domingo, 9 de agosto de 2015

Relatos de papel. Por: Fernando Araújo Vélez

Relatos de papel

Fernando Araújo Vélez
Con un lápiz y en una de las tantas libretas que me regalaste empecé a escribir y a dibujar tu historia, que durante mucho tiempo fue nuestra historia, y ahora que ya no estás comprendo que era cierto y mil veces cierto lo que me dijiste, comenzando por tus palabras cada vez que me regalabas un nuevo lápiz y una nueva libreta, cuando me invitabas a crear ahí, a plasmar, y decías que un regalo tan pequeño era el más grande de todos, pues allí podría inventar un mundo, que siempre quise que fuera nuestro mágico y milagroso mundo, aunque tú te opusieras a los plurales con tus lapidarias sentencias.
Por: Fernando Araújo Vélez





Sí, durante mucho tiempo yo culpé de nuestras desgracias a los demonios, y al destino, de nuestra negligencia, de mi negligencia. Me rendí ante los obstáculos de la dificultad, en lugar de transformar esa dificultad en un desafío. Elegí lo fácil, que era y fue seguir la corriente, obedecer las normas impuestas, vivir como los demás quisieron que viviera, y fui prisionero de la aceptación o la imposición del otro, que fueron los otros, todos los otros. Elegí la comodidad, como me lo reprochabas a menudo, sin siquiera preguntarme si cumplir horarios, ser esclavo en una empresa, rehén en un matrimonio y alfeñique fotocopiado por la televisión, era comodidad, y a mi aprendida comodidad empujé a todos los que me rodeaban.
En vez de una pluma y papel para escribir o pintar, para crear, les regalé biblias, catecismos, la urbanidad de Carreño y los manuales que coleccioné para aprender a amar, aprender a vivir, a cocinar o a dormir, e incluso mis manuales para aprender a soñar. Como Sabina, compré y les obsequié miles de frascos de pastillas para no soñar, cantando, como lo hacías tú en las mañanas con tu peculiar afinación, “Si lo que quieres es vivir cien años, no pruebes los licores del placer”. Por supuesto que no aprendí ni a vivir ni a amar ni a nada, y por esperar a los dioses y la magia y los milagros, se me fueron los años olvidando viejos sueños, y me traicioné, amparado en la justificación de que nunca fui tocado por la varita mágica de los genios.
Pero los genios no nacen, se hacen, me repetías tú, y me invitabas a romper en pedacitos los recortes de manuales de los periódicos y revistas que había acumulado año tras año. Los más geniales son los que menos genios se creen, decías, y citabas la frase de una película, “ A veces la persona que nadie imagina capaz de nada es la que hace cosas que nadie imagina”. De los solitarios, de los tímidos, de los que vivían su mundo, de los que no se ufanaban de sus obras, de los que perseveraban y lo hacían más por pasión que por mostrarse o salir en un diario, y sobre todo, de aquellos que construían y creaban en sus libretas y con un lápiz su propio universo.

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