viernes, 23 de febrero de 2018

¿EL OSCURANTISMO AL PODER? Por: Piedad Bonnett.


¿EL OSCURANTISMO AL PODER?
Por: Piedad Bonnett. 17 Feb 2018 - 9:00 PM

Sumisión, de Michel Houellebecq, es un ejercicio de imaginación que narra cómo un musulmán llega al poder en Francia e impone las creencias de su religión a la población en general, con todas las restricciones que esta trae. Un ejercicio similar podríamos hacer nosotros, pero imaginando que los cristianos o los evangélicos fueran capaces de poner a uno de sus pastores como presidente. ¿Qué pasaría? Lo increíble es que esta fantasía ya tiene visos de realidad en Costa Rica: Fabricio Alvarado, del partido evangélico Restauración Nacional, se convirtió en el favorito de los candidatos a la Presidencia con 24,8 % de los votos, y su partido pasó de tener un representante a tener 13. Sus propuestas son semejantes a las que hemos estado oyendo los colombianos en boca de algunos de los candidatos a la Presidencia: no al aborto, no a la “ideología de género”, rechazo a la comunidad LGBTI, defensa a ultranza de la familia, tratamiento punitivo de la drogadicción, etc.

Que algo así llegue a pasar en Colombia parece imposible. Y sin embargo, ¿hay algo que sea imposible después del triunfo del No a los acuerdos de paz, que se logró en buena parte por el apoyo de muchos de los seis millones o más de cristianos-protestantes que hay en Colombia? La verdad cruda es que muchos candidatos católicos encontraron en las comunidades cristianas y evangélicas la posibilidad de un enorme caudal de votos, y que, ya sea por puro oportunismo o porque pertenecen a esos credos —como Viviane Morales—, su discurso se aproxima al radical conservador de estas iglesias. Ejemplos de estas alianzas entre católicos y cristianos hay muchos: en 2013 vimos a Álvaro Uribe participar del rito de la misión de “Restauración y Avivamiento a las Naciones”, en la iglesia del pastor Pablo Portela en Pereira, a quien agradeció los votos conseguidos. Y la Misión Carismática Internacional G12, que fue aliada del Centro Democrático, ahora apoya a Germán Vargas Lleras. Marta Lucía Ramírez, Carlos Holmes Trujillo, Paloma Valencia, Iván Duque, Rafael Nieto y Alejandro Ordóñez, acompañados por el expresidente Álvaro Uribe, acudieron al foro “Coalición Despierta” que se realizó en la iglesia Ríos de Vida que lidera el pastor Miguel Arrázola en Cartagena. Y sabemos que el ultracatólico Alejandro Ordóñez tiene apoyos de los evangélicos.

Algunas de las grandes conquistas de la modernidad son el laicismo, las libertades individuales, el libre desarrollo de la personalidad, la inclusión social, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo y a una muerte digna y el respeto a la diversidad sexual. Cuando Marta Lucía Ramírez o Viviane Morales dicen que es absurdo dar niños a las parejas homosexuales, cuando Iván Duque se opone a la dosis personal de marihuana, cuando Alejandro Ordóñez tiene el descaro de decir que Claudia López y Angélica Lozano incitan a los niños a que se acuesten con sus amigos, cuando María Fernanda Cabal dice que “la sociedad civil es otro cuentazo de los mamertos”, y cuando Uribe aconseja “aplazar el gustico”, están proponiendo volver al país premoderno, que en la primera mitad del siglo XX se valió de los púlpitos para incitar el fanatismo y el odio y sembrar la violencia. Al país semifeudal, caudillista e intolerante que se resiste a desaparecer.


GESTOS QUE MATAN O SALVAN VIDAS. Por: Rodrigo Uprimny


GESTOS QUE MATAN O SALVAN VIDAS.
Por: Rodrigo Uprimny

Tomado de www.elespectador.com. 17 Feb 2018 - 9:00 PM

En sociedades divididas, hay palabras y gestos que incrementan los odios y desembocan en violencias, a veces letales y masivas. Las palabras a veces matan. Pero en esas mismas sociedades divididas, las personas, y en especial los líderes, pueden decir cosas y realizar gestos que, sin desconocer las diferencias, tiendan puentes de humanidad entre los bandos enfrentados, con lo cual reducen las enemistades y evitan violencias letales y masivas. Las palabras a veces salvan vidas.

En Colombia existen muchos casos de palabras y gestos que han provocado violencias terribles. Recordemos por ejemplo a monseñor Builes, obispo de Santa Rosa de Osos, quien desde los años 40 atizó los odios contra los liberales y los comunistas e invitó a los católicos a combatirlos “hasta la última gota de sangre”, con lo cual alimentó las terribles violencias de ese período.

Infortunadamente el caso de Builes no es único. En otros momentos y otras regiones, otros personajes han alimentado también con sus palabras y sus gestos nuestros odios y violencias. Basta tomar en cuenta las recientes declaraciones y gestos guerreros del Eln frente a un país que clama por salir de la guerra residual que persiste con este grupo. Es más, esa tradición de violencia sectaria ha sido tan larga y amplia y ha sido tan cuidadosamente documentada que a veces los colombianos creemos que es la esencia de nuestra nacionalidad. Pero no es así: al lado de esa innegable historia de enfrentamientos sectarios violentos, los colombianos hemos logrado desarrollar experiencias extraordinarias de convivencia democrática y de acercamiento entre rivales, incluso en condiciones muy difíciles.

Una de esas experiencias notables es la del municipio de Aguadas, en Caldas, que fue documentada por Paul Oquist en su tesis doctoral sobre la violencia de los 50, luego publicada como libro (Violencia, conflicto y política en Colombia). Este caso es extraordinario porque Aguadas fue una especie de isla de paz en una región de violencia muy intensa en esos años: el norte de Caldas y el sur de Antioquia. ¿Qué pudo explicar esta paz en Aguadas? La respuesta de Oquist parece tan de ficción que cuando la comenté a uno de mis hijos no me creyó y sólo la aceptó después de leer el texto de Oquist.

El misterio de Aguadas residió en que las élites locales conservadora y liberal hicieron esfuerzos consistentes en esos años por conservar un entendimiento democrático en el municipio, a pesar de la violencia bipartidista que existía en gran parte del país y en la región circundante, para lo cual, cuenta Oquist, “renovaban periódicamente su alianza mutua en reuniones ceremoniosas efectuadas en la plaza pública y ante gran concurrencia”. Las ceremonias y los gestos de esas élites de Aguadas le evitaron así a ese municipio el terror que vivieron sus vecinos.

La experiencia de paz de Aguadas es notable, pero no es única. En esa época otras regiones, como la costa Atlántica o Nariño, lograron igualmente escapar a la violencia por entendimientos semejantes de sus élites locales. Y en otros períodos hemos tenido igualmente élites locales o nacionales que han logrado gestos y palabras que han salvado vidas.

Estamos entrando a un periodo electoral turbulento y peligroso. Todos nosotros, pero especialmente los líderes políticos, tenemos una responsabilidad moral y política enorme, que no podemos eludir: tenemos que decidir si atizamos los odios, con palabras y gestos polarizantes, semejantes a los de monseñor Builes, lo cual podría desembocar en violencias terribles. O si optamos por el ejemplo pacificador de los líderes locales de Aguadas, cuyos gestos y palabras salvaron muchas vidas.

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.


ATREVERSE Por: Javier Ortiz.

ATREVERSE
Por: Javier Ortiz.
17 Feb 2018 - 9:00 PM


Un elefante puede quedarse en cautiverio toda la vida, amarrado de su pata con una frágil cadena y atado a una pequeña estaca clavada al suelo. Con su fuerza descomunal solo bastaría un leve movimiento para reventar y hacer saltar por los aires los artificios de su sujeción. Pero no. Se queda allí. Apacible y triste, el resto de su existencia. Los colombianos nos parecemos a los elefantes, y lastimosamente no por las maravillosas virtudes de su naturaleza, sino por lo anterior. Por ese miedo profundo a todo lo que encarna una opción o esperanza de cambio.

El miedo al cambio nos paraliza y nos acomoda a la mediocridad existente. Nos encadena a una rutina que nos impide ensayar la posibilidad de hacer las cosas de manera diferente. Ese temor nos hace llevar una vida como la del elefante que a diario espera ilusionado las miserias de su captor, mientras se revuelca en la calidez de su propio miasma. Vivimos amarrados a la tradición política por temor, y eso lo saben y aprovechan los habituales dirigentes de la nación.

Sin atrevimiento no hay posibilidad de cambio. Es ese el motor de la humanidad. Y de no haber sido por esto, Europa sería todavía el mundo donde gobernaran las testas coronadas, Rusia fuera todavía el escenario de los caprichos zaristas, la India sería todavía una colonia británica, los afroamericanos sólo podrían sentarse en las bancas traseras del transporte público y Nelson Mandela habría muerto picando piedra en la prisión de Robben Island.

En estos días de campañas electorales varios han expresado el temor que les causa la opción presidencial de un candidato como Gustavo Petro. Quizá habría que decirle a esta legión de timoratos que Petro está lejos de encarnar cambios tan trascendentales como los que acabo de mencionar; que su programa es apenas una forma de acercarse al Estado social de derecho consagrado en la Constitución nacional; y que si le hablan a un marxista comprometido o a un troskista sobre la supuesta radicalidad de este candidato, apenas sonreirían con compasión. No hay nada radical en Petro.

Para desvirtuarlo como alternativa política han usado insensatos temores. Seamos elefantes, pero por la memoria, no por el miedo de salir de un supuesto lugar de seguridad que no ha sido más que otro artilugio de engaño. Memoria de elefante para no olvidar a las víctimas, para saber que en esta nación no ha habido un proceso de paz que no haya acabado en exterminio, para recordar que llevamos más de 200 años de vida republicana sin hacer una reforma agraria, para que tengamos siempre presente que nuestro aberrante sistema de salud vende cada tanto a los ciudadanos un paquete de muerte y para ser conscientes de que por mucho que nos hayamos partido el lomo trabajando la incertidumbre será nuestra compañera más cierta en la vejez.

Quizá Petro no es la solución a todos los males ancestrales de la nación, pero en estos momentos representa una indiscutible oportunidad de cambio en un país que ha renunciado a la posibilidad de soñarse diferente. Seguir en el marasmo, entregando nuestros días a quienes se han perpetuado en el poder, también es parte de los márgenes de la democracia. Por una vez, al menos, podríamos atrevernos a desatarnos de la estaca clavada en el suelo.



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sábado, 3 de febrero de 2018

FANATISMO Y ODIO EN ARMENIA

FANATISMO Y ODIO EN ARMENIA

En el recorrido de Timoleón Jiménez, la gente se veía poseída por un ira visceral ¿En que clase de monstruos se han convertido muchos colombianos?

Por: Gabriel Ángel | Febrero 03, 2018

Esta es mi impresión personal sobre lo ocurrido en la tarde de ayer en Armenia. Creo que en buena medida lo sucedido es reflejo del envenenamiento que se le ha hecho al país. Por un momento recordé los resultados del plebiscito del 2 de octubre de 2016. Por increíble que pueda parecer, es como si viviéramos en un territorio en el que la violencia y el odio fueran las principales motivaciones de sus habitantes.

¿En qué clase de monstruos han llegado a convertirse un elevado número de colombianos? Sorprende que a su vez se consideren a sí mismos los representantes de la decencia, de lo más respetable y sano. Cuando sus palabras y sus actos se reducen a lanzar improperios, agredir y maltratar del modo más irracional. Si estuviera en sus manos, despedazarían al objeto de sus recriminaciones, beberían de su sangre, devorarían como hienas sus entrañas.

Uno tiene la impresión de que las horrendas masacres cometidas por el paramilitarismo años atrás, así como los crímenes que ocurren a diario por todo el territorio nacional, representan acciones dignas de celebración para ellos. Lo gritan a viva voz, lo añoran. Muy seguramente que mucho más arriba en la escala económica y social, hay quienes se regodean por haber sembrado tanta demencia que les asegura el goce tranquilo de sus fortunas mal habidas.

¿Pero quién puede hacérselo entender a esa masa fanatizada? La verdad intuyo cómo es que se ha llegado en otras tierras al extremo del fundamentalismo islámico. Sin duda que poderes semejantes, valiéndose de la religión, han conseguido convertir en despiadados asesinos a niños, jóvenes y adultos, que no reparan en decapitar a centenares de sus congéneres por considerarlos despreciables. Aquí nos encontramos al borde de eso, fue lo que vi ayer en Armenia.

Había mujeres y hombres gritando con evidente rencor, que los Acuerdos de La Habana eran una farsa, una cochinada, lo menos parecido que hubiera a la paz. Insultaban a Timo, a la guerrilla, al Presidente Santos, a la izquierda, a todos esos arrodillados que hablaban de reconciliación. Sus ojos, sus gestos, sus actitudes, todo indicaba que estaban a punto de lanzarse en masa sobre su presa. Carecían de la mínima cordura, estaban poseídos por el odio más visceral.

¿Qué quieren?, se pregunta uno. ¿Qué sigan la guerra, los muertos, los mutilados, los atentados, los bombardeos, la sangre derramada? ¿Acaso ellos han ido alguna vez al combate? ¿Acaso saben lo que se experimenta en medio del horror del fuego? Estoy seguro que no, sólo lo desean ardientemente para otros. Porque les han hecho creer que tratando a los demás como ratas, como cucarachas a las que hay que aplastar, se es más humano y se edifica una mejor sociedad.

Ayer vi con mis ojos la brutalidad del fascismo, la ceguera embravecida de gente en apariencia normal, que luego llegará a casa a cambiar el pañal a sus bebés o hacer el amor a sus mujeres. Igual a como obraban los nazis que aclamaban al führer, sin darse cuenta del abismo al que conducía a su pueblo, su país e incluso a la humanidad entera. Creo que en nuestro país deben abrir los ojos la mayoría de los ciudadanos, esos que sólo miran y dejan hacer a los otros.

No es al partido FARC al que odian los provocadores y la masa que agitan. Es al resto de la gente que no es como ellos. A su juicio no merecen existir, no debe haber lugar alguno para ellos en este mundo maravilloso que les corresponde defender. Vi mendigos, pordioseros, seres descompuestos por la sociedad, lanzando improperios contra la paz y la justicia social en Colombia, como si no fuera el orden establecido el que los condujo a su situación.

Percibí en algunos medios el afán por el sensacionalismo, publicando sin ocultar el morbo y la satisfacción íntima, que el pueblo de Armenia abucheó y apedreó la caravana de Timochenko. Tampoco fueron así las cosas, muchos habitantes vinieron al encuentro del candidato y estrecharon su mano, lo animaron a continuar, le expresaron su apoyo pese a todo, lo felicitaron por su lucha. Había mujeres que lo vivaban con intensa emoción.

Allí estábamos, en medio de la hostilidad creciente promovida por agitadores que a todas luces no eran espontáneos. Agitando nuestras banderas, sonriendo, respondiendo con el silencio a las voces pendencieras, invitando a respetar la diferencia, a construir un país en paz fundado en la tolerancia. Se supone que la democracia es dejar que cada uno defienda su programa y que la gente decida en las urnas quiénes son el ganador y el perdedor.

Es lo menos que podía esperarse. Pero en Colombia no sucede eso. Por algún atavismo inculcado en el alma de mucha gente, muy bien explotado por grupos selectos de la élite más intransigente, la democracia y las libertades consisten en un espacio exclusivo de unos cuantos, que imponen sus ideas por la fuerza y proscriben al pensamiento distinto. La única democracia posible es su gobierno, la obediencia ciega a su dicho, lo demás sólo merece la muerte.

Como si la consecuencia dee semejante forma de pensar no hubiera sido una guerra de medio siglo y los más de ocho millones de víctimas. Uno no puede entender cómo medios de comunicación y portales que posan de demócratas, se presten a un juego semejante. La FARC puso fin a la guerra, hubo un Acuerdo histórico de Paz para hacer de Colombia un mejor país. Timo es un valiente, sale con los suyos a poner la cara y a hablar diferente.

Eso, en mi parecer, es lo que debía destacarse. Que haya colombianos amigos del diálogo, de las soluciones civilizadas, del perdón y la reconciliación. Y que se encuentren librando una cruzada contra los odios, la violencia y el desprecio. Que expongan su seguridad e incluso sus vidas, no en las montañas con un fusil en las manos, sino en las ciudades, hablando tranquilamente con la gente del común. Eso sí es hacer patria, lo demás es destrucción, es locura, es el infierno.