

La VIII Cumbre ha sido un fracaso histórico. La única novedad destacada por la prensa internacional fue la posición del gobierno de Perú que no invitó a Nicolás Maduro. La Cumbre apenas pudo formular el tema central: “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, una verdadera burla bajo la presencia de ciertos gobernantes latinoamericanos involucrados precisamente en ella.

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / Historia y Presente - blog

La primera Cumbre de las Américas se realizó en Miami (EE.UU.), en diciembre de 1994. Participaron 34 jefes de Estado y de gobierno, que se subordinaron a la idea central de crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), un reiterado sueño norteamericano (aunque con distintos nombres) desde el I Congreso Financiero Panamericano realizado en 1915 por iniciativa del presidente Woodrow Wilson. De acuerdo con la “Declaración de Principios” que se aprobó, el ALCA debía estar lista en 2005.

La II Cumbre (Chile, 1998) y la III (Canadá, 2001) prácticamente siguieron la línea trazada por la I. La IV (Argentina, 2005) marcó un quiebre espectacular: mientras George W. Bush y varios gobiernos aliados intentaron posicionar el tema del ALCA, los gobernantes progresistas de Sudamérica no solo que se opusieron, sino que cuestionaron el proceso económico de América Latina subordinado al Consenso de Washington, es decir, al neoliberalismo. Ellos fueron: Néstor Kirchner (Argentina), Luis Inàcio Lula da Silva (Brasil), Tabaré Vázquez (Uruguay) y Hugo Chávez (Venezuela), quien tuvo un protagonismo contundente contra el proyecto de Bush y quien, además, fue el promotor central en la creación del ALBA (Alianza Bolivariana para América), en diciembre de 2004.

Marcada la posición latinoamericanista de los gobiernos progresistas y enterrado el proyecto del ALCA, la V Cumbre (Trinidad y Tobago, 2009) cambió de propósitos, para “Asegurar el futuro de nuestros ciudadanos mediante la promoción de la prosperidad humana, la seguridad energética y la sostenibilidad ambiental”; pero también uno de los puntos centrales fue el fin del embargo norteamericano contra Cuba. Para entonces ya estuvieron presentes, junto a Cristina Fernández (Argentina), Michel Bachelet (Chile), Lula, T. Vazquez y H. Chávez, los presidentes: Evo Morales (Bolivia), Manuel Zelaya (Honduras), Fernando Lugo (Paraguay), Leonel Fernández (República Dominicana), Daniel Ortega (Nicaragua) y Rafael Correa (Ecuador). Participó ahora el presidente de EE.UU. Barack Obama. Fue evidente el nuevo rol de América Latina en el contexto internacional, de la mano de un grupo de gobernantes firmes contra la globalización capitalista, el libre mercado en las Américas y las moribundas ideas del neoliberalismo.

En la VI Cumbre (Colombia, 2012) estuvieron presentes: C. Fernández, F. Lugo, E. Morales, L. Fernández; se sumaron José Mujica (Uruguay), Nicolás Maduro (Venezuela) en representación de H. Chávez, y Dilma Rousseff (Brasil), en tanto asistió por Chile el presidente Sebastián Piñera. El presidente Rafael Correa no asistió, pues cuestionó una cumbre en la que Cuba estaba ausente, posición respaldada por Daniel Ortega, quien tampoco participó.

Enseguida, la posición ecuatoriana adquirió relevancia continental, a tal punto que en la VII Cumbre (Panamá, 2015), por primera vez participó Cuba, apoyada por los países del ALBA, que condicionaron su presencia a la de Cuba. En esta Cumbre estuvieron presentes: C. Fernández, E. Morales, D. Rousseff, Salvador Sánchez Cerén (El Salvador), D. Ortega, T. Vázquez, N. Maduro y R. Correa. Allí también saludaron Raúl Castro y Barack Obama, quienes serían protagonistas, en marzo de 2016, del primer encuentro entre un gobernante estadounidense y otro cubano en La Habana, después de más de medio siglo de ruptura de relaciones y bloqueo.

Sin embargo, con ocasión de esta Cumbre, 26 expresidentes identificados con la derecha política, hicieron pública una Declaración en la que acusaron a Venezuela y al gobierno de N. Maduro, de seguir un camino contra la democracia y los derechos humanos. Era un coro de voces que saludaba al decreto del presidente Obama que declaró a Venezuela como “amenaza” a la seguridad de los EE.UU.

La VIII Cumbre acaba de realizarse en Lima, Perú, entre el 13 y 14 de abril. Por primera vez en la historia de estas reuniones no asistió un presidente norteamericano: Donald Trump, aunque estuvo el vicepresidente Mike Pence. Fueron otros los gobernantes latinoamericanos presentes, con respecto a quienes estuvieron en las anteriores Cumbres: Mauricio Macri (Argentina) y Michel Temer (Brasil), aunque si estuvo Tabaré Vázquez; además participaron solo cancilleres para la representación de Cuba, El Salvador y Paraguay; también los vicepresidentes por Ecuador (María Alejandra Vicuña) y Guatemala; tres representantes por Venezuela y no participó Nicaragua.

La VIII Cumbre ha sido un fracaso histórico. La única novedad destacada por la prensa internacional fue la posición del gobierno de Perú que no invitó a Nicolás Maduro. La Cumbre apenas pudo formular el tema central: “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, una verdadera burla bajo la presencia de ciertos gobernantes latinoamericanos involucrados precisamente en ella. Tampoco hubo posiciones latinoamericanistas por la soberanía y la dignidad de la región, como las que caracterizaron a las Cumbres en las que fue dirigente la voz de los gobernantes progresistas y de nueva izquierda. No ha merecido la importancia que los propios EE.UU. dieron a las reuniones del pasado en su afán por lograr la constitución del área de libre comercio. Y es que tampoco necesita ejercer su presión, al contar ahora con la mayor parte de gobernantes latinoamericanos, particularmente de los países más grandes y de mayor influencia, que vuelven a coincidir en el ideal continental del libre comercio y se guían nuevamente por la ideología del neoliberalismo ajustada al siglo XXI.

La estrategia de la derecha internacional contra Venezuela ha funcionado, y no se ha vuelto a levantar con firmeza el rechazo al bloqueo contra Cuba. Igualmente la geoestrategia continental contra antiguos gobernantes progresistas va logrando sus propios éxitos: D. Rousseff destituida, Lula preso y R. Correa perseguido. América Latina no es más un referente mundial contra la globalización capitalista ni contra el imperialismo.

El presidente ecuatoriano Lenín Moreno tuvo que regresar urgentemente al país para atender el tema de tres personas secuestradas en la frontera norte y vinculadas al periódico El Comercio, cuyo asesinato ha conmovido la vida nacional, despertanto total indignación. El dolor y el rechazo ha tenido una potencia singular que ha unido a los ecuatorianos de todas las tendencias.

El país ha enfrentado un hecho inédito, del que han tratado de aprovecharse políticamente quienes hablan sobre el “debilitamiento” de las Fuerzas Armadas y hasta sobre la “permisividad” que supuestamente hubo en la pasada década frente a los grupos irregulares en Colombia. Todo ello es falso y carece de cualquier fundamento histórico. No se quiere entender ni aceptar que Ecuador es víctima de un problema que Colombia no soluciona, pese a los avances en el proceso de paz con las FARC. Sin embargo, se trata de la misma estrategia interesada en que Ecuador se convierta en fuerza guerrerista de acción y vuelva a tener una institución militar reorientada en los principios de la seguridad continental hegemónica, cuya historia ha sido nefasta para América Latina.

Doce presidentes estadounidenses después, ¡Cuba sigue enhiesta y altiva!. Por, Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América Desde Caracas, Venezuela

Doce presidentes estadounidenses después, ¡Cuba sigue enhiesta y altiva!

Hoy, Miguel Díaz-Canel se ha transformado en presidente de la república de Cuba. Para el que quiera escucharlo, sus primeras palabras en esa condición no dejan duda alguna: “Aquí no hay espacio para una transición que desconozca o destruya la obra de la Revolución. Seguiremos adelante sin miedo y sin retrocesos; sin renunciar a nuestra soberanía, independencia, programas de desarrollo, e independencia”.

Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela

Han hecho todo lo posible, legal e ilegalmente, han quemado cañaverales, han introducido plagas a los animales, las plantas y las personas, organizaron, armaron y financiaron una invasión militar que el pueblo cubano derrotó en menos de 72 horas un día como hoy hace 57 años, han promovido deserciones y riesgosas migraciones ilegales, han robado cerebros, han intentado asesinar a sus dirigentes centenares de veces , han mantenido un bloqueo ilegal e inhumano por casi 60 años, se sostienen de manera ilegítima en la base naval de Guantánamo contra la voluntad del pueblo cubano, han gastado miles de millones de dólares en la subversión, el sabotaje y el terrorismo, pero no lograron su objetivo: no sacaron ni a Fidel ni a Raúl del poder, ellos se fueron por voluntad propia y por decisión del pueblo cubano.

Hoy Raúl se retira de su cargo de presidente de Cuba y lo hace por la puerta ancha de la historia, reconocido, admirado y querido por su pueblo, igual como lo hizo Fidel. Doce presidentes desde Eisenhower hasta Trump, fracasaron en el intento: los Castro hicieron revolución, hicieron patria, hicieron socialismo, hicieron internacionalismo y triunfaron.

La pequeña Cuba, aislada durante décadas por sus pares latinoamericanos, bloqueada hasta hoy por la obsesión imperial, tuvo fuerzas para salir adelante y todavía le quedaron restos para transmitir amor, solidaridad, educación, cultura y salud por los infinitos rincones del planeta, donde por cierto regaron con la sangre de sus mejores hijos los campos, las ciudades, las montañas y los desiertos de África, el Medio Oriente, el Caribe y América Latina y vale preguntarse ¿qué riqueza se trajeron de vuelta? Ninguna, absolutamente nada material, solo el honor de saldar su propia deuda con la humanidad como dijera Fidel en algún momento.

Acaso Fidel y Raúl pensaron que iban a ser presidentes cuando aquella mañana irredenta del 26 de julio de 1953 arriesgaron sus vidas para iniciar el camino de la liberación, acaso se amilanaron cuando fueron juzgados “en tan difíciles condiciones” y    teniendo que defenderse, considerando que jamás “contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades”… y salieron adelante. Hoy, cuando Raúl ha dejado de ser presidente de Cuba, al igual que Fidel, puede exclamar a viva voz que la historia lo absolvió, abandonando la más alta magistratura, pero dejando un país soberano, digno y respetado en el concierto internacional, más por la fortaleza de sus ideas, por la reciedumbre de sus mujeres y sus hombres y por su amor a la patria, que por riquezas materiales que la naturaleza no le proveyó.

La cárcel, esa prisión fecunda que transformaron en escuela de formación revolucionaria, solo sirvió para acrecentar su confianza en el camino emprendido. La creación de una organización que diera continuidad a la epopeya del Moncada, ocupó todos los esfuerzos y desvelos, ninguno de ellos estuvo dedicado a pensar en qué harían cuando fueran presidentes.

El exilio mexicano, la preparación para regresar a la patria y a la lucha, el Granma: 82 combatientes en aquella exigua nave que puso proa hacia la isla querida y hacia la lucha. ¡En el 56 seremos libres o seremos mártires! ¿Estaban pensando en ser presidentes? No, el futuro era la libertad o la muerte y nuevamente lo asumieron sin dudar y cuando después del desembarco, y tras el desastroso combate de Alegría de Pío, en Cinco Palmas logran reunirse 8 combatientes, Raúl entre ellos, y 7 fusiles, Fidel afirmó categórico ¡Ahora si ganamos la guerra!. ¿Es que acaso estaban pensando en la presidencia?

La lucha pasó por momentos difíciles, los combates eran permanentes y continuos, pero el apoyo de los campesinos también crecía.  No había tiempo de pensar en la presidencia. El escenario de los combates fue aumentando, el influjo del Ejército rebelde se ampliaba con los días y en marzo de 1958, Raúl, que no había pensado en la presidencia, fue ascendido a comandante y se le encargó salir del abrigo protector de la Sierra Maestra para crear el Segundo Frente, en la zona nororiental el país. Tuvo que partir de cero para crear las bases revolucionarias de un territorio que comenzó a ser liberado. Dos años y 13 días después del encuentro entre Fidel y Raúl, en Cinco Palmas, el 1° de enero de 1959, la revolución triunfante inició el cambio en la fisonomía de la isla. Ese día Fidel dijo que “La Revolución empieza ahora, la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros…”. Alguien puede suponer que en ese momento estaba pensando en la presidencia.

 Acaso, ¿les tembló el pulso en Playa Girón?, ¿estaba Fidel cavilando sobre la presidencia cuando desde un obús autopropulsado frente a los barcos de la armada de Estados Unidos, dirigió directamente los combates  que permitieron rechazar la invasión mercenaria?...y podríamos poniendo ejemplos, pero el espacio no lo permitiría, el transcurrir del proceso revolucionario muestra de manera fehaciente que los cubanos fueron resolviendo cada problema que se les presentaba en el tiempo y de la manera mejor, según sus propios criterios. Por cierto, como todo proceso social, lo hicieron con aciertos y con errores.

Ahora que en Cuba hay un nuevo presidente, me voy a permitir recordar algunos párrafos de un artículo referido a la llamada transición en Cuba, que escribí en diciembre de 2016, tras el fallecimiento de Fidel:

“Según la información que manejo de fuentes directas, la llamada transición en Cuba comenzó en realidad en septiembre de 1986, “…en febrero de ese año se celebró el III Congreso del Partido Comunista (PCC) y solo un mes antes, Fidel había cumplido 60 años. Es evidente que las reflexiones realizadas por las altas autoridades cubanas respecto de esos dos hechos, y seguramente otros más, llevaron a la conclusión de que había llegado el momento de comenzar a pensar en la necesidad ineludible de preocuparse con mucha antelación por la continuidad de la revolución cubana en el tiempo, dando paso a una fase permanente y continua de formación de cuadros que hiciera que el natural proceso de finitud de la vida de los líderes históricos de la revolución, no causara contratiempos y se enmarcara en el normal desarrollo de la vida política de un país, sobre todo de éste, ubicado a solo 150 kilómetros de la mayor potencia mundial y sometido al acoso y la agresión permanentemente, en los últimos 35 años.

El fallecimiento de Fidel Castro, además del odio de lo más putrefacto de la derecha internacional, hizo emerger toda clase de teorías y opiniones sobre la transición en Cuba. Es sabido que la mayor parte de los medios de comunicación moderno si no tienen información, la inventan y la transforman en verdad, esta vez infructuosamente intentaron colocar tal tema como el más importante, tratando de ocultar el extraordinario homenaje que el pueblo cubano, los pueblos del mundo, y los estadistas decentes de todas las ideologías rindieron al Comandante en jefe de la Revolución Cubana.

Las cloacas imperiales han destapado toda una serie de hipótesis respecto del futuro de Cuba. La cara siempre idiota de la locutora estrella de CNN, cuando las respuestas a sus preguntas no son las esperadas, eran un verdadero poema. Esa noche del 25 de noviembre consultaba a una persona en La Habana respecto de qué estaba ocurriendo y la respuesta de “Nada. Todo está normal”, desencajaba su artificialmente estirado rostro, pues había transmitido durante años que “el régimen cubano ocultaría la muerte de Fidel Castro para evitar las multitudinarias manifestaciones que pedirían el fin del régimen”. Solo la estupidez, la ignorancia o la imaginación de escenarios estereotipados diseñados en laboratorios de guerra sicológica podían hacer suponer que tal habría de ser la respuesta del pueblo cubano al fallecimiento de quien consideran después de Martí y tal vez a su lado, el más grande paradigma de la cubanidad”.

Y ahora Raúl dejó el cargo de presidente y nuevamente no pasó nada y no pasará nada porque como también dije en ese artículo que hoy traigo a colación: La transición en Cuba también incluyó un largo y paciente trabajo de reestructuración de los métodos de trabajo. Raúl Castro se encargó personalmente de que ellos fueran efectivos en el Partido Comunista de Cuba, las Fuerzas Armadas y los órganos locales del gobierno y Partido en las provincias y municipios. Se hizo énfasis en una política de selección de cuadros que incluyera a los jóvenes para que en todos los niveles de la administración y el Partido se fuera dando un prolongado y constante relevo generacional. Hoy en Cuba, más del 70 % de los dirigentes del Partido y el Estado y de los generales de las Fuerzas Armadas, nacieron después que Fidel Castro dirigiera el asalto al cuartel Moncada en 1953.

Ese proceso se desarrolló con altas y bajas, algunos de los cuadros designados para ocupar altos cargos en el gobierno y el partido cometieron errores y fueron destituidos, el país pasó por el difícil “Período Especial“, después de la desaparición de la Unión Soviética y del campo socialista, principales aliados y socios comerciales de Cuba que además trajo un recrudecimiento del bloqueo económico de Estados Unidos contra el país y que fue especialmente severo entre 1990 y 1993 cuando desde diferentes fuentes occidentales se anunció el fin de la revolución cubana. Esta fue una nueva prueba de fuego para el mandato y el liderazgo de Fidel. Cuba logró superar este momento, el más duro de su historia, cuando solo en 2007 pudo recuperar el PIB de 1990.

La transición siguió su curso, incluso en esas condiciones, cuando Cuba pasó por el que quizás ha sido el momento de mayor debilidad de su historia. En ese lapso solo se pudo realizar el V Congreso del PCC en 1997, hasta que el VI Congreso, ya con Raúl Castro en el poder, confirmó todas las decisiones tomadas en 1986.

Hoy, Miguel Díaz-Canel se ha transformado en presidente de la república de Cuba. Para el que quiera escucharlo, sus primeras palabras en esa condición no dejan duda alguna: “Aquí no hay espacio para una transición que desconozca o destruya la obra de la Revolución. Seguiremos adelante sin miedo y sin retrocesos; sin renunciar a nuestra soberanía, independencia, programas de desarrollo, e independencia” y agregó “A quienes por ignorancia o mala fe dudan de nuestro compromiso, debemos decirles que la Revolución sigue y seguirá”, pues “el mundo ha recibido el mensaje equivocado de que la revolución termina con sus guerrilleros”.

Doce presidentes estadounidenses después, ¡Cuba sigue enhiesta y altiva!

La izquierda y el poder en América Latina. Por, Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

La izquierda y el poder en América Latina

Estamos totalmente conscientes de lo controversial del tema que aquí ponemos sobre la mesa: el de la validez de las formas de la democracia liberal burguesa para acceder y mantener el poder por parte de la izquierda en América Latina.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

Estas reflexiones nacen después de observar distintos acontecimientos que han tenido lugar en los últimos quince días. En primer lugar,  ver a Luiz Inacio “Lula” da Silva entrar en la cárcel de Curitiba en Brasil y, por otro lado, escuchar la acusación del Fiscal ecuatoriano contra Rafael Correa por haber calculado la deuda externa del Ecuador de acuerdo a los manuales del FMI. Podríamos agregar más: las acusaciones contra Cristina Fernández en la Argentina o las amenazas de la oposición venezolana y sus compinches internacionales de llevar a Maduro ante un tribunal internacional.

En segundo lugar, presenciar el cambio de mando en Cuba, en donde la Asamblea del Poder Popular ha electo a Miguel Díaz-Canel presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. A diferencia de los ex presidentes antes mencionados, Cuba mantiene su proceso revolucionario incólume, sin pasar por los avatares de la judicilización de la vida política, que se ha erigido en parte importante de la política imperial del soft power.

Estamos totalmente conscientes de lo controversial del tema que aquí ponemos sobre la mesa: el de la validez de las formas de la democracia liberal burguesa para acceder y mantener el poder por parte de la izquierda en América Latina.

Después del derrumbe de la Unión Soviética y el campo socialista, las organizaciones y partidos de izquierda del continente aceptaron tácita y explícitamente las reglas del juego de la democracia liberal. Los movimientos armados que tuvieron vigencia durante las décadas de los setenta y ochenta, en Centroamérica los ejemplarizantes casos de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), y en el Salvador el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), y más tarde en Colombia las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) y ahora el Ejército de Liberación Nacional (ELN) llevaron a cabo, con los estados correspondientes, largos procesos de diálogo que en la mayoría de los casos culminaron en acuerdos de paz que han tenido, como condición sine qua non, la incorporación de estos movimientos revolucionarios al juego de la democracia liberal burguesa de sus respectivos países.

Movimientos de masas de nuevo tipo, distintos y distanciados de estos movimientos armados surgieron también, después de una década de desesperanza del movimiento popular, a partir del triunfo de Hugo Chávez en 1998 en Venezuela, provocando una oleada de gobiernos progresistas que se mantuvieron vigentes y en buena medida dominantes en el espectro político de la región hasta la muerte de Hugo Chávez en 2013.

Luego ha venido un paulatino declive de esta tendencia, con el consiguiente avance de posiciones de derecha, que se ha caracterizado por la actitud revanchista contra los dirigentes de estos movimientos nacional-populares.

Casi sin excepción, estos han sido perseguidos judicialmente, muchos de ellos con acusaciones ridículas prácticamente sin sustento, como el caso de Lula da Silva en Brasil, a quien no hay forma de probarle las acusaciones de la cual es objeto; o de Rafael Correa en Ecuador, en donde el Fiscal General acude al absurdo de acusar al expresidente por regirse por manuales del FMI en el tratamiento de la deuda externa del país.

Es decir, se trata de verdaderos montajes orquestados por jueces que, en su mayoría, han tenido una formación estrechamente vinculada a los Estados Unidos, que no tienen empacho en dictar las más drásticas medidas contra los acusados aunque no cuenten con el respaldo legal necesario.

Pareciera evidente que los mecanismos del llamado estado de derecho se encuentran bien aceitados para reprimir, no por la vía armada como era el caso antes, sino por la vía “legal”, a quienes se salen del dictum dominante.

Cuba ve pasar frente a sí no solo presidentes norteamericanos con sus vaivenes y contradicciones, sino también experimentos de la izquierda latinoamericana para llegar y mantener el poder. Entre ellos, la de movimientos como el zapatista, en México, para quienes la conquista del poder del Estado no es un objetivo.

“Son otros tiempos” dice la cantinela que da respuesta rápida a estas preocupaciones. Mientras tanto, las lentas pero seguras formas ideadas hace varias décadas para prevenir la llegada de la izquierda al poder van cerrando sus tenazas: adoctrinar y ganarse para sus posturas ideológicas al aparato judicial; penetrar con iglesias neopentecostales afines a la Teología de la Prosperidad las mentes y corazones de la gente; controlar los medios de comunicación de masas y las redes sociales.

La derecha reescribe la historia latinoamericana. Por, Emir Sader / Página12

La derecha reescribe la historia latinoamericana

Cuando no se puede borrar la historia, hay que tratar de reescribirla, dándole un sentido radicalmente opuesto al que tuvo en la realidad. Eso intenta la derecha latinoamericana con respecto a los gobiernos progresistas de este siglo en el continente.

Emir Sader / Página12

Después de la euforia con la propuesta neoliberal, que resolvería todos los problemas de nuestros países, reduciendo el Estado a su proporción mínima, promoviendo el dinamismo del mercado, vino la depresión por el agotamiento prematuro del modelo. No hay cómo poner en duda el éxito de los gobiernos antineolibrales, entonces hay que borrar ese tramo de la historia, descalificar a sus personajes y hacer como si no hubieran existido. Es necesario para que la historia (o, mejor, el fin de la historia) siga su curso, para que el pensamiento único trate de imponer de nuevo sus verdades incuestionables y que el Consenso de Washington refuerce su carácter consensual.

Eds necesario para que los gobiernos puedan aplicar los mismos esquemas fracasados, varios años después, como si nada hubiera pasado, poniendo la culpa de su nuevo fracaso en los gobiernos anteriores, que solo sirvieron para eso, para desviar a la economía del buen camino.

La historia ya había terminado. Solo quedaba la insistencia de algunos líderes para intentar reabrirla, buscando caminos imposibles, a contracorriente. Buscando distribuir el ingreso cuando de lo que se trata el neoliberalismo es de concentrarla. Expandiendo el mercado interno de consumo popular, cuando de lo que se trata es de reducirlo. Afirmando políticas externas soberanas, cuando de lo que se trata es de ser subordinados. Recuperar el rol activo del Estado, cuando de lo que se trata es de disminuirlo a su dimensión mínima.

Total, lo que ha pasado en este siglo en varios países del América latina ha sido simplemente un mal entendido, un paréntesis de equívocos en el camino inexorable de la economía global. De lo que se trata, entonces, no es solamente de retomar el buen camino, sino también de eliminar a todos los indicios de esos intentos antineoliberales, para que nadie más sea llamado a engaño y busque contradecir el Consenso de Washington y violar el pensamiento único.

No ha pasado nada en la Venezuela de Hugo Chavez. Fue tan solamente el uso exorbitante del precio alto del petróleo para enriquecer a funcionarios de gobierno y ganar aliados externos a cambio de petróleo.

No ha pasado nada en Brasil, salvo el despilfarro de recursos públicos para distribuir renta a contramano de la búsqueda de competitividad. No ha pasado nada en Argentina, salvo algo similar a lo de Brasil. Bolivia sería la misma en la época de Sánchez de Losada y en la época de Evo, salvo la propaganda gubernamental. Ecuador sigue siendo el mismo de siempre, a pesar del gobierno de Rafael Correa.

No se discute el carácter de esos gobiernos, no se los compara con otros, porque la discusión sería muy incómoda. Se trata entonces de descalificar a los líderes que han comandado esos gobiernos. Todos populistas, irresponsables con el equilibrio de las cuentas públicas, corruptos. Basta con eso para borrar a sus gobiernos, a sus políticas sociales re distributivas, al prestigio de sus políticas externas soberanas, del apoyo popular que han tenido. No se trata de un debate histórico, político, económico, social, de ideas, sino simplemente de encargar al Poder Judicial, a la policía, a los medios, de destruir sus reputaciones, acumulando sospechas, aunque nunca comprobadas. Lula, Cristina Chichonera, Hugo Chavez, Evo Morales, Rafael Correa, Pepe Muía, son descalificados, se intenta destrozar sus imágenes en los pueblos de sus países, para esconder que esos pueblos son víctimas del consenso neoliberal y de las derechas latinoamericanas, que no logran construir alternativas de gobierno que no sean el retorno al modelo fracasado en América latina y en todo el mundo.

Entonces hay que reescribir la historia, borrar períodos, líderes y gobiernos, para retomar la idea de que no habría alternativa a sus caminos accidentados, que han producido las peores catástrofes en cuanto país han gobernado.