¡Quién manda a los
leucémicos a enfermarse en Colombia!.
Cecilia Orozco Tascón
La
explicable reacción de ira en el país por la demostración de la brutal cultura
machista, expresada en el concepto que una abogada (¡una mujer!) elaboró
culpando a Rosa Elvira Cely de su violación y asesinato, no ha aparecido frente
a la también brutal agresión que sufren los enfermos colombianos de leucemia,
condenados por una multinacional de medicamentos a morir rápido o a matar por
quiebra el famélico sistema de salud de esta nación.
Por:
Cecilia Orozco Tascón
Tanta
indignación produce el caso de Rosa Elvira como el de nuestros pacientes de
cáncer que tienen, teóricamente, el derecho de prolongar o de salvar sus vidas
aunque la farmacéutica Novartis deje de ganar unos miles de dólares al año que
no le hacen falta para nada, puesto que es la tercera en el planeta en su
negocio, con ventas netas reportadas, en 2014, de US$58.000 millones.
Extraño
que no haya cadenas en las redes sociales ni manifestaciones en las calles para
protestar por las amenazas de la multinacionacional suiza contra Colombia desde
cuando se anunció la eliminación de la exclusividad que tiene su droga conocida
como Glivec y cuyos precios exorbitantes se deben al monopolio que ejerce en el
mercado. En cambio, Novartis se ha movido: logró que sus pares en el dominio
mundial de medicamentos, el gobierno y el Congreso de Estados Unidos y hasta la
organización europea del ramo, se unieran a su causa inmoral contra este país
pobre y marginal. Le resulta muy fácil frenar la competencia a los precios de
su Glivec amenazando con sanciones diplomáticas y económicas al país. Y tal vez
lo logre: al diablo con los leucémicos. ¡Quién los manda a enfermarse aquí y no
en el primer mundo!
Este
es un resumen de la ofensiva que han recibido nuestras embajadas y las
notificaciones sobre los castigos que recibiremos: la Oficina del Representante
de Comercio de Estados Unidos (USTR por sus siglas en inglés) —agencia
presidencial encargada de recomendar y desarrollar la política comercial— y el
Comité de Finanzas del Congreso norteamericano (TPSC) declararon su “inquietud”
por el anuncio del Ministerio de Salud y pidieron cita al embajador Pinzón para
manifestarle su “preocupación mayor” por este asunto, advirtiéndole que “un
grupo significativo de congresistas relacionados con la industria farmacéutica”
podría actuar “creando un inconveniente en la aprobación de los recursos” para
el programa Paz Colombia.
El
jefe republicano del Comité de Finanzas del Senado, Everett Eissenstat, fue más
allá: intimidó a Colombia con la posibilidad de aplicarle un “tratamiento
especial” como nación violadora de los derechos de propiedad intelectual, y con
“interferir” intereses de nuestro país en Estados Unidos; la Asociación
norteamericana de Manufactura de Farmacéuticos hizo saber por escrito que “no
existe una situación de emergencia pública” que justifique ponerle competencia
a Novartis; la Federación Europea de Asociaciones Farmacéuticas (EFPIA), con un
tono más moderado, pero, en todo caso, exhibiendo su poderío, afirma que “no es
claro” para Europa cuáles son las razones que justifiquen enfrentar un
medicamento genérico al costoso Glivec. Novartis se las trae, no solo conquistando
la política internacional. También lo hace con la nacional: consiguió, en 2012,
que el Consejo de Estado fallara a su favor y contra una decisión de la
Superintendencia de Industria que le había negado la patente monopolística para
Glivec. La consecuencia de tal decisión judicial es la que estamos viviendo
hoy: una tableta de 400 mgs., dosis día, cuesta $129.000; el tratamiento
mensual asciende a $4 millones; y el anual a $46 millones. Antes del funesto
fallo del Consejo de Estado, esos precios se redujeron a la mitad. Y si hubiera
medicamentos genéricos hoy, estos costarían, en su orden, $23.000 día, $708.000
mensual y $8 millones anualmente. Esto es lo que la gente llama, con razón, el
capitalismo salvaje.
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