EL
RETO TRAS EL ACUERDO DE PAZ
LAS
CUENTAS PENDIENTES DE LOS CIVILES POR LA GUERRA
El
Espectador revisó los procesos judiciales en los que han sido mencionados
empresarios que podrían haber financiado a grupos ilegales. Un tema que parece
no será desarrollado en la JEP. www.elespectador.com
Por,
LUZ CARIME HURTADO GONZÁLEZ/ @LUZCARIMEHG
En
desarrollo de la Ley de Justicia y Paz, creada en 2005 como modelo transicional
para el proceso de paz entre el gobierno de Álvaro Uribe y los grupos de
autodefensas, se abrieron múltiples investigaciones orientadas a evaluar la
presunta participación de empresarios y civiles en el fortalecimiento de este
actor armado. La mayoría de esas pesquisas están consignadas en compulsas de
copias a la Fiscalía para abrir procesos formales. Un tema que ha vuelto a
aparecer en medio de la polémica por la reciente sentencia de la Corte
Constitucional respecto a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP).
Lea
también: Los empresarios y la justicia transicional
Como
se sabe, el alto tribunal dispuso que los agentes del Estado que no han
pertenecido a la Fuerza Pública y los civiles, lo cual incluye a empresarios
que posiblemente apoyaron la guerra, si bien pueden ser requeridos
judicialmente, no tienen la obligación de acudir a la JEP. Esa decisión desató
una controversia centrada en la disyuntiva de establecer si los empresarios
incursos en el respaldo o patrocinio de grupos armados quedaron con una especie
de inmunidad para ser investigados o si la Corte los blindó de deliberadas
acciones de persecución judicial.
En
ese contexto cobran vigencia las sentencias que ha emitido la Sala de Justicia
y Paz del Tribunal Superior de Bogotá, en las que se compilan las
investigaciones contra exparamilitares en este modelo de justicia transicional
en las cuales salieron a relucir empresarios y civiles. En total, esos fallos
se refieren a las presuntas conductas en las que habrían incurrido 57 empresas,
dejando claro que sería preciso dilucidar si su colaboración fue voluntaria o
si fueron aportes económicos producto de la extorsión.
En
las sentencias se mencionan las investigaciones contra miembros de los bloques
Bananero y Norte, que es la cara más conocida de la llamada “paraeconomía”. En
términos generales, las declaraciones de los procesados apuntan a que a través
de la Convivir Papagayo se canalizaron recursos aportados por la multinacional
bananera Chiquita Brands, su filial Banadex y las comercializadoras Sunisa
S.A., Conserva S.A., Uniban, Tropical S.A., Proban, Banafrut, Bagatella S.A. y
Agrícola Río Verde. La evidencia son consignaciones de dinero hechas por esas
empresas en las cuentas de la citada Convivir.
Las
confesiones de paramilitares sometidos a Justicia y Paz señalan que, entre 1997
y 2007, la Convivir recibió el pago de tres centavos de dólar por cada caja de
banano exportado. De esta manera, los bloques del paramilitarismo beneficiados
tenían incentivos para lograr que los cultivadores de la fruta no detuvieran su
actividad. Mientras más cajas de banano se exportaran, más dinero recibía la
Convivir. Eso explica también por qué la violencia paramilitar en Urabá se dirigió
principalmente hacia los obreros de Sintrainagro o líderes sindicales en las
bananeras.
En
el mismo ámbito de la producción bananera quedó el nombre de Carlos Lacouture
Dangond, propietario de dos fincas dedicadas a la explotación de la fruta. Como
quiera que unos 50 trabajadores de estas haciendas se afiliaron a Sintrainagro,
él personalmente los amenazó. En sus propias palabras, a sus oficinas llegaron
unas personas de las autodefensas y le solicitaron la lista de los afiliados al
sindicato y sus directivos, pues era de conocimiento público que a los
paramilitares no les gustaban los sindicatos y por eso las amenazas y acciones
de violencia en su contra.
En
este mismo capítulo del bloque Norte se reseña al empresario y exdiputado Jorge
Gnecco Cerchar (asesinado en 2001), de quien quedó escrito en decisiones
judiciales que organizó un grupo de vigilancia privada para evitar que la
guerrilla atentara contra los camiones que transportaban el carbón. Además era
amigo personal de Vicente Castaño, quien incluso lo ayudó a resolver un
problema personal con el narcotraficante Julio César Zúñiga. El nombre de
Gnecco Cerchar apareció asociado a otras acciones de violencia en el Magdalena.
Empresarios
que el Tribunal pidió investigar
Después
de que fueron desmanteladas las organizaciones del narcotráfico en Cali, a
mediados de los años 90, el cartel del Norte del Valle fue determinante para la
expansión del paramilitarismo. Sin embargo, a ese propósito también
contribuyeron algunos ganaderos, comerciantes y empresarios cañeros. Hacia el
año 2000, en límites entre Córdoba y Urabá, Carlos Castaño se reunió con un
grupo de empresarios del Valle con el objetivo de que las autodefensas abrieran
un frente en esa región. Inicialmente se acordó un aporte de $20 millones a
cambio de seguridad.
Según
confesiones de paramilitares ante Justicia y Paz, entre los empresarios que
apoyaron la iniciativa estuvo el expresidente de Avianca Édgar Lenis, quien
murió en 2006. De igual modo, el Ingenio San Carlos habría realizado aportes.
Para garantizar el control del narcotráfico, el grupo se desplegó especialmente
en Buenaventura, donde contó con el aporte de empresas pesqueras. En algunos
casos de forma voluntaria y en otras ocasiones de manera coercitiva, hubo
dineros de industriales, ganaderos y comerciantes. El bloque Calima extendió
sus tentáculos al poder político.
Otro
caso crítico lo representó el bloque Central Bolívar, que derivó como parte de
sus finanzas el cobro de impuestos a las empresas contratistas de Ecopetrol. Responsables
de obras civiles, prestación de servicios o suministro de bienes debían pagar
porcentajes entre el 2 y el 5 %. Según se lee en la sentencia contra Rodrigo
Pérez, alias Julián Bolívar, la principal fuente de ingresos fue la sustracción
ilegal de combustible. Sus cuantiosos recursos le permitieron un manejo social
y político en los barrios ubicados en las comunas nororiental y el sur de
Barrancabermeja.
En
cuanto al bloque Tolima, según se desprende de declaraciones de desmovilizados,
el empresario y ganadero Manuel Bernate habría sido una de las personas que
financiaron la llegada del paramilitarismo al Guamo y San Luis en el año 2000.
En otra sentencia se advierte que el propietario de Cementos Diamante, Gustavo
Giraldo, habría contribuido económicamente y prestado fincas para el
alojamiento de integrantes de las autodefensas. Lo mismo que se atribuye al
directivo del Fondo Ganadero del Tolima Ignacio Alvira.
En
las autodefensas campesinas del Meta y Vichada, exjefes paramilitares como
Fredy Rendón o Elkin Casarubio, alias el Cura, manifestaron que la génesis de
este frente de guerra del paramilitarismo y su financiación tuvieron como su
principal promotor al zar de las esmeraldas, Víctor Carranza Niño, quien murió
en 2013. Sus fincas fueron, además de centros logísticos, ejes de expansión de
las autodefensas en los Llanos Orientales. En diversas regiones del Oriente del
país fue determinante el apoyo económico de muchos ganaderos.
El
caso del bloque Cacique Nutibara, desprendido de las Autodefensas Campesinas de
Córdoba y Urabá para crear una estructura urbana en Medellín y contrarrestar el
poder de las milicias guerrilleras, constituye un ejemplo de cómo se
involucraron civiles y empresarios en esta expansión. El 30 de abril de 1998,
la Fiscalía de la capital antioqueña realizó un allanamiento al llamado
Parqueadero Padilla. Los hallazgos en esta acción judicial evidenciaron los
nexos del grupo armado ilegal con empresarios del transporte o el comercio.
En
los libros de contabilidad, además del organigrama de las autodefensas, se
encontraron extractos bancarios, facturas de compras de medicamentos, registros
de bienes y comunicaciones sobre operativos militares. El proceso del
Parqueadero Padilla estableció la existencia de 496 cuentas bancarias en las
que se relacionaban múltiples empresas. La falta de investigación judicial no
permitió esclarecer si fueron financiadoras del paramilitarismo o firmas
privadas conminadas a contribuir a la expansión del paramilitarismo en
Antioquia.
Entre
las firmas que aparecieron registradas están Granahorrar, Comfenalco, Conavi,
Cadenalco, Lander y Compañía, Leonisa, Coltejer, Codensa, Empresarias Varias de
Medellín, Miro Seguridad, Pinturas El Cóndor, Almacén Tennis y Transportes
Botero Soto. En las terminales de buses de varios barrios de Medellín siempre
se supo que por cada bus los empresarios tenían que pagar aportes mensuales. El
pretexto era que se trataba de contribuciones a cambio de vigilancia y
seguridad. Las firmas ladrilleras también aportaron.
A
pesar de que faltó mucha investigación en este capítulo particular de la
violencia paramilitar, las sentencias derivadas de los bloques del
paramilitarismo en Antioquia permitieron establecer importantes nombres de estrechos
colaboradores del paramilitarismo o enlaces fundamentales para su expansión. Es
el caso de Sor Teresa Gómez, hermana de crianza de los Castaño y directora de
Funpazcor, que desarrolló una acción sistemática de despojo de tierras
especialmente en Córdoba y Urabá. Como sucedió en Tulapas con apoyo del Fondo
Ganadero de Córdoba.
En
este mismo contexto, es preciso relacionar a la denominada Oficina de Cobro de
Envigado, dedicada al control del mundo delincuencial en Medellín, de tal forma
que todo aquel que quisiera delinquir debía pagarle. Uno de los principales
financiadores de esta estructura fue el narcotraficante Juan Carlos “Tuso”
Sierra. Con el paso del tiempo se ha logrado esclarecer que la Oficina de
Envigado siempre contó con el apoyo de congresistas, fiscales, generales del
Ejército y la Policía, dirigentes políticos y empresarios del fútbol.
Finalmente,
derivado de las investigaciones del Tribunal Superior de Cúcuta a las
actividades del bloque Héroes de los Montes de María, existe el registro de la
empresa Cementos Argos. Aunque no está acreditado que la empresa tenía relación
alguna, directa o indirecta, con los grupos ilegales que exacerbaron el
conflicto armado, su mención obedece a la compra de tierras en zonas donde el
desplazamiento forzado y el despojo tuvieron lugar. Su argumento de defensa es
que la empresa adquirió las tierras de buena fe exenta de culpa, es decir, que
compró sin aprovecharse.
Sin
embargo, la justicia determinó en algunos casos que la firma cementera incurrió
en falencias en algunos negocios. Primero, por que omitió que eran zonas donde
se había generado un desplazamiento masivo de campesinos, no se hizo un debido
análisis de la historia de los inmuebles y en uno que otro predio no existió un
mecanismo para indagar si existían acciones de protección. La Unidad de
Restitución de Tierras llevó el caso de Argos ante jueces. En un proceso ya se
determinó que no hubo despojo. Hay otro en zona rural de San Onofre con fallo
aún pendiente.
Las
extorsiones
En
los 120 fallos de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Bogotá se
detalla también la forma como el bloque Catatumbo, en la zona de frontera con
Venezuela, se benefició con dineros de diversas empresas. En la sentencia de
2011 contra el paramilitar Aramis Machado quedó consignado que, para cumplir su
propósito de expansión militar en la región, las autodefensas se financiaron
con las extorsiones que cobraban a los comerciantes, el gremio de los
transportadores y personas que se dedicaban a los distintos eslabones del
negocio de la cocaína.
Por
decisión de Carlos Castaño, hacia mediados de 1999 se sumó a las actividades
del bloque Catatumbo el frente Fronteras, a la cabeza de Jorge Iván Laverde,
alias el Iguano. La violencia se extendió hasta el área metropolitana de Cúcuta
y varias poblaciones de su entorno. Algunos centros comerciales, los mercados
populares, el transporte formal y las empresas de vigilancia, entre otras,
tenían que contribuir. A cambio de seguridad tuvieron que hacerlo Termotasagen,
Cootranscúcuta, Gaseosas La Frontera, Carbones La Mirla, Inducarga y la
Arrocera Gálvez, entre otras.
Los
gastos mensuales del frente Fronteras ascendían a $480 millones, que incluían
el pago de nómina de los miembros del grupo, colaboradores, Fuerza Pública y gastos
médicos. Además de las contribuciones económicas, este frente contó con el
apoyo de autoridades civiles y políticas y servidores públicos. El caso más
conocido fue el de la directora seccional de Fiscalías de Cúcuta, Ana María
Flórez, conocida como la “Batichica”. De igual modo existió una clara ayuda
desde el DAS en Norte de Santander. Tampoco faltó el apoyo del dinero del
narcotráfico.
En
la sentencia contra Salvatore Mancuso, comandante del bloque Catatumbo, también
se advierte que, a cambio de seguridad, empresas como Ecopetrol, Centrales
Eléctricas de Norte de Santander y Termotasajero se vieron conminadas a dar
aportes financieros, lo mismo que comerciantes, casas de cambio, pequeños
finqueros, empresas de vigilancia privada y particulares. No obstante, la
decisión judicial evidenció que, literalmente, algunas personas desde Ecopetrol
fueron integrantes “orgánicos” de la estructura financiera del referido bloque.
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En
cuanto al bloque Élmer Cárdenas, que fue comandado por Freddy Rendón Herrera,
alias el Alemán, las compulsas de copias de Justicia y Paz señalan que hubo
impuestos a ganaderos o terratenientes con predios mayores a 100 hectáreas y
que, bajo el liderazgo de Carlos Castaño, se concertaron reuniones con
ejecutivos del sector bananero para pactar mecanismos de seguridad o
“pacificación laboral”. En particular, quedó el registro de una reunión entre
el director general de Banadex S.A. y paramilitares para acordar montos de los
aportes económicos.
De
igual modo, las principales empresas dedicadas al negocio del gas en el norte
de Antioquia y a la región de Urabá se vieron forzadas a pagar una tarifa de
entre $5 y $25 por galón de gas, similar a la que se impuso a la empresa
Maderera. En tal sentido, se reseñaron aportes de las firmas Cartagas,
Intergas, Corona, Gas de Urabá y Batigas. El mayor contribuyente del segundo
sector anotado fue Maderas del Darién. Los contrabandistas también tuvieron que
aportar.
En
otras sentencias de Justicia y Paz en desarrollo de las actividades del bloque
Élmer Cárdenas quedó testimonio de que empresas como Cootrasur-Occidente,
Transportes Gómez Hernández, Transportes Sierra y el Puerto de Cartagena
tuvieron que hacer contribuciones económicas a cambio de seguridad. Los
registros económicos se concentraron especialmente entre 1999 y 2001, y según
los hallazgos del poder judicial oscilaron entre $6 millones y $400 millones.
Este frente de guerra fue uno de los que más apelaron a los empresarios, por
extorsión o contribución voluntaria.
Otro
bloque implicado en estas prácticas fue el Libertadores del Sur, a cargo de
Guillermo Pérez Alzate, alias “Pablo Sevillano”. De acuerdo con informes
financieros conocidos en Justicia y Paz, para sostener su accionar en el sur
del país, el señalado bloque aceptó contribuciones voluntarias o impuso
tributos de guerra. A cambio de seguridad, palmicultores y agroindustriales
contribuyeron. En especial lo hizo la Sociedad de Agricultores y Ganaderos de
Nariño, así como varios civiles del comercio o los negocios de apuestas.
En
cuanto al denominado impuesto de guerra, Justicia y Paz dejó el rastro de la
contribución que se impuso a transportadores, entidades prestadoras de
servicios públicos domiciliarios, hoteleros, propietarios de almacenes
agrícolas o restaurantes y, por supuesto, a todo aquel que se dedicara al
negocio del narcotráfico. En particular, quedó el nombre de la empresa Lácteos
Andinos de Nariño, cuyo propietario materializó su apoyo económico al menos en
dos reuniones políticas con paramilitares. La Fiscalía urgió identificar
relaciones con otros gremios económicos.
Responden
los empresarios
El
conflicto armado en los territorios de Colombia ha producido de todo. Muchos
empresarios alegan que fueron extorsionados para pagar vacunas. Varios de los
mencionados en este texto sostienen que su único compromiso ha sido el de
aportar al crecimiento del país.
Uno
de los que sostienen esta idea es Hernando Díaz, presidente de Termotasajero, quien
le dijo a este diario que no se puede creer en las declaraciones de
exparamilitares. “Son criminales que están acostumbrados a difamar. Revisamos
los estados financieros de la empresa y no existe evidencia de pago alguno a
grupos ilegales. En el momento tampoco enfrentamos ningún proceso judicial que
tenga que ver con este tema”.
Por
su parte, voceros de la multinacional Drummond han manifestado que, aunque la
entidad ha sido presentada en procesos judiciales, hasta el momento las
acusaciones han sido cerradas. “La Fiscalía ha archivado en dos ocasiones
investigaciones en contra de la compañía. Algunos de los casos llegaron a
instancias internacionales en Estados Unidos, en los cuales en última instancia
se falló en cuatro decisiones a favor”.
Por
último, Camilo Abello, vicepresidente del Grupo Argos, sostiene que la compañía
no enfrenta ningún proceso judicial que los relacione con el presunto apoyo a
grupos paramilitares o por cuenta de compulsas de copias en Justicia y Paz. “No
hay ninguna mención por parte de ningún paramilitar en contra de la compañía y
tampoco existe un solo proceso abierto”.
Afirma
que sí existe un proceso civil por una sentencia del Tribunal de Cúcuta, pero
no tiene relación con los procesos de la justicia para los paramilitares. “El
Tribunal dejó claro que Argos no está relacionada, directa o indirectamente,
con hechos de violencia, desplazamiento forzado, despojo, grupos armados al
margen de la ley; y que los hechos que dan lugar a la restitución se originaron
en compraventa anterior a la adquisición del predio por parte de Argos. El
Tribunal consideró que las actuaciones de Argos eran de buena fe”.
Todas
estas decisiones de la justicia, en las que se pide que se indague la presunta
financiación de la guerra por parte de empresarios, quedaron cojas tras la
reciente decisión de la Corte Constitucional, pues la justicia ordinaria no ha
dado la talla para esclarecer la “paraeconomía”. Tampoco se sabe mucho de
civiles que hayan apoyado a las Farc. Y la JEP, tal parece, tampoco será el
escenario en que estas verdades salgan a flote.
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