LOS
REVESES ELECTORALES DE LA IZQUIERDA EN AMÉRICA DEL SUR
“La
confrontación entre izquierda y derecha es un asunto que va a estar en la
agenda del continente en el próximo cuarto de siglo”
POR:
ENOIN HUMANEZ BLANQUICETT
Este
es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los
puntos de vista de los autores y no
compromete el pensamiento ni la opinión de Las2Orillas.
Los
reveses electorales de la izquierda en América del Sur
En
1993 la primera edición de un clásico de la historia política latinoamericana
del tiempo presente apareció en simultánea en español e inglés en las librerías
mexicanas y estadounidenses. En el primer párrafo de la introducción su autor
sostiene: “La guerra fría ha terminado y el bloque socialista se derrumbó. Los
Estados Unidos y el capitalismo triunfaron. Y quizás en ninguna parte ese
triunfo se antoja tan claro y contundente como en América Latina […]. Hoy los
países de esa misma región los gobiernan tecnócratas o empresarios conservadores
y fanáticos de Estados Unidos, casi todos llevados al poder –hecho insólito en
el continente- por la vía del voto. El empeño estadounidense de combatir a una
izquierda activa, influyente y amenazante culminó con éxito indiscutible: dicha
izquierda fue derrotada sin cuartel ni clemencia”. Al final del párrafo se
establece –como conclusión- un balance lapidario: “En la América Latina de la
posguerra fría la izquierda carece de peso y pertinencia”.
El
epilogo del panorama sombrío presentado en ese párrafo inicial es una pregunta
sin rodeo, que tiene por objeto justificar la pertinencia de la obra. El autor,
con el propósito de justificar su esfuerzo intelectual, se pregunta si la
izquierda latinoamericana, que está desmoralizada y en la lona, merece qué alguien
pierda tiempo ocupándose de ella y que además le dedique un libro entero. Para
colmo, el ambiente tóxico en el que se debatía la izquierda de comienzos de la
década de 1990 terminó de ser envenenado por la publicación de un libro, que
ganó rápida celebridad. El éxito de la obra se edificó sobre una fórmula
chocarrera: etiquetar desde el titulo, y sin fórmula de cortesía, a los
partidarios de las ideas progresistas como los perfectos idiotas del
continente.
Sin
embargo, a pesar del panorama desolador y del futuro incierto que Jorge
Castañeda presagiaba para la izquierda latinoamericana en “La utopía desarmada”
y de la carga de mala leche que le vertieron encima los autores de “El manual
de perfecto idiota latinoamericano”, en 1998 comenzó una era de festejos para
los partidarios de la gauche. Una seguidilla de de triunfos electorales
consecutivos dio lugar a una fiesta que ha durado decenio y medio. Durante esa
temporada de festejos hemos visto desfilar por los palacios presidenciales de
las capitales de la mayoría de los países de la región, a excepción de México,
Costa Rica, Panamá, Colombia, República Dominicana, –y digamos Perú-, porque
Ollanta Humala resultó no ser el lobo feroz que todos temían, presidentes que
se han hecho elegir bajo las banderas antiestamentistas y con un programa, que
va en contravía de los intereses de Washington en la región.
Entre
los que han presidido ese festejo hemos visto de todo. Un militar golpista,
enfundado en camisa y boina rojas, que se declaró partidario de las ideas
políticas disidentes; un obrero metalúrgico, que ganó sus galones en el mundo
sindical, enfrentando la represión de militares golpistas alérgicos a las ideas
políticas disidentes; una familia millonaria de la Patagonia, con negocios en
el sector inmobiliario, que decidió untarse de pueblo y fomentar la inclusión
social en un continente atascado en el pantano de la desigualdad; un hacendado
rural ensombrerado, que llegó al poder bajo el paragua de un partido liberal y
giró repentinamente a la izquierda; un tecnócrata en asuntos económicos,
educado en universidades (si aún resulta licita la expresión) del primer mundo;
un indio sin abolengo, que hizo sus primeras armas en la lucha agraria,
defendiendo el uso tradicional de los cultivos de coca; dos idealistas que
fundaron guerrillas para enfrentar a los gobiernos militares, fueron derrotados
y purgaron su rebeldía en la cárcel; un excomandante guerrillero que ganó el
poder por las armas, lo perdió en las urnas y lo recuperó a través de ellas; y
hasta un cura que ha leído más la Biblia que los manuales de propaganda
leninistas.
El
sobrevuelo del recorrido que le permitió a la izquierda ascender al poder de
Ciudad de Guatemala a Buenos Aires, de Brasilia a Tegucigalpa, de Quito a
Managua y de Asunción a San Salvador, así como el examen de lo que ésta ha
hecho durante su estadía en el gobierno, nos muestra que la izquierda
latinoamericana nos es la misma en todas partes. Por eso en la evaluación de su
gestión de la cosa pública, no se puede proceder a medir a todo el mundo con el mismo rasero. De
cara a esa lógica resulta equivocado el enfoque generalizador con el que
Beatriz Miranda, en un especial para El Espectador, aborda el balance de una
década y media de ejercicio del poder por parte de la izquierda en la región.
Igualmente resulta equivocado el apresuramiento con el que los analistas del
conservador diario El Colombiano aseguran que “la izquierda de América Latina
va en declive”.
Esas
posturas editoriales no consulta la realidad. El examen del momento político
actual por el que pasa el continente, basado en el devenir de la izquierda,
como lo sostiene “Andrés Molano, director del Observatorio de Política y
Estrategia en América Latina (Opeal)” tiene que tomar en cuenta que así como
hay países donde los regímenes de izquierda se han desgatado, como es el caso
de Venezuela, Brasil y Argentina, “hay otros que transitan una etapa formidable
y estable cómo Uruguay,” Bolivia, Ecuador, Chile o incluso El Salvador. En este
último país los sectores de izquierda se han consolidado –en las dos últimas
elecciones– como actores políticos indiscutibles en la escena nacional.
En
lo que concierne a la corrupción, si bien es cierto que hay casos concretos,
como el caso venezolano, donde el paso de la izquierda por el poder ha estado
“marcado por actos de corrupción y de abuso de poder”, en este campo salir a
generalizar a partir del caso más visibles no es pertinente. Generalizar a
partir de la particularidad siempre será un proceder equivocado, que equivale a
valerse de un único aparato de medición para dar cuenta de las características
matemáticas de los diferentes productos, que abarrotan la estantería de un
supermercado. En otras palabras, un metro sirve para medir la tela, pero no
sirve para pesar el queso.
En
lo concerniente al abuzo del poder, si bien es importante reconocer que ciertos
gobernantes latinoamericanos, que han llegado al gobierno bajo la bandera de la
izquierda han demostrado en el ejercicio de éste un talante atrabiliario,
también hay que reconocer que hasta hoy, por muy safio que haya podido ser
Chávez, por muy palurdo que nos resulte Maduro, por muy zamarro que nos parezca
Correa o por muy autócrata que se nos figure Evo, estos individuos son
altamente potables cuando se los compara con Rafael Lenidas Trujillo Molina,
Jorge Rafael Videla, Anastasio Somoza (padre e hijo) Augusto Pinochet o
Alfredo Stroessner.
Igualmente
sus pasadas de piña –por tomar prestada una metáfora del argot popular
barranquillero- en el ejercicio del poder no resultan distintas a las que se
permitieron Alberto Fujimori en Perú, en la década de 1990, o Álvaro Uribe
Vélez en Colombia, durante la década 2000. Sin entrar a justificarlos, cuando
se examina cuidadosamente el paso por el poder de los dirigentes de izquierda
de América Latina desde la perspectiva de los derechos humanos y de cara al
abuso de poder, éstos no han puesto en práctica con sus opositores las medidas
represivas que implementaron los gobiernos de derecha durante el siglo XX, que
llevaron a Jorge Castañeda a preguntarse ¿cómo “las fuerzas favorables al
cambio” pudieron sobrevivir a los “peores horrores”, que se cometieron durante
la aterradora campaña de represión que puso en marcha el establecimiento
latinoamericano, para contener el virus rebelde, que se propagó por la
geografía regional luego de la revolución cubana?
En
cuanto a la corrupción, no se puede ocultar que ha habido corrupción durante
los gobiernos de muchos políticos que han accedido al poder vistiendo la casaca
de la izquierda. Pero a pesar de sus indelicadezas la sensación general es que
han sido más equitativos y pulcros que sus pares de la derecha. Por eso, como
lo anota Antonio Caballero “nunca se ha visto que en Venezuela salga el
populacho a las calles a gritar «¡Ladrón o no ladrón, queremos a Carlos
Andrés!», ni en el Brasil «¡Ladrón o no ladrón, queremos a Collor de Melo!»,
como sí gritaban los argentinos «¡Ladrón o no ladrón, queremos a Perón!»”. En
el campo de la transparencia en el manejo de los recursos del Estado, para evaluar
el comportamiento de la izquierda en el uso de los recursos públicos vale aquí
traer a colación un adagio franceses, que sostiene “que los frutos no caen
lejos del árbol”. Por eso se puede considerar que en un continente, donde la
clase política se ha caracterizado históricamente por ser corrupta, autoritaria
y caudillista, la dirigencia de izquierda no está exenta de reproducir esos
vicios.
Superar
las prácticas clientelista en el ejerció de la política y la concepción
patrimonialista en la gestión del Estado, dentro de la cual se concibe a los
recursos públicos como un botín que el gobernante y sus amigos pueden manejar
como plata de bolsillo: (“el dueño de la chequera soy yo” le dijo recientemente
el presidente de Colombia a su vicepresidente, develando de ese modo el pulso
secreto que mantienen los dos por el reparto del botín público entre sus
respectivas clientelas), es un asunto que nos va a tomar todavía muchas
generaciones.
En
cuanto a la vocación autócrata de la izquierda respecto al ejercicio del poder,
ésta es concomitante con la historia de una región donde la militarización de
la política, como lo resaltan Dirk Kruijt y Kees Koonings, ha moldeado la vida
pública de casi todos sus países. Por eso no es extraño que el 45% de la
población latinoamericana manifieste estar dispuesta “a apoyar a un gobierno
autoritario si éste resuelve los problemas económicos de su país”, un 56%
manifieste “no estar satisfecho con la democracia” y un 34%, como lo destaca
Rosendo Fraga, declare su disposición a apoyar un gobierno militar. Como si
fuera poco, en el vademécum marxista existen los conceptos de dictadura del
proletariado y de partido único. En un
contexto autoritario y caudillista, como el latinoamericano, esta receta encaja
correctamente en el programa político de los sectores más radicales y
militantes de la izquierda, que todavía no descartan el recurso a las armas
para hacerse al poder o para mantenerlo.
La
derrota del chavismo en las parlamentarias venezolanas después de década y
media de hegemonía; el revés del justicialismo en las presidenciales
argentinas, en un país en el que, al decir de Antonio Caballero, “hasta el papa
es peronista”; y la pérdida por parte de la indisciplinada y dispersa izquierda
colombiana de la alcaldía de Bogotá son tres eventos, que han llevado a ciertos
analistas a decretar de “la crisis de la izquierda en América Latina”.
Uno
de ellos es Juan Francisco Alonso. Este cronista afirma en el Diario Las
Américas de Miami que “la elección del conservador Enrique Peñaloza como
alcalde de Bogotá”, […] del opositor Mauricio Macri en las presidenciales de
Argentina y ahora la de la antichavista Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en
las legislativas de Venezuela” son “tres victorias que” evidencian “que en
América Latina se está dando un viraje político”. A nuestro modo de ver, los
analistas que proceden de ese modo están tomando la parte por el todo y
confundiendo peras con manzanas, al analizar en pie de igualdad tres casos, que
ameritan ser analizados por separado.
Para
Franck Gaudichaud, la entrada en la escena gubernamental de la izquierda marcó
el inicio de un “nuevo ciclo político regional”, que ha traído consigo el
debilitamiento del “intervencionismo del “Tío Sam” y del imperialismo” en el
continente. Ese nuevo ciclo político, en opinión de Emir Sader, ha significado
el inicio de “un nuevo período histórico en América Latina”. La derrota de
peronismo en las presidenciales argentina, el traspié del chavismo en las
parlamentarias en Venezuela y la salida de la izquierda de la alcaldía
bogotana, más que ponerle fin a ese periodo, lo que marca es el inicio de un
nuevo capítulo del mismo.
En
ese plano, como lo sostiene Carlos Lozano Guillen, la confrontación entre
izquierda y derecha en América Latina, dada la crisis de los viejos partidos
tradicionales en la mayoría de los países del continente, es un asunto que va a
estar en la agenda durante el próximo cuarto de siglo, porque la ciudadanía se
ha dado cuenta paulatinamente que la “primera significa el cambio, el progreso
social y la preservación de lo ético; y la segunda, lo contrario”. Sin embargo,
la derrota encajada por la izquierda argentina, venezolana y colombiana pone
sobre la mesa otro tema importante, que no se puede soslayar: “el debate de
ideas […] sobre qué izquierda se necesita” hoy en cada uno de esos países.
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gracias! | Enero 20, 2016
Tomado
de www.Las2Orillas.com