miércoles, 19 de julio de 2017

CONSULTAS POPULARES Y CAMBIO CLIMÁTICO.
POR: ALEJANDRO REYES POSADA

La politóloga estadounidense Elinor Ostrom ganó el premio Nobel de economía en 2009 por sus trabajos sobre el gobierno de los bienes comunes, que plantea el conflicto entre el interés individual de maximizar ganancias y el interés común de usar los recursos de manera sostenible, cuya respuesta encontró en el tipo de instituciones que favorecen uno u otro. En Colombia estamos viviendo el dilema de manera aguda con los recursos naturales más básicos para la supervivencia, que son el subsuelo, los suelos, las aguas y los bosques. Como ellos forman un todo integrado, la explotación de uno de los recursos supone la afectación negativa de los otros. El caso extremo es el de la minería ilegal del oro, que destruye y contamina con mercurio las riberas y los ríos, acaba la pesca y elimina los suelos cultivables a su paso.

El país ha estado forjando una nueva institución —las consultas populares sobre minería—, que está dando sus primeros pasos vacilantes para establecer un marco regulatorio que concilie los intereses de las empresas petroleras y mineras con los de las comunidades donde están los recursos. La ley y la jurisprudencia constitucional les dan poder a las comunidades, con la consulta, para decidir si aceptan o rechazan la explotación del subsuelo. Las empresas y el Ministerio de Minas han dicho que la consulta no es obligatoria y que sus resultados no pueden frenar la locomotora minera, la obtención de regalías y el cumplimiento de los contratos de concesión ya otorgados, sin exponerse a pagar costosas demandas contra la Nación.

El conflicto, entonces, está claramente planteado y es necesario tener criterios para resolverlo. El principio jurídico que dio vida a las consultas fue el derecho de los pueblos indígenas de ser consultados sobre las decisiones o inversiones que los pudieran afectar, que fue reconocido en un tratado internacional de la OIT, para frenar el etnocidio a gran escala que trajo consigo el progreso occidental de las multinacionales sobre el resto del mundo.

Ahora aparece en el panorama una razón incluso más poderosa, la necesidad de impedir el cambio climático más catastrófico, que dará origen a un nuevo derecho, fundado en los derechos de la humanidad a la sostenibilidad del planeta, que tendrá que definir legalmente qué se puede hacer y qué no, si la actividad tiene un costo ambiental que comprometa la estabilidad climática del mundo. Este derecho excede el ámbito local y nacional, pues el bien jurídico protegido es el planeta. Y excede con mucho el derecho privado a la propiedad y el lucro, y aun la soberanía de los países como derecho político.

Las comunidades que han decidido consultar si aceptan o rechazan la minería lo hacen por un interés local: la preservación de sus aguas, suelos y biodiversidad; es decir, la defensa conservadora de su estilo de vida, pero son la línea de avanzada de un gran conflicto mundial entre la destrucción y la salvación de la vida humana en el planeta, cuya primera línea de choque es la superación de la economía del petróleo y el carbón como combustibles fósiles causantes de la emisión de gases con efecto invernadero.

La verdadera riqueza de Colombia no es su petróleo ni carbón, sino la megadiversidad de ecosistemas y culturas humanas, sus suelos, bosques y aguas, y, como demostró Elinor Ostrom, la mejor manera de gobernar los recursos comunes es la creación de instituciones eficaces para regularlos, controladas por los pobladores de los territorios. La paz territorial es regresar el poder de agenciar su propio futuro a los pobladores de los territorios. La consulta minera es sólo un primer paso, pero vendrán muchos más en los próximos años. Tomado de www.elespectador.com 15 Jul 2017 - 9:00 PM


EL PODER Y LA VIOLENCI POR: ALEJANDRO REYES POSADAA.

La gran pensadora alemana Hannah Arendt denunció la falsedad de la tradición de considerar el poder como el resultado de la violencia, o según la fórmula de Clausewitz, de pensar que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, en la que coincidieron los marxistas y los liberales. Poder y violencia, para ella, son opuestos, pues donde uno existe absolutamente el otro desaparece. El máximo del poder es el de todos contra uno y el máximo de violencia es la de uno contra todos. La violencia necesita instrumentos, mientras el poder requiere actuar en concierto con otros, y sus instrumentos no son materiales, pues consisten en la palabra y la acción. Donde se pierde la capacidad de la acción concertada, el poder se evapora y finalmente desaparece, y ninguna fuerza ni violencia es capaz de compensar esta pérdida. La violencia es capaz de destruir el poder, pero es incapaz de crearlo.

A la luz de estos conceptos básicos se puede juzgar a los cuatro protagonistas principales de la tragedia colombiana: Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe, las Farc y el Eln. La paradoja de Santos es que habiendo logrado disociar violencia y poder para acabar la guerra con las Farc, en vez de terminar como el presidente que fortaleció el consenso, que es la base del poder de la sociedad, concluye su mandato como el presidente que dividió ese consenso entre los que quieren separar armas y votos y los que prefieren someter por las armas a quienes luchan por los votos, es decir, a quienes dejaron de identificar poder con violencia.

Álvaro Uribe llegó al poder gracias al consenso anterior del país, luego del fracaso de Pastrana en el Caguán, de que había que usar la fuerza para derrotar a las guerrillas, y su frustración es haber visto que, a pesar de no haberlas derrotado, sí las condujo a reconocer que nunca se tomarían el poder por las armas y por tanto las puso en condiciones de negociar con Santos el fin de la guerra. Su paradoja es que la misma iluminación que suscitó en la dirigencia de las Farc de abandonar la violencia como el camino hacia el poder ahora lo ciega para ver la realidad y por eso prefiere volver trizas el acuerdo de paz y regresar a su solución ideal de acabar con su enemigo por las armas y tras los barrotes, para que no puedan dejar atrás la guerra.

El Eln, por su parte, debe hacer todavía su conversión interna para comprender que la violencia no lleva al poder ni redime a las comunidades que cree representar, y para hacer el curso acelerado de democracia liberal que forma el entorno en el cual tendrá que conquistar el poder, entendido como la acción concertada de las comunidades humanas. Precisamente una larga negociación de paz, como la de La Habana y la de Quito, es el ritual de pasaje para aprender el juego democrático de la palabra y la acción concertada, que genera poder en la sociedad. La tenacidad e inteligencia de Juan Camilo Restrepo son la mejor esperanza de que se produzca esa iluminación en los dirigentes del Eln.

Tomado de www.elespectador.com 1 Jul 2017 - 10:30 PM

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