EL CAPITAL POLÍTICO
DE LA PAZ. POR: ALEJANDRO REYES POSADA
El
presidente Uribe recibió en 2002 un Estado a punto de colapsar y lo transformó
en otro que recuperó el control territorial y la confianza de una buena parte
del pueblo en que la Fuerza Pública podía darle seguridad bajo su mando. Esta
proeza explica la sostenida popularidad del expresidente. Él y una gran parte
de sus seguidores coincidieron en percibir el Gobierno como una maquinaria
ineficiente, perezosa y capturada por intereses corruptos, y estuvieron de
acuerdo en reemplazarlo por un modelo de caudillismo democrático, de cara a la
comunidad, que consideraron una forma de gobierno más eficaz para solucionar los
problemas del país.
Álvaro
Uribe gerenció personalmente los asuntos locales en los consejos comunitarios,
pero la consecuencia de su activismo fue que instauró un modelo centrado en su
liderazgo personal, que marchaba o se detenía según el impulso del presidente.
Su atención al detalle le alcanzaba para dirigir personalmente algunas
políticas prioritarias, pero el costo oculto fue inhibir la iniciativa y la
capacidad de sus colaboradores para estructurar políticas de fondo y menos aún
para consensuarlas en el debate democrático. Uribe devolvió la sensación de
seguridad, pero heredó un aparato de gobierno impotente para agenciar
transformaciones de largo aliento, necesarias para entrar en la senda del
desarrollo sostenido. La confianza inversionista y la cohesión social no fueron
suficientes.
Santos
no ejerce un liderazgo personal que convoque multitudes ni que despierte la
devoción irrestricta de sus seguidores, y por eso delega en sus ministros la
ejecución de las políticas, cuyo acierto o fracaso define su permanencia o su
reemplazo. En su primer mandato tuvo aciertos notables, como la estructuración
de los grandes proyectos de infraestructura por Germán Cardona, la restitución
de tierras agenciada por Juan Camilo Restrepo o el restablecimiento de relaciones
con los vecinos por María Ángela Holguín, pero tuvo muchas áreas de gobierno
donde no hubo capacidad institucional ni liderazgo para hacer bien la tarea,
dependiendo de los compromisos de las cuotas políticas representadas en los
altos funcionarios.
La
obra histórica de Santos es haber logrado la paz con la mayor guerrilla del
hemisferio y haber sentado a la segunda en la mesa de conversaciones de Quito.
Para lograrlo, sin carisma personal ni capital político propio, tuvo que
negociar primero con una coalición heterogénea de jefes políticos interesados
en que la mermelada llegara a sus tostadas, que cobraron en efectivo su
participación en la Unidad Nacional y su apoyo al proceso de paz.
Por
eso la verdadera negociación de paz, que consistió en pactar los cambios
estructurales que necesitan el mundo rural y la democracia, con participación
popular, a cambio de la desmovilización de las guerrillas, encuentra un
ambiente político sin consenso para hacerlos, es decir, un cheque sin fondos
políticos para pagar la cuenta prometida, que tendrá que pagar el sucesor de
Santos desde el 2018.
Los
fondos de capital político para realizar los cambios sociales de la paz tendrán
que venir de un consenso ciudadano cada vez más robusto a favor de la
modernización de las estructuras arcaicas que frenan el desarrollo, como el
feudalismo agrario y la corrupción política en cascada, y no saldrán de los
barones electorales que se lucraron de la guerra y del proceso de paz.
alejandroreyesposada.wordpress.com.
29 Jul 2017 - 9:00 PM
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