‘JUEGO
DE TRONOS’ AL ESTILO INCA
Por
SONIA GOLDENBERG
LIMA,
Perú – Mientras que en el Congreso de Perú se discutía la destitución de Pedro
Pablo Kuczynski por las recientes acusaciones de corrupción en su contra, en
Lima corrían rumores sobre un supuesto pacto fáustico que le permitiría al
presidente permanecer en el poder. Y así sucedió. Tres días después de que
Kuczynski eludiera la destitución gracias a un grupo de partidarios de Alberto
Fujimori en el Congreso, el presidente le concedió un indulto al exdictador,
quien cumplía una sentencia de 25 años.
Alberto
Fujimori, elegido de manera democrática en 1990, llevó al país a un periodo de
reactivación económica, pero diez años después fue removido del cargo por un
escándalo de corrupción y reiteradas acusaciones de violaciones a los derechos
humanos que el ejército peruano realizó en su nombre. Entre sus crímenes más
infames están el secuestro y asesinato de nueve estudiantes y un profesor de la
universidad La Cantuta por un escuadrón del ejército; y el asesinato de quince
personas, entre ellos un niño de 8 años, en Barrios Altos, una zona a las
afueras de Lima, por haber supuestamente pertenecido al grupo terrorista
Sendero Luminoso.
La
decisión de Kuczynski, promovida de manera oficial como un gesto compasivo por
el estado de salud de Fujimori, ha sacudido a Perú. Con lo que parece un acto
egoísta, el presidente logró al mismo tiempo polarizar el país, romper una
promesa electoral, traicionar a la justicia y enfurecer a sus aliados y a su
propio partido político. Desde el anuncio del perdón, todos los días ha habido
protestas.
EXPLORA
NYTIMES.COM/ES
Las
mejores películas de 2017
La
legalidad del indulto, interpretado por casi todos como un burdo quid pro quo,
ha sido cuestionada por juristas y grupos de derechos humanos en Perú y en el
mundo. Los abogados de las familias de las víctimas de Fujimori anunciaron que
apelarán ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en su momento
ordenó a Perú juzgar a Fujimori por los asesinatos cometidos durante su
régimen. En consecuencia, el ministro del Interior, el ministro de Cultura, el
director de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y tres congresistas del
partido de Kuczynski presentaron su renuncia.
El
presidente permanece en el Palacio de Gobierno, pero no salió ileso de este
intrincado Juego de tronos al estilo inca, transmitido durante la temporada
navideña en horario estelar a un público hipnotizado y alarmado por la deriva
del país al caos.
El
drama comenzó el 21 de diciembre, cuando el principal partido de oposición,
dirigido por Keiko Fujimori —hija del exdictador indultado y excandidata a la
presidencia, quien es investigada por lavado de dinero—, orquestó un golpe
parlamentario después de que Kuczynski resultara implicado en las
investigaciones relacionadas con Marcelo Odebrecht, el magnate brasileño de la
construcción. Engrasando las ruedas de una región que de por sí ya era
corrupta, Odebrecht reconoció que su compañía ha sobornado a presidentes,
ministros y candidatos de todo el continente para ganar contratos públicos.
A
Kuczynski se le acusa de que una firma de consultoría de la que es dueño había
firmado contratos con Odebrecht cuando él era primer ministro hace más de una
década mientras se construía la carretera interoceánica, que se había cotizado
con sobreprecio. El Congreso, sin embargo, no alcanzó los votos necesarios para
destituirlo porque Kenji Fujimori lideró a un grupo de diputados que, siguiendo
órdenes de su padre —según la prensa peruana—, se abstuvieron de votar.
Kuczynski
no es el único implicado en la red de corrupción de Odebrecht. El expresidente
Alejandro Toledo es un prófugo de la justicia por haber recibido un soborno de
20 millones de dólares de Odebrecht. Otro expresidente, Ollanta Humala, está
detenido por corrupción aunque no se le hayan formulado cargos. Un expresidente
más, Alan García, quien se alió con Keiko Fujimori en el intento de derrocar a
Kuczynski, también están siendo investigado por corrupción y lavado de dinero.
Al
perdonar a Fujimori para salvar su presidencia, Kuczynski le infligió un gran
daño a la democracia de Perú y de América Latina. Renunció a la autoridad moral
que le habría permitido liderar la lucha contra el mayor escándalo de
corrupción en la historia de la región. Y, lo que es más importante, regresó a
la vida pública a un hombre que todavía tiene que disculparse con las familias
de las víctimas asesinadas durante los diez años de su régimen.
La
sentencia contra Fujimori fue un logro histórico para la justicia peruana. La
venalidad de su liberación solo aumentará el alto porcentaje de impunidad a los
casos de violación de los derechos humanos y debilitará la aplicación del
Estado de derecho en un momento en el que para combatir la corrupción es imprescindible
un poder judicial sólido e independiente.
Fujimori
todavía tiene seguidores y un partido, que de manera consistente obtiene un
tercio de los votos, construido a partir de su legado. Merece reconocimiento
por haber contenido la inflación y derrotar a dos grupos terroristas después
del desastroso primer gobierno de Alan García, de 1985 a 1990. Pero al repasar
la historia de su régimen, ¿valía la pena resucitar a un fantasma que nos
acecha desde el pasado para salvar a un presidente que se tambalea?
Con
el indulto, el presidente Kuczynski le ha pedido a los jóvenes peruanos que
“pasen la página” y se olviden del pasado. Pero el infame jefe de los servicios
secretos de Fujimori, Vladimiro Montesinos, quien sobornó a políticos,
banqueros, empresarios, jueces, oficiales militares y periodistas, grabó en
video las siniestras transacciones secretas, y con ello preservó un legado de
abuso de poder a puertas cerradas. Estos videos ominosos son el mejor antídoto
contra el olvido.
Perú
necesita reconstruir los cimientos de una sociedad democrática en pleno asalto
del tsunami Odebrecht.
Sonia
Goldenberg es periodista y documentalista y fue directora del Comité de
Protección a los Periodistas.
Tomado
de www.nytimes.com/esp.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario