jueves, 30 de junio de 2016

“Nadie quiere regresar a la guerra que teníamos cuando empecé mi gobierno”: Santos

25 JUN 2016 - 9:00 PM.  www.elespectador.com

Dice Juan Manuel Santos
“Nadie quiere regresar a la guerra que teníamos cuando empecé mi gobierno”: Santos

El presidente de la República despeja dudas sobre las reglas de juego para el cese de hostilidades pactado con las Farc. Pide al uribismo subirse al bus de la paz y fustiga al Eln.
Por: Élber Gutiérrez Roa y Marcela Osorio Granados
En Twitter: @elbergutierrezr /@marcelaosorio24

La noticia de la suscripción de un acuerdo para el fin del conflicto entre el Gobierno y las Farc, quizá la más importante del último medio siglo en el país, le llegó en la noche del martes al presidente Juan Manuel Santos. Ese mismo día por la mañana habían viajado a Cuba los negociadores para darle la puntada final al pacto que cierra los detalles sobre el cese de hostilidades bilateral y definitivo, el funcionamiento de las zonas de concentración, el procedimiento para la dejación de armas y las garantías de seguridad.

Santos ha estado pendiente hasta del más mínimo detalle en las negociaciones y sabía que ese día se lograría el acuerdo. Lo recibió entusiasmado, pero con mucha prudencia, en compañía de un muy pequeño círculo de colaboradores, con quienes debatió el asunto hasta la madrugada del miércoles. A las 9:00 a.m. de ese día en La Habana se confirmaba la trascendental noticia.

¿Qué significa para usted lo que pasó el jueves con la firma del acuerdo sobre el fin del conflicto?
Es un momento histórico. Es el fin de la guerra con las Farc. Y, sobre todo, se abre una nueva esperanza para Colombia.
¿Por qué la presencia conjunta por primera vez del Presidente de la Asamblea General, del Consejo de Seguridad y del Secretario General de las Naciones Unidas y de tantos jefes de Estado?
Porque el tipo de acuerdos que hemos logrado son novedosos y están sentando precedente para solucionar otros conflictos armados. También por la importancia que tiene terminar el último conflicto armado del hemisferio, con la más antigua y poderosa guerrilla.

¿Cómo le contaron la noticia del acuerdo el miércoles en la madrugada?
Yo he estado al frente de cada paso de este proceso desde el primer momento. Sabía que íbamos a llegar a acuerdos muy pronto. Por eso le pedí el martes a los negociadores del Gobierno que aceleraran el paso y cerraran el punto 3. Lo lograron y me comunicaron el acuerdo el martes en la noche.

El primer gran tema de los acuerdos es el cese al fuego bilateral. En él le dejan a la misión de la ONU liderar el monitoreo y verificación ¿Qué características tendrá esa misión?
Las mismas de monitoreo y verificación que han tenido en otros procesos de paz, pero sin presencia de militares armados de otros países. La seguridad corre por cuenta de nuestras propias Fuerzas Armadas. Serán unos 500 observadores de distintos países amigos, incluyendo varios europeos.

¿En la práctica, qué es lo que hace diferentes los ocho campamentos establecidos de las 23 zonas veredales transitorias de normalización?
El tamaño. Los puntos campamentarios tendrán una extensión de 200 X 200 metros, mientras las zonas veredales tendrán el tamaño de una vereda, o menos. En lo demás, funcionamiento, controles y seguridad, son iguales. Serán sólo 23 veredas de más de 33 mil que tiene el país.

La seguridad en las zonas de ubicación va a ser el gran desafío inmediato para el proceso. ¿Qué tan tranquilo puede estar el país al respecto?
Muy tranquilo. Hay protocolos muy precisos y estrictos sobre la seguridad dentro y alrededor de las zonas. Cada una tendrá un cordón de seguridad de un kilómetro y, a partir de ahí, rodeando cada zona, estarán nuestros soldados y policías. La seguridad interna estará a cargo del sistema de monitoreo y podrá entrar nuestra Fuerza Pública en caso de ser necesario.

¿El acuerdo final se firma el 20 de julio? ¿O cuánto más cree que se puede demorar la firma del acuerdo definitivo?
No hay fechas establecidas. Lo que acordamos fue terminar el proceso lo más pronto posible.
¿Qué hacer con los otros actores del crimen organizado? ¿Cómo enfrentar a los paras y las bacrim?

Hay que seguir enfrentándolos con toda la firmeza y determinación, tal y como las hemos venido combatiendo. Llevamos más de 1.650 miembros de estas organizaciones, incluyendo varios cabecillas, capturados, dados de baja o que se han sometido a la justicia en lo que va corrido del 2016. Uno de los acuerdos del jueves fue precisamente unas garantías adicionales de seguridad contra estas organizaciones.

La paz es un ideal común. ¿Cómo convencer al uribismo y al expresidente Andrés Pastrana, quienes son escépticos frente al proceso con las Farc?
Nada me gustaría más que ellos dos, que tanto quisieron lograr la paz, se subieran al tren. Estoy seguro de que, cuando se publiquen todos los acuerdos y se den cuenta de que no le estamos entregando el país ni al narcotráfico ni al comunismo, se darán cuenta de que este es uno de los pasos más trascendentales y convenientes en la historia de Colombia.

¿Qué pasa si el pueblo vota no en la refrendación de los acuerdos?
Estoy convencido de que eso no va a suceder, porque nadie quiere regresar a la guerra que teníamos hace 6 años, cuando empecé mi gobierno.

¿Fue equivocación o estrategia que en sus discursos recientes hablara de la guerra urbana que prepararían las Farc, o los impuestos para la guerra si gana el no?
No fue ni equivocación, ni estrategia, ni mucho menos amenaza. Es sencillamente una realidad. Es lo que ha sucedido siempre en el pasado cuando se rompieron los procesos de paz: se recrudeció la guerra.

¿Cómo hicieron para que las Farc terminaran reconociendo la institucionalidad de la Corte Constitucional, la Policía y la Fiscalía?
Desde el principio puse unas líneas rojas para la negociación y ninguna la hemos cruzado. Es un éxito de esta negociación que las Farc hayan reconocido nuestra institucionalidad. De eso se trata un proceso de esta naturaleza.

¿Por qué no despega el proceso con el Eln? ¿Cuál es la estrategia ahora con ese grupo guerrillero?
Si renuncian al secuestro y liberan a los secuestrados que tienen, la fase pública del proceso podrá comenzar.

Al país le preocupa mucho el asunto de la continuidad en las políticas de paz. ¿Cómo blindarse para que su sucesor no adopte medidas contrarias a lo acordado con las Farc?
Precisamente lo que contiene el acto legislativo que aprobó el Congreso es la garantía de que el Estado cumplirá su palabra.

¿Cuáles serán las reglas de juego para que los 60 miembros de las Farc, autorizados para hacer labores políticas, se puedan mover por todo el país durante la vigencia de las zonas de ubicación?
Los que salgan de las zonas tendrán que ir desarmados y acompañados en todo momento por el sistema de verificación de Naciones Unidas y sólo para hacer pedagogía, no política.

¿Qué posibilidad existe de que los miembros de las Farc terminen integrando algún tipo de fuerza de seguridad estatal? ¿Qué tal una gendarmería?
No está contemplado.

¿Cómo va a quedar incluido el posconflicto en la reforma tributaria estructural que va a presentar en la segunda legislatura?
La reforma tributaria no tiene nada que ver con el posconflicto. Es una reforma estructural que el país está en mora de aprobar, con o sin posconflicto. El objetivo es doble: tener un sistema tributario más simple, más eficiente y equitativo, y garantizar la continuidad de nuestros programas sociales, de inversión y de empleo.

Usted dijo que con la guerra hay más impuestos. ¿Ahora que se firmó el fin del conflicto, cambian sus cuentas sobre lo que se debe incluir en la reforma tributaria?
Lo que dije, frente a una pregunta sobre si por culpa de la paz íbamos a subir los impuestos, fue que la guerra siempre es más costosa que la paz.


“La amenaza a la paz la representan los sectores que se han lucrado de la guerra”

25 JUN 2016 - 9:12 PM.  www.elespectador.com
El jefe guerrillero cree que el acuerdo final será antes de lo esperado
“La amenaza a la paz la representan los sectores que se han lucrado de la guerra”

El máximo jefe de las Farc, “Timoleón Jiménez”, en diálogo con El Espectador pidió a los gobiernos de Colombia y Estados Unidos la liberación de “Simón Trinidad”.
Por: Alfredo Molano Jimeno.  En Twitter: @AlfredoMolanoJi

En el discurso que dio durante la ceremonia de firma del acuerdo sobre el fin del conflicto, el máximo comandante de las Farc, Timoleón Jiménez, fue directo al grano: “Claro que las Farc haremos política. Sí, esa es nuestra razón de ser, pero lo haremos por medios legales y pacíficos”. Muestra de esa realidad son las respuestas dadas en esta entrevista con El Espectador.

El evento del jueves en La Habana marcó el punto de inflexión del proceso de paz y el jefe insurgente tuvo una ardua jornada diplomática, que incluyó reuniones privadas con el presidente Santos, el jefe de Estado venezolano, Nicolás Maduro, y el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Una muestra de que las Farc tienen hoy el micrófono abierto en Colombia y el mundo.

Esta realidad no sólo fue evidente con los encuentros privados, sino que también se vio en el detrás de cámaras de la ceremonia. Imágenes impensables hace unos años quedaron en la memoria de los asistentes. El abrazo a la salida del salón de protocolo entre Iván Márquez, jefe de la delegación de las Farc, y el general Javier Flórez, quien lideró la subcomisión para el fin del conflicto, fue muestra de que el trabajo en la mesa de diálogos unió a quienes se enfrentaron ferozmente en los campos de batalla.

También fue muestra del cambio de lenguaje que los primeros en ponerse de pie para aplaudir al presidente Juan Manuel Santos cuando dio su discurso fueron los miembros de la delegación de la guerrilla, a pesar de que el jefe de Estado señaló que había sido el hombre que le dio los golpes militares más duros a la insurgencia. O que los periodista se referían al comandante de las Farc como “señor Timochenko”.

Imágenes emotivas. Históricas como el aplauso cerrado con que fue recibido el presidente Santos cuando ingresó al avión presidencial luego de la realización del evento. Los invitados se levantaron de sus silla y en dos ocasiones los aplausos retomaron su intensidad. Y es que tras terminar el acto formal, invitados y delegados de la mesa intercambiaron, en un ambiente de júbilo, conversaciones animadas. Un enjambre de periodistas buscaban declaraciones y fotografías para la posteridad.

El jueves 23 de junio el salón de protocolo de El Laguito, en La Habana, se convirtió en el testigo mudo de un acto de verdadera reconciliación, el del fin de la guerra más larga del hemisferio occidental. Y el hecho de que Cuba fuera el anfitrión hizo más simbólico todo. Porque esta pequeña isla inspiró el surgimiento de las guerrillas latinoamericanas, y su eterno antagonista, Estados Unidos, tenía a su representante, Bernard Aronson, allí sentado.

Es en este nuevo ambiente que Timochenko pide al gobierno estadounidense aportar a la paz con la liberación de Simón Trinidad, quien está preso en una cárcel de Colorado desde hace trece años. De la misma manera afirma enfáticamente que la rebelión armada culminará cuando desaparezcan los factores que engendraron el alzamiento campesino.

A juicio de las Farc-EP, ¿cuándo termina la rebelión armada: cuando se firme el acuerdo final o cuando dejen las armas?

La rebelión armada en general sólo terminará cuando desaparezcan las condiciones materiales que la generaron. Para hacer posible esa halagadora realidad es que hemos trabajado con intensidad durante varios años en la mesa de conversaciones de La Habana. El acuerdo final supone que tal aspiración ha sido concluida, y la más clara demostración de ello será la dejación de las armas en los términos pactados. Nuestra vinculación a la actividad política legal, sin armas y con plenas garantías, implica también el cumplimiento de los compromisos adquiridos de parte y parte.

¿Cuánto proyecta usted que puede tardar la firma del acuerdo final?

Si partimos de lo consensuado en la reunión privada que sostuve con el presidente Santos el pasado 23 de junio en La Habana, en la que participaron los jefes de ambas delegaciones, creo que dicha firma puede producirse más pronto de lo que tenía en mente. Pero eso depende de que en la mesa no se entraben las cosas, se demuestre real voluntad política y se agilicen los mecanismos para implementar normas y producir hechos que deben estar listos antes de la firma.

¿La liberación de “Simón Trinidad” es una condición de las Farc-EP para la firma del acuerdo final?

En la construcción de un acuerdo de paz, ninguna de las partes debe plantear a la otra condiciones insalvables. Pero sí tiene la obligación de entenderla lo máximo posible, generar confianza y demostrar voluntad de modificar posiciones inflexibles. El caso de Simón Trinidad es simbólico de cómo en Colombia se ha tratado al adversario político, apelando incluso a gobiernos extranjeros que se han prestado para eso. Simón fue condenado injustamente por unos hechos que jamás cometió. Ellos mismos se vieron imposibilitados para condenarlo por narcotráfico y luego por terrorismo. Trajeron de los cabellos una acusación absurda y consiguieron de modo tramposo una sentencia en su contra. Consideramos que tanto el gobierno de los Estados Unidos como el de Colombia se encuentran ante la posibilidad de demostrar un real cambio de actitud frente a quienes piensan diferente. Eso, desde luego, sería un mensaje de enorme significación para todos.

¿Por qué el presidente Santos dice que ustedes están preparados para la guerra urbana si no se firma la paz?

Eso habría que preguntárselo a él. Nosotros sí nos estamos preparando para llegar a las zonas urbanas, pero con un mensaje de reconciliación y de paz con justicia social. Eso implica interlocución con todo el mundo, para entre todos elaborar fórmulas que nos permitan la construcción de una Colombia sin violencia política, justa socialmente, democrática y en franco progreso.

¿Cree que Uribe es una amenaza para la paz?

La amenaza para la paz la representan los sectores que se han lucrado de la guerra y que también gracias a ella han conseguido enquistarse en el poder, particularmente en las regiones, creando grandes emporios económicos ligados al narcotráfico, la corrupción y las formas más repugnantes de violencia. El alcance de esa amenaza también depende de la fortaleza de los sectores que creen y trabajan por la paz, que creemos se reproducen de manera acelerada en Colombia y recibirán enorme impulso con la firma de un acuerdo final en La Habana.

Con los últimos acuerdos y su posición respecto al Congreso, las Fuerzas Armadas y la Corte Constitucional, ha quedado la sensación de que las Farc-EP han aceptado la institucionalidad. ¿Es así?

Si nos vamos a incrustar en la vida política, económica y social del país, ¿usted cree que podríamos lograrlo por fuera de la institucionalidad? Los acuerdos precisamente apuntan a que quienes, como nosotros, creen que hay que hacer profundos cambios en las instituciones dejen de ser perseguidos, asesinados o encarcelados por ellas. Eso no quiere decir que nuestras propuestas de profundas reformas institucionales hayan desaparecido. Seguiremos trabajando por ellas en un escenario pacífico, desarmado y legal, buscando obtener el respaldo mayoritario de los colombianos a fin de imponerlas.

¿Qué mensaje les da a las víctimas del conflicto armado?

Necesitamos que nos ayuden a terminar de construir el espacio donde todos podamos reconciliarnos y sentar las bases para levantar el edificio de la paz, en el que nunca más nadie tenga que sufrir las calamidades de la guerra y la violencia política. Las víctimas no pueden ser vistas sólo como si fueran mendigos que claman por una reparación económica, sino como agentes activos de las transformaciones necesarias para que no haya más injusticias, más viudas y huérfanos, más familias destrozadas y mayor desolación. Cuando se habla de este asunto suele imprimírsele cierto sesgo que sólo mira las personas y familias afectadas por la insurgencia, pero no se puede olvidar que hay víctimas de la otra parte, mucho mayores en número y dolor, y que incluso van más allá de la violencia política, como los desempleados, los privados de sus viviendas, los muertos a la puerta de los hospitales y todas esas tragedias nacidas de la desidia oficial.


Memoria para un camino de paz Por: Jorge Cardona Alzate

25 JUN 2016 - 9:04 PM.   www.elespectador.com

A propósito del histórico cese el fuego, una guerra que no da más
Memoria para un camino de paz

Un breve recorrido por los caminos de la guerra y la paz entre el Estado y las Farc, que dejan demasiadas víctimas y un reto histórico para pasar la página.

Por: Jorge Cardona Alzate

El pasado jueves 23 de junio, cuando el presidente Juan Manuel Santos y el jefe guerrillero Timoleón Jiménez estrecharon sus manos después de anunciar el acuerdo de cese el fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, fue imposible no invocar la memoria. Por los vivos y los ausentes, los olvidados y las víctimas, por aquellos que se empeñaron en la paz o los que hicieron la guerra. Por la secuencia de varias décadas de una cronología de confrontación que parece estar terminando sin vencedores ni vencidos. La historia de Colombia que hoy busca otro rumbo.

Hace 68 años asesinaron al caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá y se agudizó un conflicto político que en ese momento ya era una bomba de tiempo. Muchas familias de aquellos días de fanatismo exacerbado, que habían escuchado de sus padres o abuelos los relatos de la Guerra de los Mil Días, las gestas del líder indígena Quintín Lame en el Cauca desde 1911, las huelgas obreras de los años 20 o los conflictos agrarios de la década de los 30, constataron y se lo contaron a sus hijos y nietos, cómo la beligerancia partidista envenenó los ánimos que ya venían en punta.

En muchas regiones de Colombia surgieron guerras, proliferaron grupos de bandoleros, “pájaros”, chulavitas o guerrilleros, unos y otros aliados o enemigos de las fuerzas regulares, los partidos políticos o los propietarios de la tierra. En el sur del Tolima, en una arisca montaña entre la hoya del río Cambrín y la quebrada La Lindosa, una columna guerrillera de liberales y comunistas constituyó el cuartel general de El Davis. Allí se mantuvo con sus familias hasta 1954, cuando el gobierno Rojas Pinilla ilegalizó el comunismo y forzó su evacuación hacia otros territorios.

El grupo mayor se asentó en Villarrica (Tolima), en Sumapaz, donde existía un pasado de conflicto. En abril de 1955, por Estado de sitio el gobierno Rojas declaró la zona como de operaciones militares y la guerra de Villarrica evidenció la génesis de una confrontación mayor en ciernes. A finales de 1956, la naciente guerrilla recobró sus “columnas de marcha” y se replegó hacia Caquetá o Meta. Cuando llegó el Frente Nacional y renacieron los intentos de paz con Lleras Camargo, el jefe guerrillero Manuel Marulanda Vélez pasó a ser inspector de carreteras.

Sin embargo, la victoria de la Revolución Cubana en 1959 modificó las expectativas y, como en otros países de América, los grupos guerrilleros buscaron emular ese triunfo. El contexto en el que el senador conservador Álvaro Gómez Hurtado acuñó la expresión “Repúblicas Independientes”, para señalar las regiones que consideraba sometidas a la influencia marxista. El detonante político para que las Fuerzas Armadas, asesoradas por Estados Unidos, pusieran en marcha una operación de guerra contra la expansión comunista.

La operación Soberanía contra el enclave de Marquetalia, situado en zona montañosa entre Tolima y Cauca, fue el comienzo. Empezó en mayo de 1964 y se publicitó como victoria del Estado. Pero como otras veces, los guerrilleros se replegaron hacia sus territorios y constituyeron el Bloque Armado del Sur. Luego redactaron un Programa Agrario de Guerrilleros. En mayo de 1966, tras una reunión de comandantes en El Pato (Caquetá), pasaron a llamarse Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Después surgieron otros grupos como el Eln y el Epl, pero el de las Farc se expandió por Caquetá, Cauca, Huila y Tolima, y para los años 70 ya ostentaban frentes de guerra en Magdalena Medio o la región de Urabá. Las Fuerzas Armadas, forjadas en la doctrina contrainsurgente y el enemigo interno, proyectadas desde Washington, a través de facultades excepcionales, fueron ampliando su papel frente a la insurgencia. La extorsión y el secuestro fueron el sello de un guerrilla que tampoco tuvo frenos.

No bastaron los decretos de Estado de sitio de los gobiernos de Carlos Lleras, Misael Pastrana y Alfonso López. Tampoco el Estatuto de Seguridad de Turbay, a pesar de sus excesos. Para 1982, las Farc tenían 14 frentes de guerra, escuelas de formación, bases de expansión política y un centro geográfico para su despliegue estratégico: la cordillera Oriental. En los vasos comunicantes de la violencia, simultáneamente, se fortalecían los grupos paramilitares que patentaron una guerra sucia que las Fuerzas Armadas no controlaron tampoco.

Ese fue el país que encontró Belisario Betancur cuando planteó que era el momento de buscar una solución política al conflicto armado. Por eso, un mes después de posesionado, creó una comisión de paz para explorar esa senda. A los ocho meses, cuando renunció a presidirla, el exministro liberal Otto Morales Benítez, con su señalamiento histórico, dejó para la posteridad la evidencia de los detractores de esa compleja búsqueda: “Los enemigos agazapados de las Farc, dentro y fuera del Gobierno”.

Belisario Betancur persistió y a través de su nuevo comisionado de paz, John Agudelo, logró en 1984 varios acuerdos de cese el fuego con las guerrillas. El que suscribió con las Farc, el 28 de marzo, fue un pacto para acallar los fusiles y desautorizar el secuestro, la extorsión y el terrorismo. Sin embargo, las comisiones de verificación fueron insuficientes, la tregua no fue respetada por las partes, el paramilitarismo potenció su violencia y el narcotráfico multiplicó sus estragos en todos los frentes del país.

En marzo de 1986, entre avances y fracasos, y el dolor lacerante del holocausto del Palacio de Justicia, Betancur se jugó su última carta: la prórroga de los acuerdos con las Farc y la vía libre a la Unión Patriótica (UP), movimiento político surgido de las conversaciones de paz, para su participación en elecciones. El 9 de marzo, la UP eligió 14 congresistas. En las presidenciales participó con la candidatura de Jaime Pardo Leal. Pese a la violencia contra sus militantes, había esperanza de paz.

El presidente Virgilio Barco recogió esas banderas y para defenderlas encargó a su comisionado de Paz, Carlos Ossa. No tuvieron tiempo para robustecer los diálogos. El 30 de agosto, 23 días después de iniciado el gobierno, fue asesinado el primer electo de la UP, el representante Leonardo Posada. 48 horas después cayó el segundo, el senador Pedro Nel Jiménez. De ahí en adelante la lista del exterminio fue imparable. En febrero de 1987, la situación de la UP era tan crítica que en su Quinto Pleno se declaró ajena a la tregua para protegerse.

Pero la suerte estaba echada. El 16 de junio, en la vía entre Puerto Rico y San Vicente del Caguán, la guerrilla emboscó un convoy militar y 26 militares perdieron la vida. Esa agresión fue el pretexto para que la paz con las Farc terminara. “En cualquier parte del territorio nacional en donde la Fuerza Pública sea atacada el Gobierno entenderá que en esa zona ha terminado el cese el fuego”, fue el ultimátum de Barco. Desde entonces no fue posible que retornaran los diálogos.

A pesar de los esfuerzos del comisionado de Paz, Rafael Pardo, se impuso el lenguaje de la confrontación, mientras el paramilitarismo se ensañó con la UP. Días de intolerancia que quedarán escritos en las infamias de la historia, porque el movimiento político surgido de un proceso de paz fue arrasado a sangre y fuego. El 13 de marzo de 1988, durante la primera elección de alcaldes, la UP ganó algunos municipios y alcanzó curules a concejos y asambleas. La respuesta de sus enemigos hizo que 1988 fuera reconocido como el año de las masacres.

Cuando asumió la presidencia César Gaviria, forzado a negociar con el narcotráfico que reventaba carros bomba, su decisión fue atacar a las Farc en su enclave de Uribe (Meta). La operación Centauro, que empezó el 9 de diciembre de 1990, el mismo día que los colombianos eligieron a los delegatarios que reformaron la Constitución en 1991. Pero fracasó y seis meses después, tras una toma pacífica de la Embajada de Venezuela y un encuentro directo en Cravo Norte (Arauca), Ejecutivo y Farc instalaban una mesa de paz en Caracas (Venezuela).

“Esta negociación de paz se pudo haber iniciado hace 5.000 muertos”, fue el comentario del jefe guerrillero Alfonso Cano para resumir la tragedia. Pero la solución política no llegó y, un año después, el proceso de paz que se trasladó a Tlaxcala (México) ya estaba cancelado. El pretexto fue la muerte en cautiverio del exministro de Obras, Argelino Durán. No hubo convicción del Gobierno y las Farc para encontrar el camino. Los esfuerzos de los comisionados Jesús Antonio Bejarano y Horacio Serpa no convencieron a las Farc, ya en ascenso.

Luego llegó a la jefatura del Estado Ernesto Samper, pero no tuvo condiciones políticas para un proceso de paz con las Farc. En cambio los hechos de guerra se magnificaron. Antes de que estallara el escándalo del Proceso 8.000, a través de su comisionado de Paz, Carlos Holmes Trujillo, se avanzó en la opción de realizar diálogos de paz en Uribe (Meta), previamente desmilitarizado. De hecho, Samper se lo notificó al general Hárold Bedoya con su recordada frase “Aquí mando yo”, pronunciada en la Escuela Naval en Cartagena.

Pero la narcofinanciación de su campaña era un escándalo anunciado y en 1995 la opción de paz con las Farc representaba una utopía. Entonces la guerra entre Estado y Farc fue más lesiva que nunca. Se terminaban de conformar las Autodefensas Unidas de Colombia y su violencia selectiva ya desbordaba las estadísticas. Un contexto en el que las Farc hicieron un movimiento de jaque. En agosto de 1996 atacaron la base de Las Delicias (Putumayo), causaron la muerte a 28 militares y se llevaron 60 uniformados como prisioneros de guerra.

Desde ese día, Gobierno y Farc se trenzaron en un intenso forcejeo presionado por la sociedad civil para que regresaran los cautivos. El 15 de junio de 1997, tras un despeje militar de 13.161 kilómetros cuadrados en Caquetá, regresaron los 60 militares y 10 infantes de Marina más que habían retenido en Juradó (Chocó). Y desde ese día quedó claro que el candidato presidencial que apostara más frente a la paz con las Farc iba a ganar el derecho de gobernar a Colombia. Su lista de canjeables se acercaba a 300 prisioneros de guerra.

Triunfó Andrés Pastrana, que a escasos días de la segunda vuelta, divulgó fotografías de su encuentro con Manuel Marulanda para hablar de paz. Las Farc la condicionaron al despeje militar de cinco municipios. La antesala de los tiempos del Caguán (Caquetá), con la silla vacía de Marulanda en el comienzo de los diálogos, o los tres años y 45 días en los que prevalecieron los escándalos. Hasta que se rebosó la copa con el secuestro del congresista Jorge Gechem en febrero de 2002, y regresó la guerra.

Tres meses después ganó la presidencia Álvaro Uribe y su decisión fue extenderla. Ocho años en que la sociedad vivió pendiente de la suerte de los cautivos en la selva. Políticos, militares, policías y las Fuerzas Armadas dispuestas a cumplir la orden del rescatarlos. Unos planes fueron exitosos, otros terminaron en tragedia. Todos le dieron la vuelta al mundo. La guerra entre Estado y Farc se tornó sin límites. Uribe había encontrado unas Fuerzas Armadas fortalecidas por el Plan Colombia acordado con Estados Unidos y las llevó al extremo.

En 2010, a costa de muchos excesos en derechos humanos, la ecuación de la guerra era distinta. Las Farc habían sufrido un retroceso militar y Uribe intentaba pasar derecho con un tercer mandato. La Corte Constitucional lo impidió y a la Casa de Nariño llegó Juan Manuel Santos, quien llevó a pensar que tomaba forma la segunda parte de la Seguridad Democrática, hasta que vino el giro de tuerca hacia la vía negociada. En febrero de 2012 inició la fase exploratoria. A finales de ese año estaba trazada la ruta.

Lo demás lo sabe el país del presente. Cinco acuerdos centrales, 1.345 días de negociación y varias medidas para construcción de confianza. Y ahora, cese el fuego y de hostilidades, bilateral y definitivo, con dejación de armas, garantías de seguridad y lucha contra las organizaciones criminales, incluyendo las sucesoras del paramilitarismo, con refrendación de los acuerdos alcanzados. Sin duda alguna, un paso histórico, como nunca antes, pero también el comienzo de un posconflicto que no será lecho de rosas.

La historia la cuentan los que triunfan, señala un axioma popular. El jefe guerrillero Timoleón Jiménez dijo que “ni las Farc ni el Estado son fuerzas vencidas”. El presidente Santos agregó que llega el fin de las Farc como grupo armado, que no habrá más niños en la guerra y que los jóvenes tampoco tendrán que cargar fusiles. Si todo prospera, será el principio de un tiempo nuevo. Lo escribió John Agudelo hace 30 años, cuando concluyó su misión: “La violencia progresa matando, en cambio la vida es inocente”. Otra vez crece la esperanza de que ella triunfe.

* Editor general de El Espectador y autor del libro ‘Días de memoria’.


martes, 28 de junio de 2016

EL PRIMER DÍA DE LA NUEVA GUERRA DE URIBE VÉLEZ. http://gusanoenlafruta.blogspot.com. Marlene Singapur



EL PRIMER DÍA DE LA NUEVA GUERRA DE URIBE VÉLEZ
 
Los Acuerdos hoy firmados en La Habana entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP, después de casi cuatro años de negociación, son importantes. Es lo que se infiere de la presencia de las delegaciones presidenciales, y del propio Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon.
 
La importancia de este hecho histórico se puede medir por sus beneficios en tres frentes:
 
El primero de ellos es simbólico: lo que significa para la gobernabilidad y el ambiente social nacional, haber probado la eficacia del Estado en sostener frente a diversos y numerosos enemigos, y a un costo político altísimo, un proceso de negociación que en varios gobiernos anteriores, incluyendo el de Álvaro Uribe Vélez, había fracasado.
 
El permanente fracaso de un proceso de negociación nos sometía a la infructuosidad, al pesimismo, a la amargura, a la desconfianza y la incredulidad frente al Estado y sus gobernantes. Y nos exponía a la polarización, a los terrenos abonados para los discursos del odio y la venganza, y a la violencia como forma de gobierno y de vida cotidiana.
 
Los efectos del esfuerzo de avance paciente y convencido del gobierno de Juan Manuel Santos en la ruta de la negociación, conquistados en medio de un terreno minado,  es un símbolo poderoso.
 
El segundo frente de beneficios de la firma de los Acuerdos de La Habana, es el hecho de incluir en la dinámica de la sociedad civil, una masa de pobladores y de territorio antes no sólo marginales, sino alzados en armas contra el Estado. Una masa con sus propios intereses, que podemos compartir o no, pero que desde hoy están obligados a conducir sus ambiciones  desde adentro y con las armas que les ofrece el Estado de Derecho. Y eso significa más inclusión, más Estado.
 
Y en tercer lugar, los Acuerdos de La Habana significan para Colombia más democracia, en el sentido de que los nuevos espacios políticos abiertos saldan una deuda histórica, suturan la herida que abrió la negación violenta de parte del régimen a espacios alternos de poder. Porque es esa, y no otra, la raíz de nuestra guerra.  
 
Y eso hoy (sobre todo hoy) no debe causarnos temor. Tenemos que ser capaces de pensar en una democracia nuestra, reconociendo nuestros propios elementos históricos y sociales, desmarcándonos de la violencia que engendra el querer meternos a la fuerza en modelos idílicos, extraños a nuestra realidad, en los que siempre hemos aparecido como el laboratorio experimental de occidente.
 
Y es ese precisamente el argumento de Uribe Vélez, Alejandro Ordoñez, y su séquito de seguidores, expertos en negar de un tajo las evidencias de una realidad social y cultural, tejida en tiempos largos por gente de carne y hueso. Realidades que intentan evadir contrastándola con imágenes y discursos míticos y mentirosos.
 
La guerra y la paz colombianas son fenómenos sociales, construidos a partir de intereses locales cada día más globalizados. Fenómenos transformables, a partir de asimilar y reconstruir esos intereses concretos, donde el punto de partida no es el maniqueísmo de los malos y los buenos, sino la comprensión de las realidades sociales y sus intereses.
 
Prometer la conquista de una sociedad pulcrísima, a partir del escarnio y el sacrificio de algunos Chivos Expiatorios, no sólo es una solución falsa y una manipulación, que con intereses propios de poder necesita dividir, condenar a algunos y santificar a otros; sino la promoción de la involución de la sociedad en general, de su embrutecimiento, de su hundimiento en el oscurantismo mesiánico y milagrero, es decir en la dependencia y la incapacidad de tomar las riendas de su propio destino.
 
Frente a lo real (léase defectuosa, incompleta) de la paz que hoy se inicia en La Habana, Uribe Vélez y Ordoñez continuarán ofreciéndonos un mundo idílico sin maldad, él mismo que no han podido ni podrán regalarnos, porque no existe.
 
De aquí en adelante magnificarán cualquier fuego pirotécnico, cualquier disputa intrafamiliar, para hacernos creer que esa es la violencia que produce la paz de Santos. La violencia que nos aseguran no  existiría, si hubiésemos encarcelado o fusilado a ‘Timochenko’ y su ejército.
 
Frente a esa nueva guerra de crispaciones que ahora nos ofrecen, les proponemos mejor arremangarse y trabajar por la paz en lo real, en el tejido interminable del país que se abre, y que será bueno para todos, incluyendo los nietos de Uribe Vélez, que serán bienvenidos, siempre que vengan a a 'trabajar, trabajar, y trabajar'.

Marlene Singapur . http://gusanoenlafruta.blogspot.com  

* Se puede parafrasear o copiar libremente el contenido de la presente columna, siempre y cuando se cite la fuente y no se comprometa a la autora en ninguna organización o militancia ideológica. Gracias.
 

ELOGIO DE URIBE VÉLEZ Y ALEJANDRO ORDOÑEZ. Marlene Singapur http://gusanoenlafruta.blogspot.com msingapur@yahoo.es

ELOGIO DE URIBE VÉLEZ Y ALEJANDRO ORDOÑEZ

La progresiva llegada de la paz a Colombia, un proyecto nunca terminado, pero cuyo comienzo si tiene fecha, el 23 de junio de 2016, nos obliga a pensar en el papel cumplido por Álvaro Uribe Vélez y Alejandro Ordoñez en esa conquista, y, sobre todo, en el papel que podrán cumplir de aquí en adelante.
En principio habría que decir que los aportes de Uribe y Ordoñez al proceso de paz iniciado por Juan Manuel Santos hace cuatro años, hasta su reciente umbral histórico después de más de 50 años de guerra, no han sido pocos.  Seamos justos. 
Uribe y Ordoñez han cumplido el papel del contendor, casi nunca bien reconocido y valorado por la historia, donde siempre brillan los ganadores. Les explico: entiéndase por contendor, no una figura negativa de la historia, sino la muy positiva figura de aquel que en la sombra hace el trabajo sucio de sacar lo mejor de nosotros. Trabajo que de otra forma nos tocaría hacer a nosotros solos. Qué pereza.
Nos deberían enseñar desde chiquitos, más que a escoger nuestros amigos, a escoger nuestros enemigos. No sólo porque son ellos los que determinarán la estatura y alcance de nuestros destinos, sino porque en cada amigo siempre duerme un potencial enemigo, que de no saberse liderar saltará a la escena. Ya lo dicen los Proverbios bíblicos: “el amigo con el amigo afila sus cuchillos”. Mucho más en política, y déjenme decirles: todo es política.
En ese sentido, la peor estrategia que podríamos tener frente a Uribe y Ordoñez es destruirles. No. Lo que hay que hacer es lo que sabiamente ya hizo Jasón con el toro: cabalgarlo, es decir, canalizar la fuerza del animal para avanzar sobre sus lomos. ¿Me siguen?...
Las exigencias de precisión, claridad, legalidad, planeación, que por estos días hace Ordoñez al proceso de paz desde la Procuraduría, es un trabajo juicioso que debería estar haciendo el equipo del gobierno Santos. Y ahí lo tenemos, analizado y puntualizado. Un material que, previo desnate de la natural cizaña y el veneno, puede ser perfectamente provechado. Tomen nota, y a trabajar. Es decir: a cabalgar.
En ese sentido, no creo que tengamos que forzar la presencia de Uribe Vélez y Ordoñez en el proceso. No sólo no creo que sin ellos quede ‘coja’ la paz, como han asegurado algunos obsesionados por el ideal de la total concordia y la uniformidad, sino que donde precisamente los necesitamos es afuera. Desde allí cumplen mejor su labor, por demás excepcional. Incluso les luce.
  
Mejor ofrezcámosles a Uribe Vélez y Ordoñez las máximas garantías para que ejerzan su derecho a oponerse y disentir. Y defendamos ese derecho como si fuera el nuestro, si es preciso con nuestra propia vida. Aunque en el caso de Uribe Vélez y Ordoñez no deberíamos  exagerar.
Ahora bien, si frente a nuestra buena voluntad ellos insisten en desconocer el Estado de Derecho como escenario propio para ejercer plenamente su oposición, ahí sí nos veríamos en la obligación de solicitarles que se desmovilicen. Suficientes razones tenemos.
En ese caso, tendríamos que hacer un esfuercito adicional, añadiendo a las zonas de despeje concertadas con las FARC un campamento suplementario. Evitando, eso sí, que pueda quedar localizado en alguna zona de frontera, por aquello de las malas relaciones con nuestros vecinos.
Es previsible que sin ellos el proceso de paz no será el mismo, nos dejarán un inmenso vacío. Sin embargo, y aunque grande será el  guayabo por la ausencia de tan inmejorables acompañantes, seguro ya vendrán otros enemigos. Nunca faltan.
Marlene Singapur

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* Se puede parafrasear o copiar libremente el contenido de la presente columna, siempre y cuando se cite la fuente y no se comprometa a la autora en ninguna organización o militancia ideológica. Gracias.

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martes, 21 de junio de 2016

Las vías de la revolución. Por Luis I. Sandoval M

20 JUN 2016 - 9:00 PM. www.elespectador.com

Las vías de la revolución.  Luis I. Sandoval M

Un debate de mi generación fue el de las vías de la revolución. Hoy ese debate tiende a saldarse y a la vez relanzarse en virtud de los hechos. Los proyectos políticos armados de izquierda están llegando a su fin después de medio siglo largo de recorrido sin que tampoco los proyectos civilistas hayan logrado conducir al pueblo colombiano a la victoria sobre las élites del establecimiento tradicional.

Por supuesto no se reducía el debate al asunto de armas sí o armas no, sino que tenía que ver con la caracterización de la formación social colombiana, la identificación de la clase potencialmente mejor dispuesta a liderar los cambios revolucionarios, el señalamiento de etapas o momentos sucesivos del proceso y la estrategia y táctica en las relaciones entre partidos, movimientos e instituciones.

Los más destacados voceros de las posturas centrales en esta primordial polémica fueron, a comienzos de los 70, Gilberto Vieira del Partido Comunista Colombiano, Ricardo Sánchez de la Tendencia Socialista y Francisco Mosquera del MOIR.

Vieira: “La combinación de formas de lucha. Esa famosa consigna no la inventó el PCC; esa consigna la aprendió del pueblo colombiano que creó la combinación de todas las formas de lucha de masas cuando a finales de la década del 40 se enfrentó a la terrible política de sangre y fuego de los gobiernos reaccionarios de la época…” (1988).

Sánchez: “Con esta afirmación se deja de lado y se minimiza la creación consciente de organizaciones guerrilleras… Los comunistas colombianos… han terminado adoptando una política muerta, de suicidio y por ende han contribuido al auto-bloqueo de las izquierdas” (2001).

Mosquera: “La lucha guerrillera no es una forma de lucha más simplemente para responder a las represiones oficiales en ciertas regiones del país. El proletariado debe crear los núcleos guerrilleros y en base de estos conformar el ejército popular de liberación, y éste a su vez, coronará la liberación nacional del yugo del imperialismo norteamericano…” (1973).

Posturas originales que unas subsistieron y otras tuvieron diferentes derivaciones. Ni la Tendencia Socialista ni el MOIR abrazaron la combinación, en conjunto las tres visiones resultaron desvirtuadas en el tiempo.

El hecho de estar ad portas de la dejación de armas mediante un proceso de salida política no le da derecho a nadie para hablar de fracaso de las guerrillas porque nadie ha triunfado por el camino escogido. Lo que se impone para el espacio alternativo es reconocerse como sujeto plural y responder este interrogante: ¿por qué revolucionarios, demócratas y progresistas no han logrado construir un movimiento determinante en la historia de Colombia? ¿Cómo lograrlo ahora?

El tránsito de la guerra a la paz, iniciado hace 25 años, implica primero sacar las armas de la política, izquierdistas y derechistas y, segundo, hacer que las del Estado sean legítimas y aseguren a todos sin excepción el ejercicio integral de las libertades políticas. En ese nuevo terreno vuelve el debate sobre la vía o vías de la revolución colombiana. Acceder a la paz no es renunciar al proyecto de cambio revolucionario por considerarlo innecesario o inviable.

Con todo rigor y verdad la revolución entendida como un cambio profundo en las formas de vivir, producir, consumir, distribuir, conflictuar y gobernar, es hoy más necesaria que nunca porque el “orden” económico y político imperante, no solo a nivel de país sino planetario, amenaza destruir a la par pueblos y naturaleza. Ante la lógica de muerte del capitalismo resurge vigorosa la lógica de vida (buen vivir) del socialismo.

La transición actual representa una posibilidad indudable de crear otra realidad política. Ese es el reto.

@luisisandoval


Néstor Humberto, otro peligro para la mujer. Cristina de la Torre

20 JUN 2016 - 9:00 PM. www.elespectador.com

Néstor Humberto, otro peligro para la mujer. Cristina de la Torre

Miles de hombres y mujeres se sublevarían contra la elección de Néstor Humberto Martínez como fiscal, si la Corte Suprema cometiera este miércoles el desliz de asignarle el cargo.

Como si no bastara con la indolencia de jueces y policías frente a la brutalidad doméstica que se cierne sobre las mujeres, propone Martínez despenalizar el feminicidio y la violencia intrafamiliar. Porque criminalizarla, dice, atentaría contra el núcleo familiar. Alude, sin duda, a la familia patriarcal, una entre las muchas modalidades de esa institución que hoy existen. Pero es aquella, precisamente, fuente primera de las agresiones y crímenes que se busca conjurar. Preservarla es perpetuar su razón de ser, el ejercicio del poder vertical, inapelable del patriarcalismo sobre la mujer, instalado en el inconsciente del varón. Y su instrumento, la violencia física, moral o económica, de recio poder disuasivo, pues viene consagrado por la religión y la cultura para situar a cada uno en su lugar: al hombre, en su pedestal de amo y señor que desde niño desprevenido el medio le asignó; a la mujer, en el oscuro rincón de la servidumbre doméstica.

Ya la Biblia definía prioridades entre sexos: “Tus deseos serán los de tu marido, y él mandará sobre ti”, se le dijo a la mujer. Sentencia terrible que sellaba la victoria del monoteísmo, del patriarcado sobre el matriarcado, del dios-varón sobre las diosas de la fecundidad. E iba contra natura: no nacía ya el hombre de la mujer, era ésta la que nacía de una costilla de Adán. Y la imagen del dios viril se proyectó a cada figura de autoridad masculina: al padre, al marido, al sacerdote, al juez, al rey, al Estado.

Mas no todo en la familia patriarcal es violencia desembozada. Tras una acumulación de sutiles humillaciones diarias que minan la dignidad de la mujer, su autonomía y su libertad, aquella va ascendiendo de agresión física a violación y, aún, al asesinato. El feminicidio es desenlace de una violencia moral alimentada por micromachismos o manipulaciones a menudo maquinales. Como relegar en la mujer las tareas domésticas, pues ella “las hace mejor”. O prohibirle salir, estudiar, trabajar, para “ahorrarle esfuerzo”. O descalificar sus opiniones porque a su intelecto le basta con las delicias de la maternidad. Con el tiempo, los micromachismos causan daño irreparable contra el cual no hay defensa porque son imperceptibles. O ejecutados con manecita rosadita.

Tras el amor romántico entre príncipe azul y princesita se agazapa el más sórdido ejercicio de poder que trueca las diferencias de sexo en desigualdad y asigna roles a conveniencia del varón: a él le adjudica el mundo e ímpetus para desafiarlo; a ella, el reino del hogar, edén del sometimiento, el aislamiento y, cómo no, del silencio. De transgredirlo, obrará su compañero con energía suficiente para reducirla por la fuerza. 83.000 casos de violencia doméstica se denunciaron en Colombia en el último año y medio, la mayoría, contra mujeres. La cifra sólo recoge la cuarta parte del fenómeno, pues la mayoría de víctimas no denuncia. Y el 97% de los casos queda en la impunidad.

Lejos de ablandar o suprimir normas de protección a la mujer, hay que revolucionar la Fiscalía para que se apliquen a cabalidad. Revaluar la concepción de familia, su organización jerárquica, autoritaria, monolítica. Y los estereotipos de género que condenan a la mujer a la esclavitud; y al hombre, a violentar su natural humano con la exigencia de fungir siempre de macho-proveedor y dómine sin el femenil derecho al llanto. Porque aquello de llorar “es de nenas”. Pueda ser que no apadrine la Corte al candidato que se ofrece como enemigo jurado de la mujer.