lunes, 28 de octubre de 2019

El feminismo que se mira en el espejo del conservadurismo

El feminismo que se mira en el espejo del conservadurismo

Nuria Alabao 

26/10/2019
Hoy el feminismo prohibicionista de la prostitución conecta con el ambiente reaccionario en auge. ¿Puede ser la afirmación identitaria un rasgo de la política emancipatoria?
La Universidad de A Coruña censuró el mes pasado unas jornadas sobre prostitución ante la presión del abolicionismo prohibicionista, un sector con poder. El suficiente para impedir hablar a mujeres que forman parte de organizaciones de prostitutas, sindicatos, ONG y académicas. La mayoría de ellas, putas, es decir, marcadas por el estigma y sin ese poder que puede decidir quién tiene derecho o no a hablar en la universidad. A diferencia de las que han conseguido impedirles hablar, algunas altos cargos del PSOE, aunque también se han manifestado favorables a la censura diputadas de Izquierda Unida. Probablemente hubiese sido más difícil impedir hablar a intelectuales famosas antiprohibicionistas como Judith Butler o Nancy Fraser, como explica Clara Serra. Otra vez, cuestión de poder, de capital simbólico, de quién tiene derecho a construir la esfera pública y quién es excluida de ella. Aunque el debate sea esencial y no esté ni lejos de estar cerrado, ni en la sociedad ni en el movimiento feminista.
Al final las jornadas han tenido que ser realizadas en otro lugar. Este ataque a la libertad de expresión, en un ámbito especialmente delicado como es el universitario en nombre del feminismo —o el intento de prohibición del sindicato de trabajadoras sexuales OTRAS— marca una frontera: nos encontramos en una importante encrucijada donde nos jugamos nada menos que la capacidad política del propio movimiento feminista o incluso su posible desactivación.
Esto ya pasó antes
Este ciclo de movilización ha tenido mucho que ver con el #MeToo y la violencia sexual y está tratando de empujar un cambio cultural esencial, no solo en las mujeres que nos rebelamos, sino también en las instituciones, entre ellas las que juzgan. Pero la reciente eclosión feminista también ha estado relacionada con la conciencia de la desigualdad en el trabajo y con la posibilidad de articular un conjunto de opresiones —raciales o de origen, de clase— en una lucha conjunta que la haga más potente. Sin embargo, la explosión de lo que parece ya la inevitable próxima sex war puede fagocitar toda esa potencia y romper la unidad de acción del 8M, por ahora, la herramienta de organización más consistente que tiene el feminismo en España.
Las sex wars no son algo nuevo. En EE UU se produjeron fuertes discusiones en el feminismo en torno a cuestiones como la pornografía, la prostitución o la transexualidad desde finales de los 70 hasta la mitad de los 80 aproximadamente. Un hecho que sirve para explicar por qué se relacionan las sex wars con la pérdida de capacidad política del movimiento de los 70 —de la segunda ola— es la alianza que se produjo entre feministas abolicionistas como MacKinnon y Dworkin con la administración conservadora y neoliberal de Reagan para censurar la pornografía.
Mediante esta extraña alianza que consiguió aprobar algunas restricciones, se legitimaba desde un discurso feminista, a la emergente Nueva Derecha —que en muchos de sus elementos prefigura a la extrema derecha actual— y que implicaba una reacción conservadora contra las conquistas del mayo del 68.
Para las feministas antipornografía el objetivo esgrimido para apoyar la censura era el de proteger a las mujeres. Pero la acción política nunca opera en el vacío y para los conservadores con los que se aliaron, la supresión de la pornografía, a la que acusaban de fomentar el sexo no reproductivo y fuera del matrimonio– formaba parte de una agenda más amplia que trataba de revertir las recientes victorias del feminismo mediante una cruzada moral contra el aborto, los derechos LGTBI y reproductivos y las conquistas de las mujeres en el ámbito laboral. En pocos años, las ideas de la Nueva Derecha, que convergían en algunas cuestiones con las de este feminismo, se volvieron hegemónicas y llevaron a Reagan al poder. La eclosión de estas sex wars se considera como el hecho que marca el fin de la segunda ola feminista.
El impulso de liberación del 68 —que implicaba también una reivindicación del disfrute del sexo para las mujeres— quedaba enterrado así por las propuestas del feminismo cultural y su alianza con el nuevo ambiente conservador. Esta corriente del feminismo radical —conocida popularmente como antisexo— considera que la opresión de las mujeres tiene su base en el campo sexual, un área de potencial sufrimiento para las mujeres donde los hombres tratan de mantener su poder y control ejerciendo violencia sexual. Para Paloma Uría, situar el sexo como base de la opresión, además de victimizar a las mujeres, conduce a un concepto puritano de la sexualidad. Esto implicaba concebir todas las relaciones entre hombres y mujeres como lastradas por la violencia, lo que extiende un cierto pánico y miedo a la sexualidad. Aunque podría no ser así, en la práctica se confirma que este tipo de feminismo “acaba reclamando, casi como única solución, que el Estado proteja a las mujeres de la violencia masculina. No puede haber planteamiento más contrario al espíritu revolucionario que inspiró al feminismo en sus inicios”, como dice Uría.
En España, y según la misma autora, a partir esta corriente del feminismo durante algunos años también se hicieron manifestaciones contra cines X, aunque el origen de muchas militantes feministas que venían de la lucha antifranquista —y contra su censura— dio un alcance limitado a este tipo de expresiones de carácter punitivista. Sin embargo, este debate junto con el de la prostitución también fracturó al movimiento feminista español y catalán a finales de los 80, cuyas acciones habían tenido hasta entonces carácter unitario.
Identidad y feminismo reaccionario
Hoy el feminismo prohibicionista de la prostitución conecta con el ambiente reaccionario en auge. Si el 68 supuso una lucha directa contra el orden cultural jerárquico y patriarcal y la búsqueda de más libertad la tonalidad afectiva de la política hoy está marcada por la necesidad de comunidad, que ha devenido en diferentes cruzadas de afirmación identitaria o de imposición de valores; en guerras culturales ya sean protagonizadas por la izquierda o por la derecha. Pero ¿puede ser la afirmación identitaria un rasgo de la política emancipatoria?
No hay vida política sin comunidad, la pregunta es cómo se construye y sobre todo, a quién se excluye. Más que por la creación de comunidades alternativas con sus propios valores —característica de la historia del movimiento obrero no partidario— donde se daba forma a instituciones propias —ateneos, escuelas, sindicatos—, hoy las comunidades de pertenencia a menudo se definen por lo que excluyen básicamente a partir de formas expresivas y de comunicación —en redes, medios—. Esto conlleva una acción política que consiste en auténticas cruzadas morales de afirmación personal y de la propia comunidad política —como hace también la extrema derecha— basadas en la ética personal que trata de hacerse extensiva al resto por la fuerza.
Buena parte de ellas, como las relacionadas con las sex wars, acaban referenciadas en el Estado en la demanda de políticas públicas de carácter penal o prohibiciones como solución a todos los problemas sociales.
Precisamente, la cuestión de la prostitución está funcionando como una de estas identidades políticas antes que como un movimiento. Lo que hemos llamado feminismo cultural —que hoy se autodenomina feminismo radical— con su teoría de la sexualidad como espacio permanente de peligro para la mujer ha devenido un poderoso aglutinante. Para ello se define una categoría estática de mujer que se opone a otra identidad blindada que sería la masculina, como explica Uría, y a la que se define casi como enemigo. Pero si el feminismo se construye como una identidad, se cierra, pierde su capacidad de hacer alianzas: con los hombres —que también tienen mucho que ganar con la revolución feminista— pero también entre nosotras.
Esta política como identidad tiene otra consecuencia oscura: los intentos de excluir a las transexuales, algo difícil de justificar en el marco del feminismo pero que adquiere pleno sentido para las que viven la categoría política de mujer como una cuestión identitaria. Lo que primero fue una discusión aparentemente teórica está sirviendo hoy para ir en contra de los avances legislativos para las trans como es la despatologización de su identidad —que no tengan que ser consideradas enfermas para poder cambiar sus nombres o ser operadas—. Otra batalla en la que este feminismo reaccionario se alinea con la ultraderecha. Es el mismo que dice que las luchas de las disidencias sexuales —LGTBIQ— no deberían incumbir al feminismo. Todo ello como si el feminismo fuese un lugar de privilegio que hubiese que proteger de la inclusión de otras personas o luchas, cuando precisamente es la suma de más demandas y movilizaciones la que potencia al movimiento.
Exclusión y cierre son definitorios de las políticas identitarias. según Paloma Uría, esta clausura lo convierte en reactivo, doctrinario y dogmático. (Las que fijan la ética feminista y dan carnets.) Porque, ¿qué tipo de política se pude hacer desde la identidad si está en juego lo que te define? “Es un feminismo que decide cuáles son los intereses de la mujer, establece la ética feminista, fija la sexualidad feminista normativa y, finalmente, sentencia quién o qué es feminista o no lo es”, dice Uría. Quien se sale de la doctrina es ajusticiada en la plaza pública.
Quemas en la plaza
Precisamente esta “actuación” de la identidad tiene mucho que ver con las reacciones furiosas a las que estamos asistiendo estos días contra las trabajadoras sexuales que reivindican derechos y las feministas que las apoyan. Las redes sociales son un auténtico avispero donde mujeres que se llaman así mismas feministas acaban, no solo convirtiendo en víctimas a todas las prostitutas y negando su capacidad de agencia —y sorprendentemente también su derecho a expresarse en público— sino también deshumanizándolas completamente. Esto implica los menosprecios e insultos brutales que estas activistas tienen que soportar, y no solo en redes, también los han tenido que sufrir en manifestaciones feministas como sucedió el año pasado en la manifestación del 25N en Sevilla —paradójicamente convocada contra la violencia—.
Este ambiente provoca que compañeras que se consideran abolicionistas pero no están a favor de medidas punitivistas o prohibicionistas —porque empeoran la vida de las prostitutas— confiesan en privado que no se atreven a pronunciarse públicamente por las consecuencias: los ataques, pero también por los procesos de exclusión que se pueden producir —“te dejan de invitar a charlas o de publicar” e incluso, “te retiran la palabra”—. Sí, las comunidades políticas, tienen medios de hacerte regresar al carril, o por lo menos, acallarte si no estás en la nueva ortodoxia, y todavía más si ese campo está relacionado con el poder como sucede en este caso, por la vinculación con determinados partidos de gobierno.
¿A quién es funcional esta sex war?
Respecto a los intereses del PSOE, en esta temática, José Ángel Brandariz lo explica en el marco de la restauración política que ha sucedido a la crisis y su momento de apertura, el PSOE tiene la voluntad de afirmarse como partido de Estado y de orden, “para probar que tiene condiciones para cooptar y desactivar los disensos”. La cuestión de la prostitución es perfectamente útil para dividir al movimiento feminista en un momento en el que quizás la potencia de la huelga feminista se ve poco conveniente, demasiado radical en sus contenidos. Es contra este “feminismo del 8M” —como le llama acertadamente Martínez Almeida—, el de base, el de los contenidos que posicionan demandas materiales y de justicia social, contra el que el PSOE actúa.
Precisamente, el abolicionismo es útil para apropiarse del capital político del feminismo —al tiempo que se manifiesta como herramienta perfecta de división— que pretende el arrinconamiento de las posiciones más transformadoras– y para borrar cualquier otra cuestión de la agenda. El año pasado ya se intentó actuar en las asambleas de preparación del 8M y este año está claro que hay intenciones de volverlo a intentar. ¿Acaso no sería útil para un partido de gobierno el finiquitar la manifestación unitaria y así, despotenciar esa jornada de lucha con dos convocatorias distintas?
Más allá de los partidos, para el movimiento feminista en su conjunto, el feminismo identitario puede suponer el canto del cisne: por su división, su deriva autoritaria —que invita poco a la suma y la alegría de intentar cambiar las cosas juntas y que expulsa a las que no están dispuestas a guerras sin cuartel— y su encapsulamiento temático en un debate sin solución ni posibilidad de acuerdo —al menos si no se plantea en otros términos—.
Las formas reaccionarias de anulación de las discusiones impiden los matices en un tema que es realmente muy complejo, por ejemplo, hacen que nos perdamos los diferencias en las demandas de las trabajadoras sexuales —no todas proponen lo mismo—. Otra consecuencia fatal de la anulación del debate es la imposibilidad de acordar una agenda para confrontar la trata de personas con fines de explotación sexual, en un momento en que la fuerza del movimiento podría dirigirse hacia esa urgente cuestión.
La lección del feminismo estadounidense nos enseña que si quiere prolongar la potencia del movimiento feminista y su capacidad de seguir ejerciendo de primera línea de batalla contra la extrema derecha hay que apostar por un feminismo —y una izquierda— radicalmente democráticos. En las formas entre nosotras, pero también en la defensa de la libertad de expresión y el resto de derechos individuales.
Un feminismo que no apoye leyes o acciones destinadas a cercenarlos en un momento de emergencia de las fuerzas reaccionarias, porque siempre van a acabar volviéndose contra las de abajo. Como también nos enseña la historia, es necesario preservar la autonomía e imaginación política del movimiento para no diluir su fuerza únicamente en demandas al Estado. No todo lo puede arreglar el sistema penal, hay que apostar por seguir construyendo en lo social. Aquellas medidas destinadas a penalizar la prostitución callejera o a impedirla —contenidas en el programa del PSOE— entran de lleno en este marco punitivista que siempre es funcional a la exclusión de las sin poder. Reforzar el sistema penal en nombre del feminismo además, fortalece el marco securitario de la ultraderecha —muchos ultras europeos, incluido Vox piden aumento de penas por agresiones sexuales en nombre “de las mujeres” y apoyarían fervientemente el prohibicionismo de la prostitución—.
Por último, como dice Silvia Federici, “el movimiento feminista debe comprender que no se puede cambiar el mundo solo cambiando nuestras identidades, que se deben cambiar las condiciones materiales de nuestra vida”.
 
Es periodista y doctora en Antropología Social y Cultural. Forma parte de la Fundación de los Comunes. Editora de la sección de Feminismos de Ctxt. Ha participado en obras colectivas como Un feminismo del 99% (Lengua de Trapo, 2018), Cómo puede cambiar el mundo el feminismo (Lengua de Trapo, 2019) o Los Cuidados (Libros en Acción, 2019) entre otras.
Fuente:
https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/nuria-alabao-feminismo-espejo-conservadurismo

El mito del desarrollo sustentable

El mito del desarrollo sustentable

Alejandro Nadal 

24/10/2019
En 1987 se publicó el informe de la Comisión Mundial sobre Desarrollo y Medio Ambiente. El documento, intitulado Nuestro futuro común, consagró la definición del desarrollo sustentable como “la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Desde entonces, el desarrollo sustentable se ha convertido en la referencia más importante de la agenda internacional sobre política económica, social y ambiental.
El desarrollo sustentable (DS) es la pieza central de tratados internacionales, como la Convención de Diversidad Biológica y la Convención Marco sobre Cambio Climático. En 2015 se adoptaron los Objetivos del Desarrollo Sustentable por todos los miembros de Naciones Unidas. Se trata de un llamado para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar que toda la población goce de paz y prosperidad para el año 2030.
No cabe duda que el DS tiene gran potencial de movilización de recursos. Pero también es cierto que cuando las palabras “desarrollo sustentable” se usan libremente y sin referencia alguna a un contexto económico específico, corren el peligro de convertirse en una especie de fórmula mágica cuya invocación hace desaparecer cualquier problema. En lugar de una referencia de política económica se convierten en un cosmético que permite disfrazar todo tipo de abusos.
Lo anterior se explica porque el DS no puede ocurrir en un vacío socioeconómico. En el contexto actual, dicho objetivo se tendría que alcanzar en el marco de economías capitalistas o economías de producción monetaria. Pero aquí es donde se complican las cosas: es necesario tomar en cuenta la naturaleza y dinámica de estas economías. En particular, hay que considerar que las economías capitalistas son capaces de mantener niveles socialmente inaceptables de desempleo durante largos periodos. Esto ya debería ser una razón para pensar con más cuidado los alcances del DS.
Hay varias características fundamentales de las economías capitalistas que deben ser consideradas en cualquier análisis del desarrollo sustentable. La primera es que el crecimiento no es una manía o resultado de una moda, como muchos seguidores de la economía ecológica piensan. La acumulación de capital es la esencia de estas economías, y eso significa crecimiento. Y no cualquier crecimiento: entre más rápido sea el proceso de acumulación, mejores resultados para la voracidad del capital.
Por cierto, el hecho de que las tasas de crecimiento en las principales economías del mundo sean cada vez menores desde hace cuatro décadas no parece llamar mucho la atención en discusiones sobre sustentabilidad. Si tan malo es el crecimiento, ¿cómo explicar que el deterioro ambiental ha seguido empeorando a lo largo de todo este periodo?
La segunda característica de las economías capitalistas es su inestabilidad. Entre otras cosas, esto se debe a que la inversión, el componente clave de la demanda agregada, es intrínsecamente inestable. Y el rol dominante del sector financiero, así como la actividad profundamente procíclica del sector bancario, agrava esta tendencia. La última crisis de 2008 (y el hecho de que la recuperación hoy esté en peligro) muestra que este rasgo del capitalismo está en conflicto directo con los ideales del DS.
Una tercera característica concierne el conflicto distribucional que yace en el seno de las economías capitalistas. Quizás la mejor expresión de esto está en el estancamiento salarial que afectó a casi todas las economías capitalistas del planeta desde 1970. Y, por supuesto, todo esto está íntimamente relacionado con la creciente desigualdad, la deficiencia crónica en la demanda agregada y los altísimos niveles de endeudamiento de los hogares. De no tomarse en cuenta estas características, la idea de DS se convierte en un par de palabras huecas.
Hay un problema adicional. Se trata de la cárcel mental que mantiene prisionera a la política económica. El mejor ejemplo es el de la política fiscal, que ha estado maniatada por la superchería de la disciplina fiscal. El dogma de que cualquier déficit fiscal debe ser condenado es una de las más claras manifestaciones de esta prisión. Uno de los recursos más socorridos para apuntalar esta falacia consiste en hacer una comparación espuria y concluir que, al igual que cualquier hogar, un gobierno no puede vivir por encima de sus recursos. Incluso, muchos gobiernos que se califican de izquierda se encuentran en esta prisión de la disciplina fiscal. Y como esta mentira coexiste con la idea de que no se puede hacer una reforma fiscal, pues entonces hay que recortar el gasto en salud, educación y medio ambiente, es decir, todo lo que se necesita para el famoso “desarrollo sustentable”.
Parecería que el mito difícilmente será realidad un día. Y la lección es inmediata. O rescatamos el planeta, o rescatamos el capitalismo. Cada día parece más claro que no vamos a poder hacer las dos cosas al mismo tiempo.
 
Economista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
https://www.jornada.com.mx/2019/10/23/opinion/023a1eco

Cuba: Dolarización parcial, oportunidad para descentralizar

Cuba: Dolarización parcial, oportunidad para descentralizar

Oscar Fernández Estrada 

26/10/2019
Si una moneda doméstica no garantiza equivalencia universal para el intercambio de mercancías, si genera distorsiones al contabilizar la actividad económica, o si no se confía en ella como medio de atesoramiento, no está cumpliendo sus funciones como dinero. En nuestro caso, si una segunda moneda —habilitada precisamente para cumplir esa misión— tampoco las puede garantizar ya, entonces el problema es dos veces grave. De forma espontánea se extenderá el empleo de otra moneda, generalmente foránea, que reporte la debida seguridad. Habrá iniciado así un proceso de dolarización, al menos parcial.
Este puede operar de forma implícita —como ocurría hasta ahora en Cuba— si está recluida a los anales de la Segunda Economía. O el gobierno puede explicitarla —como acaba de notificarse— al asumirla deliberadamente como instrumento de su política económica.
EL pasado 15 de octubre el Consejo de Ministros anunció la puesta en marcha de un mecanismo de comercio que permitirá a personas naturales adquirir ciertos bienes y realizar importaciones directamente en USD. El gobierno ha movido una ficha compleja, tal vez hasta osada. Debido a su amplia estela de implicaciones, el acontecimiento requiere ser abordado por diversos especialistas y enfoques. Una de las esferas donde puede impactar eventualmente es en la transformación del paradigma de la planificación.
Las ataduras del Certificado de Liquidez 
Desde el punto de vista monetario, Cuba se encuentra en uno de los peores esquemas posibles: dualidad monetario-cambiaria, ambas monedas emitidas por la autoridad doméstica sin que ninguna de ellas garantice convertibilidad a divisas internacionales, a las tasas de cambio vigentes. Los flujos monetarios del país y los internacionales son mundos desconectados, con lo cual cada una de las operaciones de comercio exterior ha requerido una mediación permanente, autorizando o restringiendo, destinada a ser discrecional y por lo tanto inoportuna o errática. Los impactos sobre el sector productivo son descomunales.
Con todas las causas que puedan señalarse detrás de la ineficiencia de la mayoría de las empresas estatales cubanas, y mientras se sobrevive como se puede a una brutal persecución que encarece y complejiza los esfuerzos de gestión externa de la economía, se puede afirmar que no ha habido en los últimos 10 años un obstáculo mayor a ese mínimo y urgente despliegue productivo que el mecanismo de asignación de divisas basado en los conocidos “Certificados de Liquidez” (CL).
La desdolarización de la economía acometida en 2004 no se propuso la unificación monetaria como era preciso. La crisis de liquidez en 2008 debió ser administrada entonces a través de CL para evitar una devaluación de la tasa de cambio del CUC respecto al USD, y las empresas que demandaran divisas para girar pagos al exterior debían solicitar la emisión de este certificado que permitía la conversión de cierta cantidad de CUC en divisas internacionales.
Este mecanismo, probablemente efectivo en la acomodación de aquella coyuntura, se postergó mucho más tiempo del aconsejable. Desde entonces, cualquier esfuerzo por incrementar la producción en estas organizaciones, satisfacer la demanda y evitar desabastecimiento, escasez —y por tanto acaparamiento— se estrellaron una y otra vez en las restricciones de este mecanismo administrativo de asignación de divisas.
Como resultado, las recurrentes desapariciones o la inexistencia total de productos demandados, sumado a las extemporáneas políticas de precios recaudatorios que han persistido en muchos de los bienes ofertados, crearon las condiciones ideales para que en la Segunda Economía se cubriera la brecha: los importadores privados. Además, una parte muy significativa de los 2-3 mil millones de USD que se reciben anualmente por concepto de remesas arriba al país en efectivo y se intercambia en circuitos informales como medio de pago, importación de mercancías y remisión de utilidades, entre otros.
El breve espacio en que no está
Al cabo de 11 años, finalmente, vemos nacer una alternativa. Este segmento de comercio creado por el Estado para operar directamente en Moneda Libremente Convertible (MLC) puede significar el surgimiento de una parcela de asignación de divisas descentralizada-desburocratizada y de completamiento automático de los ciclos empresariales. Esto apunta a un cambio trascendental en el paradigma de planificación, aunque por ahora solo incluya a unas pocas empresas de comercio.
Sería superficial interpretar esta medida solamente como un movimiento para intentar capturar una mayor cantidad de los “dólares de la calle”, aunque nadie puede discutir que en la circunstancia actual estos dólares pueden marcar la diferencia. El solo hecho de intentar que un pequeño espacio de oferta logre operar de forma sostenida e independiente al mecanismo totalizador del CL ya constituye un cambio de paradigma.
Arranca sin involucrar al sistema productivo, con una oferta puramente importada, con un puñado de productos estandarizados y de diversidad mínima, lo que facilita la implementación de lo que pretende ser un mercado sin restricciones de financiamiento —y por tanto sin acaparadores—, jalonado por la demanda, con un poderoso potencial demostrativo. Cada nuevo rubro que se agregue a este mecanismo, mejorando, o al menos sin afectar los precios a los consumidores, sería una nueva conquista arrebatada al cabestro imperante en la asignación administrativa central de divisas.
La ruta crítica aparece dibujada: sustraerle paulatinamente al mecanismo central aquellas responsabilidades de menor envergadura que no son estratégicas ni socialmente sensibles y generar espacios de autorregulación económica basados en la demanda. El despliegue de un esquema de dolarización parcial viabiliza un giro hacia una planificación en términos más financieros y menos físicos, que pudiera ser utilizado como rampa de relanzamiento de la industria nacional.
Sin embargo, no sería el dinero recaudado de esta pequeña nueva parcela de comercio el que va a financiar la recapitalización de la industria. Si cumple la misión de agregar oferta sin sustraer divisas al sistema central ya consigue un objetivo digno; pero lo que puede relanzar la industria nacional (estatal y privada) es su inserción en este esquema a competir con las importaciones.
Se generan grandes oportunidades con este mecanismo si se le concibe como una plataforma. En principio debería ser relativamente fácil para las empresas estatales porque no corren riesgos adicionales. Pero luego el nivel central debe forzar este peldaño y reducir las asignaciones centrales de divisas para obligarlas a sudar su café bajo el mecanismo descentralizado. Hay un mercado doméstico de tamaño no despreciable que, con un adecuado diseño de incentivos, pudiera estimular la producción nacional de muchos renglones. La empresa estatal cubana aguarda por su reforma descentralizadora; este debe ser el próximo paso.
Si el sector estatal va a seguir desempeñando un rol determinante en la economía, ahí, en su reforma, es donde el juego se decide. No se puede construir país si no se intenta rescatar el sector estatal. Ciertamente esto último no se puede hacer si no hay un fomento en paralelo del sector privado que pueda absorber el personal necesariamente sobrante del estatal y permita el salto de productividad en ambos sectores.
A la vuelta de un tiempo, la masa de empresas involucradas estaría en mejores condiciones financieras para enfrentar la devaluación requerida por la unificación cambiaria. Y la dolarización parcial podría actuar como vía para llegar a una tasa de cambio de equilibrio. Ese sería el momento.
Por su parte, la inversión extranjera puede aparecer (si se le permite) con un interés renovado en un contexto de dolarización para sus producciones.
En resumen, el Estado no debe restringir jamás la cantidad de bienes que se vendan por esta vía recién creada. Destiérrese, por favor, el afán de combatir acaparadores con medidas de control. Eso es batalla perdida, es desgaste fatuo. Implántese de una vez la idea de que este juego se gana solamente con oferta y más oferta. Inviértanse todos los esfuerzos en aligerar los mecanismos que inhiben incrementos productivos desde el sector estatal o privado, y los obstáculos al reaprovisionamiento oportuno es uno de los más importantes. La economía cubana necesita hoy que se vendan bienes, que roten a gran velocidad y se repitan los ciclos una y otra vez. Articular una oferta legal y segura, que vaya acortando las brechas con la demanda, debe ser un objetivo para la salud de nuestra sociedad.
 
Economista cubano.
Fuente:
https://progresosemanal.us/20191024/dolarizacion-parcial-oportunidad-para-descentralizar/

martes, 15 de octubre de 2019

Uribe ya ganó

Uribe ya ganó

"Él no conoce la autocrítica, mucho menos la derrota. Sabe que pase lo que pase ya se alzó con una victoria, vergonzosa por cierto y que nos define como sociedad"
Por: Andrés Angulo Linares octubre 10, 2019
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2Orillas.
Uribe ya ganó
Foto: Facebook @CeDemocratico
La citación a indagatoria del 8 de octubre pasará a la historia del país como el día en el que Álvaro Uribe fue citado por la justicia a responder por las acusaciones que pesan en su contra por los delitos —supuestos, deben decir los medios— de fraude procesal y soborno.
Una fecha con una carga simbólica enorme para la historia de un país que no ha parado de sangrar un solo día, pero que también debe soportar sobre sí misma el peso de la ignominia que significa entender que no pasará de ser una acción judicial en la que el expresidente, sí o sí, saldrá airoso.
Aunque recibiera una improbable condena en caso de que su culpabilidad fuese probada por la Corte Suprema de Justicia, para sus abnegados, radicales y violentos fieles, será recordado como un mártir que entregó todo por defender la patria.
Uribe no conoce la autocrítica, mucho menos la derrota. Sabe que pase lo que pase ya se alzó con una victoria, vergonzosa por cierto y que nos define como sociedad. Él ya garantizó que su nombre fuese un símbolo de amor y sacrificio por la patria.
Uribe ganó, no lo hizo el pasado miércoles. Su victoria ha sido constante y progresiva. Con el paso del tiempo se ha fortalecido y ha logrado reconstruirse y redefinirse en las circunstancias más adversas. La conquista empezó a dibujarse mucho antes de su llegada al poder en 2002. Lo hizo cuando su nombre empezó a mencionarse como la opción definitiva de un país más seguro, libre del monstruo de la guerrilla, construida sobre valores cristianos y de obediencia absoluta, sumisa y cómplice de las instituciones.
Uribe no ha dado pasos de derrota, al menos no definitivos. La abnegación de sus seguidores no conoce de argumentos, evidencias y mucho menos de fallos judiciales. Un ganador, que pase lo que pase con su futuro político, sabe que su legado ya logró regarse como cáncer en nuestra sociedad. El daño está hecho, con doloroso pesimismo, también se ha hecho incurable.
La victoria de Uribe empezó a tomar forma cuando su discurso logró penetrar la sensibilidad de una cantidad representativa de colombianos que vieron en él una figura protectora, capaz de actuar sin piedad ante ello que, con esmero, les fue enseñado como enemigo de la bandera.
Uribe empezó a ganar cuando logró reemplazar la evidencia con demagogia, cuando el imaginario de seguridad que construyó hizo de los viajes por carretera –estos también imaginarios– de sus seguidores, muchos más seguros. Cada pulgar levantado por un soldado fue abono para su victoria. La patria se redefinió, entonces, bajo los preceptos de este padre vengador.
Uribe no se fue por las ramas, llegó directo al corazón de cada colombiano que vio en él un mesías cruel, pero justo; noble, pero frentero; vengador, pero sensible.
Uribe vistió a la venganza, de justicia; a los periodistas faranduleros y amañados, de amigos suyos; a Santos, de traidor; a Andrés Felipe Arias, de víctima; a las pruebas en su contra, de persecución; a sus opositores, de terroristas; a la corrupción, de democracia y a 2.248 jóvenes campesinos, de guerrilleros.
Uribe ganó cuando fue elegido por primera vez presidente, también cuando logró una reforma que le permitió reelegirse por cuatro años más. Su paso hacia la victoria se mostró imparable cuando a Juan Manuel Santos I le fue impuesta la cinta presidencial, gracias a que fue presentado como el sucesor al trono. Pareció detenerse la conquista del uribismo cuando Santos reconoció que en el país existía un conflicto armado, que la solución no estaba detrás de un cañón, sino en la búsqueda de un acuerdo que nos permitiera pensar en nuevos escenarios de discusión, en los cuales la violencia fuera reemplazada por el debate político.
Pero Uribe demostró estar más fuerte que nunca cuando logró imponer un imaginario como el nuevo “coco” del país: el castrochavismo, allí comprobó que no requería de una gran trama para seducir a sus seguidores, todo lo contrario, comprendió lo que su audiencia quería oír: venganza, venganza por aquí, venganza por allá.
El 2 de octubre de 2016 nos dio, a quienes nos oponemos a su proyecto de país, un golpe certero cuando el no superó a la intención de darle legitimidad a la firma de lo acordado en La Habana. De esa herida el país aún no se recupera, porque el hecho de no ser reconocida su victoria, significó darle más fuerza al sector uribista, que en ese momento encontró alicientes para alegar una supuesta persecución política.
El mal llamado Gran Colombiano encontró terreno fértil para sembrar la semilla del odio, y su plan de hacer trizas los acuerdos se concretó con la victoria de Iván Duque, músico y futbolista frustrado con un talento innato para argumentar estupideces y generar burlas a nivel internacional, un simpático personaje que demostró que cualquiera puede ser presidente, siempre y cuando, cuente con la bendición de ese ser mitificado de mano dura y corazón firme.
Uribe es el patrón, sus funcionarios los peones y sus seguidores el resto del potrero que, mientras mastican conformes el pasto de su discurso, posan indiferentes ante la evidencia. No nos equivoquemos, el problema de ellos no es la falta de memoria, es la falta de vergüenza, son la ingenuidad vestida de cinismo, con la cual defienden a su protector a capa y machete sí es preciso.
Si Colombia, un país creyente, tuviera que elegir entre Jesucristo y Álvaro Uribe, veríamos el fin del cristianismo y la conquista de una nueva religión: el uribismo.
Aceptar la derrota no significa rendirse, no se traduce en resignación, ni mucho menos en obediencia. Asumirla, por lo contrario, nos permitirá trabajar con mucha más fuerza en un nuevo proyecto político que, en el largo plazo cosechará los primeros frutos para las futuras generaciones.
Si el uribismo entrena a sus seguidores, nosotros deberemos educar; si el ataque es la censura, nuestra respuesta será la de buscar nuevos espacios de comunicación; si ellos no conocen otra forma de hacer política que la calumnia, la mentira y la corrupción, tendremos que mantenernos firmes en nuestras convicciones con altura y ética, evitando caer en los mismos trucos; si ellos solo conocen la agresión en contra de quienes piensan diferente, nosotros acudiremos al debate como mecanismo de paz; si su principal arma es la ingenuidad de sus seguidores, la nuestra será la desconfianza, ante cualquiera que se defina a sí mismo como salvador.

Derechas, izquierdas, renta básica y subsidios para pobres

Derechas, izquierdas, renta básica y subsidios para pobres

Daniel Raventós 

11/10/2019
La confusión sobre lo que se entiende por renta básica sigue sin remitir, quizás incluso aumenta últimamente. Expresiones como “rentas básicas”, “renta básica condicionadas a…” y similares pueden encontrarse en artículos, libros, documentos académicos y periodísticos muy recientes. No creo que sea confusionismo intencionado, aunque en algún caso más o menos aislado pueda ser así, sino que se trata de poco cuidado analítico o de simple desidia. Así que en este breve escrito desgraciadamente no será redundante apuntar que cuando me refiera a la renta básica será única y exclusivamente con esta definición: asignación pública monetaria incondicional a toda la población.
Como tantas veces se ha escrito, y sin duda será necesario repetir, la característica distintiva de la renta básica respecto a los subsidios de muchos tipos que conocemos en el reino de España o en distintos lugares del mundo es la condicionalidad. La renta básica es incondicional, los demás son condicionales. Son condicionales los subsidios de desempleo, las rentas mínimas de inserción, las rentas garantizadas, las propuestas programáticas de los partidos parlamentarios (PP, Ciudadanos, PSOE, UP, ERC, PNV…), las asignaciones por determinadas características físicas o psíquicas… La renta básica no. Una vez más quizás la comparación con el derecho al sufragio universal pueda ser útil: el sufragio universal, allá donde es legal, no necesita condiciones adicionales a las de ciudadanía y, a lo sumo, a las de determinada edad.
Hechas estas aclaraciones que deberían ser innecesarias —algún día lo serán, esperemos—, lo que pretendo es explicar algunas de las grandes diferencias entre la “defensa” de la renta básica que hacen algunos autores de derechas y las que hacen algunos autores y autoras de izquierdas. Y también apuntar algunas diferencias de los subsidios condicionados y la renta básica. Pero no a las diferencias técnicas que hacen referencia a la trampa de la pobreza, los costes administrativos, la redistribución de la renta… sino a algunas diferencias de concepción normativa. No será necesario añadir, por evidente, que me sitúo en una posición partidaria de la libertad republicana, no en la concepción, il va de soi, liberal.
Obligadamente de forma esquemática las diferencias más importantes entre las propuestas de renta básica de derechas e izquierdas son:
* En cómo se financia la renta básica. O adicionalmente, quién gana y quién pierde. Qué parte de la población sale beneficiada con una renta básica y qué parte no. Para la izquierda, la financiación de la renta básica significa una reforma fiscal que suponga una redistribución de la renta de las decilas más altas al resto de la población. La derecha pretende otros objetivos, no precisamente una redistribución de la renta de los más ricos al resto.
* En las medidas de política económica que adicionalmente se proponen junto a la renta básica. La izquierda asume la defensa de la sanidad y la educación públicas, y en general, del Estado de bienestar. La derecha no. Los defensores de derechas pretenden desmantelar el Estado de bienestar (o lo que queda en algunos lugares del mismo) “a cambio” de la renta básica —sería el caso por ejemplo de Charles Murray, el economista que defiende la renta básica en las páginas del Wall Street Journal: el título de uno de sus últimos libros, de 2016, es suficientemente explícito In Our Hands: A Plan to Replace Welfare State.—, persiguiendo sus clásicos objetivos de “adelgazamiento” del Estado —excepto la policía, el ejército y los tribunales de justicia, significativamente— y de reducción de la presión fiscal a los ricos. La izquierda (al menos la republicana) no concibe la libertad de forma independiente de las condiciones materiales de existencia.
* El aumento del poder de negociación de los trabajadores y de las mujeres que supondría la renta básica, según defiende la izquierda, no es admitido como bueno o deseable por la derecha. Adicionalmente, la derecha prefiere cantidades pequeñas de renta básica por debajo del umbral de la pobreza para “incentivar” el trabajo remunerado. Sobre el cada vez más desarrollado porcentaje de “trabajos de mierda” la derecha es insensible a la cuestión puesto que justifica que siempre se han tenido que desarrollar trabajos desagradables y poco interesantes para hacer posible el crecimiento.
* En la neutralidad del Estado. Para la derecha la neutralidad significa que el Estado no intervenga en las negociaciones y disputas de los distintos agentes y sectores sociales. Para la izquierda (al menos la partidaria de la libertad republicana) significa que debe intervenir activamente para impedir que los grandes poderes privados, como las multinacionales gigantes, impongan su voluntad privada a los Estados, con el ataque a la libertad de la mayoría no rica que eso supone. Con una defensa de una renta máxima, por ejemplo. Un Estado republicano debe intervenir activamente para que la neutralidad sea un hecho, y no una superficial consigna de “equidistancia entre los distintos proyectos de buena vida”. Republicanamente, esto último se presupone, pero, cuando grandes poderes privados disponen de la capacidad de imponer a la ciudadanía su concepción privada del bien como bien público, cuando la constitución oligopólica de los mercados permite el secuestro del Estado por parte de los inmensos imperios privados, la neutralidad significa intervención activa, no tolerancia pasiva y que gane el más fuerte.
Y paso sin transición al segundo aspecto que quería apuntar: algunas de las diferencias de concepción normativa entre los subsidios condicionados y la renta básica.
La diferencia fundamental entre la renta básica y los subsidios se expresa en términos de libertad. La lógica de los subsidios condicionados no es otra que la ayuda ex-post a quienes han fracasado, a quienes han caído y pueden demostrarlo ante la burocracia estatal. Sea porque se han quedado en el paro; sea porque, pese a trabajar remuneradamente, no alcanzan el umbral de la pobreza —en el reino de España, esta es la realidad creciente en los últimos años del 15% de los trabajadores asalariados—; sea por otros motivos que los hace “disfuncionales” en los actuales mercados de trabajo, estas personas  son “merecedoras” de tutela ex-post. Y qué duda cabe que un mundo con tutela ex-post es más deseable que un mundo sin mecanismo de protección alguno. Pero la mera asistencia ex-post tiene alguna relación con la libertad. Cuando operamos ex-post, se nos obliga a acatar el statu quo, a tomar los mercados tal como están configurados normativamente (todo mercado lo está), empezando por los laborales, como un hecho consumado, y, en caso de que nuestra ineluctable interacción con dicho statu quo nos deje mal parados, se nos ofrece una tabla de salvación. Pero en ningún momento de este recorrido hemos podido actuar libremente: en todo momento nos hemos visto obligados a hacerlo como sumisos suplicantes. En cambio, con la renta básica abrazamos la lógica incondicional de las medidas que entran en vigor ex-ante, como derechos de ciudadanía. Y garantizar la existencia material de entrada, “desde el principio”, equivale a dotar de voz y voto a todas las personas “desde el principio”, y dotarles de unas condiciones de existencia material que posibilite negociar los términos de la interacción social de un modo más libre. Se ha defendido muchas veces: la incondicionalidad significa poder de negociación, y poder de negociación supone mayores niveles de libertad efectiva para el conjunto de la población.
Los subsidios condicionados no tienes estas características: se han mostrado muy limitados como medidas paliativas de la pobreza y de la exclusión y, todavía más, como mecanismos para el fomento de la libertad efectiva de individuos y grupos. Y estas son también las consideraciones que conducen a llamar la atención ante el candor de algunos partidarios de la renta básica que suponen que cualquier tipo de gradualismo forma parte del camino que nos conduce firmemente a la adopción de la renta básica. Permítaseme ser claro: una prestación focalizada de condicionalidad algo más relajada no supone, por definición, el acceso “por la puerta trasera” a una renta básica plena que, supuestamente, debería llegar no se sabe muy bien cuándo. En efecto, una prestación focalizada de condicionalidad algo más relajada puede convertirse en un verdadero punto de llegada o fin de trayecto si no forma parte de un proceso de transformación de la lógica con la que se conciben las políticas de prestación de rentas.
Quizás dentro de pocos años la renta básica será algo tan “natural” como hoy nos lo parece las vacaciones pagadas, el derecho a la sindicación, el sufragio universal, la prohibición del trabajo infantil… Quizás. También, si se sigue la tendencia de los últimos años, podemos desembocar en una sociedad en donde impere el trabajo semiesclavo, unas condiciones sociales cada vez peores para la mayoría de la población no rica, el imperio de las multinacionales y sumisión de los gobiernos a sus dictados. Veremos.
 
es editor de Sin Permiso (www.sinpermiso.info), presidente de la Red Renta Básica (www.redrentabasica.org) y profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es miembro del comité científico de ATTAC. Sus últimos libros son, en colaboración con Jordi Arcarons y Lluís Torrens, Renta Básica Incondicional. Una propuesta de financiación racional y justa (Serbal, 2017) y, en colaboración con Julie Wark, Against Charit (Counterpunch, 2018) traducido al castellano (Icaria) y catalán (Arcadia).
Fuente:
http://plataforma2030.org/index.php/revista-diecisiete-1/item/derechas-izquierdas-renta-basica-y-subsidios-para-pobres?category_id=177