ES LA PAZ, ESTÚPIDO. POR:
ALEJANDRO REYES POSADA
Mucha
gente se pregunta por qué está creciendo la agricultura y hasta hay quien cobra
los méritos como propios. La verdad es más simple. Los campesinos de muchas
regiones sacaron la plata que habían escondido bajo el colchón durante la guerra
y se pusieron a sembrar, porque sienten que llegó la paz a sus veredas. La paz
les restableció su confianza inversionista, que no es otra cosa que la
esperanza de que su cosecha no termine en las manos del extorsionista de turno,
y por eso comienza a crecer un entusiasmo productivo para arreglar su casa,
comprar maquinaria y animales de cría y ampliar los cultivos.
La
agricultura campesina alimentaba a Colombia con el 70 % de la canasta básica
hasta que la guerra los desplazó y arruinó, y sus territorios quedaron
convertidos en pastizales y palma de aceite, hasta reducir su participación al
30 % de la canasta alimenticia nacional. Ahora viene la restitución de las
fincas despojadas y el crecimiento productivo de quienes resistieron, que ahora
pueden invertir sus ahorros como capital productivo, cuyas ganancias mejoran la
calidad de vida de la familia. Ningún otro sector de la economía tiene mayor
potencial de crecimiento que la producción campesina de alimentos, que dispone
de un mercado seguro para recuperar, reemplazando importaciones, y aun para
exportar.
Hay
una relación directa entre la oferta de alimentos campesinos y el costo de vida
de los pobres urbanos, que traslada los beneficios de la paz a las ciudades por
la mayor oferta y el menor precio de los alimentos, que son el mayor rubro de
gasto de quienes viven con ingresos mínimos. Esa mayor oferta le permite al
país mantener la inflación bajo control, a pesar de la crisis fiscal por los
menores ingresos del petróleo.
Para
los grandes propietarios, en cambio, los beneficios de la paz consisten
principalmente en aumentar los precios de la tierra y por tanto la especulación
para capturar las rentas de la tierra a costa de la sociedad, gracias a que los
municipios no recuperan una parte de la renta con el cobro de impuestos
prediales, como ha mostrado tantas veces Salomón Kalmanovitz. Por eso se oponen
a la clarificación del dominio, al nuevo catastro y a la restitución de
tierras, porque eso atenta contra la seguridad jurídica y su confianza rentista.
Este
crecimiento de la producción campesina está ocurriendo a pesar de que el
Gobierno no ha definido una política agraria integral para el posconflicto,
pues ni siquiera ha presentado al Congreso el proyecto de ley de tierras; a
pesar de que dejó sin financiación adecuada los programas de desarrollo rural
con enfoque territorial, a los que el ministro Cárdenas sólo destinó $160.000
millones para el año entrante, y a pesar del incumplimiento de los compromisos
pactados en los paros agrarios de 2013 y 2014 para apoyar la economía
campesina. A todo esto se suma la ineficiencia del gasto en el Ministerio de
Agricultura, que ha dilapidado los recursos en contratación a dedo con
operadores no calificados para hacer desarrollo rural.
Como
el duro trabajo productivo de los campesinos, los indígenas y los negros es
invisible, nadie reivindica su aporte al desarrollo. El resurgimiento de la
agricultura campesina y empresarial le debe mucho más al empeño del presidente
Santos y a Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo por lograr la paz con las
Farc, que a las ineficientes políticas institucionales para la agricultura, que
ni siquiera han comenzado a dar los primeros pasos de la reforma rural
integral.
alejandroreyesposada.wordpress.com.
Tomado de www.elespectador.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario