GESTOS
QUE MATAN O SALVAN VIDAS.
Por:
Rodrigo Uprimny
Tomado
de www.elespectador.com. 17 Feb 2018
- 9:00 PM
En
sociedades divididas, hay palabras y gestos que incrementan los odios y
desembocan en violencias, a veces letales y masivas. Las palabras a veces
matan. Pero en esas mismas sociedades divididas, las personas, y en especial
los líderes, pueden decir cosas y realizar gestos que, sin desconocer las
diferencias, tiendan puentes de humanidad entre los bandos enfrentados, con lo
cual reducen las enemistades y evitan violencias letales y masivas. Las palabras
a veces salvan vidas.
En
Colombia existen muchos casos de palabras y gestos que han provocado violencias
terribles. Recordemos por ejemplo a monseñor Builes, obispo de Santa Rosa de
Osos, quien desde los años 40 atizó los odios contra los liberales y los
comunistas e invitó a los católicos a combatirlos “hasta la última gota de
sangre”, con lo cual alimentó las terribles violencias de ese período.
Infortunadamente
el caso de Builes no es único. En otros momentos y otras regiones, otros
personajes han alimentado también con sus palabras y sus gestos nuestros odios
y violencias. Basta tomar en cuenta las recientes declaraciones y gestos
guerreros del Eln frente a un país que clama por salir de la guerra residual
que persiste con este grupo. Es más, esa tradición de violencia sectaria ha
sido tan larga y amplia y ha sido tan cuidadosamente documentada que a veces
los colombianos creemos que es la esencia de nuestra nacionalidad. Pero no es
así: al lado de esa innegable historia de enfrentamientos sectarios violentos,
los colombianos hemos logrado desarrollar experiencias extraordinarias de
convivencia democrática y de acercamiento entre rivales, incluso en condiciones
muy difíciles.
Una
de esas experiencias notables es la del municipio de Aguadas, en Caldas, que
fue documentada por Paul Oquist en su tesis doctoral sobre la violencia de los
50, luego publicada como libro (Violencia, conflicto y política en Colombia).
Este caso es extraordinario porque Aguadas fue una especie de isla de paz en
una región de violencia muy intensa en esos años: el norte de Caldas y el sur
de Antioquia. ¿Qué pudo explicar esta paz en Aguadas? La respuesta de Oquist
parece tan de ficción que cuando la comenté a uno de mis hijos no me creyó y
sólo la aceptó después de leer el texto de Oquist.
El
misterio de Aguadas residió en que las élites locales conservadora y liberal
hicieron esfuerzos consistentes en esos años por conservar un entendimiento
democrático en el municipio, a pesar de la violencia bipartidista que existía
en gran parte del país y en la región circundante, para lo cual, cuenta Oquist,
“renovaban periódicamente su alianza mutua en reuniones ceremoniosas efectuadas
en la plaza pública y ante gran concurrencia”. Las ceremonias y los gestos de
esas élites de Aguadas le evitaron así a ese municipio el terror que vivieron
sus vecinos.
La
experiencia de paz de Aguadas es notable, pero no es única. En esa época otras
regiones, como la costa Atlántica o Nariño, lograron igualmente escapar a la
violencia por entendimientos semejantes de sus élites locales. Y en otros
períodos hemos tenido igualmente élites locales o nacionales que han logrado
gestos y palabras que han salvado vidas.
Estamos
entrando a un periodo electoral turbulento y peligroso. Todos nosotros, pero
especialmente los líderes políticos, tenemos una responsabilidad moral y
política enorme, que no podemos eludir: tenemos que decidir si atizamos los
odios, con palabras y gestos polarizantes, semejantes a los de monseñor Builes,
lo cual podría desembocar en violencias terribles. O si optamos por el ejemplo
pacificador de los líderes locales de Aguadas, cuyos gestos y palabras salvaron
muchas vidas.
*
Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
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