Modesta propuesta revolucionaria. por ANTONIO
CABALLERO
No es cierto
que sea más eficiente la administración privada, ni menos corrupta que la
pública. Ni viceversa.
Antonio Caballero: Modesta propuesta
revolucionaria, dejar de privatizar empresas
Antonio Caballero
Titula El
Tiempo: “Quedan menos de 100 propiedades públicas”. Solo faltan por privatizar
100 empresas del Estado colombiano, pero pronto será cosa hecha. A Ecopetrol,
la más valiosa, ya empezaron a venderla por tajadas. Las que faltan figuran en
un “Plan de Enajenación” (literalmente: un Plan de Locura) que el ministro de
Hacienda remitirá al Congreso el 29 de febrero de esta año bisiesto. Y se irán
todas a menosprecio por ese caño como se acaba de ir Isagén y se fueron
Carbocol y los Seguros Sociales, y Cerro Matoso y el Banco Central Hipotecario,
y Colpuertos, y los aeropuertos, y los Ferrocarriles Nacionales, y la Flota
Mercante, y van a irse la Universidad Nacional hoy casi en ruinas y el teatro
hoy ya cerrado de la Media Torta.
Desde el punto
de vista ideológico no hay acuerdo posible, y casi ni discusión siquiera, entre
los neoliberales partidarios de la enajenación y los intervencionistas
partidarios de la propiedad estatal, porque en ninguno de los dos casos la
práctica es congruente con la teoría. Pero la piedra de toque de la eficiencia,
que parece tan objetiva, es tan fantasiosa en la práctica como la prueba
ideológica. Porque no es cierto que sea más eficiente la administración privada
de una empresa, ni menos corrupta, que la administración pública. Ni viceversa.
En estos días lo ilustra bien el escandaloso caso de la Refinería de Cartagena:
tan mal manejaron la empresa sus dueños estatales de Ecopetrol como sus socios
y contratistas privados de las multinacionales Glencore y CB&I.
Ineficientemente: lo demuestran las cifras de los sobrecostos, desde los
andamios hasta los intereses de la deuda. Ecopetrol es una empresa pública muy
mal manejada por sus gerentes nombrados y pagados por los gobiernos, por sus juntas
directivas que no sabían que Reficar existía, por sus ministros de Minas y de
Hacienda que tras enterarse por la prensa de cómo se habían evaporado 8.000
millones de dólares a sus espaldas ahora van a ahorrar viajando en clase
turista. Pero no son mejores las petroleras privadas. Piensen en Pacific
Rubiales, que gastó fortunas en publicidad antes de tener que cambiarse
subrepticiamente de nombre (por el de PE&P), como hay delincuentes que se
cambian de cara en un quirófano para no ser reconocidos. O miren un titular de
El Espectador de hoy jueves, cuando escribo: “Los líos de Santa María
Petroleum”. No hay duda de que para salir de ellos demandará al Estado
colombiano. Y tampoco hay duda de que el Estado colombiano perderá el pleito.
¿Acaso han visto ustedes que haya ganado alguno?
Me dirán que
ese es otro tema: el de la corrupción de la justicia. Sí, pero es el mismo
tema: el de la privatización de la justicia. Está privatizada ya, en la
práctica, de manera informal: cada juez de circuito o cada magistrado de las
altas cortes maneja su propio chuzo como los vendedores ambulantes administran
su pedazo de esquina. Pero su estructura real (por detrás de la institucional)
es cada vez más cartelizada y mafiosa: pronto estará privatizada no solo de
hecho, sino también de derecho, por el atajo de la politización. Por eso se ha
convertido en una justicia que solo les sirve a sus dueños, que la venden o la
alquilan, y a quienes tienen con qué comprarla o alquilarla. Y es por eso que
todos los procesos se cierran con una preclusión. Si se llega a la cárcel,
también la cárcel está privatizada por los guardianes del Inpec, que son sus
verdaderos dueños: los que venden el derecho a tener un celular o un colchón, a
introducir una pistola o una puta. Privatización, también en esto, informal: no
existen en Colombia todavía cárceles de administración privada, como las hay en
los Estados Unidos, pero las habrá pronto porque la proliferación desbordada
del delito garantiza el negocio del castigo: una cárcel es como un hotel que
vive de que haya muchos clientes. Con la Policía sustituida por las empresas de
seguridad sucede lo mismo, y también con el Ejército. En ese campo Colombia ha
sido pionera: mucho antes de que los Estados Unidos, en los años de Bush y
Cheney, les confiaran sus guerras a los mercenarios de las empresas privadas
Halliburton y Blackwater ya en Colombia se habían inventado los ejércitos
privados de los paramilitares (hoy reconvertidos en Bacrim: bandas criminales.
Como si no lo fueran también antes de su cambio de nombre) para cumplir las
funciones de las Fuerzas Armadas institucionales.
En esta orgía
de privatizaciones de todos los bienes o servicios públicos imaginables solo
hay dos excepciones, que se refieren (curiosamente, o reveladoramente) a dos
negocios que no se pueden considerar de verdad bienes o servicios, pero que sí
siguen siendo públicos. En un artículo de prensa los señala un político
retirado, el exministro y exalcalde Jaime Castro: las licoreras y las loterías.
A pesar de que –o más bien a causa de que– “son nidos de politiquería y de
corrupción”, y sirven de “caja negra de financiación de campañas electorales”.
Es decir: las licoreras y las loterías no se privatizan porque ya están
privatizadas: son botín personal de los políticos profesionales.
Una propuesta
revolucionaria (aunque no nueva: data de 1789): hay que desprivatizar el
Estado.
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