25
JUN 2016 - 9:00 PM. www.elespectador.com
La buena voluntad. Por:
Héctor Abad Faciolince
El
pasado jueves 23 de junio podría llegar a ser una fecha tan simbólica como el
20 de julio o el 7 de agosto: Colombia decide al fin, tras cuatro años de
arduas negociaciones y batallas de lengua en La Habana, que va a separar el
ejercicio de la política y el uso de las armas.
La
guerrilla más vieja, extremista y numerosa de América acepta hacer política sin
armas y, en el mismo acuerdo, el Gobierno se compromete y la guerrilla acepta
que sea la fuerza pública legal (el Ejército y la Policía) la que se encargue
de la seguridad de los desmovilizados y de perseguir a las bandas criminales y
paramilitares que hace algunos años combatían con el Gobierno en el mismo
bando.
Sacar
a la guerrilla de la violencia y la lucha armada, es decir, del intento de
imponer con fusiles su ideología, es tan importante como comprometer al Estado
a no volver a usar jamás la mano negra de bandas paramilitares como aliadas
secretas, usadas clandestinamente con el supuesto fin de defender la
democracia. Si de verdad se cumple que la guerrilla funde las armas y forma un
movimiento político, y si se cumple también que el Estado deja de usar grupos
paramilitares como brazo violento en la clandestinidad, habremos llegado al fin
a la primera aspiración de toda democracia: reemplazar la violencia por el
debate, la discusión y los votos.
El
verdadero líder de la extrema derecha colombiana, que no es el senador Uribe
sino el procurador Alejandro Ordóñez, hizo declaraciones a un diario de los
ultramontanos españoles. Con razón se dice que cuando Pepe habla de Juan, se
aprende más de Pepe que de Juan. Dijo este Pepe Ordóñez que “en La Habana no
hay dos partes, sino una sola parte, que es el Gobierno unido con las Farc”. Al
decir esto, que es falso a todas luces (no se necesitan cuatro años de
discusiones para un acuerdo de yo con yo), el procurador habla de sí mismo, un
defensor del paramilitarismo, y esclarece lo que ocurrió en la paz anterior con
los paramilitares: esa sí fue una clara negociación entre un brazo legal e
ilegal del mismo bando.
La
reacción de Uribe fue más retórica y melancólica. Leyó una proclama en un papel
arrugado que parecía un mal poema recitado por un colegial. Repitió 37 veces la
misma frase, “la palabra paz queda herida”, y luego se quedó lelo mirando a la
cámara, con la misma cara de un portero al que acaban de hacerle un gol de
contragolpe. Al lado del sagaz y malintencionado procurador, capaz de mentir
con la cara más dura, Uribe parecía recién expulsado por una tarjeta roja del
árbitro surcoreano Ban Ki-moon.
Pero
es un error concentrarse en esta fecha en los enemigos ya no tan agazapados,
sino abiertos, de la paz. En un mundo lleno de malas noticias, ¡Colombia es la
buena noticia! Este país que tantas veces nos hizo sentir vergüenza por sus
noticias de violencia y salvajismo (por parte de las acciones dementes de la
guerrilla y de los paramilitares), hoy nos hace sentir felicidad y orgullo.
Unos negociadores serios y devotos, a quienes les debemos un agradecimiento
infinito, respaldados por un Gobierno con sinceras ganas de hacer la paz,
convencieron a los combatientes más recalcitrantes a fundir los fusiles y a
hacer política con palabras y sin violencia. Esto, si se cumple, es sencillamente
maravilloso.
Algunos
dicen que por la presencia de Maduro y de Castro todo queda desvirtuado.
Olvidan que allí estaban la ONU, México, Chile, Noruega, Francia y otros países
garantes. Y olvidan también que solo Cuba y Venezuela le daban a la guerrilla
la confianza de estar negociando en un sitio seguro, y sin sospechas de
traición. Cuando el gobierno de Colombia aceptó jugar en la cancha del
adversario hizo un primer sacrificio muy inteligente pues allá la guerrilla no
tenía disculpa para no negociar.
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