martes, 31 de marzo de 2020

¿Qué puede (y debe) ofrecer la escuela a los hogares confinados?

28 de marzo de 2020

¿Qué puede (y debe) ofrecer la escuela a los hogares confinados?

Ahora parecen muy lejanas las controversias sobre el control parental, los vapores STEAM, las ilusiones bilingües y tantas otras modas mediáticas sobre la escuela. Las urgencias de la realidad hacen que el debate sobre el futuro de la institución escolar y la posibilidad de una educación sin escuelas no sea solo una especulación prospectiva de los teóricos de la educación sino una circunstancia que ahora mismo es real en muchos países. Los docentes, los centros escolares y las administraciones educativas afrontan esta situación imprevista generando estrategias que llegan a los hogares desde lo micro (la materia y el aula), lo meso (el centro escolar) y lo macro (el sistema educativo), los tres niveles relevantes en la acción educativa.

Programas en los que se enseña a hacer raíces cuadradas por televisión, profesores que dan sus clases desde casa a la hora que tenían en su horario, centros que organizan espacios virtuales compartidos y dan a los tutores el papel más importante en la comunicación con las familias… Implicación máxima y coordinada, iniciativas multiplicadas hasta el paroxismo y también encargos continuos de tediosos teledeberes que ahora los alumnos ya no pueden llevar a las clases particulares. Acompañamiento y orientación prudente a los alumnos y sus familias por parte de tutores comprometidos con su función, pero también docentes que siguen trabajando como siempre desde su taifa disciplinar en estos tiempos difíciles.

Y al otro lado, situaciones bien diversas. Casas con jardín, habitación propia, libros, buena luz y máxima conectividad junto a otras que dan a patios interiores que apenas ven el cielo, en las que hay teléfonos celulares pero no ordenadores y en las que no hay más libros que los de texto.  Alumnos que tienen a sus padres en casa, libres del miedo al contagio y apoyándolos en todo momento, pero también otros cuyos padres trabajan ahora con miedo o sufren el miedo a no poder trabajar. Familias cuyos abuelos (desde casa o en una residencia) reciben la dosis diaria de terror que les suministran las pantallas y, por supuesto, familias con más motivos que nadie para no ser olvidadas: las que han sido directamente afectadas por esta tragedia.


Los dos párrafos anteriores muestran que ahora, más que nunca, es imprescindible la coordinación y la responsabilidad. Que no se trata de multiplicar los canales de comunicación, de caer en el fetichismo de los artefactos (ahora virtuales) y en el espejismo de las experiencias singulares (“cada maestrillo tiene su librillo”, ahora en versión digital). Que la cuestión no es descargar nuevas apps, probar nuevas herramientas para verse las caras (y las casas) o que descubran mediterráneos virtuales quienes apenas miraban su correo electrónico y nunca sintieron curiosidad por Moodle. Ahora, igual que antes e igual que después, se trata de que las tecnologías sean entrañables y transparentes, no juguetes que apetece estrenar aunque no se sepa realmente para qué se quieren usar.

Así que, en estos tiempos difíciles, el debate vuelve a ser el mismo: ¿qué puede hacer la escuela en la red? ¿es el nivel micro la estrategia más útil para apoyar a nuestros alumnos y a sus familias? ¿Cuál puede y debe ser el papel de los tutores en este escenario? ¿Y el de los jefes de estudios y los directores? ¿Qué quedará de todo esto cuando todo esto pase? ¿Será distinta la escuela y su relación con las familias? ¿Se dará a la acción tutorial el valor y la centralidad que merece? ¿Estarán un poco más abiertas las paredes de las aulas?


Quizá hoy no tengamos tiempo para pensar en todo esto, ocupados como estamos en cuidarnos y en cuidar de los demás. Y de hacerlo con todos los medios,  no solo con los más espectaculares que convierten la atención educativa en una carrera a ver quién consigue tener durante más tiempo a sus alumnos pegados a las pantallas, a ver quién logra que su propia pantalla parezca un aula y que desde su casa el docente se pueda sentir como en una teletarima. Se trata de cuidar educativamente (valga la redundancia) a los alumnos y de apoyar prudentemente a sus familias. De cuidar y apoyarles en todo (no solo en la preparación de la EBAU) y a todos (no solo a los que se prestan a ello). Cuidar de los intactos pero también de los dañados y los rotos. Del último de la fila, del que antes era absentista, del que ahora se siente agobiado…


Para ese apoyo cercano y sensato no son siempre mejores las tecnologías más sofisticadas que algunos acaban de descubrir, sino las tecnologías más entrañables que todos tenemos cerca. También la tecnología de comunicación más antigua, la de la voz humana que nos habla desde lejos: la del teléfono. La de esas llamadas que hacen los tutores (mejor ellos que algunos profesores de asignatura que solo saben pedir cuentas por los deberes pendientes). Las que reciben las familias que más lo necesitan y a las que los tutores ofrecen su teléfono para lo que puedan necesitar. Sin embargo, en estos tiempos en que los trabajadores sanitarios se juegan la vida, a algunos no se les ha ocurrido que pueden llamar y ofrecer su número a los alumnos y familias más necesitadas de cuidado educativo. Ese rancio celo por la privacidad (que convive ahora con la impúdica exhibición de las casas en las redes sociales) o esa falta de imaginación para usar lo que tenemos cerca, pueden coexistir con el apostolado de Teams y otras maravillas telemáticas por parte de quienes nunca quisieron trabajar en equipo. Por fortuna, la mayoría no es así y el profesorado hace su trabajo de cuidado educativo desde el compromiso con sus conciudadanos sabiéndose parte armónica de su centro educativo (ni héroe, ni francotirador dentro de él) y cumple su función de prudente cuidado educativo a tiempo completo, no solo durante un horario y un calendario que ahora ya no existen.


Cuando todo esto pase convendrá pensar en lo que ha pasado. En la importancia de que el centro de gravedad de la educación esté más allá de los docentes monádicos, de las taifas departamentales, de la disciplina de las disciplinas y del microespacio del aula. Pensar que el centro de la educación debe ser siempre el centro educativo. Igual que ahora entendemos muy bien la importancia de la salud pública y que en ella no son solo los médicos concretos ni la administración sanitaria la clave del sistema, sino principalmente los hospitales y los centros de atención primaria, del mismo modo debemos entender lo educativo. Porque es el centro escolar, el nivel meso, el que debe estar en el centro. El nivel crucial que está más allá de la suma de aulas (aunque algunas sean modélicas) y de docentes (aunque algunos sean ejemplares) y también más acá de esas prescripciones burocráticas que a veces conciben y convierten a las instituciones educativas de la poderosa red escolar en meros terminales administrativos o en nodos de resonancia para las modas de temporada.


Convendrá no olvidar todo eso cuando todo esto pase.

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