20
JUN 2016 - 9:00 PM. www.elespectador.com
El juego de la
intimidación. Por Daniel Emilio Rojas Castro
Una
mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad.
Álvaro
Uribe, Alejandro Ordóñez y José Felix Lafaurie vienen repitiendo que la
refrendación popular de los acuerdos de la Habana se apoya sobre la
intimidación del gobierno a los ciudadanos. Van a continuar haciéndolo,
convencidos de que una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en
una verdad.
Es
apenas obvio que haya una preferencia del gobierno por inclinar a los
electores, a los grupos económicos y a los partidos políticos a respaldar la
refrendación popular de los acuerdos de la Habana. ¿Puede realmente
criticársele por eso? La supuesta intimidación es una cascara vacía, que
después se va a llenar con trinos pendencieros y bizantinismos legales, los
primeros por cuenta de un senador especialista en cerrar las discusiones con
golpes en la mesa y trinos pendencieros, y los últimos por cuenta de un
farisaico procurador que se está sirviendo de la institución que representa
para preparar su entrada en la política. Singular posición la de estos dos
servidores públicos, que invocan cuantos mecanismos democráticos sean
concebibles para oponerse a la negociación y respaldar la elaboración de una
paz imposible (que es otra manera de postergar la guerra).
Las
declaraciones del Presidente sobre la aparición de una guerra urbana en caso de
que fracase el proceso de paz fueron desafortunadas, sí, pero fueron realistas,
porque si esta oportunidad histórica naufraga vamos a iniciar una nueva etapa
del conflicto. No esperemos una pax uribista como consecuencia de la derrota
militar de las FARC, poque no la han prometido desde hace veinte años y no ha
ocurrido.
En
esta ocasión no hay una campaña de intimidación del gobierno, pero sí una de
quienes están saboteando el proceso desde sus orígenes: intimidación de la «
resistencia civil » y del Centro Democrático, que evalúa un proceso de paz
exitoso como una entrega del país al castro-chavismo (otra cascara vacía);
intimidación del Procurador, que causa inestabilidad institucional dentro del
Estado al respaldar a todos los funcionarios públicos que se oponen al proceso
con sus ataques reiterados a la iniciativa de negociación del gobierno;
intimidación, en fin, de Fedegán y su presidente, J. F. Lafaurie, quien no
contento con estigmatizar a los reclamantes de tierra tratándolos de testaferros
de la guerrilla insinúa que la restitución está expoliando a decenas de
pequeños propietarios que adquirieron sus predios de buena fé.
Las
afirmaciones de Lafourie no denuncian los posibles errores en los que pueden
incurrir las autoridades que administran y gestionan la restitución, una
postura laudable que contribuiría a corregir lo que no se ha hecho bien y lo
que puede mejorarse para redistribuir equitativamente la tierra. Todo lo
contrario. Sus críticas son intimidaciones vedadas, calculadas, que buscan
justificar que nuevos grupos de campesinos se armen para oponerse a un gobierno
injusto que los sometió al despojo en aras de una paz ilegítima. ¿Criminalizar
a los reclamantes de tierras, que también son víctimas del conflicto, no es una
intimidación cobarde del fuerte contra el débil? ¿Quien no sabe que parte de
los grandes latifundios que hay en Colombia se crearon y se han valorizado
gracias al despojo de los pequeños propietarios rurales que propiciaron los
latifundios ganaderos en asociación con el paramilitarismo? ¿Qué persona que
conozca el agro colombiano no sabe que durante décadas las oficinas de registro
han respaldado con leyes amarradas y falsificaciones los intereses de los
latifundistas?
El
juego de la intimidación busca ocultar los problemas de los que el país era
consciente desde hace muchos años, pero que vuelven a resurgir en el contexto
de la negociación de paz. Más allá de atacar al gobierno o a las FARC, el
objetivo de sus instigadores es desorientar a la opinión pública y evitar que
la atención se dirija a temas como la redistribución y la tributación de las
grandes propiedades de tierra en el norte, el occidente y el oriente del país.
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