ESTE
ES UN PROBLEMA DE LOS HOMBRES
POR
CHARLES M. BLOW
Tomado
de www.elespectador.com
Es
imposible decir con demasiada frecuencia o fuerza lo importante que es este
momento, cuando muchas mujeres sienten el valor y el poder suficiente para
alzar la voz acerca de haber sido atacadas o acosadas sexualmente por hombres
poderosos.
Se
siente como un momento decisivo, como algo que está cambiando de manera
fundamental.
Sin
embargo, la medida más grande de cambio fundamental ocurrirá cuando las ofensas
cotidianas por parte de personas comunes también se nombren y sean motivo de
vergüenza, el resultado de alzar la voz.
Para
la mayoría de las mujeres, el perpetrador no es un ejecutivo de Hollywood, un
senador ni un periodista reconocido. Para la mayoría, no habrá conferencias de
prensa si hablan. No habrá un abogado célebre que las acompañe y las tome de la
mano. No habrá programa matutino de noticias que elogie su valentía.
Para
la mayoría, la decisión de alzar la voz parecerá tensa y sin beneficios
suficientes para compensar la posibilidad de represalias negativas. Ahí es
donde gran parte de esta batalla debe dirigirse, entre quienes viven la
cotidianeidad, quienes no tienen poder, quienes son invisibles. Estas mujeres
(y algunos hombres también, debemos señalarlo siempre) son la verdadera Mayoría
Silenciosa de las víctimas.
Alzar
la voz, e incluso levantar cargos cuando la ley lo permite, enviará un mensaje
poderoso y definitivamente tendrá un efecto escalofriante en torno a este tipo
de comportamiento. La pérdida del sustento y de la libertad después de un mal
comportamiento tiene un fuerte efecto disuasivo.
Sin
embargo, creo que algo mucho más fundamental debe tener lugar. Debemos
reexaminar nuestra masculinidad tóxica, privilegiada e invasora. Y, sí, eso también
implica en algún nivel volver a imaginar las reglas de la atracción.
Primero,
digamos lo evidente. Soy un gran creyente de la libertad sexual. Los adultos
que dan su consentimiento deben sentirse libres de expresar sus atracciones
como les plazca sin vergüenza ni culpa. Solo hay que hacerlo con protección.
No
obstante, no hay “sexo” sin consentimiento. Creer eso es torcer la
terminología.
La
violación no es sexo; es violación. Los toqueteos no deseados no son sensuales;
son un ataque. Las insinuaciones sexuales en un entorno profesional, sobre todo
desde una posición de poder, son muy inapropiados y podrían ser ilegales.
También
en el entorno empresarial, frotar tu pene contra las personas —algo conocido
como frotismo, por si se lo preguntaban—, masturbarte en frente de ellas o
incluso mostrarles tu pene está mal, es humillante y posiblemente ilegal. De
hecho, hacer estas cosas en casi todos los entornos está mal y quizás es
ilegal.
Además,
si haces insinuaciones sexuales o te involucras sexualmente con un menor, no
estás teniendo una relación. Eso no es tener citas. Ni siquiera es sexo si
llegan a la intimidad.
Eso
es una explotación moralmente despreciable de un menor, en el mejor de los
casos, y estupro en el peor.
Ahora
que ya establecimos eso, podemos pasar a puntos más detallados.
Debemos
enfocarnos en reconocer un desequilibrio de poder durante la dinámica sexual
para que los hombres entiendan mejor el “no” implícito incluso cuando las
mujeres no sienten el poder para articular un “no”.
Debemos
enfocarnos en ese espacio después de que inicia la atracción, pero antes de
estar seguros de que es mutua y recíproca: la insinuación no correspondida, el
tocamiento no deseado, el beso robado.
Debemos
enfocarnos en el hecho de que las bromas que cosifican a las mujeres no son
graciosas.
Y
debemos enfocarnos en el hecho de que la sociedad ha incubado y alimentado una
idea peligrosa de que la agresión masculina casi desenfrenada no solo es un
componente de la sexualidad del hombre, sino que también es la parte más
valorada de la misma.
Les
decimos a los niños que sean agresivos. Les decimos a nuestras niñas que sean
precavidas. Los niños serán niños y las niñas serán víctimas.
Decimos,
casi sin decirlo en absoluto, que las mujeres son las guardianas de la virtud
porque un hombre excitado simplemente es una masa irracional de hormonas,
furioso y peligroso. Decimos que los hombres que están en ese estado en
realidad no son responsables de sus actos, así que depende de las mujeres no
hacer nada para no ponerlos en esa posición.
Vístete
de manera más modesta. No sonrías ni te rías al grado de que pueda entenderse
como un coqueteo. Evita “esto” o “lo otro”. No camines sola a casa. No salgas a
beber ni a cenar con tus compañeros de la escuela o el trabajo. No te reúnas en
habitaciones con puertas cerradas.
Esta
es la lista de opresiones que les leen a las mujeres con un rigor religioso.
Esas son las reglas del camino. Esa es la indignación.
Las
mujeres no son responsables por el mal comportamiento de los hombres. ¡La idea
de que los hombres excitados no pueden controlarse es mentira!
Los
hombres han sido tan condicionados para no tener inteligencia emocional —eso es
para mujeres, nos dicen— que son unos completos imbéciles a la hora de leer las
sutilezas de la atracción o la aversión.
Los
chicos se vuelven apostadores. Simplemente juegan con sus posibilidades. Lo que
a nueve mujeres les parecería asqueroso, a la décima podría gustarle.
Ni
siquiera reconocen qué ofensa podrían haber experimentado las otras nueve.
Están ciegos al respecto. En la mente masculina, cualquier desliz es perdonable
en la búsqueda de la compatibilidad.
Ese
tipo de mentalidad de excavadora y de “la pelvis primero” es el fundamento del
comportamiento más agresivo y más invasivo, y solo a partir de que reconozcamos
eso, podremos contar con los tribunales para corregir algo que nuestra cultura
debería rectificar.
The
New York Times 2017.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario