GANAR
TIEMPO. POR: PIEDAD BONNETT
Hace
unos días el alcalde de Soledad, Atlántico, de acuerdo con los rectores de las
31 escuelas oficiales del municipio, encendió una polémica, que cada tanto se
levanta, cuando propuso hacer una prueba piloto con los estudiantes: que entren
a clase a las nueve de la mañana y no a las siete, y que no lleven tareas a la
casa. Esta última medida ha tenido siempre detractores y fervorosos partidarios.
Hay quienes consideran las tareas como una posibilidad de inculcar
responsabilidad y disciplina a los niños, y de poner a prueba en la casa lo que
aprendieron en el colegio; y hay otros que sostienen que los estudiantes las
hacen de cualquier manera porque los aburren y salen cansados de clase, y que
los padres se quejan porque terminan agobiados. De hecho, los estudios
realizados por las facultades de Educación muestran que son ellos y los
hermanos mayores los que terminan haciendo las tareas de los más pequeños, y lo
que es peor, que los maestros muchas veces ni siquiera las corrigen. Para
acabar de ajustar, hay “una crisis del aprendizaje” y “apenas el 35 % sale con
las habilidades que exige el mundo contemporáneo”, según estudios del BID que
cita Guillermo Perry en una columna. Todo un tema.
Los
argumentos de lado y lado son tan complejos como los que se refieren a la
entrada al colegio a horas tan tempranas. “Es una crueldad levantar a un niño y
bañarlo a las cuatro de la mañana y que luego, si llega tarde, el profesor lo
regañe”, dice el alcalde. Estoy de acuerdo. Porque, además, en ciudades grandes
y medianas, por las distancias, esto puede ser una cruel realidad y no una
exageración, como parece. Y un anacronismo total, un legado de la mentalidad cristiana
que predicaba el sufrimiento como una virtud. Los padres de familia aducen algo
importante, sin embargo: que los adultos salen muy temprano a trabajar y no
pueden dejar a los niños solos. Y ahí es donde podemos empezar a preguntarnos:
¿es que esto tiene que ser así? ¿Qué idea de trabajo seguimos manejando? ¿No
pueden los empresarios crear jornadas flexibles para sus trabajadores, y que
estos ajusten sus horarios a las necesidades de la familia? En estos tiempos de
hiperconexión, ¿no resulta posible que ciertos trabajos se adelanten desde los
mismos hogares, aunque sea parcialmente? ¿Cuál es la calidad de vida de una
familia donde el padre o la madre debe sacar los niños a la madrugada, a veces
a recorridos de hasta una hora, y luego ellos mismos deben subirse a un bus que
va atestado, transitar distancias enormes, y hacer lo mismo a las cinco de la
tarde, para llegar exhaustos a hacer tareas y labores domésticas? ¿Es la
costumbre y la inercia lo que impide que estas rutinas cambien?
Esta
semana, además, el ministro de Salud lanzó una alerta: el sedentarismo y la
mala alimentación están matando a los colombianos. ¿Y a qué hora un trabajador
con esas jornadas hace el ejercicio que se requiere? ¿Será que hay alientos —y
dinero y educación— para alimentaciones balanceadas? Sería ideal que así como
se adelantan batallas contra elementos nocivos como el alcohol, el tabaco, el
azúcar, las hubiera también por una conquista de tiempo que nos permita llevar
vidas menos acosadas, más ricas y conscientes y placenteras. Porque tiempo es
lo más valioso que un hombre puede tener.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario