URIBE EN LA TAZA
POR: ALFREDO MOLANO
BRAVO. 24 FEB 2017 - 11:35 PM
El
tiempo, eterno vengador, suele hacer jugarretas, pero nunca perdona. Los años
pasan y pesan sin saber a qué horas. Después de la plenitud, ya en el descenso,
aparecen primero los achaques: un dolorcito por aquí, una piquiña por allá.
Nada grave. Inclusive se puede dejar de pagar salud. Todo se calma con agüitas.
Luego, se llaman molestias y hay que cumplir las citas al odontólogo o al
gastroenterólogo y aceptar que la cosa es de globulitos y pastillas. Más tarde,
son dolores: en la espalda, en el cuello, en la rodilla. Es el momento de
comenzar a pensar en chequeos de rutina: colas y colas que enferman,
diagnósticos equívocos, recetas que no curan. Lo último ya son males francos.
Los que dan a los 50 se deben curar a los 40; los de los 60 a los 50, y así
sucesivamente. Poco a poco uno se va haciendo amigo de los porteros de los
hospitales y de “regalarles el bracito” a las enfermeras para los exámenes de
rutina.
A
las mujeres les llegan las mamografías y a los hombres las visitas al urólogo.
Una vez al año por lo menos, es la advertencia. El examen de los senos podrá
ser aburrido y doloroso, pero no traumático como el de próstata para los
varones, sobre todo para aquellos que detestan a los homosexuales y a las
lesbianas, rechazan el matrimonio entre personas del mismo sexo y les da
vértigo pensar siquiera en la transexualidad. Son varones de esos capaces de
cortarle la cara, marica.
A
esos machos les llega su hora después de que los numeritos de los exámenes
químicos de la próstata comienzan a ser amenazantes. Entonces tienen que
someterse a que un señor muy serio y respetable, de corbata y antiparras, los
palpe con el dedo índice, con el mismo que algunos pacientes varones señalan,
juzgan y dictan sentencia contra los homosexuales. Muchas veces los dos
exámenes salen negativos. Todavía no, dice el urólogo, vuelva dentro de un año.
Y la fecha llega y de nuevo, calzones abajo. Ahora sí, estimado amigo, hay
síntomas de una hiperplasia, ojalá benigna. Y se programa la cirugía. Algunos
machos alfa prefieren el quirófano a la camilla y descansan porque no habrá ya
nuevos palpos. La cirugía es lo de menos, las molestias son mínimas, unos diítas
de fastidio y listo. Así suele ser. Se sale de la sala de operaciones con
dignidad. Todo bajo control. “La intervención quirúrgica concluyó con éxito y
se cumplió de acuerdo con lo planeado”.
Lo
que el paciente no calcula es que durante varios días quedará haciendo pipí a
través de una sonda y que debe andar con una bolsita para arriba y para abajo.
Pero bueno, no es grave. Dolerá ir al baño, pero nada más. Lo peor llega cuando
se le quita al personaje la sonda, que no sintió al entrar, pero sí al salir
porque pareciera que se le va el tripaje más íntimo prendido al tubito. Ahí no
acaban las molestias, como el mismo expresidente y senador Uribe debe estar
viviendo, porque el chorrito ya no queda igual, no tiene alcance, no saca
chispas como los caballos que monta. Cae ahí mismito y para evitar que se mojen
los calzoncillos, el urólogo suele sugerir que se haga “sentado en la taza,
doctor. Nadie lo va a ver”. Y así, seguramente, el doctor Uribe deberá aceptar
hacer pipí como una mujer, cerrando, eso sí, con tranca, el baño. No sería raro
que hasta feminista se volviera el expresidente al encontrar mojado el
bizcocho. Ahí, como dirían en la puerta del inferno del Dante, terminan las
vanidades del macho.
TOMADO
DE WWW.ELESPECTADOR.COM
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