lunes, 31 de julio de 2017

ENGAÑOS, ADULACIONES Y ODIOS - URIBE Y EL REY LEAR. POR, AZRIEL BIBLIOWICZ

ENGAÑOS, ADULACIONES Y ODIOS

URIBE Y EL REY LEAR. POR, AZRIEL BIBLIOWICZ *

Shakespeare lo advirtió: las mentiras sistemáticas y la locura no permiten un final feliz y sólo conducen a la tragedia.

La tragedia del rey Lear comienza con un país unido, en donde el propio rey, ya viejo, opta por abdicar y dividirlo en tres territorios. Sostiene que desea entregarle a cada una sus hijas y yernos uno de ellos. Con un mapa al frente, para señalar cuál le corresponderá a cada una, pone como condición que sus hijas le manifiesten el amor que sienten hacia él y aquella cuya declaración sea la más convincente recibirá la mayor porción de tierra. Dos de sus hijas, Regan y Goneril, deciden participar de este juego hipócrita. Evidentemente, sus declaraciones de amor son zalameras y fingidas. Ahora bien, la menor de las tres, Cordelia, opta por no ser parte de este juego perverso y cuando le llega su turno, y Lear le dice: “¿qué puedes decir para obtener un tercio más opulento que tus hermanas?”, Cordelia responde:

“Nada, señor.

Lear: ¿Nada?

Cordelia: Nada.

Lear: Nada sale de nada. Vuelve a hablar”.

Por último, Cordelia explica que su amor es el de una hija hacia un padre y que ella también amará a su esposo cuando tenga uno.

Lear se enfurece ante la respuesta y termina por desheredarla y enviarla al exilio.

Esta escena dramática me recuerda la convención del Centro Democrático en la que todos los candidatos a la Presidencia por dicho partido giran alrededor del senador Uribe y hacen lo imposible por lisonjearlo, proporcionarle la mejor de sus sonrisas y ganar su favor. Por cierto, en el colmo de la marrullería, la candidata María del Rosario Guerra le promete que si es seleccionada por él como su elegida, el propio Uribe sería su vicepresidente.

Una promesa engañosa, porque de acuerdo con varios magistrados constitucionalistas esta acción no es posible según nuestra actual Carta Magna. Pero en este juego retorcido de adulaciones, como lo demuestra Cordelia, la verdad y sinceridad son lo de menos. Más aún, pueden resultar peligrosas.

Ahora bien, es importante tener en cuenta que al comienzo de la obra de teatro suponemos que Lear está cuerdo. No obstante, todo lo que dice y hace termina por ser una necedad. Por ello mismo, como bien lo explica el crítico Northrop Frye, la obra a ratos no resulta fácil de entender.

Por cierto, en el siglo XVII, la locura se consideraba cómica y un ejemplo de ello lo vemos en El Quijote. Pero para Shakespeare la locura no es cómica sino más bien trágica. Si observamos con cuidado las demandas de Lear a sus hijas, descubrimos que son inadmisibles y por ello tanto Regan como Goneril no se sorprenden ni con la cólera ni con la locura de Lear. Saben que Lear en medio de sus berrinches puede ser incontrolable y peligroso. Y estas rabietas también nos evocan las de Uribe, porque ni uno ni otro están dispuestos a ceder el poder a la hora de la verdad.

No es casual que las dos hermanas se vean obligadas a acabar con el ejército que conserva Lear y evitar con ello que, en medio de sus desquicios, termine por exiliarlas, como lo hizo con Cordelia. Las hermanas conspiran para que los cien caballeros o guerreros que acompañan permanentemente a Lear sean reducidos y en últimas eliminados, buscando que desaparezca el último bastión de fuerza que le queda al viejo rey. No es casual que las hijas hagan que Oswald, el mayordomo de Goneril, actúe como un agente provocador generando peleas, para justificar las acciones que llevarán a despojar a Lear de su ejército y poder.

En la llanura, bajo la fuerza de la tormenta y ya sin poder alguno, sin sus atributos de majestad, la locura crece y se exacerba para volverse evidente. Por ello Shakespeare hace que Lear se encuentre con Edgar, como si tuviera al frente un espejo. Edgar finge su locura. Lógicamente, surge la pregunta inevitable: ¿quién está más loco: el que finge o el que lo está de verdad?

En un momento conmovedor, el viejo Lear escucha a Edgar describir su locura, “donde el sucio demonio le ha llevado a través de fuego, a través de la llama, de la espada, del abismo, del pantano, de la ciénaga…”. Lear, después de oír la terrible diatriba de cómo el sucio demonio lo persigue, le pregunta con cierta ternura: “¿No han sido sus hijas las que lo han llevado a esta situación?”.

La demonización forma parte de la obra, y junto a Edgar invocan los demonios más antiguos del mundo inglés, como Flibbertigibbet. Lear también describe a sus hijas como demonios: “De la cintura para abajo son centauros, aunque sean mujeres por arriba”.

Es evidente que a los enemigos hay que demonizarlos. Por ello, vale la pena preguntar: cuando Uribe acusa al periodista Daniel Samper Ospina de violador de niños sin prueba alguna, ¿no lo está demonizando, como lo hace Lear con sus hijas?

Es importante comprender que en inglés la palabra fool también significa tonto, loco y bufón. Por ello, no es casual que el personaje del bufón, que probablemente es el más lúcido de la obra, le diga a Lear que ante su obstinación e incomprensión haría un buen bufón.

El profesor James Shapiro, en su libro El año de Lear, explica cómo la palabra inglesa que domina la época en que se escribe esta obra es equivocation. Por cierto, esta palabra inglesa predomina tanto en el texto del Rey Lear como en Macbeth. Y si bien tiene el mismo origen latino que nuestro término equivocación, equivocation en inglés se refiere a la equivocación premeditada, esa equivocación que busca engañar, la que aparenta ser lo que no es, la que transforma el sentido mismo de la realidad.

El hecho de que esta palabra se repita una y otra vez a lo largo de estas dos obras no es un azar. La tergiversación y la conspiración terminaron por ser parte integral de la época en la que se escribieron estos dos dramas. Y el paralelo, probablemente, en nuestro caso lo encontraríamos en el plebiscito y el triunfo del No, donde tanto Uribe como sus áulicos lograron distorsionar y desnaturalizar la realidad y desfigurar conceptos tan importantes como el de la identidad de género.

Odios inamovibles como los de Lear y Uribe fabrican toda una sarta de equivocations, en el sentido más shakesperiano de la palabra. La tragedia de Lear en gran parte tiene que ver con la mentira, las adulaciones y los odios que se aliñan a lo largo de la obra.

La historia de Lear, basada en una leyenda anónima del siglo VIII, en manos de Shakespeare resultó demasiado oscura, sin esperanza y dura de concebir. Por ello, cuando se presentó en los teatros, su final trágico y cruel pareció inaceptable. Por consiguiente, la versión distorsionada de Nahum Tate, en donde Cordelia termina casada con Edgar y Lear restaurado en su trono, predominó en las tablas por años. Pero Shakespeare no la escribió así. El bardo era consciente de que las mentiras sistemáticas y la locura no permiten ningún final feliz y sólo conducen a la tragedia. Por ello, Cordelia muere al final en la versión original y en la última escena vemos a Lear aullando de dolor con el cuerpo de su hija entre sus brazos, reconociendo que ya no volverá más y repitiendo:

“Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca”.

Esta es una de las obras más tristes del canon shakesperiano, en donde la incertidumbre termina por llenar el mundo de ansiedad. Ojalá la comprendamos a tiempo.

* Experto en literatura anglosajona, fundador de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y autor de las novelas Migas de pan (Alfaguara) y El rumor del Astracán.

Cultura. 22 Jul 2017 - 9:18 PM. Tomado de www.elespectador.com

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