‘FAHRENHEIT 451’: PROFECÍA SOBRE LOS PELIGROS DE LA CENSURA
HBO estrenó una nueva adaptación del clásico de Ray Bradbury, el maestro
de la ciencia ficción.
Por: Gabriel Meseth - El Comercio (Perú) - GDA 30 de junio 2018 , 11:00 p.m.
“Donde se queman libros se acaba quemando personas”, escribe el alemán
Heinrich Heine en su tragedia ‘Almansor’ (1821). La distópica ‘Fahrenheit 451’
(1953) comparte esta premisa. La obra magna de Ray Bradbury, cuyo título alude
a la temperatura a la que el papel se inflama y arde, retrata una sociedad
futura en la cual los textos son reducidos a cenizas por los lanzallamas de
escuadrones de casco y uniforme negros.
En medio de este paisaje infernal, la novela persigue la conciencia del
oficial Guy Montag, quien en un inicio encuentra un placer especial en la
tarea. “Con la boca de latón en sus puños, con aquella gigantesca pitón
escupiendo su gasolina venenosa sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza
y sus manos eran las de un fantástico director orquestando todas las sinfonías
del fuego y de las llamas para destruir los jirones y las ruinas tiznadas de la
historia”, dice. En su eventual comprensión del poder transformativo de un
libro —esa arma cargada— y su adherencia a las filas rebeldes, Montag descubrirá
que la lectura es “el único medio para que la persona corriente vea el 99% del
mundo”.
‘Fahrenheit 451’ ha tenido múltiples adaptaciones en diferentes
formatos, desde la película de François Truffaut hasta una producción radial de
la BBC y un juego interactivo diseñado con el autor. La nueva versión de HBO,
firmada por el cineasta de origen iraní Ramin Bahrani y protagonizada por
Michael Shannon, tuvo su estreno en el pasado Festival de Cannes y llegó a la
televisión en mayo. Shannon ha confirmado que se trata de una película
“agresiva y oscura”, y Bahrani ha advertido en una reciente entrevista que esta
difiere en ciertos aspectos de la fuente original, aunque se halla muy próxima
a su esencia original.
En la nueva película está la precisión con la cual Bradbury profetiza
las amenazas de la censura y el totalitarismo, los mecanismos de represión
empleados por las esferas del poder para asegurar su prevalencia, además del
conformismo con que las masas aceptan el atropello de los poderosos. Síntomas de
la erosión de la cultura.
La hoguera de las vanidades
Aparecida en los años más paranoicos del macartismo, cuando la cacería
de brujas en Hollywood buscaba frenar la propagación del comunismo en
territorio estadounidense, ‘Fahrenheit 451’ tuvo una larga gestación. Sus
orígenes pueden rastrearse a través de cuentos en los que aparece la figura del
represor pirómano. ‘Bright Phoenix’ y ‘The Firemen’, por citar dos ejemplos,
pertenecen al mismo universo literario.
Lector voraz desde la infancia, Bradbury comprendió pronto la
vulnerabilidad de los libros y lo que representa la pérdida irreparable del
conocimiento. Para el autor, el incendio de la Biblioteca de Alejandría, con el
cual desaparecerían tres cuartas partes de las evidencias culturales de la
antigua Grecia; la quema de manuscritos y los intelectuales enterrados vivos en
el 213 a. de C. por orden del emperador chino Qin Shi Huang (gestor de la
Muralla China y la gran tumba de los guerreros de terracota), o el auto de fe
con el cual los párrocos españoles condenarían al ardor los códices mayas y
aztecas, eran verdaderos relatos de horror y crueldad.
La destrucción por fuego en nombre de la higiene moral siempre es una de
las grandes tragedias que recorren la historia de la humanidad. Es aquel ánimo
purgativo el que desencadena la hoguera de las vanidades incitada por el fraile
dominico Girolamo Savonarola en la plaza principal de la Florencia
renacentista. La quema de miles de objetos vistos como invitaciones al pecado
se convertiría en un rito de carnaval.
A la gran pira se arrojaban espejos, cosméticos, esculturas y tapicería
invaluables, como también manuscritos únicos sobre magia y alquimia, u obras de
Dante y Ovidio, además del ‘Decamerón’ de Boccaccio y el ‘Sidereus Nuncius’, en
el que Galileo postula el heliocentrismo. Se cuenta que hasta Sandro
Botticelli, ferviente seguidor del párroco, quemó sus propias obras y abandonó
la pintura, hecho que lo llevó a la miseria absoluta. En un inicio protegido de
Lorenzo de Medici, el desquiciado Savonarola acabaría sus días condenado por
las autoridades papales a la cruz y la hoguera tras intentar apropiarse de la
ciudad y ser declarado enemigo del Renacimiento italiano.
La destrucción por fuego en nombre de la higiene moral siempre es una de
las grandes tragedias que recorren la historia de la humanidad
Las lecciones de la Historia nutrieron a Bradbury en la escritura de
‘Fahrenheit 451’. El novelista tenía 13 años cuando supo de la gran quema de
libros propiciada por el régimen nazi: una ceremonia simbólica orquestada por
el ministro de propaganda, Joseph Goebbels, con la complicidad de la Unión
Estudiantil de Alemania, para librar el espíritu germano de sus impurezas. Unos
25 mil volúmenes de títulos prohibidos ardieron en mayo de 1933, con las
multitudes bailando y cantando alrededor de las llamas. El fuego consumía las
obras decadentes a consideración del Tercer Reich, enemigas de los valores del
‘volk’ y la raza aria. “El fénix de un nuevo espíritu se alzará triunfante”,
pronunciaba Goebbels. “¡No a la decadencia y la corrupción moral! ¡Sí a la
decencia en la familia y el Estado!”.
La purga libresca de los nazis sería el indicio más evidente de la
oscuridad que envolvería a ese continente en los años posteriores. La oposición
y la intelectualidad judía pasaron a la clandestinidad desde entonces, para
luego terminar viviendo hacinados en campos de concentración o ejecutados.
Otros serían conducidos a la desesperación y el suicidio. Ocurrió con Walter
Benjamin, quien prefirió la ingesta de una dosis letal de morfina antes de caer
en manos de la Gestapo. O Stefan Zweig y su esposa Lotte, cuya consternación
por el futuro de Europa devino en muerte por mano propia. “Creo que es mejor
finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual
significó el gozo más puro y la libertad personal, el bien más preciado sobre
la Tierra”, escribió Zweig en la nota de despedida.
Tierra del fuego
Este fenómeno se expandiría hasta Suramérica. El 23 de septiembre de
1973, menos de dos semanas después del golpe de Augusto Pinochet en Chile, se
ordenó el allanamiento de las torres de San Borja, en Santiago. Un episodio
calificado como un apagón cultural, que la pintora Voluspa Jarpa definió en una
entrevista con ‘El Mostrador’ como el intento “de humillar públicamente a los
vencidos al quitarles el derecho a la lectura y la reflexión (...) transformar
el pensamiento cultural y crítico en un elemento que pasa a ser prohibido y
riesgoso”.
El terror cubrió la ciudad nuevamente cuando los militares saquearon las
viviendas para la requisa de libros prohibidos. Asolaron bibliotecas enteras en
busca de literatura comunista, y hasta se cuenta que perseguían libros sobre el
cubismo por un supuesto vínculo con el régimen de Fidel Castro. Se salvarían
textos enterrados, con páginas arrancadas, o cuyos títulos fueron escondidos
con témpera negra. “La censura no es una ocupación que atraiga a mentes
inteligentes y sutiles. Se puede burlar a los censores, y así ha sucedido”,
confirma J. M. Coetzee en Contra la censura. ‘Ensayos sobre la pasión por
silenciar’.
En ‘Quema de libros’. Perú 67, Juan Mejía Baca documenta la moderna
inquisición perpetrada durante el primer gobierno de Belaunde, cuyos hilos
habrían sido movidos por el magistrado y presidente del Tribunal
Constitucional, Javier Alva Orlandini. La gran hoguera pública con libros
prohibidos fue uno de los capítulos más vulgares de la censura en el Perú.
También está la leyenda urbana en torno a la quema de ‘La ciudad y los
perros’ en el patio del colegio Leoncio Prado. La obra ya venía censurada desde
la España franquista, donde los funcionarios de la Sección de Orientación
Bibliográfica marcaban sus juicios en rojo sobre las páginas de las galeradas.
De acuerdo con los examinadores, la novela se regodeaba con una “hedionda depravación
juvenil”. Para ‘La ciudad y los perros’, la censura sería la mejor catapulta de
su éxito, como ocurriría con el juicio a D. H. Lawrence por su “pornográfica”
‘El amante de lady Chatterley’, o con los ‘Trópicos de Henry Miller’, que
encontraron un público expectante y ansioso en el mercado negro.
Asolaron bibliotecas enteras en busca de literatura comunista, y hasta
se cuenta que perseguían libros sobre el cubismo por un supuesto vínculo con el
régimen de Fidel Castro
El previsor del futuro
A Bradbury le importaban más las consecuencias de la censura que el acto
en sí. Era el camino directo a una sociedad iletrada y pasiva, absorbida por
los medios masivos. “La televisión, esa medusa que convierte en piedra a
millones de personas todas las noches mirándola fijamente, esa sirena que llama
y canta, que promete mucho y en realidad da muy poco”, escribió quien se
consideraba a sí mismo un previsor de los futuros plausibles.
La propia ‘Fahrenheit 451’ fue objeto de censura al hallársela
excesivamente obscena. Por varios años sería una edición recortada la leída en
escuelas, a pedido de maestros, padres de familia y guardianes de las buenas
costumbres. Pocas cosas enfurecerían tanto a Bradbury como esta mutilación.
Como último gesto de rebeldía, solicitó antes de morir en el 2012 que su lápida
fuera reconocida por la siguiente inscripción: ‘Autor de Fahrenheit 451’.
Aunque la amenaza del fuego es ubicua y atemporal, como se demostró
cuando una turba enfurecida incendió la Biblioteca Científica de El Cairo durante
la Primavera Árabe, los mecanismos de censura han ido afinándose con el tiempo.
El bloqueo de YouTube o Twitter por el Gobierno chino confirma los temores de
una realidad orwelliana en la cual la comunicación es suprimida para evitar
hasta los crímenes de pensamiento, mientras que las campañas para la
prohibición de ‘Lolita’ y la pintura de Balthus visualizan la delgada línea
entre la polémica y un silenciamiento fascista.
Ramin Bahrani se ha propuesto plasmar en su película lo más alarmante de
‘Fahrenheit 451’: que el futuro de Bradbury ya llegó, y el mundo se lo ha
buscado.
GABRIEL MESETH. EL COMERCIO (Perú) - GDA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario