viernes, 17 de abril de 2015

CARLOS GAVIRIA DIAZ, FERVIENTE DEFENSOR DE LA FILOSOFIA LIBERAL

CARLOS GAVIRIA DIAZ, FERVIENTE DEFENSOR DE LA FILOSOFIA LIBERAL

Leonardo García Jaramillo
Departamento de Gobierno y Por Ciencias Políticas, Universidad EAFIT

“¡Ha muerto el gran magistrado colombiano!”. La noticia llegó a Curitiba hoy en la mañana y silenció con duelo una discusión constitucional entre juristas brasileros y colombianos. Ello refleja la dimensión del impacto que, como jurista y magistrado, tuvo Carlos Gaviria Díaz (1937-2015), más allá de los círculos jurídicos nacionales.

El que hoy se reconozca a nuestra jurisprudencia constitucional como pionera en temas como justiciabilidad de derechos sociales y protección a minorías sociales se debe, en parte fundamental, a su erudición jurídica y a la envergadura intelectual de sus juicios. Las sentencias de las que fue ponente sentaron sólidos criterios que fundaron los precedentes por los que se admira el trabajo que, en la reducción de la disociación entre la normativa garantista y la realidad signada por la desigualdad, y aun por la discriminación en muchos ámbitos, ha realizado la Corte Constitucional.

La densidad normativa material de la Constitución tiene hoy la dimensión que se le reconoce en muchos países del mundo que optaron por el constitucionalismo como modelo de organización jurídico-política, gracias a la contribución de magistrados que, como Gaviria, realizaron en la primera conformación, con siete magistrados, que tuvo la Corte luego de proclamada la Constitución de 1991, y luego en su periodo como magistrado durante ocho años.

No fue, como los intelectuales de su generación, un autor prolijo. De hecho, hasta poco antes de su publicación, tuvo reticencia en la edición del libro Sentencias: herejías constitucionales. Recuerdo, siendo aún estudiante de pregrado, una conversación con él y Carlos Enrique Ruiz minutos antes de la presentación del libro. Sentía que inmerecidamente iba a recibir méritos por la difusión bajo su rúbrica de sentencias adoptadas por la Corte. Su honestidad como persona e intelectual se reflejaba en muchos aspectos de su personalidad.

Como genuino intelectual público, fue un faro en momentos convulsos de la realidad nacional. El trabajo de realizar sin precedentes la normativa constitucional en el contexto de una sociedad que recién salía del confesionalismo le exigió tomar un papel que trascendió las barandas del tribunal. Era común verlo en los medios explicando una sentencia compleja, y nunca abandonó su papel docente y académico.

Sus aptitudes como maestro se reflejaron también fuera de las aulas, donde estuvo por cerca de 35 años en la Universidad de Antioquia, y luego en numerosos programas de posgrado en todo el país. Quizá por el amplio reconocimiento de sus calidades pedagógicas, se sintió llamado a ocupar un lugar de prestancia en la política, luego de su paso por la Corte. Senador y candidato presidencial, fue hasta el último momento ferviente defensor de la filosofía liberal. 

Su incansable deseo de promover las que consideraba mejores concepciones del ejercicio de la autonomía individual, el libre desarrollo de la personalidad y la dignidad lo llevó a defender, al interior de la Corte, y luego a exponer ante la opinión pública, los argumentos que sustentaron sus conocidas posiciones a favor de la eutanasia, el aborto, la dosis personal de droga, la separación iglesia-Estado y los derechos para minorías, como los indígenas y los homosexuales.

Pero los argumentos a favor de las más prístinas concepciones de la libertad y la dignidad humana, que esgrimió en sustento de las ratio de sus sentencias, fundaron, más que nuevas líneas jurisprudenciales, una nueva forma de pensar acerca del reconocimiento, el sentido de lo público y el ejercicio de la libertad ante el respeto por la diferencia. En una ocasión, recordó una entrevista a Ronald Dworkin cuando hablaba acerca del relativismo en la toma de posturas políticas. Aún conservo el fragmento que busqué luego de la referencia del maestro. Decía Dworkin: “Odio cuando la gente dice: ‘Está bien que los homosexuales contraigan matrimonio, pero esa solo es mi opinión’. Usted no puede pensar que solo es su opinión, o si no, no la sostendría. Imagine a un juez que acaba de sentenciar a alguien a cadena perpetua diciendo: ‘otros jueces podrían haberlo considerado de otra forma y tienen el derecho a tener sus propias opiniones’. ¿Quién podría decir tal cosa de forma razonable?”.

Pensador de izquierda, concebía a la igualdad material como un presupuesto del ejercicio de la libertad, sobre todo al interior de sociedades aberrantemente desiguales como la colombiana. Intelectual riguroso, pero claro en sus sentencias e intervenciones públicas. En sus clases y conferencias no llevaba casi nunca el texto escrito, si acaso unas notas. Pero quienes tuvimos el placer de escucharlo siempre reconocimos en sus intervenciones el rigor y el hecho de que la verdadera profundidad filosófica se resuelve en la claridad.

Se le recordará como un librepensador, en el sentido que lo definió recientemente Freddy Téllez: “El librepensador es un hombre con la conciencia alerta que lucha con los problemas de su tiempo. Es un pensador por fuera de corrientes y doctrinas, en la medida de lo posible, consciente de no poseer la verdad todopoderosa y discriminante; constructor de una verdad minúscula en confrontación constante con la realidad, siempre en movimiento” (Pequeño tratado del librepensador, Bogotá, Sílaba, 2015).

Otra de las virtudes del liberalismo que reivindicó en sus sentencias y en su vida pública y privada, fue la tolerancia. Recuerdo la última ocasión cuando coincidí con el maestro Gaviria, en Bucaramanga, durante la campaña al senado de Rodolfo Arango. Con finura y buen humor, recordó que cuando empezó la discusión constitucional por la discriminación por razones de orientación sexual, una de las primeras objeciones que tuvo que sortear ante su consabida posición no fue por el sentido de sus argumentos. Un periodista le preguntó al final de una entrevista: “Entonces usted también es gay, ¿no, doctor?”. La incomodidad por un juicio personal y una implícita indicación de que su posición a favor de la igualdad en materia sexual era autointeresada fue más bien respondida así: “No hombre, y créame que tampoco he fumado nunca marihuana”.


Información adicional

Conozca las sentencias de constitucionalidad que proyectó Carlos Gaviria Díaz

Varias decisiones proyectadas por el fallecido jurista, en el periodo 1993 - 2001, fueron la base de la transformación de ciertas políticas públicas, como sucedió con la despenalización del homicidio por piedad (Sentencia C-239/97) y la del consumo de la dosis mínima de droga, que estaba sancionada por los artículos 51 y 87 de la Ley 30 de 1986, declarados inexequibles en la Sentencia C-221/94. Otros aportes destacados en su paso por el alto tribunal son las limitaciones impuestas a los estados de excepción (Sentencia C-179/94) y la inconstitucionalidad de la reglamentación al ejercicio del periodismo, pues consideró que no podía limitarse el acceso a este oficio a quienes no fueran comunicadores (Sentencia C-087/98).

Frente al derecho a la igualdad y el principio de prohibición de la discriminación, cabe recordar que Gaviria proyectó el retiro del ordenamiento de una norma del Código Civil que anulaba el matrimonio de “la mujer adúltera con su cómplice”, pero que no hacía lo propio con el hombre que incurriera en la misma conducta (Sentencia C-082/99).

Gaviria tampoco fue partidario de la detención de conductores en estado de embriaguez, pues fue el autor del fallo que declaró inconstitucionales las normas que permitían el arresto, inclusive si el estado de alicoramiento no generaba delito (Sentencia C-189/99).

Además, fue ponente de la inexequibilidad del artículo 4º (parcial) del Decreto 2265 de 1991, que eliminaba, en el marco de un estado de excepción, el beneficio de no extradición como mecanismo premial de colaboración con la justicia (Sentencia C-092/98).

En el documento adjunto encontrará la lista con todas las sentencias proferidas por el exmagistrado, fallecido este martes a los 77 años.



martes, 14 de abril de 2015

“No quiero que nadie me excuse: fui de la S.S. nazi”: Günter Grass

“No quiero que nadie me excuse: fui de la S.S. nazi”: Günter Grass

Antes de morir confesó de su propia voz el pecado de haber apoyado a Hitler y también rompió su silencio sobre Israel. Entrevista de Xavi Ayén.
Por: | agosto 23, 2013
 
“No quiero que nadie me excuse: fui de la S.S. nazi”: Günter Grass




El suave traqueteo del tren y un sol radiante que se filtra a través de la ventanilla predisponen a algunos pasajeros al sopor. Justo al llegar a Lübeck, abren los ojos con un leve sobresalto y sonríen, como si hubieran aterrizado en un cuento de hadas de los hermanos Grimm. El casco antiguo de esta ciudad, con la imponente puerta Holstertor de ladrillo rojo, parece el escenario perfecto para Cenicienta, su príncipe y otros personajes de fábula medieval. Lübeck, construida en la segunda mitad del siglo XIII, es patrimonio de la Humanidad desde 1987, y sus habitantes presumen de haber inventado el mazapán, así como de tres personalidades ilustres: sus hijos naturales Thomas Mann y Willy Brandt, y uno adoptado, el premio Nobel Günter Grass.

Günter Grass vive, en realidad, a unos 25 kilómetros, en la pequeña Behlendorf, pero también tiene casa en Lübeck. Una amplísima casa-museo, con una extensa parte  destinada a los visitantes y una buhardilla, más reducida, que es su territorio particular. De hecho, Grass es un ferviente admirador del político socialdemócrata Willy Brandt (1913-1992), a quien le escribió muchos discursos, y también del escritor Thomas Mann (1875-1955), una de sus grandes influencias, quien también obtuvo el premio Nobel de literatura (en 1929, setenta años antes de que lo hiciera el propio Grass). Lübeck es, así, un polo del turismo literario europeo, con dos imanes principales: la Casa Buddenbrook -un auténtico templo consagrado a la familia Mann, que vivió en ella- y la de Grass, inaugurada en el año 2002.  Un completo merchandising local acentúa el culto al escritor: piezas de madera para aguantar libros, tazas, llaveros… incluso botellas de vino Günter Grass, con la etiqueta dibujada por el propio escritor.

Nuestro primer contacto con él se produce en el jardín de su casa-museo, a la sombra del enorme “Pleuronecto”, una de sus esculturas gigantes que salpican este espacio al aire libre. El escritor es, también, un productivo artista plástico (como el chino Gao Xingjian) y buena parte de las instalaciones está destinada a mostrar sus dibujos y esculturas, casi siempre relacionados con temas de sus libros. Junto a dos cabezas humanas que emergen de la grava, nos cuenta que “esa señora con tres pechos que ven ahí, por ejemplo, refleja la diosa Aya, que alimentaba a los pescadores con sus ubres y aparece en mi novela ‘El rodaballo’. Después de un libro, suelo esculpir: en comparación con la literatura es algo tonto, mecánico, no necesitas el cerebro, que te puede incluso molestar. Aquí organizamos muestras de otros escritores-artistas: los dibujos de Hermann Hesse u Otto Pankok, las acuarelas de Goethe…”.

Subimos con él varios pisos por una estrecha escalera que conduce a un desván en penumbra, donde unas vigas de madera pintadas de azul celeste dan un toque de color. Grass se sienta junto a una amplia mesa, para encender tranquilamente su pipa. Unas escalerillas metálicas conducen todavía a un altillo, que imaginamos último refugio del artista. En el alféizar, reposan otras dos esculturas suyas, éstas de arcilla: dos bailarines entrelazados y una cabeza de la que brota un falo. Al otro lado de la ventana, entre casas de ladrillo rojo, desfila un grupo de niños, todos con un violín en la mano.

En una especie de atril descansa una máquina de escribir de las de antes, con cinta de colores. Una autentica Olivetti-Letera, sus favoritas. “¡No, no es una pieza del museo! ¡Yo las utilizo! Tengo varias: una en mi casa de Portugal, donde paso el invierno, otra en la isla danesa de Mon, para el verano, y otra en Behlendorf. Están en una posición elevada porque yo escribo siempre de pie. Para mí, escribir no es tan diferente de pintar o esculpir; escribo en bruto, como si trabajara con arcilla: introduzco irregularidades en el manuscrito y luego las voy moldeando”.

En las estanterías se amontonan libros, papeles, carpetas y clasificadores, en un aparente desorden. Hay una pelota de fútbol con frases de escritores alemanes sobre este deporte. Grass mantiene la pipa en la mano, pero se le apaga a menudo, lo que refuerza la idea de que se trata más de una cuestión estética que de otra cosa. En la pared, hay varios cuadros suyos.
Sus libros más conocidos en Occidente son El tambor de hojalata (1959), El gato y el ratón (1961) y Años de perro (1963).
Sus libros más conocidos en Occidente son El tambor de hojalata (1959), El gato y el ratón (1961) y Años de perro (1963).

El autor de “El tambor de hojalata” ha recuperado la energía. Un amigo suyo nos confesó, unos días antes, que el escritor “había sufrido mucho” con la polémica originada cuando sus memorias de juventud, “Pelando la cebolla”, fueron publicadas en Alemania. Las fuertes críticas consiguieron, entonces, abatirle anímicamente. Los hechos que narra en el libro no ofrecen lugar a dudas e interpretaciones: “Milité en las juventudes hitlerianas -nos recuerda ahora-. En la guerra, me presenté voluntario para el ejército, quería ir a un submarino. Pero fui destinado a las SS, los temibles cuerpos de elite del nazismo. En mi caso, no disparé un solo tiro, solamente entre en acción dos veces y fui herido y hecho prisionero por los norteamericanos. Ir a las SS no me causó ningún susto o desconcierto. No tengo disculpa y ese es mi oprobio: creí en el Führer, creí en la Victoria Final de Alemania. Desde los 12 años viví el nazismo con fascinación y deslumbramiento: los jóvenes nos dejamos seducir. De los crímenes de las SS sólo tuve conocimiento después de la guerra, fue algo muy penoso. Pero que nadie se esfuerce: no existe ningún atenuante, no se puede empequeñecer lo que hice diciendo que fue una tontería juvenil ”. Grass tiene todavía esquirlas de metralla que le impiden lanzar piedras con el brazo derecho, como un recuerdo físico, permanente, del horror.

Escuchando la dureza con que Grass habla de sí mismo, uno se pregunta: ¿por qué la prensa alemana se encarnizó con él? En realidad, no fue por lo que contaba (una experiencia bélica que compartieron millares de compatriotas suyos), sino porque algunos comentaristas consideraban que alguien con semejante pasado no estaba legitimado para haber actuado tan a menudo, como hizo Grass, de “caza-nazis” y de crítico feroz de los personajes de la vida pública con un pasado político en el Tercer Reich. “¿Cómo se atreve a habernos dado lecciones durante tanto tiempo?”, le dijeron, en letra impresa, diarios de varias tendencias políticas.

Grass, combativo, tiene interés en aclarar algunos aspectos de la polémica: “Primero, no ‘confesé’ de repente ahora lo de las SS. Nunca presumí de antifascista, nunca callé que fui voluntario en la guerra. Y, hasta los años 60, siempre, cuando me preguntaban, yo admitía que había estado en las SS. Luego, cada vez me costó más aceptar esa parte de mi pasado, me lo quería ocultar a mí mismo por vergüenza. Yo sabía que en algún momento volvería sobre eso… Sí, lo hice tarde pero, a la vez, nunca es tarde para esas cosas. Lo que no quería, de ningún modo, es maquillarlo”.

“¿Quiere saber de lo que realmente me culpo? No es de haber callado durante 40 años algo que ya había dicho antes. Lo que más me duele -y, curiosamente, nadie me ha criticado por ello- es todo lo que no hice y podría haber hecho durante aquella época: cuando a un tío mío lo fusilaron, muy al principio de la guerra, cuando se llevaron a un compañero de clase y a un maestro de mi escuela, cuando un soldado que era testigo de Jehová y se negaba a coger el fusil también desapareció…  Yo no moví un dedo por nadie, ni siquiera hice preguntas, no quería verlo, no quería saber. Mataban gente que conocía, o los llevaban a campos, y yo miraba hacia otro lado. ¿Se da cuenta? Ése es el dolor más grande que tengo, un dolor que ya no me abandonará jamás”.

-Algunos dicen que ya no es usted el referente moral de los alemanes.
-Estoy encantado de no serlo. La prensa me adjudicó graciosamente el título de ‘conciencia de la nación’, como antes habían hecho con Heinrich Böll, pero yo, simplemente, lo unico que he hecho siempre es hacer uso de mi derecho a la libertad de expresión. Ahora, la misma prensa, en una campaña atroz de linchamiento, ha roto ese título que me dio. Es una alegría.

-Pero ¿qué hay de sus críticas a los políticos, jueces o militares que tuvieron un pasado nazi?
-Eran políticos adultos que ocuparon puestos claves dentro de destacadas organizaciones del poder nazi, en algunos casos traicionando a la república democrática anterior: un alto funcionario del departamento de propaganda, un promotor de las leyes de raza… ¿Eso es lo mismo que un chaval, como yo, que tenía seis años cuando Hitler subió al poder? ¿Eso me impide criticar a un viejo nazi como Kiesinger? ¿Por qué? Hoy se publican muchas autobiografías, como la del historiador Joachim Fest (fallecido recientemente), donde todos se declaran antifascistas. Pura invención. Mire, a mi tío Franz, que era cartero y no se metía con nadie, lo ordenó matar un juez militar que continuó ejerciendo después de acabada la guerra. Mi tío dejó mujer y cuatro hijos de mi edad. A ese tipo de personajes los seguiré criticando siempre.

En el pasillo de la planta baja, una exposición repasa la biografía de Grass, con profusión de fotografías antiguas. En ellas, le vemos con aspecto de leñador: alto, joven, fuerte, con la cara despejada y un prognatismo (mandíbula salida) que los años y el bigote han suavizado claramente. Algo de la virilidad de aquel muchacho permanece en los ataques a la prensa alemana que ahora profiere Grass. “Antes, en mi país, existía una diferencia entre el ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ y el ‘Bild’, pero ahora el sensacionalismo se ha vuelto una costumbre incluso en los diarios que se llaman serios”.
Por su inmadurez cuando hizo parte de la S.S., Grass ha sido defendido por intelectuales como  Mario Vargas Llosa , Volker Schlöndorff y Salman Rushdie.
Por su inmadurez cuando hizo parte de la S.S., Grass ha sido defendido por intelectuales como Mario Vargas Llosa, Volker Schlöndorff y Salman Rushdie.

¿Tanto le afectó la lluvia de críticas? “Me pilló en mi casa de Dinamarca. Estaba dibujando, como hago siempre que acabo un libro, y lo seguí haciendo, además de ponerme a escribir poemas sobre todo el follón. No podía dormir, pero la poesía y el dibujo me ayudaron y, en los momentos más duros de insomnio, me entregué a la relectura de ‘Tristam Shandy’, el clásico de Laurence Sterne, que me calmó muchísimo, ¡es increíble lo terapéutica que puede ser una obra maestra de la literatura, en este caso tan divertida! Me devolvió la sonrisa…” De los poemas que escribió ha surgido el libro “Dumme August», recién aparecido en Alemania y que puede traducirse como «Tonto agosto» (el mes más álgido de la polémica) o como «Augusto el tonto», por el payaso de cara blanca en las funciones de circo, que recibe los ataques de los otros.

En su libro, hay una anécdota que merecería ser cierta: Grass sostiene que coincidió en el campo de prisioneros con un joven Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI. “Los hechos probados son los siguientes -explica-: Ratzinger fue hecho prisionero en el campo de Bad Aiblingen, el mismo en el que estuve yo en la misma época. O sea, es cierto que coincidimos en ese campo. Y yo conocí allá a un bávaro llamado Joseph, de mi misma edad, cuya aspiración era hacer carrera en la jerarquía eclesiástica. Lo estoy viendo ahora mismo: los dos teníamos piojos, jugábamos a dados y masticábamos comino de la misma bolsa, para distraer el hambre. Él me intentaba convencer de que volviera al catolicismo, con una voz queda y algo fanática, pero yo le decía que quería ser artista. Le hablaba de mujeres, pero él no quería saber nada de eso. Tenía esa manera suave, penetrante, de hablar de los que están persuadidos de tener una creencia verdadera. No dejaba de explicarme que la Inmaculada Concepción era un hecho real. Yo le replicaba hablando mal de la virgen y enumerándole todos los instrumentos de tortura con los cuales se había hecho sufrir a gente en nombre de su venerada Madre de Dios. Él, impertérrito, bajo la lona, me leía textos piadosos en voz baja, de un librito encuadernado en negro, y yo pensaba: ‘Madre mía, ¡este tío no llegará a nada en la vida!’. Unos periodistas alemanes indagaron en el Vaticano, y la respuesta de la Santa Sede ha sido que eso se trata de ‘un asunto privado’”.

El tema central de su libro “es la falsedad de la memoria. Cómo nuestros recuerdos siempre mienten: cambian el orden de los hechos, dan sentido a lo que no lo tuvo, embellecen, dignifican… Por eso me limito a lo que hice, a los aspectos concretos, lo objetivo. No quiero divagar-inventar sobre mis pensamientos”.

-¿Por eso habla de la violación de su madre por soldados rusos sin asombro de odio?
-Cuento lo que sucedió. Sólo supe por mi hermana que la habían violado varias veces. Mi madre protegió a mi hermana, que tenía 14 años, diciendo a los soldados: “Cójanme a mí, dejen a la muchacha en paz”. ¿Podía haberlo explicado de otra forma? No lo sé.

-¿No recuerda haber odiado nunca?
-No. Para mí, el enemigo era una idea abstracta. Éramos muy jóvenes y nuestra fuente de información era la propaganda. Yo quería huir de mi familia, que me agobiaba, del piso donde vivíamos todos en una sola habitación y del wáter que compartíamos en el entresuelo cuatro familias, quería abandonar la pobreza. Soñaba con ser un héroe de guerra, hundir barcos, hacer explotar tanques enemigos y derribar los aviones aliados que perpetraban ataques terroristas. Llevar uniforme atraía las miradas y reforzaba mi yo interior. Cuando no lo llevaba sentía vergüenza de mis pantorrillas y calcetines.

-¿Mató a alguien?
-Nunca busqué una diana con el visor, nunca apreté el gatillo, pero solamente viví una semana de plena guerra en el campo de batalla. Tampoco fue por ningún mérito especial.
Sacude la pipa en el cenicero antes de volver a llenarla de tabaco y recordar que “siempre le prometí a mi madre que sería un artista famoso. No pensé en ella cuando me dieron el Nobel, ya muy mayor, pero sí cuando leí fragmentos de ‘El tambor de hojalata’ y los colegas escritores me dieron un premio de 4.500 marcos, algo muy importante, mucho más que el Nobel porque entonces vivía en París, era muy pobre, escribía en un sótano infecto que me hizo coger una tuberculosis, y esa cantidad me permitió seguir escribiendo. Fue sólo cuatro años después de la muerte de mi madre y ahí sí me hubiera gustado que estuviera presente”.

Algo que le debe a su madre es, por ejemplo, “que me nombrara cobrador de las deudas del colmado familiar. Como no tenía paga, y en cambio sí recibía una comisión de lo que conseguía cobrar, desarrollé una habilidad especial para conseguir que la gente me aflojara el dinero, y eso después me ha servido para mostrarme intransigente con los editores. Por otro lado, esa misma vivencia ha dado riqueza a mi literatura: entré en muchos pisos ajenos y he aprendido cosas interesantes sobre todos los estratos sociales, eso ha sido un material impagable para mi obra posterior”.
Tal vez su mejor año fue 1999, cuando recibió los galardones de Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Tal vez su mejor año fue 1999, cuando recibió los galardones de Premio Nobel de Literatura y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Pero ese Grass que se sienta directamente a negociar con su editor alemán -a quien imaginamos más acongojado que los morosos del colmado de su familia- no se limita a pedir más dinero para él. “Desde los años 70, por ejemplo, impuse a mi editor que, cada vez que yo escribo un nuevo libro, financiara un encuentro en Alemania de todos mis traductores a otras lenguas, convivo con ellos varios días, les explico los entresijos de la novela y del lenguaje que la acompaña, y ellos me comentar sus dudas… le aseguro que la calidad de mis traducciones ha mejorado notablemente. Me extraña muchísimo que esto no se haya extendido”.

Cuando Grass contempla la bahía de Lübeck, al fondo, se acuerda de aquel testigo de Jehová que no quería empuñar un arma durante la guerra. “Al publicarse mi libro, me vino a ver una mujer que conocía su historia completa y me la contó: había coincidido con él como prisionera en el campo de concentración de Danzig. No solamente sobrevivió a ese campo sino que fue embarcado en una nave de prisioneros, huyendo de los rusos, que atracó ahí, en la bahía de Lübeck. El barco estaba atestado de prisioneros, de varios campos, y unos aviones británicos lo bombardearon por error… ¡pero él también sobrevivió!”. El mismo Grass salvó la vida por casualidad, al no saber montar en bicicleta y no acompañar a sus compañeros en una huida en la que fueron abatidos por los disparos enemigos. “Jamás aprenderé a ir en bici, se lo aseguro, mis hijos lo han intentado pero…”. “Tengo seis hijos -aclara-, dos de los cuales son de mi mujer actual, Uta, ¡y 16 nietos! Todo en mi vida es épico, ja, ja. Los hijos hacen su camino y se equivocan o no sin seguir los consejos de sus padres pero, en cambio, ya tengo tres nietos que intentan escribir”, comenta con orgullo.

De repente, una voz severa interrumpe el discurso de Grass, que da un respingo.
-¡Señor, aquí no se puede fumar!

Es el portero, uniformado en gris, del hotel Palace de Madrid, donde, unas semanas después de nuestro primer encuentro en Lübeck, hemos continuado la conversación. Grass apaga su pipa mientras murmura una frase en alemán que, a nuestros oídos, suena algo así como “brrr… polizei!”. Nos explica que “por una enfermedad arterial, me convertí en fumador de pipa a mediados de los 70, antes liaba cigarrillos. Ahora no puedo separarme de ella, sólo la dejo de usar cuando modelo arcilla”.

La prensa del día trae la noticia de que se acusa a Ryszard Kapuscinski de haber colaborado con los servicios secretos de la Polonia comunista. Grass, nacido en Gdansk, entonces una ciudad alemana y hoy polaca, afirma que “el fervor cazacomunista de los hermanos Kaczynski es una recaída en lo peor de la historia polaca, es utilizar exactamente los mismos métodos que las dictaduras. Además, ¡qué absurdo! Es lo mismo que sucede en Alemania: se esgrimen los archivos de la Stasi, la temible policía secreta comunista, como si fueran la verdad absoluta. ¡Por favor! Hay gente que se cree a ciegas esos papeles, y olvidan que en muchos casos se trataba de informaciones falsas que proporcionaban soplones de baja catadura”. Grass pasa una temporada en Polonia al menos cada dos años desde 1958 “porque pertenezco a los 14 millones de alemanes que perdieron su tierra natal como consecuencia de la guerra. El mayor logro de la posguerra fue integrar a tantos millones de refugiados. En las dos Alemanias se promulgaron leyes que obligaban a las familias a darnos cobijo. Siempre me he sentido muy vinculado a Polonia y es mi obligación ayudar en la protesta contra este gobierno. En España también he detectado un peligroso auge del integrismo católico, que quiere intervenir en política”.

De repente, llega Hans Grunert, uno de sus seis hijos, fotógrafo residente en Madrid, quien lo saluda afectuosamente. Grass nos recuerda entonces que “puse punto final a mi libro de memorias aquí, en Madrid, en un apartamento que alquilé en la plaza Mayor, donde dibujé las cebollas que ilustran los diferentes capítulos”.

Pasamos a abordar la sinceridad con que, en el libro, ha abordado aspectos como la sexualidad. ¿Es verdad que, en el ejército, un poco más y se vuelve homosexual? “Bueno, a menudo nos tocábamos los unos a los otros pero esa experiencia no es nada especial, al menos en la época, con una educación militar muy temprana, con miles y miles de jóvenes que pasábamos nuestra pubertad encerrados en cuarteles exclusivamente con chicos. No tuve una relación sexual con una chica hasta los 18 o 19 años”. Pero confiesa que, cuando acabó la guerra, “en lo único que pensaba era en mujeres, dormido y despierto, todos los pensamientos iban dirigidos a lo mismo”.

Grass sigue opinando, como siempre ha hecho, sobre política. Mantiene sus críticas a la reunificación alemana: “La realidad ha sido aún peor de lo que yo predije. Yo no me opuse a la unidad alemana, pero sí a que aquello fuera una anexión, una OPA a 16 millones de personas por parte del capitalismo vecino. Todo debía haberse hecho de forma más cuidadosa, lenta y sobre la base del federalismo. Yo propuse una liga de Estados alemanes. Me llamaron de todo: vendepatrias fue lo más suave… Pero ¿qué ha sucedido hoy? La cifra de desempleados es enorme en la gente del este, y el 90% de las propiedades inmuebles y del suelo de la ex RDA ¡está en manos de alemanes occidentales! Es algo terrible…”

Sobre la gran coalición que gobierna su país (democristianos y socialdemócratas, los dos principales partidos), cree que “es una enorme aglomeración del poder, que obra por debajo de sus posibilidades. Por ejemplo, han rectificado totalmente su idea inicial de reforma del sistema sanitario, a causa de las presiones de los lobbies ―la industria farmacéutica, las asociaciones de médicos, los seguros médicos…―. Decimos que los enemigos de la democracia son la extrema derecha, la extrema izquierda, los islamistas… Pero, en realidad, podría probar que los que, realmente, están vaciando de contenido nuestras libertades son las grandes industrias, los bancos… fuerzas que actúan con éxito sobre el poder legislativo. Empresas que despiden a gente mientras sus acciones suben, una perversión escandalosa a la que nos hemos acostumbrado, y que dicen, además, cómo han de ser las leyes. Los políticos aceptan su chantaje; si no se les hace caso, amenazan con llevarse sus fábricas al extranjero, y eso da miedo. Una gran coalición habría podido ofrecer resistencia a esto, pero no lo hace”.

Antes de despedirnos, Grass explica que “jamás recibí tantas cartas de lectores como con este libro. ¿Y sabe qué me dicen? Que por fin han podido hablar de la guerra con sus nietos, con sus abuelos… Eso, al final, se sobrepone a toda polémica. Hay que hablar, incluso de lo más traumático, sacarlo todo. Yo no he podido o sabido hasta ahora, de acuerdo, pero estoy muy contento de haberlo hecho. Me resultó desagradable hablar con el joven que fui, pero me obligué a hacerlo. Mi generación nunca superará este tema, nunca habrá un punto final. Yo seguiré escribiendo sobre ello, se lo garantizo. Seguiré teniendo la boca abierta. Y mis enemigos tendrán que aguantarse”.
0 0 1007347.    tomado de las 2orillas.com

domingo, 12 de abril de 2015

Los grandes duelos presidenciales tienen un elemento en común: en todos los casos fueron muy amigos antes de declararse la guerra.

Las otras batallas

Los grandes duelos presidenciales tienen un elemento en común: en todos los casos fueron muy amigos antes de declararse la guerra.
 Bolivar siempre sospecho que Santander estaba detras del atentado de la noche septembrina, pero nunca pudo confirmarlo.


Bolívar y Santander

La pelea entre Bolívar y Santander partió en dos al país. Aunque en los libros de historia los muestran como el binomio que logró la independencia, la verdad es que desde que se conocieron en 1813 durante la campaña libertadora en Cúcuta, la relación fue tormentosa. La primera diferencia se dio cuando Santander se negó a acompañar a Bolívar a la campaña libertadora de Venezuela y prefirió quedarse al comando de las tropas en Colombia. Sin embargo, a pesar de ese desaire, Bolívar lo siguió viendo como un hombre indispensable para la administración del Estado. Era ordenado y meticuloso, justo lo que no era él. Por eso, antes de su partida, lo designa como subjefe del Estado Mayor y jefe del Ejército de la Nueva Granada en 1818.

 Un año después el dúo logró su gran triunfo: la Batalla de Boyacá el 7 de agosto de 1819. Bolívar le regaló a Santander la hacienda de Hatogrande como su reconocimiento por su gallardía en el campo de batalla. Pero hasta ahí llegó la luna de miel. A partir de ese momento comenzaron las tensiones y los dos grandes protagonistas de la independencia de Colombia nunca volvieron a tener una victoria conjunta. El Libertador raras veces estaba en Bogotá. Primero hace la campaña de Venezuela, entre 1819 y 1822, y después se va al sur, a liberar Ecuador, Perú y Bolivia, hasta fines de 1826. Mientras tanto Santander empieza a alarmarse con el talante dictatorial de Bolívar y su propuesta de un presidente vitalicio, que consignó en la Constitución de 1819. Bolívar a su turno se enerva con el legalismo de su vicepresidente y le escribe en una carta privada:  “Yo soy el hombre de las dificultades, usted el hombre de las leyes”. Ese es el origen del término ‘santanderismo’, tan recurrido hoy para referirse al exceso de legalismo.

En 1824 con la bendición de Santander, el Congreso expide una ley que regula las facultades del presidente, es decir, de Bolívar. Este, que en ese momento era dictador de Perú, empieza a ver en el legalismo de Santander un intento de sabotaje a sus ambiciones. De hecho, su regreso al país a finales de 1826 es visto por los santanderistas como una pretensión de invocar sus triunfos militares para imponer su voluntad a la fuerza. Incómodo con este cesarismo bolivariano, Santander renuncia a la Vicepresidencia y comienza la guerra abierta entre ambos. Los santanderistas le decían a Bolívar Longanizo por ser flaco y moreno, y los bolivarianos llamaban Casandro a Santander, refiriéndose a Casandra, la mujer de la mitología griega que solo traía desgracias.

En un momento dado, les toca a los dos hacer una tregua transitoria por consideraciones coyunturales. Era necesario revisar la Constitución de 1819 y ninguno de los dos padres de la patria podía estar ausente. Convocan la Convención de Ocaña para esta tarea. Santander usa la prensa y sus amigos para asegurar las mayorías y al ver que podía ganar, los amigos de Bolívar sabotean el quórum de la convención. El Libertador decide entonces asumir de nuevo la Presidencia con su tradicional talante autoritario.

 Mientras tanto en Bogotá los santanderistas conspiran contra el Libertador y deciden dar un golpe de Estado. Cuando se filtra la operación, intentan matarlo en el Palacio de San Carlos el 28 de septiembre de 1828. Manuelita Sáenz, su novia, milagrosamente lo ayuda a escapar por una ventana.

 Aunque se sospechó, nunca se comprobó que Santander estuviera detrás de ese atentado. Por esto, Bolívar le conmuta la pena de muerte por la del exilio. Solo la distancia y la muerte del Libertador pusieron fin a la enemistad entre esos dos colosos. En 1831, muerto Bolívar, Santander regresa tiempo después al poder. Desde la Presidencia trató de organizar a la nueva República de la Nueva Granada, recientemente separada de Venezuela. Muchos bolivaristas, ya muerto su jefe, decidieron apoyarlo en esa aventura. Ese es el origen de Colombia.

Mosquera  y Obando

Tomás Cipriano de Mosquera pertenecía a una de las familias más ricas y prestigiosas del país. José María Obando era indirectamente pariente de este, pues aunque era hijo natural, era nieto de Dionisia Mosquera. Los Obando eran una próspera familia española establecida en Popayán que no tenía hijos. Por tal razón, adoptaron a José María, a quien le dieron el apellido, lo criaron como un hijo y lo convirtieron en el heredero de una fortuna. Sin embargo, a pesar de que no tenía el mismo abolengo que Mosquera, su vida fue un proceso de emulación y contradicción con su pariente a quien muchas veces superó.

 Tomás Cipriano hizo parte de las tropas patriotas desde la adolescencia, mientras Obando formó parte de las tropas realistas que defendían a la Corona española. A comienzos de 1822, Mosquera se sumó a Bolívar y fue escogido como su edecán personal. Lo acompañó hasta 1826.  Ese mismo año Obando abandonó las tropas españolas y se sumó a los patriotas. En 1826, Mosquera fue uno de los promotores de la dictadura de Bolívar.  Obando rechazó esta iniciativa y en 1828, cuando Bolívar se proclamó dictador, se rebeló. Esto llevó a un enfrentamiento militar entre Mosquera y Obando en Timbío, en el cual los rebeldes derrotaron a las tropas mosqueristas leales al Libertador.

Obando, siempre pragmático, pactó a los pocos días con Bolívar. Esta reconciliación, tan cercana a su derrota militar, indignó a Mosquera. Pero en esos días de inestabilidad política pasaba de todo y las situaciones cambiaban radicalmente de la noche a la mañana. Con Bolívar fuera de la escena y Mosquera fuera de Colombia, Rafael Urdaneta se rebela contra el gobierno de la Nueva Granada y Obando encabeza su defensa en Popayán. Sus victorias militares aumentan su prestigio y le permiten ser nombrado ministro de Guerra y posteriormente vicepresidente del restablecido presidente Domingo Caycedo. Este eventualmente renuncia y José María Obando se convierte en presidente de la Nueva Granada hasta la elección de Santander.

 En 1837 Santander apoya a Obando como candidato presidencial, mientras Mosquera respalda al vicepresidente José Ignacio de Márquez, quien resultó elegido. Durante ese gobierno, que duró cuatro años, Obando tuvo un bajo perfil, pues el sartén por el mango lo tenían Mosquera y su futuro yerno, Pedro Alcántara Herrán. Sin embargo, en 1839, un guerrillero preso por traición, Erazo, reveló que Obando había sido el autor intelectual del asesinato de Sucre. El mariscal había sido el héroe de la batalla de Ayacucho y había sido objeto de un atentado mortal en Berruecos en 1830. Nunca se ha logrado aclarar si la acusación tenía bases sólidas o si el denunciante buscaba escapar a un fusilamiento seguro.

En ese momento tuvo lugar el capítulo más espectacular de esa rivalidad. La animadversión entre Obando y Mosquera crecía a pasos agigantados y el país se había dividido en dos bandos. En medio de esa polarización, chismes y calumnias graves volaban de un lado a otro sin que se pudiera establecer qué era verdad y qué era mentira. Para Obando se colmó la copa y decidió desafiar a duelo a su rival. Este acepta y con testigos presentes se encuentran en el cementerio con los padrinos y armas respectivas. Pactadas las reglas del juego, los dos disparan y ninguno da en el blanco. En ese momento caminan el uno hacia el otro y se dan la mano.

Obando regresó entonces a  Popayán y se entregó a los jueces para responder por las acusaciones de la muerte de Sucre. Mosquera, convencido de que su rival iba a apoyar una revuelta contra el gobierno, renunció al ministerio y viajó a Pasto para defenderlo. Obando, convencido de que la presencia de Mosquera lo privaría de cualquier posibilidad de ser dejado en libertad, decide fugarse y sumarse a la rebelión que en ese momento se extendía por todo el país.

Pero en esa ocasión el triunfador fue Mosquera, quien se encargó de perseguir a Obando sin descanso. Este tuvo que refugiarse primero en Perú y luego en Chile hasta 1845, cuando Mosquera, elegido presidente, le concedió una amnistía. Obando regresa a Bogotá y cuatro años después es elegido presidente. Mosquera, quien se había radicado en Estados Unidos, regresó al país a luchar contra el general José María Melo, quien había derrocado a Obando.

Los conservadores y los radicales juzgaron a Obando, quien inexplicablemente fue condenado como cómplice del golpe de Estado contra sí mismo. Mosquera fue miembro de ese jurado, pero a pesar del fallo adverso, él y Obando lograron mantener una relación respetuosa.

Mosquera, cada vez más cercano a los liberales, ayuda a aprobar la Constitución de 1858. Cuando una rebelión en Cartago lo amenaza, decide nombrar a Obando jefe de las milicias que van a reprimirla, a comienzos de 1860. Los dos antiguos enemigos ahora son aliados y se enfrentan entonces al gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez. Ese enfrentamiento se convirtió en una verdadera guerra civil en que los rebeldes acabaron triunfando. Cuando estaban preparando un ingreso triunfal a la capital, Obando, quien pasaba por Subachoque, es atacado en una emboscada por las tropas conservadoras, quienes lo matan con lanzazos en la espalda. En un acto de sevicia sin igual, los asesinos le quitan el poblado bigote al cadáver y lo traen para clavarlo en la puerta de su casa, que quedaba a pocos pasos de la iglesia de LasAguas.

Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez

Entre Laureano Gómez y Alfonso López Pumarejo la amistad de jóvenes fue igual de fuerte al desdén que se tuvieron de viejos. Se convirtieron en la dupla imparable durante las sesiones de 1915 y 1916 en la Cámara de Representantes contra el régimen conservador de José Vicente Concha. La estrategia del binomio era clarísima: Gómez ponía la voz, la elocuencia y el gesto histriónico y López, que no era gran orador, ponía su estrategia y conocimiento único del país.

Mientras Gómez era el maestro de los debates en el Capitolio, López mandaba la parada en los negocios. Fue gerente del Banco Mercantil Americano de Colombia y llamó a su compañero de luchas políticas a trabajar con él. Parecía impensable que siendo dos figuras antagónicas, pues López era liberal y Gómez conservador, fueran inseparables, pero así fue hasta 1934.

En ese año pasaron dos cosas. Laureano tuvo una hemorragia cerebral durante un encendido debate con Eduardo Santos y viajó a Cartagena a recuperarse. Simultáneamente López fue elegido presidente por el Partido Liberal con casi 1 millón de votos. Pero la gran sorpresa fue que cuando Gómez regresó a Bogotá, anunció que a partir de ese momento iba a hacerle oposición al gobierno. Su eslogan sorprendió: “López me engañó”, aunque no aclaraba en qué términos.

Circularon todo tipo de rumores frente a la inesperada enemistad. Unos decían que la relación cordial entre el liberal y el conservador era una bomba de tiempo, otros aseguraron que estando en Cartagena Gómez se enteró de que López había destituido a su hermano político, Apolinar Isaza, del cargo de tesorero general de la República y eso lo había enfurecido. Pero la verdad es que la razón era obvia: Laureano había nacido para la oposición y no podía vivir sino dentro de ella y López no estaba dispuesto a compartir con nadie el primer gobierno liberal después de 40 años de hegemonía conservadora.
 
La oposición de Laureano al régimen lopista comenzó con un artículo titulado ‘Kerensky, el hablador’ y terminó hasta su muerte. Todo lo que hacía López era sinónimo de error y locura. No había crítica que Laureano no hiciera contra su antiguo amigo, ni adjetivo o incluso calumnias que no adobaran sus ataques. Y López, desde el sillón presidencial, también le lanzaba duros dardos que alimentaban aún más la pelea. 

Durante la primera administración López, entre 1934 y 1938, había un trasfondo ideológico. López con su ‘Revolución en marcha’ se había convertido en el líder de las masas. Promovió iniciativas progresistas sobre los derechos de los trabajadores, la función social de la tierra, la creación de la Universidad Nacional y muchas otras que pisaban muchos cayos en las elites tradicionales. Aunque visto desde la perspectiva de hoy eso no representaba más que un tránsito del feudalismo al capitalismo, en ese momento fue percibido como una amenaza socialista que podía poner en peligro la estabilidad del Estado.

Laureano Gómez vio un campo fértil para encarnar los valores del establecimiento tradicional ante esa supuesta amenaza socialista. Dado que hasta ese momento los ricos nunca habían pagado impuestos, no le faltaron adeptos. Pero los indignados eran muchos menos que los beneficiados de esa nueva Colombia y a pesar de esa oposición implacable, López logró ser reelegido cuatro años más tarde.

Ese segundo cuatrienio no salió bien. López quería llevar más a fondo su revolución, pero ya no solo el Partido Conservador sino una parte del Partido Liberal querían frenarlo. La cruzada de Laureano a estas alturas dejó de ser ideológica y pasó a los ataques personales. El periódico El Siglo, del Partido Conservador, hacía todos los días denuncias como escándalos de la administración López. Palabras como la Handel, la trilladora del Tolima y Mamatoco eran recicladas permanentemente por los medios de comunicación azules como símbolos de corrupción.

En medio de todo eso, la esposa de López se enfermó gravemente y tuvo que ser llevaba a Estados Unidos para un extenso tratamiento que a la larga no fue exitoso. López prefirió entonces renunciar a la Presidencia e irse a acompañarla en esos últimos meses de vida. Lo sucedió Alberto Lleras como designado, pero en las siguientes elecciones, por la división del Partido Liberal entre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, el Partido Conservador volvió al poder y comenzó la década de la violencia en Colombia.

Esa polarización no hizo más sino aumentar la distancia entre los dos jefes de los partidos tradicionales: López por el Partido Liberal y Laureano por el Conservador. Lo curioso es que a pesar de esa animadversión, nunca dejaron de preguntarle al interlocutor de turno. ¿Qué dice Laureano?-preguntaba Alfonso a sus amigos-, ¿Qué dice López?-cuestionaba Laureano a los conservadores que hablaban con el presidente-. Su último encuentro fue en un almuerzo que un amigo en común hizo en el antiguo Country Club. Los dos colosos se vieron la cara, se saludaron y se estrecharon la mano sin efusión. No hubo abrazos ni declaraciones de arrepentimiento. El único gesto de cordialidad fue después de la muerte de López, en diciembre de 1959, cuando el periódico de Gómez Hurtado, que nunca le había dado tregua durante su gobierno, abrió en primera página con un editorial que decía: “Con la muerte del doctor López pierde el liberalismo un paladín incomparable y la democracia colombiana uno de sus guías más perspicaces y esclarecidos”.

Desmadre por MARÍA JIMENA DUZÁN

Desmadre

Habría sido más transparente que Santos hubiera nombrado a Vargas Lleras ministro de Transporte en lugar de convertirlo en una especie de presidente paralelo.

 Por Maria Jimena Duzan Foto: Guillermo Torres
Al principio de este embrollo el gobierno Santos nos dijo que la reforma al equilibrio de poderes buscaba enmendar el error que se había cometido en el 2004, cuando los que hoy integran la Unidad Nacional, más quienes actualmente forman parte del Centro Democrático y el Partido Conservador, embrujados por Uribe, le rompieron el pescuezo a la Carta del 91 y, sin ningún empacho, cambiaron la Constitución en beneficio de Uribe quien pudo reelegirse desde el poder.

Fui parte de esa minoría que se opuso a la reelección no por razones ideológicas o personales, sino por convicción. No se puede cambiar la Constitución Política a la carta, ni en función de una coyuntura o de una persona. Mis convicciones me decían que ese articulito volaría en mil pedazos el sistema de pesos y contrapesos establecido por la Constitución del 91 y que una muestra de ese peligroso desajuste era que el presidente podía intervenir más de una vez en la elección del fiscal, procurador, magistrados de la Corte Constitucional y del Consejo Superior de la Judicatura. Ese fue el origen del desmadre.

Por eso, el anuncio de que Santos quería abolir la reelección y restituir los equilibrios perdidos lo entendimos como un mea culpa tardío pero importante. Sin embargo, luego de cinco debates, ese propósito inicial que inspiraba la reforma se ha ido desdibujando al extremo de que hoy parece una colcha de retazos a la que todos los días el gobierno le cuelga un nuevo perendengue. El último ofrecimiento, el que le levanta el veto que les impedía a los congresistas ser ministros, es una gabela que no tiene nada que ver con el equilibrio de poderes ni con el mejoramiento de la Justicia. Sería el colmo que con tantas tareas pendientes que tiene el Congreso, esta gabela se convierta en debate nacional. Además, un Congreso que no ha podido pasar una ley de salud, ni una ley de pensiones, ni una ley de justicia decente que le sirva a los ciudadanos de a pie, no le queda bien pelechar solo por sus derechos.

Algo confundida, le pregunté al gobierno y a los congresistas qué tenían que ver estas gabelas con el equilibrio de poderes y sus respuestas fueron dignas de las de una reina de belleza: “Eso permite que el jefe de una bancada sea el ministro en lugar de que este tenga que nombrar a una de sus fichas, como ocurre ahora. Eso contribuye a que la política sea más trasparente”, me dijo un miembro de la Unidad Nacional. O sea, hombre con hombre, mujer con mujer…o todo lo contrario.

La otra discusión que se ha convertido en trifulca política es el tema de la inhabilidad del vicepresidente y de su fuero; discusión que nuevamente a pocos colombianos interesa y que nada tiene que ver con el equilibrio de poderes ni con la Justicia, de no ser porque el vicepresidente se llama Germán Vargas Lleras y se perfila como el candidato más opcionado para suceder a Santos en las próximas elecciones presidenciales del 2018.

Lo que realmente desequilibra no es si el vicepresidente tiene la inhabilidad de un año o de cuatro o si tiene o no el  mismo fuero que el presidente, como se plantea en la reforma. Lo que verdaderamente desequilibra son las atribuciones que por decreto le dio el presidente Santos a Vargas Lleras para que fuera  el encargado de poner en marcha las nuevas carreteras de cuarta generación. Eso sí le ha dado a este vicepresidente un inusitado poder que pone desde ya a los demás candidatos presidenciales en una clara situación de desventaja. Desde esa óptica habría sido más transparente que Santos hubiera nombrado a Vargas Lleras ministro de Transporte en lugar de convertirlo en una especie de presidente paralelo.

Si este país estuviera menos confundido estaría dando la discusión en torno a las atribuciones del vicepresidente en lugar de andar intentando utilizar la reforma de equilibrio de poderes para frenar candidaturas con nombre propio, desdibujando aún más el espíritu de la reforma. La sorpresa de todo este zafarrancho es la frase con que el expresidente Uribe apoyó a German Vargas Lleras: “Le hace enorme daño al país que se cambie la Constitución con nombre propio”. Tiene razón. Lo que sorprende es que esto lo diga quien se hizo aprobar una reforma hecha a su justa medida que le permitió reelegirse y armar el desmadre del que hoy estamos pretendiendo salir. Tiene razón Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte cuando dice que la historia se repite unas veces como tragedia (2004) y otras veces como farsa (2015).

De los 28 artículos que tiene la reforma solo hay cinco importantes que en realidad tienen que ver con el equilibrio de poderes y el mejoramiento de la Justicia: el que acaba con ese adefesio del Consejo Superior de la Judicatura, la no reelección del procurador, la creación del Tribunal de Aforados, la abolición de las funciones nominadores de las cortes y de la reelección presidencial. Los demás son micos, que si se siguen amamantando se pueden convertir en el orangután del 2012.

Las rebajas del procurador por DANIEL CORONELL


Las rebajas del procurador

Semejante regalo del doctor Ordóñez a los sancionados por el ministerio público no beneficia a la sociedad, solamente a ellos. Muchos de esos sancionados son jefes políticos que conservan sus maquinarias electorales.
 Por Daniel Coronell Foto: John Caslon

El procurador-candidato quiere darle una generosa rebaja de penas a algunos condenados por faltas disciplinarias. El doctor Alejandro Ordóñez presentó un proyecto de ley al Congreso reformando el Código Disciplinario Único. Esa es la ley que le permite a la Procuraduría sancionar con suspensión, destitución e inhabilidad a los funcionarios públicos que sean encontrados responsables de faltas contra la administración y el patrimonio públicos.

Silenciosamente avanza, por los vericuetos parlamentarios, un proyecto que favorece a sancionados por negligencia y actos de corrupción.

La reforma planteada por Ordóñez rebaja sustancialmente los tiempos de inhabilidad a quienes han cometido, con culpa, faltas consideradas gravísimas por la Procuraduría.

Terminando el voluminoso articulado está la rebaja del procurador Ordóñez.

Se titula Artículo final (transitorio). Aplicación del principio de favorabilidad. El principio de favorabilidad establece que una persona procesada siempre estará cobijada por la norma menos drástica. Lo cual quiere decir, para empezar, que el nuevo Código es menos severo que el que está vigente. Es decir que el plan del procurador es reducir esas sanciones pero además favorecer a quienes ya han sido inhabilitados.

El texto del artículo es el siguiente:

“Las sanciones de inhabilidad general que se estén cumpliendo como consecuencia de la realización de una falta gravísima cometida con culpa gravísima se reducirán así:

1. La de diez (10) y once (11) años, a tres (3) años.

2. La de doce (12) y trece (13) años, a cuatro (4) años.

3. La de catorce (14) y quince (15) años, a cinco (5) años.

4. La de dieciséis (16), a seis (6) años.

5. La de diecisiete (17), a siete (7) años.

6. La de dieciocho (18), a ocho (8) años.

7. La de diecinueve (19), a nueve (9) años.

8. La de veinte (20) años, a diez (10) años”. (Ver artículo)

Semejante regalo del doctor Ordóñez a los sancionados por el Ministerio Público no beneficia a la sociedad, solamente a ellos. Muchos de esos sancionados son jefes políticos que conservan sus maquinarias electorales.

Por ejemplo Juan Carlos Abadía, exgobernador del Valle, ha sido sancionado dos veces con inhabilidad. Una por 11 años debido a su intervención ilegal en política a favor de Andrés Felipe Arias. Esa inhabilidad establece que no puede ejercer funciones públicas, ni aspirar a cargos de elección popular hasta el 23 de febrero del año 2026. (Ver primera sanción)

Con la rebaja de Ordóñez su sanción se cumpliría en febrero del año 2018. Justo a tiempo para aspirar al Congreso en las próximas elecciones.

Pero no es la única inhabilidad del exgobernador Abadía. Él también fue sancionado por contratación irregular de servicios de salud al ser encontrado “disciplinariamente responsable de la comisión de la falta gravísima (…) cometido a título de culpa gravísima”. La inhabilidad de diez años iba a terminar el 5 de mayo de 2023. (Ver segunda sanción)

Con la rebaja de Ordóñez, Juan Carlos Abadía estaría habilitado para desempeñar cargos públicos desde el 5 de mayo del año entrante.

Otros políticos con gran caudal electoral que –gracias al proyecto del procurador– quedarían rápidamente rehabilitados para ser nombrados y elegidos serían el exgobernador de Casanare Nelson Mariño, la exgobernadora del Quindío Amparo Arbeláez, el exgobernador del Magdalena Omar Díazgranados, el exgobernador del Caquetá Víctor Ramírez, el exgobernador del Huila Jorge Pajarito, la exalcaldesa de Neiva Cielo González y el exalcalde de Yopal William Celemín.

La magnánima rebaja en las sanciones de estos personajes no parece ser muy útil para impartir justicia disciplinaria, pero sí para emprender una campaña presidencial.