DE PALERMO A
CARTAGENA. POR: GLENDA VERGARA ESTARITA
Por
sus malos gobiernos Cartagena no avanza al ritmo de otras ciudades y no
disminuye su pobreza, que la sitúa en un lamentable segundo lugar, después de
Quibdó, según el Departamento Nacional de Planeación.
Tan
paquidérmico ha sido su progreso en ese trascendental tema, que aún tiene
vigencia lo que el periódico Washington Post publicó hace años sobre lo
increíble que resultaba una situación de miseria extrema escondida tras una
fachada hermosa y opulenta, con hoteles suntuosos queriendo tapar tugurios que
se podían comparar con los de África Subsahariana.
Pero
esto no mortifica a un gran número de miembros de la clase dirigente porque
están ocupados en usar el poder para beneficio propio, que es la definición de
la corrupción política, ese vicio inherente a muchas de las personas que han
sido escogidas para ejercer funciones públicas en representación de los
intereses generales, pero defraudan la confianza de la democracia cuando
desandan el camino que les fue señalado y eligen el que conduce rápidamente a
la satisfacción de las desmedidas ambiciones personales a través del tráfico de
influencias, del peculado, del soborno, del fraude, del nepotismo, de las
malversaciones y otras conductas tipificadas como delitos, tan viejos estos
como el principio de los siglos.
De
soborno, por ejemplo, habla el texto bíblico en la Ley de Moisés al contar en
un episodio de Mateo lo que el diablo ofreció a Jesús para que lo reverenciara.
En nuestros días sobornar es una práctica de la política con la complicidad y
coautoría de muchas de las empresas privadas, que invierten grandes porcentajes
de su capital en comprar a los burócratas del Estado y su decisión para hacer
negocios que les favorezcan mutuamente. Esta es la principal causa de la
pobreza porque los recursos que debieran ser destinados a invertir para
reducirla, van al bolsillo de un corrupto. Por el bolsillo entra el peor
demonio, opina el papa Francisco, refiriéndose al dinero que corrompe y
despierta las ambiciones malsanas.
Cartagena
reclama a gritos poner en práctica las teorías con las que Leoluca Orlando,
cuatro veces alcalde de Palermo, Italia, desmontó el poder hegemónico de la
mafia siciliana y pudo darle a la ciudad un ambiente de convivencia con la
estrategia pedagógica de remplazar una cultura de la criminalidad por una
cultura de la legalidad basada en un programa de participación ciudadana que
destaca la promoción de valores y el rescate de espacios públicos.
Aquí
se pensaría en una cultura de la ética para ir desterrando la cultura de la
corrupción, pero para iniciar ese largo proceso se necesita un alcalde que lo
lidere y trace directrices pedagógicas con las fuerzas vivas de la ciudadanía,
bajo la influencia de un código de educación cívica que forme en la costumbre
de no violar la ley.
vergaraglenda@hotmail.com. 17 de
Septiembre de 2017 12:00 am
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