NI EL DIOS ESTADO NI
EL DIOS MERCADO. POR: WILLIAM OSPINA
Después
de la caída de la Unión Soviética, García Márquez le dijo a Fidel Castro que
sólo ahora Cuba era verdaderamente libre. A Fidel no le gustó mucho esa
afirmación, porque suponía admitir aquella dependencia, pero al final aceptó
que Gabo tenía razón.
Es
evidente que a Cuba le ha tocado pagar muy cara su independencia, y ahora
Venezuela está pagando cara la suya, con una situación que cada día se hace más
insostenible. El presidente Maduro ha dicho que si se ve atacado a sangre y
fuego se defenderá a sangre y fuego, y ello significa que todo desembocaría en
una guerra civil. La situación es trágica.
Cuba
y Venezuela son regímenes populares imperfectos asediados por un enemigo
implacable: el neoliberalismo mundial, que se opone a la intervención del Estado
en la economía y que exige que el bienestar ciudadano esté subordinado a las
leyes del mercado. En los países manejados por el neoliberalismo, la salud, la
educación, la seguridad social son negocios privados muy rentables pero
deficientes y costosos para el ciudadano; en Cuba y en Venezuela el Estado se
preocupa de verdad por la salud, la educación, las pensiones, pero la empresa
privada está seriamente limitada.
El
socialismo verdadero, una alianza real de la justicia distributiva y la
libertad individual con lo que llamaba Borges “un severo mínimo de gobierno”,
no ha sido inventado todavía. Los actuales socialismos autoritarios no se van a
sostener, pero bajo la presión de las circunstancias actuales los Estados
plutocráticos e insensibles tampoco tienen futuro. Mientras tanto, la única
manera de evitar unas guerras locales que nada pueden resolver es la libre
competencia democrática. El tema es global y se resolverá globalmente: la
confrontación, cada vez más aguda, entre el neoliberalismo mezquino y
depredador y el interés general.
Tal
vez de algo sirva el ejemplo argentino. Desde cuando Juan Domingo Perón hizo
sentir que el pueblo argentino también tenía derecho a ser dueño de las
riquezas de su país, y después de una sucesión violenta de guerrillas y
dictaduras militares, en Argentina se han sucedido en el poder posiciones
radicalmente enfrentadas. Gracias a la educación y a la fuerte politización de
la sociedad todos saben que aferrarse al poder es inútil, que al poder hay que
llegar en hombros de la gente y aceptando la existencia de una oposición
denodada y activa.
Nuestros
países tienen tantos problemas que es inevitable una fuerte oposición a toda
política. Pero no todo hay que hacerlo desde el Estado. El chavismo es un
proyecto lúcido y generoso que enfrenta el peligro de derivar en un proyecto
autoritario y excluyente, justo cuando debería ser toda la América Latina la
que diera un viraje hacia una democracia más diversa y compleja. Pero es que el
ejercicio del poder embriaga y alimenta vanas ilusiones. Se mira al Estado como
un fin y no como un instrumento, y eso es letal para los altos propósitos
civilizados, porque todo aquel que idealiza al Estado y se enamora del poder
abandona el espíritu de aventura creadora que requiere toda sana política.
Una
de las veces en que tuve la oportunidad de conversar con Fidel Castro, el
comandante me dijo: “Es que se nos han envejecido las instituciones”. “Pues
tienes que remozarlas” le respondí, “con esa juventud que tienes”. “¿Qué
quieres decir?”, me dijo con expresiva curiosidad. “Que yo te veo muy joven”,
le contesté sinceramente. Ahora sé que lo que habría debido decirle es que
había en Cuba una juventud solidaria con la revolución pero ávida de iniciativa
a la que había que permitirle reinventar el modelo, y que él mismo, crítico y
lúcido como era, podía acompañar un esfuerzo por renovar la rebeldía contra un
capitalismo cada vez más inhumano, pero también contra un esquematismo
controlador y burocrático que le corta las alas a la imaginación.
¿Por
qué temerle tanto a la contaminación del capitalismo, a sus televisores y a su
internet, si nadie tiene alternativas frente a esas cosas? Muchos que crecimos
expuestos a la televisión, al consumismo y a las tentaciones del lucro, somos
tanto o más críticos que ellos frente a la inhumanidad y la irracionalidad
depredadora del capitalismo.
Hace
poco dije que el presidente Maduro debería liberar a los presos políticos, revocar
la inhabilidad de los dirigentes opositores, y convocar a elecciones normales,
de esas que el chavismo siempre apreció cuando podía ganarlas con facilidad.
También le sugerí que no le tuviera miedo a una derrota electoral que bien
puede ser transitoria. Una derrota honrosa vale mucho más que una victoria
indigna a los ojos de un pueblo que entiende lo que pasa. En Venezuela mucha
gente sabe que la crisis actual se debe menos al chavismo que a la manipulación
adversa de los precios del petróleo y a un desabastecimiento programado del que
se acusa al chavismo aunque es a quien menos le conviene.
Ahora
han enviado a prisión domiciliaria a Leopoldo López pero habría sido más
inteligente dejarlo en libertad sin condiciones, lo mismo que a todos los
prisioneros por razones políticas. Un opositor en la cárcel es un mártir, y ya
es hora de entender que la cárcel, ese invento maligno, que no resuelve nada y
que a veces lo empeora todo, no será nunca el instrumento de una buena
política.
Las
armas sólo conducen a una extenuante degradación moral de la sociedad, como ha
ocurrido en Colombia en los últimos 50 años. Convertido en una oposición
callejera pacífica, apasionada e imaginativa, el chavismo podría recordarle a
Venezuela todo lo que hizo por el pueblo mientras fue posible, en vez de estar
gerenciando la bancarrota que produjeron los precios del petróleo y la conjura
de los empresarios. Entonces ocurrirá lo que en Argentina: será el pueblo el
que pueda medir la verdad de unos y de otros, y superar las deformaciones de la
percepción o de la información.
Yo
sé que Cuba necesita de Venezuela, pero para ello es preciso que Venezuela
exista. Cuba puede hoy negociar una mejora de su situación económica
permitiendo la aparición de nuevas iniciativas de la comunidad y sin negociar
jamás la protección social ni la cobertura educativa. Que una nueva generación
de cubanos, muchos de ellos agradecidos con la revolución, tengan agenda
propia, y que el chavismo aprenda del peronismo el arte democrático de irse
para regresar, porque hay maneras de irse que ya no permiten volver.
Tomado
de www.elespectador.com 15 Jul 2017 -
9:00 PM
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