LAS PARADOJAS DE LA
ÉPOCA. POR: WILLIAM OSPINA
El
mayor mal del mundo contemporáneo es el proyecto neoliberal, que en 30 años
confiscó y privatizó el capital social de las naciones, minimizó la labor de
los Estados como protectores del trabajo y la familia, y como garantes del
equilibrio social, y se esforzó por dejar en manos del lucro insensible un
mundo donde ya la desigualdad era la ley.
Como
en tiempos de la Revolución Industrial, cuando comenzaron las luchas de los
pueblos contra el colonialismo, y cuando América Latina emprendió la
insurrección contra el saqueo de los territorios y la arrogancia de las
metrópolis, también en nuestra época América Latina ha sido pionera en la lucha
contra el neoliberalismo, por la defensa de los pobres y los postergados del
mundo.
En
ese contexto surgió hace 18 años en Venezuela el movimiento bolivariano
liderado por Hugo Chávez, a cuya sombra crecieron y se fortalecieron los
movimientos alternativos en distintos lugares del continente. Chávez fue un
hombre excepcional, un líder histórico, de cuna humilde y de tremenda visión
geopolítica, cuyo proyecto fue satanizado por el modelo neoliberal mucho antes
de que comenzara a intentar sus reformas.
Con
la llegada de Chávez el pueblo venezolano vio por primera vez el rostro de la
riqueza petrolera, que había sido usufructuada por las élites durante décadas.
Los partidos Copei y Adeco habían acostumbrado a la sociedad venezolana a una
política de subsidios que no estimuló la indispensable ética del trabajo, y que
acostumbró a la democracia a un intercambio de subsidios por votos.
Este
fue desde el comienzo uno de los peligros de la democracia chavista: ser rehén
de los subsidios y no poder avanzar al ritmo adecuado en la estrategia de
“sembrar el petróleo”, de invertir la renta petrolera en diversificación de la
economía, autonomía de alimentos, cambio del paradigma energético, y
fortalecimiento de un proyecto ciudadano solidario y crítico.
También
conspiraban contra este propósito las enormes reservas petroleras. Es difícil
soñar de verdad un mundo distinto cuando se depende demasiado del modelo
económico actual. En un mundo donde el petróleo es el enemigo, la Helena de
todas las guerras, y el combustible de todas las depredaciones, es casi un
contrasentido pagar con petróleo la construcción del hombre nuevo.
Chávez
sabía que si no creaba una plataforma continental, y alianzas estratégicas con
el mundo, su proyecto sería aplastado, como el de Allende en Chile, por un
modelo intervencionista que siempre invoca la democracia cuando le resulta
necesario, pero que no vacila en apadrinar cuartelazos y en aliarse con
cualquier régimen cuando le conviene. Estados Unidos le reprocha a Cuba lo que
todos los días le perdona a China, y si hoy rechaza con vehemencia la
arbitrariedad de Maduro al negar la legitimidad de la Asamblea Nacional,
celebró en cambio con entusiasmo el golpe empresarial contra Chávez, vencido
por el pueblo venezolano en tres días.
Hace
algunas décadas se pensaba que había un manual revolucionario, cartillas que
podían enseñar a los pueblos cómo se hacen las revoluciones y se defienden sus
derechos. Hoy sabemos que la política está llena de escollos, y algo tan nuevo
como la lucha contra el neoliberalismo no tiene un manual de instrucciones: es
imposible no cometer errores.
Siempre
he pensado que es un error estimular la polarización de la sociedad, convertir
a las clases medias, con sus ilusiones de ascenso social y su anhelo
consumista, en enemigas del proyecto popular. Claro que la sed de ganancia de
los comerciantes es hostil a la solidaridad ciudadana, pero el comercio existe
desde los primeros viajes de los barcos fenicios, y el deseo de ganancia no va
a ser arrancado del alma humana por un decreto gubernamental.
Para
ello habría que valorar los cambios culturales como posible freno a la codicia
humana. Ello puede lograrse o no lograrse, pero la búsqueda de bienestar de las
clases medias no es el principal enemigo de la dignificación de los pobres: es
un error confundir los grandes males del presente con las antiguas flaquezas de
la condición humana. Conceptos tan generosos y ambiciosos como el Socialismo
pueden ser proyectos a largo plazo de una sociedad, pero no edictos
obligatorios para la mañana siguiente.
Un
gobierno elegido en democracia, aceptando sus reglas de juego, no tiene derecho
a satanizar a la oposición, aunque ésta se dedique a satanizarlo todo el día.
El deber de un gobierno es no sólo aceptar sino proteger el derecho de la
oposición a criticar y exigir. Lo único que un gobierno tiene que exigir de la
oposición es el respeto de la ley, lo demás tiene que fluir en el marco de una
elemental cortesía.
Pero
la causa principal de los males de la sociedad venezolana es otra. Con los
gobiernos anteriores, Estados Unidos tenía aseguradas las reservas petroleras
de Venezuela, las mayores del mundo. Con Chávez esto cambió, y el rechazo a su
movimiento tiene como trasfondo esas reservas, como en Siria, en Irak, en
Libia, donde quiera que hay guerras en este mundo.
También
es un error pensar que en estos tiempos de globalización es posible cambiar el
modelo en un solo país. La sociedad neoliberal, y su esquema de fronteras
abiertas para los capitales y de fronteras cerradas para los trabajadores,
tiene en sus manos todos los instrumentos para hundir la economía de un país
que se quiera salir del modelo.
Basta
ver el ejemplo de Cuba, asfixiada por un bloqueo económico implacable por no
aceptar el rumbo que imponen los Estados Unidos. Ahora le está tocando el turno
a Venezuela, y hay que saber que si la continuidad de un proyecto político
depende del precio del petróleo, el sistema mundial está dispuesto a quebrar
transitoriamente ese precio hasta rendir por hambre a quien se haya salido de
la fila.
Cuando
Venezuela comprenda que la verdadera riqueza de un país no es el petróleo sino
la gente, que su cultura y su talento creador son fundamentales para construir
la respuesta generosa contra un mundo dominado por la desigualdad, la codicia y
la estupidez, Chávez volverá, y será millones.
Tomado
de www.elespectador.com
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