ESA COSA LLAMADA
ORDÓÑEZ. POR: JULIO CÉSAR LONDOÑO
Con
tal de que se vaya, que le vaya bien, señor Ordóñez.
Apreciamos
mucho que acate, pero no respete la sentencia del Consejo de Estado. Al fin y
al cabo usted nunca respetó nada, ni siquiera la majestad de su cargo. Lo
excitaba tener encima las luces, las cámaras y las grabadoras, lo hacían sentir
importante y aprovechaba para secretar esas frases llenas de poesía y sapiencia
que las generaciones de los hombres no dejarán caer y la historia recordará
celosamente, como esa que revela sus fobias, o sus filias. Con usted nunca se
sabe: “Nos la están metiendo con vaselina”.
Apreciamos
que no interponga otro recurso dilatorio, el número 37 del proceso, para seguir
burlándose de la Justicia como lo hizo todos estos años. Claro que la sentencia
no tenía apelación ni segundas instancias, pero de todas maneras apreciamos su
magnánima y civil actitud.
¿Vio
la fiesta que se armó el miércoles en las redes sociales por su destitución?
Claro, pensará que todo es producto de la envidia que usted nos inspira. Tiene
razón y le cabe derecho por su recto proceder. Cómo no envidiar que lo mejor y
lo peor de la sociedad colombiana y varias y personalidades del mundo se hayan
reunido durante años en La Habana exclusivamente para conspirar contra usted.
Cómo no concluir que la paz de Colombia sea un mero efecto colateral de esa
conspiración.
Reunía
usted lo mejor de la extrema derecha: la elocuencia nasal y decimonónica de
Fernando Londoño, la sobria ecuanimidad de Álvaro Uribe, la discreción de María
Fernanda Cabal, la habilidad para los negocios de José Félix Lafaurie, la
pausada retórica de Paloma Valencia y el prontuario de todos los buenos
muchachos del expresidente, esos que están tras las rejas o andan por las alcantarillas
del mundo por la infame persecución política del régimen castrochavista
leninista del comandante Santiago.
Los
maledicentes hacen conjeturas sobre tu homofobia. Les parece sospechoso tanto
celo, tanto encono, tus vivianescas posturas, y suponen que allí hay muchacho
encerrado, que en sus anales debe haber un despecho peludo, que un bello
mancebo te partió el corazón y quizá el mismísimo ortocentro del alma. Solo así
se explica tu obsesión con los “diversos” y la memorable frase de arriba. Yo no
creo. A ti, Alejo, te falta mucho pelo pa’ moña.
Sus
críticos consideran que usted no tenía la estatura moral que su cargo exigía.
Se equivocan. Usted tenía la medida exacta de la cloaca política nacional, y
conocía con una precisión de centavos el precio del magistrado y el precio del
senador. Por eso encajó de tan perfecta manera en el Ministerio Público.
Una
cosa sí tenemos que agradecerle. Fue usted el celoso guardián de la moral.
Mejor dicho, de las morales, porque usted tenía un solo Dios, pero muchas
morales. Una para los gays y otras para quemar libros, buscarle coloca a la
parentela, atornillarse al cargo, burlar la Justicia, seducir senadores severos
y magistrados incorruptibles, inhabilitar rivales, despejar el camino, hacer
campaña, prohibir campañas, corregir el rumbo de los ríos y las órbitas de los
astros, excomulgar parteras, bendecir torcidos y enderezar entuertos, asustar a
los jueces y proscribir las relaciones contra natura.
Lo
marearon las alturas, Ordóñez, y perdió el sentido de las proporciones. Se
burló de la ley porque usted era la ley. El dogma le royó el cerebro. Así, era
natural que terminara pensando que sus perjuicios eran la medida de todas las
cosas, que el Levítico era el código de códigos, que Jehová era el único dios y
Alejandro su profeta.
Vuelve,
sujeto viscoso, a la caverna de donde nunca debiste salir.
Tomado
de elespectador.com Por: Julio César Londoño
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