URIBE Y SU MUNDO DE
VENGANZAS. POR:
CECILIA OROZCO TASCÓN
“Nací
en Medellín, soy hincha del Nacional, pero no sabía que eso que llaman
«antioqueñidad» se sintiera amenazada por una columna de humor”. Félix de
Bedout, periodista y columnista de exitosa y —por si las moscas— limpia
trayectoria, publicó este trino que resume lo que los antioqueños enterados,
intelectuales, académicos, universitarios e, incluso, del alto mundo
empresarial piensan sobre el más reciente escándalo de Uribe Vélez quien,
pobre, no encuentra sosiego en ningún momento de su existencia, siempre
rumiando rencores. ¡Qué triste! Los paisas son divertidos, informales, cuentan
chistes mañana y tarde, inventan historias y toman del pelo a quien dé papaya.
Pero por arte de algún maleficio, a Uribe Vélez, quien nació con el don del
artificio y la astucia, la vida le negó el de la risa y, con este, el de la
inteligencia que distingue las líneas finas que separan lo bueno de lo malo; lo
correcto de lo incorrecto; lo permitido de lo prohibido; sus derechos de los
míos; la gracia de la calumnia. Por no conocer fronteras y por su incapacidad
de interpretar los colores que hay entre los dos extremos rotundos, del blanco
al negro, se atreve a calificar de “violador de niños” a quien aludió, con
sentido de humor, a dos nombres que, claro que unidos, se prestan para una
sonrisa inocente: Paloma y Amapola.
No
se necesita ser Platón para comprender la distancia sideral entre una mención
inocua, en una columna, de las personas que así se llaman, y un depredador
sexual. Pero ese es un detalle sin importancia en el cerebro cerrado de quien
venía cultivando su venganza contra el humorista. No por defender a Paloma y
Amapola, quienes fueron solo una disculpa: las usó como instrumento de sus
propósitos inconfesables. Los comentarios corrosivos, pero no criminales, de Daniel
Samper Ospina cuando caricaturiza a Uribe superaron, hace rato, el nivel de
tolerancia del criticado, que suele ser bien estrecho. Y encima, Samper monta
una presentación en vivo que agota sillas todos los días, en que destroza la
realidad política colombiana —Uribe en ella, por supuesto—. Su auditorio
estalla en carcajadas cada noche. Alguien del sombrío entorno uribista tuvo que
darse cuenta del demoledor efecto que produce la obra de Samper en los
espectadores, los votantes de 2018.
La
ridiculización de las figuras del poder es insoportable para los autoritarios
porque los baja de su pedestal de ídolos y exhibe sus debilidades. La víbora
que se toca, se gira y envenena con su ponzoña al atrevido que esté cerca de
ella. Eso quiso hacer Uribe con Samper Ospina y no hay que darle
interpretaciones elaboradas, señores analistas. Déjense de finuras, dejen de
imaginar que el señor de los rebaños es el pensador de Rodin de nuestra nación.
No puede hacer sus veces porque está ocupado librando sus batallas de odios. Si
se tratara de táctica electoral, y perdonen que repita, no daría papaya. Por
ejemplo, no recibiría en su partido a un condenado por “acceso carnal violento”
de una menor de 13 años ni se tomaría una foto con él, al tiempo que acusa a su
crítico de “violador” por mencionar el nombre de una niña, vaya desproporción
(ver foto, ver sentencias 1 y 2, y escuchar audio).
No
habría, jamás, permitido que agentes de seguridad de su gobierno enviaran
coronas fúnebres a una menor de seis años para amedrentar a su padre, otro
columnista que lo investigaba (ver). Bajo su férreo mandato, en que no se movía
una hoja sin su aceptación, nunca sus jefes de Inteligencia hubieran podido
mandarle muñecas untadas de esmalte rojo en sus partes genitales, destrozadas
por quemaduras de cigarrillo, a la pequeña hija de una profesional del
Colectivo de Abogados o a otros perseguidos políticos de su época (ver
testimonios 1 y 2). Las confesiones y condenas de los ex funcionarios del DAS
de los gobiernos Uribe entre 2002 y 2010 muestran que las anteriores
afirmaciones no son falacias, ni inventos, ni equivocaciones, ni injurias, ni
calumnias. Son verdades judiciales que concuerdan con lo que haría una mente
atrapada en su mundo de rencores. ¡Qué triste!
SENADOR ROBLEDO: HOY,
USTED NO TIENE GARANTÍAS EN COLOMBIA
POR: CECILIA OROZCO
TASCÓN
La
denuncia penal del fiscal general contra un senador en pleno ejercicio de sus
funciones es, más que una torpeza, un acto asombroso de soberbia que amenaza la
raíz misma de la democracia y la separación de poderes en que se fundamenta. A
partir del momento en que el calculador Néstor Humberto Martínez fue tocado por
la vorágine de la corrupción que él prometió combatir, parece haber perdido el
control de sus emociones y, lo que es más grave, de sus actos. Primero
sobrevino el caso de Odebrecht que puso en entredicho las campañas
presidenciales pasadas, una de las cuales había contado con su amistad y apoyo;
después aparecieron evidencias pasadas de sus consejos o los de su bufete de
abogados, a un socio de Odebrecht; más adelante, se exhibieron unos documentos
que también vincularían su actividad de jurista con el negocio Navelena. Y la
tapa de la olla a presión que lleva por dentro Martínez, pero ya como jefe del
ente investigador: su director nacional Anticorrupción, Gustavo Moreno, fue
grabado, en audio y video, extorsionando a un corrupto igual a él.
Desde
cuando el fiscal tuvo que ordenar la captura de Moreno, elegido solo por él y
sin clientelismo alguno para ese puesto clave de su administración —según
aseguró—, se le nota descompuesto y sin norte. Aparenta estar frente al timón.
Habrá que verificarlo. Despiertan sospechas tantas detenciones inmediatas y
espectaculares aquí y allá para demostrar que la Fiscalía sigue, sin
alteración, su lucha contra la corrupción: el secretario de Seguridad de la
capital antioqueña, de muy selecta clase social y de cuya conducta,
presuntamente proclive a las bandas criminales, se venía hablando hace meses y
no ayer, aparece con esposas en sus manos ante las cámaras de prensa y
televisión; unos jueces y funcionarios judiciales de Paloquemao se convierten,
de nuevo, en noticia después de semanas de haberlo sido; tres magistrados del
Tribunal del Meta son transportados a Bogotá también esposados y condenados en
la práctica; el contralor de Antioquia, el director del Hospital La María y
familiares de este —una de ellas exauditora general de la Nación— son
vinculados o capturados por unas denuncias sobre abusos en cirugías estéticas
que los medios habíamos revelado hace por lo menos un año. Esperemos que esta
hiperactividad de la Fiscalía, justo después del escándalo Moreno, no sea
espuma que se deshaga y que nos cueste millones de pesos en indemnizaciones.
Y
lo que faltaba: la denuncia loca, por injuria y calumnia, del mismísimo Néstor
Humberto Martínez, en su calidad de fiscal general, contra el senador líder de
la oposición de izquierda Jorge Enrique Robledo, por las críticas que éste le
ha hecho, con documentos, por los impedimentos que tiene Martínez Neira para
investigar la megacorrupción de Odebrecht. El poder aplastante que posee quien
dirige las investigaciones penales en el país, incluyendo la suya, y los jueces
que resolverán el asunto, que son quienes votaron por él para la Fiscalía,
deberían haber sido suficientes motivos para abstenerse de cometer semejante
barbaridad propia de dictaduras. Sin embargo, lo más grave de este asunto es su
intento de romper —“volver trizas”— la Carta Política en cuanto a la
inviolabilidad que protege los votos y opiniones de los congresistas. Sentencia
de Unificación de Sala Plena 047 de la Corte Constitucional de 1999: “El fin de
la irresponsabilidad (o no imputabilidad) de los congresistas es que (estos)
representantes del pueblo puedan emitir de la manera más libre sus votos y
opiniones, sin temor a que éstos puedan ocasionar persecuciones judiciales o de
otra índole… La irresponsabilidad de los congresistas es consustancial a la
democracia constitucional ya que es la expresión necesaria de dos de sus
principios esenciales: la separación de los poderes y la soberanía popular”. Si
el gran jurista Martínez no sabe esto, ¿de qué se jacta? Un consejo que usted
no me ha pedido, senador Robledo: tal como están las cosas, hoy usted no tiene
garantías. Acuda a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Tomado de www.elespectador.com.
11 Jul 2017 - 9:00 PM
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