CONSULTAS POPULARES Y
CAMBIO CLIMÁTICO.
POR: ALEJANDRO REYES
POSADA
La
politóloga estadounidense Elinor Ostrom ganó el premio Nobel de economía en
2009 por sus trabajos sobre el gobierno de los bienes comunes, que plantea el
conflicto entre el interés individual de maximizar ganancias y el interés común
de usar los recursos de manera sostenible, cuya respuesta encontró en el tipo
de instituciones que favorecen uno u otro. En Colombia estamos viviendo el
dilema de manera aguda con los recursos naturales más básicos para la
supervivencia, que son el subsuelo, los suelos, las aguas y los bosques. Como
ellos forman un todo integrado, la explotación de uno de los recursos supone la
afectación negativa de los otros. El caso extremo es el de la minería ilegal
del oro, que destruye y contamina con mercurio las riberas y los ríos, acaba la
pesca y elimina los suelos cultivables a su paso.
El
país ha estado forjando una nueva institución —las consultas populares sobre
minería—, que está dando sus primeros pasos vacilantes para establecer un marco
regulatorio que concilie los intereses de las empresas petroleras y mineras con
los de las comunidades donde están los recursos. La ley y la jurisprudencia
constitucional les dan poder a las comunidades, con la consulta, para decidir
si aceptan o rechazan la explotación del subsuelo. Las empresas y el Ministerio
de Minas han dicho que la consulta no es obligatoria y que sus resultados no
pueden frenar la locomotora minera, la obtención de regalías y el cumplimiento
de los contratos de concesión ya otorgados, sin exponerse a pagar costosas
demandas contra la Nación.
El
conflicto, entonces, está claramente planteado y es necesario tener criterios
para resolverlo. El principio jurídico que dio vida a las consultas fue el
derecho de los pueblos indígenas de ser consultados sobre las decisiones o
inversiones que los pudieran afectar, que fue reconocido en un tratado
internacional de la OIT, para frenar el etnocidio a gran escala que trajo
consigo el progreso occidental de las multinacionales sobre el resto del mundo.
Ahora
aparece en el panorama una razón incluso más poderosa, la necesidad de impedir
el cambio climático más catastrófico, que dará origen a un nuevo derecho,
fundado en los derechos de la humanidad a la sostenibilidad del planeta, que
tendrá que definir legalmente qué se puede hacer y qué no, si la actividad
tiene un costo ambiental que comprometa la estabilidad climática del mundo.
Este derecho excede el ámbito local y nacional, pues el bien jurídico protegido
es el planeta. Y excede con mucho el derecho privado a la propiedad y el lucro,
y aun la soberanía de los países como derecho político.
Las
comunidades que han decidido consultar si aceptan o rechazan la minería lo
hacen por un interés local: la preservación de sus aguas, suelos y
biodiversidad; es decir, la defensa conservadora de su estilo de vida, pero son
la línea de avanzada de un gran conflicto mundial entre la destrucción y la
salvación de la vida humana en el planeta, cuya primera línea de choque es la
superación de la economía del petróleo y el carbón como combustibles fósiles
causantes de la emisión de gases con efecto invernadero.
La
verdadera riqueza de Colombia no es su petróleo ni carbón, sino la
megadiversidad de ecosistemas y culturas humanas, sus suelos, bosques y aguas,
y, como demostró Elinor Ostrom, la mejor manera de gobernar los recursos
comunes es la creación de instituciones eficaces para regularlos, controladas
por los pobladores de los territorios. La paz territorial es regresar el poder
de agenciar su propio futuro a los pobladores de los territorios. La consulta
minera es sólo un primer paso, pero vendrán muchos más en los próximos años.
Tomado de www.elespectador.com 15 Jul
2017 - 9:00 PM
EL PODER Y LA
VIOLENCI POR:
ALEJANDRO REYES POSADAA.
La
gran pensadora alemana Hannah Arendt denunció la falsedad de la tradición de
considerar el poder como el resultado de la violencia, o según la fórmula de
Clausewitz, de pensar que “la guerra es la continuación de la política por
otros medios”, en la que coincidieron los marxistas y los liberales. Poder y
violencia, para ella, son opuestos, pues donde uno existe absolutamente el otro
desaparece. El máximo del poder es el de todos contra uno y el máximo de
violencia es la de uno contra todos. La violencia necesita instrumentos,
mientras el poder requiere actuar en concierto con otros, y sus instrumentos no
son materiales, pues consisten en la palabra y la acción. Donde se pierde la
capacidad de la acción concertada, el poder se evapora y finalmente desaparece,
y ninguna fuerza ni violencia es capaz de compensar esta pérdida. La violencia
es capaz de destruir el poder, pero es incapaz de crearlo.
A
la luz de estos conceptos básicos se puede juzgar a los cuatro protagonistas
principales de la tragedia colombiana: Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe, las
Farc y el Eln. La paradoja de Santos es que habiendo logrado disociar violencia
y poder para acabar la guerra con las Farc, en vez de terminar como el
presidente que fortaleció el consenso, que es la base del poder de la sociedad,
concluye su mandato como el presidente que dividió ese consenso entre los que
quieren separar armas y votos y los que prefieren someter por las armas a
quienes luchan por los votos, es decir, a quienes dejaron de identificar poder
con violencia.
Álvaro
Uribe llegó al poder gracias al consenso anterior del país, luego del fracaso
de Pastrana en el Caguán, de que había que usar la fuerza para derrotar a las
guerrillas, y su frustración es haber visto que, a pesar de no haberlas
derrotado, sí las condujo a reconocer que nunca se tomarían el poder por las
armas y por tanto las puso en condiciones de negociar con Santos el fin de la
guerra. Su paradoja es que la misma iluminación que suscitó en la dirigencia de
las Farc de abandonar la violencia como el camino hacia el poder ahora lo ciega
para ver la realidad y por eso prefiere volver trizas el acuerdo de paz y regresar
a su solución ideal de acabar con su enemigo por las armas y tras los barrotes,
para que no puedan dejar atrás la guerra.
El
Eln, por su parte, debe hacer todavía su conversión interna para comprender que
la violencia no lleva al poder ni redime a las comunidades que cree
representar, y para hacer el curso acelerado de democracia liberal que forma el
entorno en el cual tendrá que conquistar el poder, entendido como la acción
concertada de las comunidades humanas. Precisamente una larga negociación de paz,
como la de La Habana y la de Quito, es el ritual de pasaje para aprender el
juego democrático de la palabra y la acción concertada, que genera poder en la
sociedad. La tenacidad e inteligencia de Juan Camilo Restrepo son la mejor
esperanza de que se produzca esa iluminación en los dirigentes del Eln.
Tomado
de www.elespectador.com 1 Jul 2017 -
10:30 PM
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