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JUL 2016 - 9:41 PM. www.elespectador.com. Sombrero de mago
La paz y la propiedad
de la tierra. Por, Reinaldo Spitaletta
Lograr
el perdón y la reconciliación en un país que lleva más de cincuenta años en un
conflicto armado, debe ser una consecuencia de varios factores, y no, como se
puede creer, un asunto de maná caído del cielo.
La
construcción de la paz es un proceso más complejo de lo que aparenta. Con un
récord (o anti récord) de infamia como lo constituye el ser el segundo país del
mundo con mayor número de desplazados, con más de seis millones de víctimas,
Colombia requiere un largo tiempo de reparación en diversos niveles:
culturales, históricos, psicológicos, de restitución de tierras, en fin.
Las
causas objetivas que originaron el conflicto tienen que ser extirpadas. Y para
ello se necesitan cambios, por ejemplo, en la propiedad de la tierra, en la
devolución de parcelas a los despojados, en reconstruir la dignidad de las
víctimas. ¿Quién quiere ser campesino hoy? ¿Quién querrá tornar al campo sin
garantías para sus cultivos, sus mercados, su acceso real al denominado
progreso?
Sí,
hacen falta muchas cosas para conseguir la paz (como lo cantaba un juglar
venezolano) en un país en crisis humanitaria (que ni siquiera Venezuela y Haití
las tienen), resultado de la combinación de agentes y factores
desestabilizadores, como las guerrillas, el paramilitarismo, la corrupción
oficial y privada… El caldo de cultivo del conflicto no se esfuma de un día
para otro, y va más allá de los diálogos de La Habana, de la dejación de armas
de las Farc y de la vuelta a la vida civil de los integrantes de esa guerrilla.
Son, obvio, pasos interesantes y necesarios. Mas no suficientes.
Sí,
como lo advertía en una conferencia el padre de Roux, hay una serie de dolores
acumulados, de problemas de exclusión y segregación de los humillados, de
desbarajustes en la distribución de la tierra, de inequidades mil, que, en
sumatoria, hace parte de las causas del conflicto armado colombiano. Y hay que
apuntar a la solución y no a la prolongación de las desdichas de las mayorías.
Y,
en el ínterin, qué pasa con la concentración de la propiedad de la tierra, qué
sucede con los latifundios, qué con la pobreza extrema de los campesinos que no
solo por el ejercicio de terror de guerrillas y paracos, han tenido que emigrar
a la ciudad. En manos de quién quedará el desarrollo rural. Cómo se solucionará
la desigualdad en el campo, que tiene el índice Gini en 0,88. Y, entre otros
interrogantes, cómo hacer para una distribución equitativa de la tierra, cuando
el 77 por ciento de la misma está en manos de un 13 por ciento de propietarios.
Así
que habría que hablar de una reforma agraria (a la que se le han opuesto los
grandes terratenientes, pero, a su vez, las contrarreformas impulsadas por
paramilitares, o las políticas de abandono “voluntario” del campo que en los
setentas impulsó el tecnócrata Lauchlin Currie), un espinoso rubro que tiene
muchos enemigos.
Ah,
y en Colombia no solo existe una aberrante concentración de la tierra, sino la
tendencia a convertir los ecosistemas naturales en factorías de alta
rentabilidad pero de ingente destrucción del medio ambiente. O, como lo
denunció el sociólogo Alfredo Molano, en torno al modelo de desarrollo agrícola
camuflado en las Zidres: “se trata de regalarles toda la Orinoquia, parte del Magdalena
medio, parte del Pacífico, parte de la Amazonia, parte del Catatumbo a las
empresas que producen biocombustibles y poner a los campesinos y medianos
propietarios a trabajar para ellas bajo un rígido estatuto técnico y económico
que, traducido al lenguaje corriente, se llama la ley del embudo: lo grande
para ellas, lo estrecho para uno”.
En
la construcción de la paz, una tarea en la que no se pueden perder la crítica
ni las luchas contra las medidas
neoliberales y antinacionales del gobierno de turno (que, como los anteriores,
ha cumplido a cabalidad con los trazados del Consenso de Washington y otros
lineamientos), hay que atacar a fondo las causas de la guerra. Y en este campo,
está claro para los dueños del poder no tocar tales dispositivos.
En
un artículo de la revista Deslinde, el investigador Freddy Cante dice, entre
otros tópicos: “Los tecnócratas contemporáneos mediante estrategias como las
Zidres completarán la tarea de despojo y desplazamiento que dejaron inacabada
los guerreristas de izquierda a derecha”. Así que la canción de Alí Primera,
por allá en los setentas, sigue teniendo sentido: hacen falta muchas cosas para
conseguir la paz.
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