ENGAÑOS,
ADULACIONES Y ODIOS
URIBE
Y EL REY LEAR. POR, AZRIEL BIBLIOWICZ *
Shakespeare
lo advirtió: las mentiras sistemáticas y la locura no permiten un final feliz y
sólo conducen a la tragedia.
La
tragedia del rey Lear comienza con un país unido, en donde el propio rey, ya
viejo, opta por abdicar y dividirlo en tres territorios. Sostiene que desea
entregarle a cada una sus hijas y yernos uno de ellos. Con un mapa al frente,
para señalar cuál le corresponderá a cada una, pone como condición que sus
hijas le manifiesten el amor que sienten hacia él y aquella cuya declaración
sea la más convincente recibirá la mayor porción de tierra. Dos de sus hijas, Regan
y Goneril, deciden participar de este juego hipócrita. Evidentemente, sus
declaraciones de amor son zalameras y fingidas. Ahora bien, la menor de las
tres, Cordelia, opta por no ser parte de este juego perverso y cuando le llega
su turno, y Lear le dice: “¿qué puedes decir para obtener un tercio más
opulento que tus hermanas?”, Cordelia responde:
“Nada,
señor.
Lear:
¿Nada?
Cordelia:
Nada.
Lear:
Nada sale de nada. Vuelve a hablar”.
Por
último, Cordelia explica que su amor es el de una hija hacia un padre y que
ella también amará a su esposo cuando tenga uno.
Lear
se enfurece ante la respuesta y termina por desheredarla y enviarla al exilio.
Esta
escena dramática me recuerda la convención del Centro Democrático en la que
todos los candidatos a la Presidencia por dicho partido giran alrededor del
senador Uribe y hacen lo imposible por lisonjearlo, proporcionarle la mejor de
sus sonrisas y ganar su favor. Por cierto, en el colmo de la marrullería, la
candidata María del Rosario Guerra le promete que si es seleccionada por él
como su elegida, el propio Uribe sería su vicepresidente.
Una
promesa engañosa, porque de acuerdo con varios magistrados constitucionalistas
esta acción no es posible según nuestra actual Carta Magna. Pero en este juego
retorcido de adulaciones, como lo demuestra Cordelia, la verdad y sinceridad
son lo de menos. Más aún, pueden resultar peligrosas.
Ahora
bien, es importante tener en cuenta que al comienzo de la obra de teatro
suponemos que Lear está cuerdo. No obstante, todo lo que dice y hace termina
por ser una necedad. Por ello mismo, como bien lo explica el crítico Northrop
Frye, la obra a ratos no resulta fácil de entender.
Por
cierto, en el siglo XVII, la locura se consideraba cómica y un ejemplo de ello
lo vemos en El Quijote. Pero para Shakespeare la locura no es cómica sino más
bien trágica. Si observamos con cuidado las demandas de Lear a sus hijas,
descubrimos que son inadmisibles y por ello tanto Regan como Goneril no se
sorprenden ni con la cólera ni con la locura de Lear. Saben que Lear en medio
de sus berrinches puede ser incontrolable y peligroso. Y estas rabietas también
nos evocan las de Uribe, porque ni uno ni otro están dispuestos a ceder el
poder a la hora de la verdad.
No
es casual que las dos hermanas se vean obligadas a acabar con el ejército que
conserva Lear y evitar con ello que, en medio de sus desquicios, termine por
exiliarlas, como lo hizo con Cordelia. Las hermanas conspiran para que los cien
caballeros o guerreros que acompañan permanentemente a Lear sean reducidos y en
últimas eliminados, buscando que desaparezca el último bastión de fuerza que le
queda al viejo rey. No es casual que las hijas hagan que Oswald, el mayordomo
de Goneril, actúe como un agente provocador generando peleas, para justificar
las acciones que llevarán a despojar a Lear de su ejército y poder.
En
la llanura, bajo la fuerza de la tormenta y ya sin poder alguno, sin sus
atributos de majestad, la locura crece y se exacerba para volverse evidente.
Por ello Shakespeare hace que Lear se encuentre con Edgar, como si tuviera al
frente un espejo. Edgar finge su locura. Lógicamente, surge la pregunta
inevitable: ¿quién está más loco: el que finge o el que lo está de verdad?
En
un momento conmovedor, el viejo Lear escucha a Edgar describir su locura,
“donde el sucio demonio le ha llevado a través de fuego, a través de la llama,
de la espada, del abismo, del pantano, de la ciénaga…”. Lear, después de oír la
terrible diatriba de cómo el sucio demonio lo persigue, le pregunta con cierta
ternura: “¿No han sido sus hijas las que lo han llevado a esta situación?”.
La
demonización forma parte de la obra, y junto a Edgar invocan los demonios más
antiguos del mundo inglés, como Flibbertigibbet. Lear también describe a sus
hijas como demonios: “De la cintura para abajo son centauros, aunque sean
mujeres por arriba”.
Es
evidente que a los enemigos hay que demonizarlos. Por ello, vale la pena
preguntar: cuando Uribe acusa al periodista Daniel Samper Ospina de violador de
niños sin prueba alguna, ¿no lo está demonizando, como lo hace Lear con sus
hijas?
Es
importante comprender que en inglés la palabra fool también significa tonto,
loco y bufón. Por ello, no es casual que el personaje del bufón, que
probablemente es el más lúcido de la obra, le diga a Lear que ante su
obstinación e incomprensión haría un buen bufón.
El
profesor James Shapiro, en su libro El año de Lear, explica cómo la palabra
inglesa que domina la época en que se escribe esta obra es equivocation. Por
cierto, esta palabra inglesa predomina tanto en el texto del Rey Lear como en
Macbeth. Y si bien tiene el mismo origen latino que nuestro término
equivocación, equivocation en inglés se refiere a la equivocación premeditada,
esa equivocación que busca engañar, la que aparenta ser lo que no es, la que
transforma el sentido mismo de la realidad.
El
hecho de que esta palabra se repita una y otra vez a lo largo de estas dos
obras no es un azar. La tergiversación y la conspiración terminaron por ser parte
integral de la época en la que se escribieron estos dos dramas. Y el paralelo,
probablemente, en nuestro caso lo encontraríamos en el plebiscito y el triunfo
del No, donde tanto Uribe como sus áulicos lograron distorsionar y
desnaturalizar la realidad y desfigurar conceptos tan importantes como el de la
identidad de género.
Odios
inamovibles como los de Lear y Uribe fabrican toda una sarta de equivocations,
en el sentido más shakesperiano de la palabra. La tragedia de Lear en gran
parte tiene que ver con la mentira, las adulaciones y los odios que se aliñan a
lo largo de la obra.
La
historia de Lear, basada en una leyenda anónima del siglo VIII, en manos de
Shakespeare resultó demasiado oscura, sin esperanza y dura de concebir. Por
ello, cuando se presentó en los teatros, su final trágico y cruel pareció
inaceptable. Por consiguiente, la versión distorsionada de Nahum Tate, en donde
Cordelia termina casada con Edgar y Lear restaurado en su trono, predominó en
las tablas por años. Pero Shakespeare no la escribió así. El bardo era
consciente de que las mentiras sistemáticas y la locura no permiten ningún
final feliz y sólo conducen a la tragedia. Por ello, Cordelia muere al final en
la versión original y en la última escena vemos a Lear aullando de dolor con el
cuerpo de su hija entre sus brazos, reconociendo que ya no volverá más y
repitiendo:
“Nunca,
nunca, nunca, nunca, nunca”.
Esta
es una de las obras más tristes del canon shakesperiano, en donde la
incertidumbre termina por llenar el mundo de ansiedad. Ojalá la comprendamos a
tiempo.
*
Experto en literatura anglosajona, fundador de la Maestría en Escrituras
Creativas de la Universidad Nacional y autor de las novelas Migas de pan
(Alfaguara) y El rumor del Astracán.
Cultura.
22 Jul 2017 - 9:18 PM. Tomado de www.elespectador.com
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