viernes, 5 de mayo de 2017

CORRUPCIÓN Y CONSTRUCCIÓN. POR: JAVIER ORTIZ

CORRUPCIÓN Y CONSTRUCCIÓN.     POR: JAVIER ORTIZ

Salieron a ganarse el día y el lugar en el que trabajaban se volvió, en instantes, un cementerio. El edificio en construcción que alzaba siete pisos en el popular sector Plan 400 del barrio Blas de Lezo en Cartagena de Indias se desplomó a la vista de todos y con su inevitable colapso sepultó la humanidad de unos 30 obreros. Veinte muertos y decenas de heridos son apenas el anuncio de un desastre mayor: así crece Cartagena.

Una suerte de nuevos empresarios de la construcción, muchos de ellos pertenecientes a viejas mafias, invierten su dinero en lo que parece representar un camino fácil para un buen negocio.

El diseño arquitectónico de un edificio debe someterse a lo que estipula el Plan de Ordenamiento Territorial. Con la referencia catastral el constructor sabe qué altura puede tener, qué se puede hacer y qué no. Los ingenieros estructuralistas y los ingenieros de suelo toman decisiones especializadas y, de acuerdo a las condiciones, se presentan los planos y diseños a Curaduría Urbana que, si todo está en orden, emite una licencia de construcción. Pero en los barrios populares de Cartagena y de muchas ciudades del país esto no pasa. Cualquiera que llegue con plata para hacer más plata decide comprar una casa en un barrio popular y hacer un edificio. La rentabilidad es segura en una ciudad que escasamente se preocupa por fachadas para el turismo.

Estos empresarios inescrupulosos, acostumbrados a moverse en la oscuridad, compran las licencias de construcción. Todo tiene precio. Todo es negociable. El edificio de Blas de Lezo tenía un cartel falso con un número de licencia falso que, según el curador, no estaba radicado en su despacho. La vigilancia de estas obras es tarea de la oficina de Control Urbano, adscrita a la Secretaría de Planeación Distrital, que dispone de cuadrillas de expertos que se encargan de conocer si las construcciones cumplen con los requisitos, si las licencias están en orden y, de ser necesario, interponen las sanciones respectivas. Aquí también el asunto se arregla con plata.

Quienes trabajan en el sector saben cómo opera el negocio. No es difícil entenderlo, opera como opera todo en este país. Hasta que finaliza la construcción, las personas encargadas pasan periódicamente por la obra, pero no para a darse cuenta de si se están cumpliendo las normas requeridas, sino a recibir tres o cuatro billetes como soborno. Tres o cuatro billetes con el que se compra el deber y la altísima responsabilidad de velar porque un edificio no sepulte a los humildes obreros que lo construyen o a las familias que en un futuro lo habitarán. Los controles de estas arbitrarias construcciones se juegan su existencia moviéndose en el entramado de corrupción que alimenta este país.

Carlos Iván Márquez Pérez, director de la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo de Desastres, llegó hasta el lugar de los hechos a decir que los únicos responsables de la tragedia son los dueños de la construcción. Demasiado evidente y miope la visión del funcionario que no deja ver todos los eslabones de una cadena mafiosa. Es deber de las autoridades respectivas no dejar la vida y la seguridad de la gente en manos de la buena fe de unos constructores. Aquí la cuestión no es determinar solamente los responsables de esta tragedia, se trata también de buscar los mecanismos para detener esta mafia de la construcción en Cartagena y cómo se intervienen los edificios que fueron levantados de la misma forma para tener la certeza de que las familias que los habitan no viven en una bomba de tiempo.


Tomado de www.elespectador.com

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