LO LOGRARON. POR,
LEON VALENCIA
Si
tuvieron la perfidia de atacar a mujeres sin protagonismo político en Bogotá,
no veo por qué se van a privar de ir tras las huellas de líderes con
ascendencia en el proceso de paz.
Le
he dado muchas vueltas al atentado en el Centro Andino y todos los datos que
han aparecido en la prensa, todas las descripciones del brutal acontecimiento,
me dicen que fue un hecho municiosamente preparado, con una consideración
precisa sobre la coyuntura del país y con un objetivo tan claro como perverso.
Colombia
está en un momento extraordinario. Una guerrilla de 53 años de existencia está
dejando las armas y el Estado está a las puertas de recuperar el monopolio de
la fuerza. Cuando nadie creía se llegó a este punto mediante un acuerdo. Las
partes reconocieron que no había vencedores ni vencidos. Las partes decidieron
que había llegado la hora de las concesiones, la hora de cambiar el rumbo del
país mediante el diálogo y la concertación. La carga simbólica es enorme.
Los
que hicieron el atentado han querido envenenar este momento. Ya porque tienen
una profunda diferencia con lo pactado o porque les favorece la continuación de
la violencia, de la ilegalidad y del caos. Han querido darles argumentos o
pretextos a quienes de manera pública han manifestado su inconformidad con el
acuerdo de paz. Han buscado arañar la conciencia de la gente de buena voluntad
que tiene dudas sobre lo convenido.
Lo
lograron. Opacaron la entrega de armas de las Farc, el acto cumbre de la paz,
el momento en el que la guerrilla cambia de naturaleza y se convierte en una
fuerza política. Le tendieron una alfombra a los opositores para que se pararan
a gritar a voz en cuello que el terrorismo seguía vivo, que el atentado era una
consecuencia directa de los acuerdos de La Habana, que las concesiones a la
guerrilla eran incentivos para nuevas violencias. Alguien del coro se atrevió a
decir que había llegado la hora de tumbar a Santos.
Si
fueron astutos para escoger el momento, lo fueron aún más para escoger el lugar
y el blanco del ataque. En el Andino y su entorno se congregan formadores de
opinión, empresarios, tomadores de decisiones, en buena medida desconfiados de
la paz, acérrrimos críticos de las guerrillas, apasionados detractores del
actual gobierno. El impacto social y político estaba garantizado, con mayor
razón si las víctimas fueran mujeres o niños.
He
oído que algunos analistas atribuyen el hecho a un grupo marginal, a gente
quizás sin mayor preparación. Era una pequeña carga de amonal, dicen;
escogieron el baño de mujeres para dejar tirado el explosivo, dicen. Pero la
realidad es que estaban en uno de los lugares públicos más vigilados del país.
Ningún espontáneo, ningún novato, ninguna persona sin contactos, sin apoyos,
sin conocimiento de los aparatos y los esquemas de vigilancia se mete a
realizar un crimen tan grave y sale sin dejar mayores huellas, tan campante,
tan a cubierto.
Si
fuera cierta la hipótesis de que se trata de un grupo de extrema izquierda o
quizás una disidencia de las guerrillas en el proceso de paz, estaríamos ante
gente experimentada que viene del corazón de esas fuerzas, una promesa de
continuidad de violencias que las guerrillas mismas, en tránsito a la vida
civil, tendrían que ayudar a conjurar. La acción tendría que ser rápida,
envolvente, antes de que cojan vuelo, antes de que se consoliden y se
extiendan.
Ahora
bien, si se trata de un grupo de derecha con algún nexo con agentes del Estado,
afrontamos el peligro de que escalen las acciones y vayan hacia atentados
similares a los que ocurrieron en otros procesos de paz, atentados contra la
vida de personas directamente vinculadas a los acuerdos, como ocurrió en los
años ochenta con la Unión Patriótica o después con el M-19 o luego con la CRS,
muertes tan impactantes como la de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo o
Carlos Pizarro Leongómez.
En
este caso el reto de la institucionalidad es mayor porque resulta siempre más difícil
mirar hacia las propias filas, desentrañar lo que ocurre detrás de los
bastidores de encumbrados enemigos de la paz, se corre el riesgo de que estos
acontecimientos se cubran con el manto aleve de la impunidad.
Dirán
que exagero. Pero si tuvieron la audacia, la sangre fría y la perfidia para
atacar a mujeres sin protagonismo político en pleno corazón de Bogotá, no veo
por qué se van a privar de ir tras las huellas de líderes con ascendencia en el
proceso de paz, no veo por qué van a desistir de impactos mayores en la
contienda electoral que se avecina.
Los
anuncios que se han hecho hasta ahora, las medidas que se han tomado hasta
ahora, tienen la traza de la rutina, no se salen del canon con el que se
afrontaron acciones recientes en la ciudad. Nada extraordinario. Ninguna
comisión especial de investigación con lentes para ver en la oscuridad de estas
conspiraciones. Tengo el temor de que llegaremos a resultados parecidos. Palos
de ciego.
Señalamientos
sin verdadero sustento. Detenciones que no resisten el paso del tiempo. O el
simple olvido, dejar que pasen los días y que la gente deje de mencionar el
tema. Ojalá me equivoque.
Tomado
de www.semana.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario