EL
VIEJO DOLOR DE LOS REVOLUCIONARIO. POR:
FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
En
estos días sin revoluciones, en estos días tan quietos, pienso en las viejas
revoluciones y voy concluyendo que la palabra revolución pasó de moda, y me
sorprendo y me angustio al comprender que las palabras y los conceptos pasan de
moda, y que siempre hay alguien arriba o abajo que decide hacerlas pasar de
moda porque no le convienen. Pasaron de moda las frases conciencia de clases y
lucha de clases, y se enterraron las palabras proletariado, insurgencia,
rebelión, y los manteles, como escribía Octavio Paz, dejaron de oler a pólvora,
y los referentes, los viejos y luminosos referentes, también pasaron de moda, y
ya pocos hablan de Lenin o de Trotski, de Marx o de Engel, de Rosa Luxemburgo o
de Aleksandra Kollontái, de María Cano o de Teófilo Forero, y si hablan o
escriben de ellos suele ser para satanizarlos.
Aquellas
viejas palabras fueron reemplazadas por confort, alegría, obediencia, humildad,
y el olor a pólvora se transformó en olor a dinero. La lucha bajo una consigna
común, la disciplina, el endurecimiento bajo el fuego del riesgo constante que
iban conformando a los revolucionarios, según Trotski, se convirtió en una
competencia por aparentar, en un cumplir horarios dejando pasar el tiempo,
sentados ante una computadora absorbiendo lo que quieren que absorbamos,
basura, y en debilidad y facilismo. El lugar de los antiguos referentes,
aquellos que dieron la vida por una causa, su causa, o aquellos otros que
inventaron sus mundos con una pluma o un pincel, un piano o una cámara, ciegos,
epilépticos o atormentados, fue ocupado por las estrellas de la farándula, a
quienes volvimos ejemplos que seguimos porque lo importante era y es y será
salir en la tele.
Y
miramos hacia un lado y hacia otro, y ya nada huele a pólvora, porque hasta a
la palabra pólvora la han proscrito. Y miramos hacia adelante y sólo percibimos
más confort, más basura, más debilidad, más sonrisas postizas y más estrellas
rutilantes que no dicen nada, porque precisamente no decir nada vende,
adormece, nos mantiene en zonas de comodidad y nos aleja de aquel viejo dolor
que era la esencia de los revolucionarios.
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