Por: Javier Ortiz
Sensatez
Lo primero que hizo Antanas Mockus, una vez elegido al Congreso con una importante votación que lo convirtió en el único que le hizo sombra a Álvaro Uribe Vélez, fue decir que el país no podía quedar atrapado entre el miedo y el odio representados en Duque y Petro. Hay que construir “un cuento más bonito, que dé más orgullo”, concluyó. Y claro, un Fajardo, que aparecía pálido en la opinión por su falta de propuestas, corrió a tomarse la foto al lado de él para que la luz también lo iluminara. Creo que se equivoca el profe Antanas en hacer esa comparación tan ligera. No le hace bien ni al país ni a él ni a su imagen de mesura y sensatez, y corre el riesgo de ponerse en el mismo nivel de los inventores del castrochavismo, ese ente indefinido, motivo y causa de todos los males de la nación y de América Latina.
Hablar claramente, sin eufemismos, de injusticia, de inequidad, de campesinos sin tierra, de falta de oportunidades, de acceso gratuito a la educación, de un sistema de salud que se ha convertido en una espiral de la muerte, de protección al medio ambiente y a los animales, ¿es acaso un discurso de odios y temores? Yo creería que no. Creo todo lo contrario, es la más amplia y clara muestra de respeto y amor a la especie humana y animal de la que el mismo Mockus es creyente y aventajado pregonero.
Es más, me atrevería a afirmar que está mucho más cerca que cualquier otra opción de su idea de construir un “cuento más bonito” que genere orgullo. Entendámonos, no hay deberes ni ciudadanía plena sin derechos, y no se construye una democracia sólida sin justicia social.
Fajardo, a quien los medios veían como un tibio candidato, gracias a los 540.000 votos de Mockus aparece como el candidato de la mesura, que se pone en medio de los dos extremos, y llama a su filas a Humberto de la Calle.
De acuerdo, mesura, sensatez, pero también sentimiento y sentido común. Lo más cierto aquí es que el único que puede hacerle competencia al uribismo —por su votación y por todo el reconocimiento nacional que ha generado— es Gustavo Petro. Sensatez sería que Humberto de la Calle se despinte de César Gaviria, asuma la dirección del Partido Liberal y lleve sus valiosos votos hacia esa opción, entre otras cosas, para ver si ese partido logra recuperar algo de su dignidad histórica. Y, por supuesto, hacia allá también tendría que desplazarse Fajardo, lo que sería una buena oportunidad para que defienda, por fin, una propuesta clara.
Alguna gente de centro y liberales —de doctrina, no de partido— siguen hablando con temor de izquierda radical. ¿A qué se refieren con izquierda radical? ¿A las Farc que se desmovilizaron y que no encuentran dónde poner sus votos porque nadie quiere hacer política con ellos? ¿Al Eln, una guerrilla diezmada que cada vez parece entender más que la única solución es el diálogo? ¿Al partido Comunista, que hacía rato no tenía un congresista hasta ahora que llegó Aída Avella? ¿Al Moir, cuyo representante más importante es el destacado senador Jorge Robledo, cuyo radicalismo le alcanza hasta para defender a la burguesía azucarera del país?
Mientras se desgastan enunciando calificativos dudosos, sumidos en una tibieza que perpetúa el estado de cosas, aquí lo único radical es una extrema derecha que avanza con espíritu revanchista a consolidarse en el poder.
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