¿PUEDE URIBE DECIDIR EL DESTINO DE LAS
FARC?.
POR:
ALEJANDRO REYES POSADA
Con
el acuerdo de paz, la perspectiva de las Farc era transformarse en un
movimiento político sin armas, con restricciones temporales a la libertad de
sus dirigentes, reconocimiento de la verdad de los crímenes de guerra y promesa
de no repetirlos para reincorporarse a la sociedad como fuerza impulsora de
cambios estructurales, bajo las reglas del juego democrático.
La
décima conferencia de los llanos del Yarí demostró la unidad de mando de la
organización y el respaldo a los comandantes que hicieron la negociación. El
cese del fuego redujo el número de víctimas casi a cero, confirmando la
voluntad de paz de la guerrilla más grande del país.
La
decisión inducida de los electores de rechazar el acuerdo de paz crea una
encrucijada de caminos para las Farc. Su primera reacción fue abrir la
posibilidad de ajustes al acuerdo para formar un consenso más amplio sobre las
condiciones de su reincorporación a la política, siempre que los cambios no
afecten lo esencial del acuerdo.
También
indujo a Joaquín Gómez a pedirles a los guerrilleros regresar a zonas seguras,
en previsión de que se reanude el conflicto. La cúpula de las Farc no parece
tener la intención ni la posibilidad real de volver a comandar la lucha
guerrillera y las bases de combatientes rasos quieren parar la guerra y
regresar a sus hogares. Sin embargo, los mandos medios tienen muchos incentivos
para convertirse en jefes de bandas criminales si fracasa el proceso de paz y
tienen capacidad de arrastre para reclutar combatientes entrenados con la
promesa de botín.
Así
las cosas, la renegociación del acuerdo debe preservar la conversión de la
guerrilla en movimiento político y para eso lo esencial son dos condiciones: la
libertad de los comandantes para organizar y dirigir el nuevo movimiento y la
posibilidad de participar en la política por los canales democráticos,
incluyendo la posibilidad de ser elegidos a cargos de representación popular.
Las
líneas rojas inamovibles de Uribe hacen imposible acomodar sus exigencias en la
renegociación del acuerdo. Uribe cree que no hay conflicto armado, sino un
ataque terrorista a una democracia respetable, piensa que la negociación de
Santos es una claudicación ante el castrochavismo y una traición a la seguridad
democrática de su gobierno, que la reforma rural es un atentado a la propiedad
privada de personas honorables, cuya buena fe debe probar la legalidad de sus
títulos sin admitir prueba en contrario, y, finalmente, que la justicia
transicional no debe averiguar la responsabilidad criminal de otros actores del
conflicto, sino aplicarse únicamente a las Farc.
Al
abortar el consenso necesario para un gran acuerdo nacional a favor de la paz,
Uribe logra arrinconar a Santos y a las Farc en un callejón cuya única salida
es la disolución de la estructura armada, hasta ahora monolítica, y su
fragmentación en una o dos docenas de bandas criminales que vivirán del
narcotráfico, la minería ilegal y la extorsión.
De
paso, también cierra la puerta a la negociación con el Eln, al imponer los
límites estrechos a los compromisos que puede asumir el Gobierno en la nueva
negociación. Lo que Uribe no pudo lograr en su doble período de gobierno quiere
lograrlo en la renegociación del acuerdo, descabezar a las Farc e impedir su
transformación en una fuerza política democrática, para tratarla como una
organización puramente criminal. Esa es la alternativa más cómoda para la
preservación del monopolio de la tierra, para la represión de los movimientos
populares y para garantizar la impunidad de los agentes públicos y privados de
la guerra. Si triunfa, Uribe decide el destino de las Farc y las condena a la
criminalidad organizada.
Tomado
de www.elespectador.com
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