LA DIVERSIDAD ES EL TESORO DE LA
EDUCACIÓN.
POR: OLGA ELVIRA ACOSTA AMEL*. Columnista
invitado
Sin duda alguna en Colombia aún no
hemos encontrado el tesoro que encierra la educación. Hemos sido un país que ha
tenido que resolver los asuntos de la diversidad con leyes y decretos pero que
no se llegan a cumplir por que la norma dista de la sociedad que tenemos, una
sociedad con un pensamiento como lo describe García Márquez en la misión de
ciencia, educación y desarrollo: “seguimos siendo en esencia la misma sociedad
excluyente, formalista y ensimismada de la colonia”.
Es decir, una sociedad de manos
derechas, oyentes auditivos, hablantes fonéticos, videntes, caminantes de a
pie, una sociedad que promueve una sola religión, una sola lengua, una sola
raza, un solo sexo.
Una sociedad cuya educación se ha
fundamentado de forma sutil y sostenida a
formar para la homogeneidad. Así las cosas, lo diverso nos es extraño a
muchos y no porque lo diverso no sea parte de nuestro diario vivir sino porque,
entre tantas cosas, seguimos arrastrando un fardo hegemónico en donde lo que ha
primado ha sido lo unívoco como el elemento que ha hecho posible la vida
escolar y social, entonces, el sistema legal regula una y otra vez para intentar atajar los
desastres que genera un pensamiento de tal magnitud.
No es cierto que la escuela sea la
única responsable de lo que somos como sociedad, aunque eso no la exime de su compromiso con lo que somos.
Cuando recibimos a los muchachos en las
escuelas también recibimos lo que traen, en los años de ser rectora de
instituciones educativas oficiales, he visto muchos niños, niñas y jóvenes cuya
exclusión viene de sus hogares, que son rechazados por sus propios padres por
ser de alguna condición de género, los he visto sufrir y también la manera como
son conducidos por sus propias madres a psicólogos, a sacerdotes, a brujos, a
pastores para que les extirpen su condición, he visto sus sufrimientos por ser
rechazados por alguno de sus compañeros y hasta por sus profesores. Esto es el
escenario que no se aplica solo a la identidad de género, los chicos en las
escuelas también sufre por ser negros, pobres, víctimas, ciegos o
“discapacitados”. El matoneo es una realidad producto de una sociedad que aún
no supera los estragos de la colonia.
¿Deben entonces reformarse los
manuales de convivencia en las instituciones educativas? No sé si esa sea la
solución, pues la constitución tiene las claridades, tal vez nos está haciendo
falta conocerla más, así las cosas los retos a los que nos enfrentamos son
gigantes, más no imposibles. El primero de ellos es ser conscientes y darnos
cuenta de que si queremos un país hacia la paz debemos entender la diversidad.
Incluir siempre será más difícil que
excluir. La exclusión es facilista, mediocre y nunca deberá atravesar los
procesos formativos en nuestras escuelas;
incluir en cambio, es todo un bello proceso que requiere voluntad para
trabajar por los valores del respeto, el amor, la solidaridad y la diversidad;
la inclusión nos acerca a la propia
naturaleza humana, nos devela los seres mimetizados que esperan transitar por
la sociedad y sus instituciones. Para ello es necesario que empecemos a
entender que el gran tesoro de la educación está en la convivencia con lo
distinto, lo diverso, en el respeto y el reconocimiento del otro, del que se me
aparece como un milagro y al que debo acoger en plenitud. No para hacerlo igual a mí, sino para caminar juntos en esa
diferencia que nos enriquece y nos alumbra el camino hacia una sociedad en paz.
*Rectora de la Institución Educativa
Olga González Arraut de Cartagena, exdirectora de la Escuela de Gobierno de la
misma ciudad, docente de investigación de la Universidad San Buenaventura y
Mención de Honor, Alcaldía Mayor de Cartagena de Indias (2007).
Olga Elvira Acosta Amel |
Elespectador.com. 8 AGO 2016 - 5:27 PM
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