GUERREROS Y
CAMPESINOS DESPUÉS DE LA GUERRA
POR: ALEJANDRO REYES
POSADA. 11 FEB 2017 - 9:00 PM
En
un libro publicado por Norma en 2009 y reeditado por Planeta el año pasado,
titulado Guerreros y Campesinos, despojo y restitución de tierras en Colombia,
presento una visión sobre los grandes conflictos por la apropiación del
territorio en las grandes regiones del país, sus relaciones con las estrategias
de las guerrillas y los grupos paramilitares, la incidencia del narcotráfico en
el conflicto armado, el despojo masivo por paramilitares en los departamentos y
el proceso de restitución de tierras y viviendas urbanas agenciado por el
gobierno Santos.
No
es posible entender la guerra interna colombiana sin hacer referencia a los
problemas de la tierra y el territorio, pues toda guerra se define por el
control territorial de los adversarios. Al tomar consciencia de los lugares
donde ocurrieron los hechos se puede ver cuáles comunidades sufrieron los
estragos crónicos de la violencia y cómo se pueden reconstruir la confianza y
la reciprocidad, que son los cimientos de la convivencia pacífica. Esos estragos
son la deuda que el país tiene con su periferia rural, cuyo poder de facto fue
delegado a ejércitos privados de derecha e izquierda y sus pobladores quedaron
atrapados como víctimas de la polarización armada.
Desde
el cese al fuego definitivo con las Farc se levantó la cortina del miedo bajo
la cual vivieron los campesinos en sus áreas de control, sea por las presiones
de la guerrilla o las operaciones militares en su contra. La restitución de
tierras, cuya fase administrativa avanza a mayor ritmo que la judicial,
reconstruye comunidades y asegura el retorno de desplazados con proyectos
productivos e infraestructura local. La desaparición de las Farc permite
ordenar los derechos de propiedad en sus áreas de anterior dominio, incluso con
la asignación de tierras a los desmovilizados que quieran trabajarlas.
Pero
todo lo anterior es solo la superficie del problema. Los hechos terribles
ocurridos en veredas y municipios durante medio siglo de guerra cambiaron para
siempre las vidas y el futuro de los guerreros y los campesinos y seguirán
arrastrando su carga de consecuencias durante dos o tres generaciones, al pasar
de padres a hijos las memorias del trauma causado a otros o padecido a manos de
otros, con quienes se cruzarán en calles y caminos.
La
memoria del trauma evoluciona en procesos individuales y colectivos de
reconstrucción de lo ocurrido para descubrir el sentido que tuvieron los
hechos. El trauma puede quedar atorado en los eventos dolorosos como un eterno
presente o puede reconocerse y explicarse para dar paso a un nuevo proyecto de
vida, que excluya ejercer o padecer de nuevo la violencia. La resiliencia es
precisamente la capacidad de continuar el proyecto de vida después del trauma
sufrido y puede hablarse de la resiliencia de Colombia para superar la guerra y
devolverle el futuro a quienes la hicieron o padecieron, para que no se
reinicie el eterno círculo de la violencia endémica.
Esa
resiliencia reparadora y creativa supone reconocer la injusticia de la
exclusión contenida en las estructuras sociales, que justificó para los
guerreros la lucha, el abandono de los campesinos a su suerte en medio del
conflicto armado, la humanidad de quienes fueron adversarios y la verdad de las
acciones y reacciones de las partes envueltas en la guerra. La memoria
histórica preserva pero también permite sanar el inmenso trauma que ha vivido
Colombia.
TOMADO DE
WWW.ELESPECTADOR.COM
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